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Gaceta Sanitaria
versión impresa ISSN 0213-9111
Gac Sanit vol.24 no.4 Barcelona jul./ago. 2010
Análisis de género de las percepciones y actitudes de los y las profesionales de atención primaria ante el cuidado informal
Gender analysis of primary care professionals' perceptions and attitudes to informal care
María del Mar García-Calventea,b, María del Río Lozanoa, Esther Castaño Lópeza, Inmaculada Mateo Rodrígueza,b, Gracia Maroto Navarroa,b y Natalia Hidalgo Ruzzanteb
aEscuela Andaluza de Salud Pública, Granada, España
bCIBER de Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP), España
El proyecto de investigación ha sido parcialmente financiado por el Ministerio de Sanidad y Consumo (Observatorio de Salud de la Mujer), mediante el contrato con referencia 224/2006.227.06.
Dirección para correspondencia
RESUMEN
Objetivos: Analizar, con un enfoque de género, las percepciones y actitudes de los y las profesionales de atención primaria ante el cuidado informal.
Métodos: Diseño cualitativo con entrevistas individuales y grupo de discusión. Mediante muestreo intencional se seleccionaron 18 profesionales de atención primaria (Distrito Sanitario de Granada). Se realizó un análisis de contenido con las categorías: a) percepciones: conceptos de dependencia y cuidado informal, roles de género e impacto en salud; b) actitudes: conservadora, actitud hacia el cambio y derecho a no cuidar.
Resultados: Los profesionales y las destacaron el carácter profano, gratuito y con gran componente afectivo del cuidado informal; otorgaron a la familia, especialmente a las mujeres, la principal responsabilidad de cuidar, y recurrieron a estereotipos para diferenciar el cuidado dispensado por hombres y mujeres. Reconocieron que las mujeres presentan una mayor sobrecarga psicológica, principalmente por cuidar en solitario en mayor medida que los hombres. Emergieron tres actitudes ante el cuidado informal: ausencia de cuestionamiento de la situación actual e idealización de la familia como marco idóneo para cuidar; propuesta de cambio hacia una atención pública universal a la dependencia que descargue a las familias; y en una posición intermedia, actitud educadora para lograr el bienestar de las personas cuidadoras y evitar que dejen de cuidar.
Conclusiones: Se identifican algunas percepciones y actitudes de profesionales ante el cuidado informal poco sensibles o potencialmente negativas para la equidad de género, como son la actitud conservadora que otorga a la familia la principal responsabilidad de cuidar y algunos estereotipos sexistas que atribuyen a las mujeres más capacidades para hacerlo. Se precisa formación específica de los y las profesionales para potenciar la incorporación del enfoque de género en el trabajo que realizan en relación con el cuidado informal.
Palabras clave: Cuidado informal. Cuidadores familiares. Género. Desigualdades de género. Atención primaria. Relaciones profesional-familia.
ABSTRACT
Objectives: To analyze primary care professionals' perceptions and attitudes to informal care from a gender perspective.
Methods: We performed a qualitative study using interviews and a discussion group. Eighteen primary care professionals were selected in the Health District of Grenada (Spain) by means of intentional sampling. Content analysis was performed with the following categories: a) perceptions: concepts of dependency and informal care, gender differences and impact on health, b) attitudes: not in favor of change, in favor of change and the right not to provide informal care.
Results: The health professionals emphasized the non-professional, free and strong emotional component of informal care. These professionals assigned the family (especially women) the main responsibility for caregiving and used stereotypes to differentiate between care provided by men and by women. The professionals agreed that women had a greater psychological burden associated with care, mainly because they more frequently provide caregiving on their own than men. Three major attitudes emerged among health professionals about informal care: those who did not question the current situation and idealized the family as the most appropriate framework for caregiving; those who proposed changes toward a more universal dependency system that would relieve families; and those who adopted an intermediate position, favoring education to achieve wellbeing in caregivers and prevent them from ceasing to provide care.
Conclusions: We identified perceptions and attitudes that showed little sensitivity to gender equality, such as a conservative attitude that assigned the family the primary responsibility for informal care and some sexist stereotypes that attributed a greater ability for caregiving to women. Specific training in gender equality is required among health professionals to reduce inequalities in informal care.
Key words: Informal care. Caregivers. Gender. Gender inequalities. Primary health care. Health professional-family relations.
Introducción
Por cuidado informal en sentido amplio entendemos la actividad de asistencia no retribuida a las personas de la red social en procesos de discapacidad, enfermedades crónicas y durante la infancia o la vejez1. No obstante, la mayor parte de la bibliografía relativa al cuidado informal se centra en las personas dependientes, entendidas como aquellas que necesitan ayuda para desarrollar alguna de las actividades básicas de la vida diaria, por ser mayores o presentar algún tipo de enfermedad crónica, discapacidad o limitación. En España se estima que entre el 80% y el 88% de las personas mayores2, el 83% de los enfermos no graves3, el 70% de las personas con discapacidad física4 y el 50% de las que presentan deficiencias de tipo psíquico4, reciben los cuidados que necesitan mayoritariamente de la familia. La distribución dentro de la familia de roles de género ante el cuidado no es equitativa. El perfil típico de la persona cuidadora, tanto en España como en Andalucía en particular, es una mujer de entre 45 y 64 años de edad, que reside en el mismo hogar que la persona que cuida, de nivel socioeconómico bajo y sin trabajo remunerado1,2. Según datos de la Encuesta de Discapacidad 2008, el 76,3% de las personas cuidadoras principales son mujeres5. Diversos estudios han constatado que el rol que mayoritariamente asumen las mujeres como cuidadoras principales6,7 y como cuidadoras secundarias8 las pone en mayor riesgo de padecer las consecuencias negativas de cuidar sobre sus vidas9,10. Algunas de estas consecuencias son altos grados de sobrecarga, estrés, exclusión social, problemas físicos y mentales, y limitaciones para el desempeño de un trabajo remunerado11-13.
Por ello, resulta muy relevante la implicación de profesionales sanitarios en la atención a las personas cuidadoras para reducir los efectos negativos del cuidado informal sobre su salud14,15. Conocer la opinión y las actitudes que adoptan estos profesionales ante el cuidado informal es necesario para dinamizar la interacción de ambos sistemas de cuidados y diseñar acciones que favorezcan un intercambio eficaz y adecuado entre los dos colectivos. Las personas que cuidan no son simplemente fenómenos o recursos cuyas características deben ser analizadas y comprendidas por los servicios formales, sino que son una categoría social hacia la cual el sistema formal tiene obligaciones y requerimientos en términos de formulación de políticas de bienestar16. Del mismo modo, para reducir las desigualdades existentes en el cuidado informal es necesario que las medidas de apoyo a las personas cuidadoras informales incorporen la perspectiva de género. Un reciente estudio que analizaba las políticas de apoyo a las personas cuidadoras en el ámbito internacional17 concluía que éstas no incorporan el enfoque de género de forma sistemática, aunque sí recogen algunos aspectos desde esta perspectiva en los niveles simbólico y operativo, como medidas dirigidas a mejorar la calidad de vida de las personas cuidadoras. Algunos de los sesgos de género que ocurren en el tratamiento del cuidado informal son el «familismo», que considera a la familia como unidad de análisis, ignorando las desigualdades de género existentes entre sus miembros, o el «síndrome del cuidador», que trata a las mujeres cuidadoras como enfermas, describiendo los «síntomas» sin hacer un análisis de la desigualdad de género que está en la base del fenómeno18. La transversalidad (mainstreaming) de género requiere intervenciones capaces de eliminar estos sesgos y transformar las desigualdades de género que se dan en el cuidado informal a largo plazo.
En nuestro país, la Ley para la Autonomía Personal y Atención a la Dependencia19 reconoce el papel central que ocupan las personas cuidadoras informales en el proceso de dependencia, aunque hay un debate generalizado acerca de si las medidas que dirige a los cuidadores y cuidadoras «no profesionales» son suficientes, y si contribuirán a reducir las desigualdades o, por el contrario, tenderán a afianzarlas20. La principal medida que propone la ley sobre las personas cuidadoras informales es la prestación económica, por lo que algunas autoras advierten que puede tener el perverso efecto de condenar a las mujeres a seguir asumiendo en solitario un rol que las excluye socialmente21. Esto sólo podría solventarse con una evaluación individualizada de cada caso y, sobre todo, con un amplio desarrollo de servicios sociales y sanitarios22. La aprobación del Decreto de Apoyo a las familias andaluzas propició que las personas cuidadoras se convirtieran explícitamente en población diana de la cartera de servicios del Sistema Sanitario Público Andaluz. Actualmente existe en Andalucía un Plan de Atención a Cuidadoras Familiares23 con el objetivo prioritario de mejorar la calidad de vida relacionada con la salud de las personas que cuidan, cuyas actuaciones se incluyen en la cartera de servicios de atención primaria.
Los objetivos del estudio fueron: a) describir la percepción acerca del cuidado informal de los y las profesionales de atención primaria que atienden a cuidadores y cuidadoras de personas dependientes, explorando conceptos, causas y consecuencias, roles de género y diferencias según el sexo de las personas cuidadoras, y b) analizar desde el enfoque de género las actitudes de estos y estas profesionales ante el fenómeno de la dependencia y el cuidado informal. Consideramos éste un paso previo necesario para formar a profesionales del sistema sanitario en equidad de género en el cuidado informal, y responder así a la necesidad de una estrecha colaboración entre los dos sistemas de cuidados.
Métodos
Se diseñó un estudio cualitativo cuyo universo fue profesionales de medicina de familia, enfermería, trabajo social y psicología que trabajan en centros de atención primaria del Distrito Sanitario de Granada. Mediante muestreo intencional se seleccionaron 18 profesionales sanitarios con más de 1 año de experiencia, que atendían a cuidadores y cuidadoras informales en consultas de atención primaria y atención domiciliaria, a través de los servicios de atención sanitaria a domicilio a problemas específicos (alta hospitalaria, personas inmovilizadas, personas en situación terminal, mayores en riesgo y mayores residentes en instituciones), de las unidades clínicas de los centros de salud, que componen la cartera de servicios de Atención Primaria del Servicio Andaluz de Salud24.
Los criterios de segmentación fueron el sexo y la profesión. Como criterios de diversidad muestral se contemplaron la edad, el centro de salud, los años de experiencia y haber sido o no cuidador o cuidadora informal (tabla 1). Los datos se recogieron mediante entrevistas a informantes clave, entrevistas semiestructuradas y grupo de discusión, durante el mes de septiembre de 2006. Las entrevistas a informantes clave se realizaron para identificar personas con perfiles concretos a entrevistar y revisar las categorías de análisis de las entrevistas semiestructuradas. Las entrevistas semiestructuradas duraron una media de 60min y el grupo de discusión 90min; se grabaron en audio para posteriormente ser transcritas, una vez obtenido verbalmente el consentimiento informado.
El contenido de las entrevistas semiestructuradas se analizó con ayuda del software N-Vivo. Se identificaron los párrafos relevantes y los nodos principales y secundarios, según las categorías predefinidas para los objetivos del estudio y categorías adicionales surgidas del análisis preliminar de los discursos. Las categorías definitivas fueron: a) percepciones sobre cuidado informal (concepto de dependencia y de cuidado informal, diferencias de género en el cuidado informal e impacto en la salud), y b) actitudes relacionadas con el cuidado informal (actitud conservadora, actitud hacia el cambio y derecho a no cuidar).
La información aportada por el grupo de discusión sirvió para profundizar en el tema y asegurar la confiabilidad de los resultados obtenidos en las entrevistas.
Resultados
Percepciones sobre cuidado informal
1) Cuidado profano, dispensado por las familias de forma gratuita y marcado por la afectividad
Tanto las mujeres como los hombres entrevistados coincidieron en destacar el carácter no profesional, gratuito y con gran componente afectivo del cuidado informal (tabla 2 A-C). Atribuyeron principalmente a la familia la responsabilidad de encargarse de sus miembros dependientes, refiriéndose sobre todo a las personas ancianas que no pueden valerse por sí mismas (tabla 2 D). Los profesionales de ambos sexos destacaron las características de la cultura «familista» en la cual se han socializado las personas cuidadoras (tabla 2 E), con un componente moral-religioso impregnado de culpabilidad, que repercute negativamente en su bienestar emocional (tabla 2 F y G). Algunas personas reflexionaron sobre situaciones de cuidado que se realizan fuera del ámbito familiar y la existencia de modelos de familia no idílicos (tabla 2 H e I). Principalmente las mujeres entrevistadas fueron conscientes de que cuidar no siempre es una decisión tomada con libertad, reconociendo que las circunstancias «mandan» ante una situación de necesidad (tabla 2 J).
2) Se observan importantes diferencias de género en el cuidado informal:
Los profesionales de ambos sexos coincidieron en que la educación sexista es el primer factor explicativo de que sean las mujeres las que mayoritariamente se encargan de cuidar, y que esta constante de género es transversal a los distintos grupos sociales (tabla 3A). Según las personas entrevistadas, aunque los hombres también cuidan, el proceso mediante el cual se llega a ser cuidador fue claramente diferenciado del seguido por las mujeres. Para ellas es algo impuesto «por naturaleza», mientras que ellos cuidan de forma excepcional y como último recurso (tabla 3 B). Hubo consenso en que los hombres cuidan y viven la experiencia de cuidar de manera diferente a las mujeres. Se utilizaron estereotipos de género para justificar estas diferencias: las mujeres imprimen más afectividad a las tareas de cuidado que realizan, mientras que los hombres desempeñan mejor las tareas instrumentales de atención a la salud (tabla 3 C) y tienen más dificultades para las tareas de alimentación e higiene (tabla 3 D). En cambio, ellos encuentran menos prejuicios a la hora de pedir ayuda o de utilizar los recursos disponibles (centros de día o residenciales) para las personas a quienes cuidan (tabla 3 E).
También opinaron que la actitud de las mujeres que cuidan es más «valiente», al enfrentarse en mayor medida al problema y asumir las consecuencias. Pero esta actitud tiene consecuencias negativas para ellas: por un lado, el resto de la familia termina desentendiéndose, y por otro se ven inmersas en una dinámica que les hace olvidar sus propias necesidades (tabla 3 F y G).
3) Cuidar tiene un impacto negativo en la salud
Hubo consenso al destacar el impacto negativo sobre la salud de quien cuida, de modo que cuidar se consideró un potencial factor de riesgo para la salud de las mujeres (tabla 4 A). Más allá del impacto directo, destacaron el abandono del cuidado de la propia salud, en parte debido a la sobrecarga derivada de cuidar. Opinaron que para las mujeres cuidadoras existe un orden de prioridad: primero la persona cuidada, después las demás obligaciones familiares y laborales, y en último lugar ellas mismas (tabla 4 B). Las personas entrevistadas reconocieron que la sobrecarga es mayor en las mujeres porque las jornadas de trabajo para ellas, fuera y dentro del hogar, son «interminables». Distinguieron diversos tipos, física y emocional, y hubo coincidencia en que la sobrecarga psicológica tiene un efecto más negativo y llega a perjudicar seriamente la salud de las mujeres. Como causas más frecuentemente mencionadas para este tipo de sobrecarga se citaron la sensación de que otra persona depende exclusivamente de ti, las dudas acerca de si están atendiendo bien sus necesidades y la carga moral de desear incluso que la situación de cuidados finalice (tabla 4 C y D). No todas las personas expresaron la misma opinión acerca del llamado «síndrome del cuidador». Algunos profesionales de ambos sexos no consideran necesario poner etiquetas, y señalan que el malestar de las personas que cuidan tiene un origen social y no biológico (tabla 4 E); para otros es importante utilizar esta denominación como estrategia para visibilizar el problema (tabla 4 F). Sí hubo consenso acerca del elevado consumo de medicamentos por las personas cuidadoras, principalmente de fármacos para la ansiedad, para la depresión y para conciliar el sueño. Algunas personas asumieron con cierta culpabilidad el hecho de que sean los propios y propias profesionales quienes prescriban medicamentos, incluso reconociendo que sería mejor adoptar una actitud de escucha y ayuda personal (tabla 4 G y H).
Actitudes ante el cuidado informal
Emergieron dos actitudes mayoritarias y bien diferenciadas ante el cuidado informal. Por un lado, aquellas personas que se mostraban satisfechas con el modo en que se atiende a las personas cuidadoras, y por otro, con una actitud más inconformista, las que proponían cambios hacia una atención más universal a la dependencia. Hubo una tercera posición, en la cual se reivindicaba una actitud profesional dirigida al apoyo de las personas cuidadoras mediante formación y educación. Se trata de tres líneas emergentes en el discurso de los y las profesionales, no necesariamente atribuibles a perfiles determinados.
1) Actitud conservadora: lo ideal es la familia
En esta línea se asume que las relaciones familiares son intrínsecamente buenas y que todos los miembros de las familias están dispuestos a cuidar (tabla 5 A y B). La sustitución de las familias por cuidados formales se aceptó como solución provisional, de emergencia o extraordinaria (tabla 5 C). En este modelo «familista», los y las profesionales apuestan por potenciar las redes familiares, implicando a cuidadoras y cuidadores secundarios, e incluso a la familia extensa, para gestionar el cuidado informal y reducir la sobrecarga.
2) Actitud educadora: formar a las personas que cuidan
En ocasiones se destacó la necesidad de formar para cuidar, como recurso de ayuda para los y las profesionales (tabla 5 D). También se señaló la necesidad de que las personas cuidadoras aprendan a cuidarse a sí mismas, no sólo por su propio bienestar sino también por el de las personas dependientes (tabla 5 E).
3) Actitud transformadora: liberar a las familias de la mayor parte de las cargas del cuidado
Otra línea recoge modelos alternativos que liberen a las familias y a las mujeres de la mayor parte de las cargas del cuidado mediante un sistema de atención a la dependencia más universal. Para ello se propusieron más recursos residenciales y una buena red de centros de día (tabla 6 A y B). Se justificó la ausencia de cuidadores y cuidadoras informales sólo en situaciones límite: cuando la persona dependiente «no se lo merece» (tabla 6 C) o cuando la persona cuidadora «ya no puede más» (tabla 6 D). De forma excepcional, aparecieron voces que entendían la elección de cuidar o no cuidar como un derecho, que para ser ejercitado precisa de una amplia infraestructura de servicios públicos (tabla 6 E y F).
Discusión
El estudio resulta novedoso porque profundiza en el cuidado informal desde una óptica diferente: la de los y las profesionales de atención primaria que atienden a personas cuidadoras. La literatura, aunque recoge los principales modelos de relación entre el sistema formal e informal1, es escasa respecto a las percepciones y actitudes de los y las profesionales acerca de estas relaciones.
La diferenciación que hacen los y las entrevistados entre el cuidado formal como racional y el informal como puramente afectivo, resulta negativa para la promoción de la igualdad entre sexos, porque invisibiliza el malestar que puede generar el cuidado informal bajo el supuesto de que se realiza por amor25.
La percepción de que la familia es la unidad donde tienen lugar los cuidados informales encaja con el modelo de estado del bienestar mediterráneo26. Este modelo «familista» invisibiliza el trabajo de las mujeres, ya que es la institución familiar la que abandera el cuidado informal cuando realmente son ellas quienes lo gestionan18,27. Numerosos autores y autoras han advertido que esta falta de reconocimiento del quehacer de las mujeres imposibilita su total incorporación a la vida pública y social, y su pleno derecho a la ciudadanía1,7,28.
El mito de la familia y la mística del amor niegan el derecho de las mujeres a ser menos "afectivas" o a no querer cuidar. Además, ocultan las desavenencias, e incluso la violencia, que con frecuencia se instalan en la vida familiar e imponen un sistema de relaciones basado en una autoridad patriarcal bajo los supuestos de la fraternidad y las buenas relaciones familiares29,30.
Cuando analizamos las diferencias que los y las profesionales detectan en la forma en que mujeres y hombres afrontan el cuidado, encontramos el consenso de que los cuidadores varones buscan ayuda de otros familiares o servicios públicos, mientras que las mujeres posponen estas demandas y asumen la responsabilidad del cuidado sin apoyo. Aunque esta mayor predisposición de los hombres a buscar apoyos podría resultar más saludable para el propio bienestar31, resulta necesario reconocer la especificidad en la forma y el tipo de cuidados dispensados por una gran mayoría de mujeres, para no restar importancia a la contribución de esta «ética del cuidado» al bienestar de la sociedad32.
Los y las profesionales identifican claramente el diferente impacto que el hecho de cuidar tiene sobre la salud de ambos sexos, del cual encontramos evidencia creciente en la bibliografía9,33. La conocida peor salud emocional, la mayor sobrecarga y el consumo de medicamentos de las mujeres cuidadoras9,33,34 descubre necesidades diferentes en mujeres y hombres, que exigen actuaciones específicas para cada sexo.
Podemos analizar los diferentes tipos de actitudes emergentes del discurso de los y las profesionales siguiendo la categorización de relaciones entre sistema profesional e informal propuesto por Twigg16. La primera apuesta por un modelo basado en la familia, en el cual las personas cuidadoras son tratadas como un recurso del sistema sociosanitario. Cuando hablan de formar en cuidados, subyace un modelo de personas cuidadoras cotrabajadoras. Desde el análisis de género, estos modelos resultan poco sensibles o potencialmente negativos para la equidad19. Tienen como centro de atención a la persona dependiente, y sólo consideran a la persona cuidadora de forma instrumental. Reproducen los roles sexistas establecidos ante el reparto de responsabilidades de cuidado, puesto que no incorporan estrategias que promuevan una mayor implicación de los hombres. Asumen la atención a las personas dependientes como un problema individual-familiar y no social. Estos modelos invisibilizan la enorme contribución económica y social que las mujeres aportan al bienestar de nuestra sociedad a través del cuidado7.
Otros discursos bien diferentes encajan con un modelo de superación del cuidado informal16, tal y como es concebido en la actualidad, liberador de las familias (sobre todo de las mujeres de las familias) de las cargas del cuidado mediante una atención pública y universal a la dependencia. Así, el cuidado informal sería afectivamente imprescindible y técnicamente innecesario35.
Sin embargo, para las personas entrevistadas no resulta fácil concebir un modelo universal de atención a la dependencia, tal vez obstaculizado por una insuficiencia de recursos o la mentalidad asistencialista en que han sido socializadas. Diversas valoraciones morales también interfieren en esta forma de entender el cuidado: son pocas las personas que han manifestado su total acuerdo con el derecho a no cuidar, a pesar de que, desde una perspectiva feminista, no habrá igualdad para las mujeres mientras sigan estando obligadas a cuidar35.
Cabe destacar la variabilidad de percepciones y actitudes profesionales ante el cuidado informal. Hubo personas que manejaron varias de las líneas argumentales identificadas. Las diferencias detectadas no parecen estar ligadas al sexo de la persona entrevistada, ni a su edad o profesión, sino a su experiencia personal como cuidadores o cuidadoras. La ausencia de diferencias por profesiones en este análisis no resulta excesivamente sorprendente si tenemos en cuenta que ninguno de los perfiles profesionales seleccionados cuenta con formación reglada específica en enfoque de género, por lo que comparten percepciones y actitudes impregnadas de insensibilidad. Aunque resulta complejo diferenciar entre opiniones aportadas desde el rol profesional y el de cuidador o cuidadora informal, esta doble perspectiva aporta mayor riqueza y profundidad en los resultados. Otros estudios han confirmado la existencia de diferencias en los profesionales de ambos sexos, fundamentalmente en cuanto al estilo de relación con pacientes y a la práctica de actividades preventivas36, pero no tanto en percepciones y actitudes.
Podemos concluir que los y las profesionales de atención primaria conocen el impacto de cuidar en la salud, visibilizan algunas desigualdades de género que subyacen en ese impacto y reconocen diferentes necesidades de hombres y mujeres que cuidan. Sin embargo, al aportar soluciones siguen atribuyendo mayoritariamente la responsabilidad a la familia (a las mujeres de la familia), lo que hace difícil romper el círculo de invisibilidad-infravaloración del cuidado informal como fenómeno femenino. Se hace necesaria una formación específica en equidad de género dirigida a profesionales, entendida como una poderosa herramienta para cualquier intervención encaminada a reducir las desigualdades de género en este ámbito y a mejorar la salud y la calidad de vida de quienes cuidan.
Declaraciones de autoría
Todas las autoras incluidas en el trabajo cumplen los criterios de autoría, y no se excluye a nadie que también los cumpla. M.M. García-Calvente concibió y diseñó el estudio, y supervisó todos los aspectos de su realización. E. Castaño obtuvo y analizó los datos. M.M. García-Calvente, M. del Río-Lozano y E. Castaño interpretaron los datos y redactaron el primer borrador del manuscrito. I. Mateo, G. Maroto y N. Hidalgo aportaron ideas, interpretaron los hallazgos y revisaron los borradores del manuscrito. Todas las autoras aprobaron la versión final. M.M. García-Calvente es la responsable del artículo.
Conflicto de intereses
Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.
Agradecimientos
Al Observatorio de Salud de las Mujeres, del Ministerio de Sanidad y Consumo, por haber financiado parcialmente este proyecto. A Ana Delgado y Elena Gonzalo, por su labor de informantes en el proceso de selección de los participantes. A los y las profesionales que nos ofrecieron sus opiniones y experiencias.
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Dirección para correspondencia:
mariadelmar.garcia.easp@juntadeandalucia.es
(M. del Mar García-Calvente).
Recibido 10 Julio 2009
Aceptado 26 Febrero 2010