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Anales de Psicología

versão On-line ISSN 1695-2294versão impressa ISSN 0212-9728

Anal. Psicol. vol.36 no.1 Murcia Jan./Abr. 2020  Epub 07-Dez-2020

https://dx.doi.org/10.6018/analesps.36.1.362541 

Artículo original

Factores de riesgo asociados al consumo de sustancias en mujeres víctimas de maltrato en contexto de pobreza

Esther Rivas-Rivero2  , Enrique Bonilla-Algovia2  , José Juan Vázquez2 

1Universidad de Alcalá (España)

Resumen:

El trabajo analiza la relación entre el padecimiento de sucesos vitales estresantes y el consumo excesivo de alcohol y drogas en 136 mujeres víctimas de violencia de género de Nicaragua. Los datos se obtuvieron a partir de una entrevista estructurada diseñada para este fin que recoge sucesos vitales estresantes padecidos por las víctimas a lo largo de su vida. Los resultados muestran que quienes padecieron distintos episodios de violencia en la infancia consumieron alcohol y drogas en exceso. Además, el mayor predictor para el consumo de alcohol y drogas se encuentra entre quienes padecieron abuso sexual antes de los 18 años. Por otra parte, los análisis Odds Ratio indican un aumento del riesgo para el consumo de sustancias cuando el abuso se produjo a edades tempranas. Pese a la relevancia para la salud de las víctimas, existen pocos dispositivos en Nicaragua con los que atender a las víctimas de violencia de género hacia procesos de recuperación, sobre todo para quienes han desarrollado estrategias de afrontamiento relacionados con el consumo excesivo de sustancias.

Palabras clave: Alcohol; Drogas; Violencia de género; Sucesos vitales estresantes; Nicaragua

Introduction

Los sucesos vitales estresantes son un conjunto de experiencias que tienen por resultado un cambio significativo en la vida de las personas y ejercen una enorme influencia en su salud (Compas, Orosan y Grantz, 1993). Estos se asocian a un gran número de consecuencias negativas (Troy y Mauss, 2011) y se han relacionado significativamente con el consumo abusivo de alcohol y otras sustancias (Chaudhury, Goel y Singh, 2006; Jose, Oers, Mheen, Garretsen y Mackenbach, 2000; Lijffijt, Hu y Swann, 2014). En este sentido, el consumo de sustancias podría ser un mecanismo con el que paliar los síntomas vinculados al trauma y mitigar los recuerdos asociados al pasado y al abuso padecido (Caldentey et al., 2017; Heim et al., 2000; Lloréns, Morales, De Vicente y Calatayud, 2002; Ramos, Saldívar, Medina, Rojas y Villatoro, 1998).

Los sucesos vitales estresantes asociados al consumo de sustancias que han sido abordados en mayor medida en la literatura científica están relacionados con la pobreza, la presencia problemas económicos, el desempleo, problemas sociales y/o el historial de violencia en la familia de origen (Balk, Lynskey y Agrawal, 2009; Buzawa y Buzawa, 2014; Lemaitre, García-Jaramillo y Ramírez 2014). En particular, quienes han padecido traumas en la infancia asociados a la violencia, como el maltrato psicológico, físico y/o sexual, han desarrollado conductas relacionadas con el consumo abusivo de sustancias (Afifi, Henriksen, Asmundson y Sareen, 2012). Lo que parece predecir una peor evolución en las víctimas que han padecido abuso sexual en la infancia es la presencia de sucesos vitales estresantes a lo largo de su vida, la frecuencia y duración de los abusos, la posible violación y la vinculación familiar con el agresor (Finkelhor, 1999). Además, las consecuencias del abuso sexual infantil son inciertas, aunque entre las principales secuelas en víctimas adultas de abuso sexual infantil se encuentra el consumo de sustancias (Echeburúa y Corral, 2006).

También se ha encontrado en diversas investigaciones que experimentar transiciones familiares importantes, como el duelo, reportan serios problemas tanto en adultos como en jóvenes que podrían vincularse con dicho consumo (Sandler, Tein, Cham, Wolchik y Ayers, 2016), ya que los eventos relacionados con la muerte de miembros de la familia interrumpen el equilibrio en las relaciones personales y afectan al bienestar psicológico (Melhem, Walker, Moritz y Brent, 2008). Además, a la pérdida de miembros del entorno familiar se suceden otros sucesos vitales estresantes que incrementarían el trauma (Nolen-Hoeksema y Ahrens, 2002).

No obstante, para algunos autores, el aumento de la adicción a dichas sustancias es proporcional al número de sucesos vitales estresantes experimentados, independientemente del tipo de suceso (Siqueira, Diab, Bodian y Rolnitzky, 2000). Aun sin estar presente algún trastorno psicológico, las personas que han padecido un promedio de tres o más sucesos vitales estresantes, en comparación con quienes han padecido menor número, presentan mayores conductas vinculadas al consumo de alcohol y drogas (Balk et al., 2009; Dawson, Grant y Ruan, 2005).

Según Lijffijt et al. (2014), los traumas padecidos en la edad adulta predicen la dependencia al consumo de sustancias, pudiendo ser más crónicos y estar en mayor medida relacionados con la adicción. Para otros, son los experimentados en la infancia los que tienen mayores implicaciones en la trayectoria vital posterior. En este sentido, cuando los sucesos vitales estresantes ocurren a edades tempranas, generan graves consecuencias, ya que amenazan el bienestar psicológico como respuesta a la adversidad derivada de acontecimientos relacionados con la exposición a la violencia, enfermedades crónicas en los progenitores, la muerte de miembros de la familia, el padecimiento de violencia física y/o sexual en la infancia y a situaciones vinculadas a contextos de pobreza (Grant et al., 2003; Grant et al., 2006). Además, se ha señalado ampliamente la relación entre estos sucesos padecidos en la infancia y el consumo de sustancias, especialmente con el alcohol (Cuijpers et al., 2011; Nelson et al., 2002; Young-Wolff, Kendler y Prescott, 2012). No obstante, existen dificultades a la hora de comparar tales eventos en distintos momentos del desarrollo, ya que la evaluación cognitiva de tales sucesos podría variar con el tiempo (Grant et al., 2003).

Por otra parte, el consumo de sustancias parece ser más frecuente en víctimas de violencia de género (VG) que en el resto de la población femenina (Devries et al., 2014). Se ha estimado que la prevalencia de consumo de alcohol en víctimas de VG puede situarse en torno al 18.5%, muy superior a la tasa encontrada en mujeres que no ha padecido VG (4%-8%). El consumo de drogas puede alcanzar tasas del 9%, por encima de la población general (del 4% al 6%) (Golding, 1999). Otros estudios indican que entre el 25%-75% de las mujeres adictas al alcohol u otras sustancias han padecido más tipos y gravedad de violencia (Caldentey et al., 2017; Feingold, Washburn, Tiberio y Capaldi, 2015). Diversas investigaciones refieren una mayor probabilidad de consumir sustancias en mujeres jóvenes víctimas de VG (Howard y Wang, 2003; Kreiter et al., 1999; Silverman, Raj, Mucci y Hathaway, 2001), aunque no todos los estudios señalan una mayor tendencia al consumo de sustancias en víctimas de VG aun encontrando un intenso malestar psicológico como consecuencia del maltrato al que han estado sometidas (Rincón, Labrador, Arinero y Crespo, 2004). También se ha reportado que las víctimas que logran salir del contexto de violencia tienden a reducir su consumo, incluso sin ayuda profesional (Walker, 1984). No obstante, el consumo de sustancias se ha vinculado más a la perpetración (Redondo y Graña, 2015) que a la victimización (Breiding, Black y Ryan, 2008).

Por lo tanto, la combinación de VG y sucesos vitales estresantes suponen un riesgo para la salud de las víctimas. Según Sullivan et al. (2016), cuando estas circunstancias confluyen, podrían conducir a las mujeres a que sean propensas al consumo frecuente de drogas y alcohol. Además, la relación entre violencia y consumo de sustancias puede presentarse como un círculo vicioso, ya que dicho consumo puede ser una estrategia de afrontamiento, además de que el uso de sustancias puede representar un factor de riesgo para que padezcan maltrato de forma más reiterada y de mayor gravedad (Simonelli, Pasquali y De Palo, 2014). En este sentido, el personal que interviene con víctimas de violencia tiene un papel fundamental en la detección y el tratamiento teniendo en cuenta las repercusiones que tiene la combinación de estas circunstancias (Caldentey et al., 2017). No obstante, aunque en las últimas décadas se han realizado estudios que abordan la relación entre el consumo de sustancias y el padecimiento de violencia, hay una carencia de estudios en países en vías de desarrollo donde aumentan las circunstancias de vulnerabilidad (Vázquez y Panadero, 2016). Además, las investigaciones sobre el impacto de la violencia en las mujeres se han llevado a cabo en países de altos ingresos, por lo que se desconoce hasta qué punto estos hallazgos describen a países con índices de desarrollo más bajos (Ellsberg y Emmelin, 2014).

La OMS (2017) señala que cada año 150 millones de niñas en el mundo (17%) son forzadas a mantener relaciones sexuales y otras formas de violencia sexual. Un mayor aumento se da en la región Latinoamericana, donde las tasas de victimización sexual infantil oscilan entre el 26% y el 38% (Ulibarri, Ulloa y Camacho, 2009). No es fácil determinar la incidencia real de este problema, ya que ocurre generalmente en el ámbito privado (Noguerol, 1997). Concretamente, en Nicaragua, una de cada tres mujeres ha experimentado violencia física o sexual alguna vez en su vida (DÁngelo y Molina, 2010), si bien, no abundan los estudios sobre la prevalencia de victimización en este país (Larraín y Bascunan, 2008). En León, segunda ciudad en importancia después de la capital, conforme a los datos reportados por las profesionales de la Comisaría de la Mujer, entre los años 2012 y 2014 se produjeron más de 6.400 denuncias por violencia en el contexto familiar, de las cuales, 1.715 se realizaron por violencia hacia víctimas menores de 18 años (cerca del 50% eran menores de 13 años). Además, parece existir una correlación entre violencia y altos índices de pobreza (Arriagada, 2005; Ellsberg, Peña, Herrera, Liljestrand y Winkvist, 1999).

El objetivo del presente trabajo es analizar el riesgo al consumo excesivo de sustancias en víctimas de VG expuestas a diferentes sucesos vitales estresantes a lo largo de su vida en contexto de extrema pobreza de León (Nicaragua), una realidad pendiente de ser visibilizada en la literatura científica. Planteamos la hipótesis de que se encontrará una relación entre experimentar sucesos vitales estresantes y el consumo de sustancias (Balk et al., 2009; Caldentey et al., 2017; Sandler et al., 2016; Siqueira et al., 2000), así como que estos sucesos tendrán un mayor riesgo para dicho consumo cuando se experimentaron a edades tempranas. Cabe señalar que el uso de la violencia en este país parece formar parte de los valores que se desarrollan en las dinámicas familiares, de modo que la violencia contra las mujeres y niñas se encuentra muy extendida (Tinoco et al., 2015), problema que se incrementa por la situación de extrema pobreza que se transmite generacionalmente (Vázquez y Panadero, 2016).

Método

Participantes

En la investigación participaron 136 mujeres en situación de extrema pobreza víctimas de VG de León (Nicaragua), un colectivo de difícil acceso que vive sometido a un conjunto especialmente grave de condiciones adversas relacionadas con dicha situación de pobreza y con el padecimiento de sucesos vitales estresantes a lo largo de su vida (Vázquez, Panadero y Rivas, 2015). El criterio de inclusión muestral fue ser mujer mayor de 18 años, víctima de VG y encontrarse en situación de pobreza. Las entrevistadas, con una media de edad de 31.67 años (DT = 8.92), tenían 2.23 hijos de media (DT = 1.65). Más de la mitad (56.7%) estaba casada o en unión de hecho estable. El nivel educativo de las participantes era educación básica (68.4%). En el 42.9% de los casos, la principal persona aportadora de ingresos en el hogar, en el que convivían 4.48 personas de media (DT = 2.48), era el cónyuge o pareja. Cerca del 35.8% de las participantes carecía de ingresos propios. En cuanto a la situación de maltrato, las entrevistadas comenzaron a vivir con el agresor a los 19.91 años de media (DT = 4.92), llevaban conviviendo -o habían convivido- con él una media de 9.16 años (DT = 6.78) y la situación de maltrato duró 6.25 años de media (DT = 5.48). El 41.9% cohabitaba con el agresor en el momento de la entrevista. Además, todas las entrevistadas fueron víctimas de violencia psicológica y física, y el 66.9% padeció violencia sexual. Los malos tratos por parte de la pareja ocurrían con una frecuencia diaria en uno de cada cuatro casos y se producía maltrato varias veces a la semana en el 44.7% de la muestra de participantes.

Instrumentos

Se recogió información relativa a la edad, el número de hijos e hijas, estado civil, nivel de escolaridad, así como información respecto a la principal persona aportadora de ingresos, etc. También se recogieron datos respecto a la situación de violencia, el tiempo de convivencia con el agresor, duración de la situación de maltrato, tipo de maltrato y la frecuencia con la que este se producía.

Se utilizó una versión abreviada del Listado de Sucesos Vitales Estresantes para colectivos en exclusión social (L-SVE) (Vázquez y Panadero, 2016), creado a partir de la revisión del instrumento de Brugha y Cragg (1990) y de trabajos previos utilizados en investigaciones con colectivos en exclusión social y en contextos de pobreza (Panadero, Vázquez y Martín, 2017; Roca, Panadero, Rodríguez-Moreno, Martín y Vázquez, 2019; Vázquez, Panadero y Rincón, 2010; Vázquez et al., 2015).  Consta de 26 ítems (10 padecidos antes de los 18 años y 16 padecidos desde esa edad). Los distintos ítems tenían respuesta dicotómica respecto a la ocurrencia de tales sucesos. También se contempla la edad a la que se produjeron por primera vez. Se consideraron para el estudio los relacionados con la violencia sufrida antes de los 18 años (maltrato físico, abuso sexual y exposición a la violencia padecida por la madre de la entrevistada, así como los antecedentes respecto al consumo de sustancias en los progenitores) y aquellos ítems vinculados con la violencia padecida a lo largo de su vida no procedente de la pareja (violencia física y sexual de personas distintas a la pareja, el fallecimiento de personas del entorno familiar cercano y las circunstancias vinculadas con el contexto de pobreza, como tener o haber tenido problemas económicos importantes). Las variables seleccionadas (haber consumido alcohol y/o drogas en exceso) formaban parte del L-SVE. En el presente trabajo, el Alfa de Cronbach (α = .85) indica un nivel aceptable de consistencia interna.

Procedimiento

El acceso a las entrevistadas se realizó gracias al apoyo prestado por diferentes asociaciones e instituciones públicas que trabajan con mujeres en situación de pobreza en León, entre los que destaca la Policía Nacional Nicaragüense. La información se obtuvo mediante una entrevista estructurada con una duración de entre 45 a 80 minutos. Las entrevistas se iniciaron explicando los objetivos de la investigación y se solicitó el consentimiento informado a las participantes. El 51.6% de las mujeres fueron entrevistadas en sus hogares, el 38.9% en las dependencias de la Comisaría de la Mujer de León y el 9.5% en la sede de diversas asociaciones.

Análisis de datos

Se empleó el método de casos y controles, de enfoque cuantitativo con diseño ex post facto, en el que se compararon las variables independientes respecto al consumo de alcohol y/o drogas. La base de datos fue desarrollada y procesada con el SPSS (versión 25.0 para Windows, IBM, Arnobk, NY). Se utilizó Chi Cuadrado y t de Student con la probabilidad de cometer un error tipo I de p < .05. Se aplicaron análisis Odds Ratio (OR) con intervalos de confianza del 95% (IC). Se realizó un análisis de regresión logística binaria con el fin de predecir qué variables se relacionan con el consumo excesivo de alcohol y drogas por parte de las entrevistadas. También se calculó el tamaño muestral requerido para los análisis principales empleando el software G*Power (versión 3.0 para Windows). Aspirando a un tamaño del efecto .5 (grande), una significación de .005 y una potencia de .95, el tamaño de la muestra supera el necesario (n = 80).

Resultados

En la Tabla 1 se muestran los sucesos vitales estresantes padecidos por el total de las participantes. Respecto a los sucesos vitales estresantes padecidos antes de los 18 años, se encontró que había antecedentes respecto al consumo de sustancias en la familia de origen en más del 40% de los casos. Además, la mitad de la muestra padeció abuso físico y estuvieron expuestas a maltrato a edades muy tempranas. Este tipo de agresiones también se produjeron después de los 18 años, perpetradas por personas distintas a la pareja. A estos sucesos vitales estresantes se añade que las dificultades económicas afectaban a un alto porcentaje de la muestra.

Tabla 1.  Sucesos vitales estresantes padecidos por las entrevistadas. 

Se hallaron diferencias estadísticamente significativas en cuanto al consumo de alcohol y el número de número de sucesos vitales estresantes padecidos antes de los 18 años (t = -3.046; p = .003). Quienes consumieron alcohol padecieron un mayor número de sucesos vitales estresantes (M = 2.03; DT = 1.581) que quienes no consumieron alcohol (M = 1.30; DT = 1.090). No se hallaron diferencias entre ambos grupos cuando estos sucesos se produjeron en la adultez (t = -1.606; p = .111). Para el consumo de drogas, se encontraron diferencias estadísticamente significativas (t = -7.850; p = .000) respecto al número de sucesos vitales estresantes padecidos antes de los 18 años, habiendo padecido un mayor número de estos acontecimientos quienes consumieron drogas (M = 3.42; DT = .851), que quienes no las consumieron (M = 1.42; DT = 1.272). También existen diferencias en cuanto al número sucesos padecidos después de los 18 años (t = -2.719; p = .007) respecto a quienes consumieron drogas en exceso (M = 2.78; DT = .892) y quienes no consumieron estas sustancias (M = 1.81; DT = 1.292). Finalmente, existen diferencias estadísticamente significativas para el consumo del alcohol en función del número total de sucesos vitales estresantes padecidos antes y después de los 18 años (t = -2.854; p = .004) entre quienes consumieron alcohol (M = 4.14; DT = 2.434) y quienes no (M = 3.06; DT = 1.862). Las diferencias son mayores en el caso del consumo excesivo de drogas (t = -5.235; p = .000), habiendo experimentado un mayor número de estresores quienes consumieron drogas (M = 6.21; DT = 1.423), que quienes no consumieron (M = 3.24; DT = 2.062).

La Tabla 2 muestra las diferencias estadísticamente significativas respecto a beber en exceso en función de experiencias relacionadas con la violencia física y sexual padecida antes de los 18 años. Los análisis Odds Ratio revelan que la asociación respecto al consumo de alcohol es grande entre quienes habían sufrido maltrato físico y abuso sexual antes de los 18 años. También se observan diferencias estadísticamente significativas respecto al consumo excesivo de alcohol en los sucesos vitales estresantes padecidos con posterioridad a los 18 años respecto al padecimiento de agresiones. Aunque los análisis Odds Ratio evidencian una alta asociación para el consumo de alcohol ante haber sufrido abuso físico y/o sexual, el efecto de la relación es menor que cuando tales agresiones se produjeron en la infancia. No se observa relación entre el consumo excesivo de alcohol y que los padres tuvieran problemas con el consumo. Tampoco parece haber una relación con el fallecimiento de personas del entorno familiar.

Tabla 2.  Relación entre el consumo de alcohol en exceso y los sucesos vitales estresantes padecidos. 

A efectos de comprobar qué variables predicen con mayor exactitud el consumo excesivo de alcohol se realizó un análisis de regresión logística binaria (Tabla 3). En el análisis se incluyeron como variables predictoras los sucesos vitales estresantes padecidos que resultaron estadísticamente significativos y en los que se halló una fuerte asociación respecto al consumo excesivo de alcohol. El modelo resultante para predecir el consumo de alcohol permite una estimación correcta del 55.1% de los casos (( 2 = 22.99; p = .000). Por otra parte, la prueba de Hosmer y Lemeshow proporciona una significatividad de p = .962, que muestra una excelente bondad de ajuste del modelo.

Tabla 3.  Resultados del análisis de regresión logística para la predicción del consumo de alcohol en exceso. 

Por lo tanto, los abusos sexuales antes y después de los 18 años constituyen dos factores de riesgo para el consumo excesivo de alcohol, incluso tras haber incorporado al modelo el maltrato físico antes y después de esa edad (Tabla 3).

Tabla 4.  Relación entre el consumo de drogas en exceso y los sucesos vitales estresantes padecidos. 

Como se muestra en la Tabla 4, el consumo en exceso de drogas se asocia con una mayor tipología de sucesos vitales estresantes. Se observa una relación respecto al consumo de sustancias en los progenitores y al padecimiento de maltrato antes de los 18 años. Dicho consumo también se ve influido por las agresiones físicas y sexuales perpetradas por personas distintas a la pareja. La fuerza en la asociación de estos acontecimientos para el consumo de drogas es elevada.

En el análisis predictivo respecto al consumo excesivo de drogas se incluyeron los sucesos vitales estresantes que resultaron estadísticamente significativos (Tabla 5). El modelo resultante para predecir el consumo excesivo de alcohol se encuentra en el padecimiento de abusos sexuales ocurridos antes de los 18 años y los antecedentes en cuanto al consumo de sustancias en los progenitores. El análisis permite una estimación correcta del 98.7% de los casos (( 2 = 28.333; p = .000). Por otra parte, la prueba de Hosmer y Lemeshow proporciona una significatividad de p = .651, que muestra una aceptable bondad de ajuste del modelo. Los datos muestran que el padecimiento de abuso sexual y el consumo de sustancias por parte de los progenitores predicen el consumo excesivo de drogas entre las participantes.

Tabla 5.  Resultados del análisis de regresión logística para la predicción del consumo de drogas en exceso. 

Discusión y conclusiones

Para empezar, entre las características que describen la muestra, las mujeres entrevistadas padecieron un conjunto especialmente grave de sucesos vitales estresantes asociados a la violencia antes y después de los 18 años. Cerca de la mitad de las entrevistadas fueron directa o indirectamente expuestas a distintos tipos de maltrato a edades tempranas. Los datos encontrados en la presente investigación son superiores a las estimaciones que se han dado en la región de latinoamericana (DÁngelo y Molina, 2010; Ulibarri et al., 2009), lo que reporta cifras sobre la incidencia de este problema y añade información a la escasez de investigaciones realizadas en países en vías de desarrollo (Ellsberg y Emmelin, 2014; Larraín y Bascunan, 2008; Vázquez y Panadero, 2016). Por lo tanto, y en la misma línea que señalaba Tinoco et al. (2015), en Nicaragua parece existir una normalización y tolerancia hacia el uso de la violencia en las dinámicas familiares.

Por otro lado, la prevalencia de mujeres víctimas de VG que consumieron alcohol y drogas en exceso (45% y 10.3%, respectivamente) es superior a la encontrada en estudios previos realizados en otros contextos (Golding, 1999; Rincón et al., 2004; Walker, 1984). Algunos trabajos han señalado que se trata de una conducta más habitual entre los agresores que entre las víctimas (Breiding et al., 2008; Redondo y Graña, 2015), aunque también se indica que el consumo de sustancias es más elevado entre las mujeres que han padecido VG respecto al resto de la población femenina (Devries et al., 2014). No obstante, resulta significativo que se dé en un porcentaje tan alto, puesto que es poco frecuente en Nicaragua el consumo de sustancias por parte de las mujeres (OPS, 2007).

Además, parece haber una relación entre el número de sucesos vitales estresantes padecidos y el consumo de sustancias (Balk et al., 2009; Caldentey et al., 2017; Siqueira et al., 2000). Específicamente, una mayor presencia de este tipo de sucesos experimentados en la infancia correlaciona con el consumo de alcohol, aunque no se ha hallado relación entre el número de experiencias traumáticas padecidas después de los 18 años y el consumo de esta sustancia. El número de sucesos vitales estresantes vividos antes y después de los 18 años se relaciona con el consumo de drogas, de modo que la acumulación de experiencias adversas, aun tratándose de momentos evolutivos distintos, plantea serias implicaciones para dicho consumo (Afifi et al., 2012; Finkelhor, 1999). Respecto al sumatorio de sucesos vitales estresantes vividos entre quienes consumieron alcohol en exceso fue superior a cuatro de estos eventos. En el caso del consumo de drogas, padecieron una media de seis, por lo que existe una relación entre la cantidad de sucesos vitales estresantes y el consumo de sustancias, muy por encima de las cifras encontradas en estudios precios (Balk et al., 2009; Dawson et al., 2005). Por lo tanto, las entrevistadas que padecieron un mayor número de sucesos vitales estresantes consumieron alcohol y drogas en exceso. Además, el consumo excesivo está relacionado con el padecimiento de experiencias negativas y adversas a lo largo de la vida de estas mujeres (Chaudhury et al., 2006; Heim et al., 2000; Jose et al., 2000; Ramos et al., 1998), que podría ser una respuesta a la violencia que han padecido y la confluencia de otras experiencias traumáticas vividas a lo largo de su ciclo vital (Caldentey et al., 2017; Lloréns et al., 2002).

Los resultados parecen indicar que no todos los sucesos vitales padecidos han podido influir en el consumo excesivo de alcohol y drogas entre las entrevistadas, y arrojan información relevante respecto a qué tipo de acontecimientos traumáticos pudieron mediar de manera significativa. En particular, las agresiones físicas y sexuales parecen haber tenido mayores implicaciones para el consumo de sustancias, principalmente cuando tienen lugar a edades tempranas, y habrían afectado en mayor medida que cuando tienen lugar en la adultez (Cuijpers et al., 2011; Echeburúa y Corral, 2006; Finkelhor, 1999; Grant et al., 2003; Grant et al., 2006; Nelson et al., 2002; Young-Wolff et al., 2003). Respecto a otro tipo de sucesos, aunque algunos estudios refieren que el consumo de alcohol y drogas se relaciona con la pérdida de personas del entorno familiar (Melhem et al., 2008; Sandler et al., 2016), el fallecimiento de los progenitores o de alguno de los hijos no ha influido en el consumo de sustancias. Los problemas económicos, que afectaban a tres de cada cuatro mujeres, tampoco se vinculan con las conductas de consumo, a diferencia de otros estudios que señalan este tipo de circunstancias y su relación con el consumo excesivo de quienes los padecen (Balk et al., 2009; Buzawa y Buzawa, 2014; Vázquez y Panadero, 2016). En este sentido, la situación generalizada de pobreza en Nicaragua parece no ser percibida como un estresor, aunque algunas investigaciones han señalado que la pobreza y la violencia están estrechamente relacionadas (Ellsberg et al., 1999; Roca et al., 2019). Por último, la reproducción de las conductas de consumo procedente de los progenitores no se relaciona con el consumo de alcohol, aunque sí parece haber afectado al consumo de drogas.

Si bien la presente investigación aporta información relevante respecto a los factores asociados al consumo de sustancias en un país en vías de desarrollo sobre el que no abundan estudios previos, se han de señalar varias limitaciones. Para empezar, habrían de especificarse el tipo de sustancias, así como concretar el tiempo que se mantuvieron las conductas de consumo. Asimismo, al tratarse de un estudio transversal, resulta complejo comparar el impacto de los sucesos vitales estresantes vividos en distintos momentos del desarrollo. En este sentido, de acuerdo con Grant et al. (2003), la evaluación e interpretación de tales eventos podría haber variado con el tiempo. También hay que indicar que las conclusiones no son generalizables a otros contextos, si bien desde un enfoque psicosocial se abordan las conductas de consumo en una muestra que ha padecido un gran número de experiencias adversas y cuáles de estas experiencias predicen el consumo de alcohol y drogas en exceso. Además, genera futuras líneas de investigación, pudiendo se relevante la inclusión de un enfoque más clínico relacionadas con la salud psicológica de las víctimas, así como la inclusión de factores que ejerzan un efecto protector ante los sucesos vitales estresantes, como podría ser el papel mediador del apoyo social o relacionados con la personalidad o la capacidad de resiliencia de las participantes.

Con todo, los resultados reportan que el consumo excesivo de sustancias, además de influir negativamente en los procesos de superación ante las condiciones especialmente adversas que han vivido, está relacionado principalmente con la violencia física y sexual experimentada en la infancia, lo que añade información a la ausencia de estudios en países en vías de desarrollo sobre los que se desconoce el impacto de la violencia en las víctimas (Ellsberg y Emmelin, 2014). En este contexto, la problemática es más compleja, ya que no se dispone de dispositivos de apoyo que intervengan con mujeres y niñas que han padecido distintas formas de abuso, de modo que dicho consumo podría precipitar a las víctimas a una disminución de su salud psicológica y física (Rincón et al., 2004). Además, el consumo de sustancias aumenta la vulnerabilidad ante el riesgo de padecer más violencia (Feingold et al., 2015), principalmente cuando este se convierte en un mecanismo de afrontamiento con el que paliar los recuerdos asociados a las experiencias especialmente adversas (Caldentey et al., 2017; Heim et al., 2000; Lloréns et al., 2002; Ramos et al., 1998) y que dificulta emprender procesos de recuperación.

References

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Recibido: 10 de Febrero de 2019; Revisado: 12 de Marzo de 2019; Aprobado: 18 de Junio de 2019

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