Este ensayo pretende presentar las meritorias y poco conocidas vida y obra de Héctor Abad Gómez, médico, profesor universitario, periodista y defensor de los derechos humanos, quien en su quehacer siempre mostró liderazgo, compromiso y acción, encarnando el aforismo del cubano José Martí: «La mejor forma de decir es hacer». Nacido en 1921 en Jericó, Departamento de Antioquia, fue el primogénito de una familia de cinco hijos. Su padre era comerciante y periodista aficionado, con ideales liberales en un pueblo conservador1. Durante la crisis de los años 1930 la familia emigró a Sevilla (Valle del Cauca), en la zona cafetera de Colombia, escenario años después de grandes perturbaciones sociales y políticas por causa de la llamada «violencia política colombiana». En Sevilla ingresó al Liceo General Santander, cuyo director era José María Velasco Ibarra, el carismático estadista y cinco veces presidente de Ecuador, quien lo introdujo en los pensadores europeos2 y a quien Héctor Abad Gómez consideraría como la persona que más influyó en su vida intelectual3. Desde el Liceo comenzó su carrera de activista social cuando, en 1938, junto a cinco compañeros de estudio, organizó una huelga contra la medida de implementar exámenes de admisión para ingreso a la universidad3. El enfrentamiento entre conservadores y liberales en medio de la violencia política colombiana, que afectó a amigos de la familia, obligó a su padre a regresar a Medellín. Allí, imitando a dos tíos médicos, Héctor Abad Gómez ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad de Antioquia a los 18 años2,4.
Desde su época de estudiante de secundaria ejerció el periodismo en una revista literaria llamada Simiente3. En la universidad, en 1945, junto con varios compañeros fundó el periódico estudiantil U-2352, vocero siempre independiente e irreverente, que procuraba llevar la contraria con la idea de que de la controversia sale el progreso y de que la lucha contra la corriente fortalece. Abogaba por los campesinos, la niñez y la construcción de acueductos o centros de salud, entre otros. Desde esa época comenzaron a llamarle «comunista», a lo que él replicaba: «cuando ni siquiera había leído una línea de Marx ni de Engels»3.
Se interesó por la medicina social al ver morir de difteria a muchos niños sin que se hicieran campañas de vacunación. Reafirmó su vocación de salubrista al iniciar un debate sobre la mala calidad del agua, a través del periódico U-235, cuando un compañero de estudio y varios vecinos murieron por fiebre tifoidea. Fue citado a cabildo abierto municipal y logró la apertura a una campaña por el agua3, tema que profundizó en su tesis de grado titulada «Algunas consideraciones sobre la Salud Pública en el Departamento de Antioquia».
En 1948 cursó el Máster en Salud Pública de la Universidad de Minnesota2, etapa determinante para sus futuros intereses, pues esta universidad, relativamente nueva (fundada en 1944), tenía grandes fortalezas en educación en salud, administración hospitalaria e investigación en poliomielitis.
Mientras era jefe de la División de Enfermedades Transmisibles del Ministerio de Salud (1948) se desplazó a la frontera con Venezuela en respuesta a una epidemia de fiebre amarilla en la desembocadura del río Inírida. Ahí conoció de primera mano la experiencia de la Institución de Medicina Social del vecino país, por la cual todos los médicos nacionales o extranjeros debían hacer un año de medicina rural para poder ejercer en las ciudades. De regreso a Bogotá comentó dicha experiencia a Jorge Cavelier, ministro de salud de aquel entonces, quien le apoyó para redactar y presentar el proyecto de ley que instauraría el año rural en Colombia desde 19493.
Entre 1950 y 1956, en exilio forzado ante las amenazas recibidas por sus convicciones políticas, trabajó con la Organización Panamericana de la Salud (OMS/OPS) como consultor en distintos campos de la salud pública en Washington, Perú, México, República Dominicana y Haití.
En 1956 se vinculó a la Universidad de Antioquia, en la cual fundó el Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública4, y desde ahí ofreció decisivo apoyo al movimiento para la transformación de la enseñanza de la medicina que otras universidades colombianas también adelantaban y que buscaba la promoción del contacto con la comunidad y la sensibilización con los problemas sociales5. Ante la necesidad sentida de profundizar en el estudio de la medicina social, en 1963 fue fundador la Escuela Nacional de Salud Pública, con sede en Medellín.
Como actividad de expansión extramural de la universidad y con el auspicio financiero de un exportador de café, Héctor Abad Gómez decidió replicar la experiencia de «promotoras rurales de salud» (Figura 1) que conociera años atrás en México, en el municipio de Santo Domingo, donde la desnutrición y la gastroenteritis eran la principal causa de muerte infantil. Organizó un equipo con un médico y 30 mujeres que supieran leer y escribir, seleccionadas por las Juntas de acción comunal y con la asesoría de la Facultad de Medicina. El programa logró reducir significativamente la mortalidad infantil en este municipio6. La Universidad del Valle, que tenía gran respaldo de organizaciones internacionales, adoptó el programa de voluntarias rurales en Candelaria al comienzo de los años 19607, y sin duda estas dos experiencias fueron cruciales para la Declaración de Alma Ata de la Organización Mundial de la Salud (OMS/OPS) sobre atención primaria en salud en 1978. Años después (1966-1970), Antonio Ordoñez, ministro de salud en esos años, implementó en toda la nación el «Programa maternoinfantil y de promotoras rurales voluntarias de salud», con el apoyo de diferentes agencias internacionales.
En 1957, cuando todavía existía controversia sobre la eficacia y la inocuidad de las vacunas Salk (de virus muertos) y Sabin (de virus atenuados), se presentó una epidemia de poliomielitis en Andes, un poblado al suroeste de Medellín, y Héctor Abad Gómez tomó la audaz decisión de probar la vacuna Sabin, aún en experimentación, en una campaña poblacional. Antes de comenzar la vacunación y para mostrar su convicción de la bondad y la inocuidad de la medida, inoculó a sus tres hijas. En el texto compilado por Juten se cuenta que Héctor Abad Gómez había tomado la decisión de quitarse la vida en caso de que los resultados no fueran los esperados2. Con vacunas provistas por la OMS/OPS se vacunaron 7378 menores de 6 años sin que se presentaran poliomielitis ni complicaciones; tan solo hubo cuatro casos en niños cuyas familias no habían permitido la vacunación. Los resultados se difundieron ampliamente8 y a partir de septiembre de 1958 los programas masivos de vacunación se extendieron a Medellín, Nicaragua, Costa Rica y muchos países más. En todas partes, la aceptación de la vacuna Sabin fue universal y la respuesta antigénica resultó excelente9.
Vale anotar que Sabin fue un médico nacido en Polonia, en ese entonces parte de la Unión Soviética, pero desde niño nacionalizado en los Estados Unidos, e hizo sus trabajos sobre la vacuna de la poliomielitis a partir de virus vivos atenuados en la Universidad de Cincinnati10. Sabin, como dato digno de destacar, nunca quiso patentar su vacuna ni obtener beneficio económico alguno por ello. La vacuna Sabin es hoy en día de uso universal.
Héctor Abad Gómez, ya desde 1968, insistió en la necesidad de incluir enseñanza sobre la organización de los servicios de salud y la atención médica en el currículo de las escuelas de medicina, y publicó también los resultados de una encuesta sobre el tema realizada por la OMS/OPS en varios países de América Latina11.
A partir de 1979 fue integrante del Comité Colombiano de Derechos Humanos, desde el que afirmó y reiteró siempre que «sin justicia social no puede ni debe haber paz, pero ni la justicia social ni la paz deben conseguirse con violencia».
Como profesor de salud pública promulgó el amplio concepto de que la medicina iba más allá del aula o del lecho hospitalario, y que incluía el manejo de datos. En 1982, en un foro internacional organizado por Milton Roemer, insistió en que las responsabilidades del médico van más allá de la responsabilidad con el paciente individual12.
Siguiendo el espíritu de Virchow, Héctor Abad Gómez acuñó el término «poliatra» para el médico-político, aquel que se ocupa de la salud de la polis, de la ciudad o de la sociedad3. Sin desconocer las diferencias, pues nacido el primero en 1821 y el segundo en 1921, y en contextos muy distintos, no deja de sorprender el enorme paralelismo entre las vidas polifacéticas de ambos: hijos de padres comerciantes, se trasladaron a ciudades para realizar sus estudios de medicina, estuvieron a la vanguardia de la vida científica de su momento, enfrentaron epidemias siendo jóvenes en su profesión, ejercieron el periodismo, fueron activistas a favor del cambio social, ocuparon cargos burocráticos, fueron profesores universitarios, incorporaron las ciencias sociales y el arte a su ejercicio profesional y, también ambos, sufrieron persecución. Sin duda, la gran diferencia es la muerte prematura de Héctor Abad Gómez.
Para entender el periplo vital de Héctor Abad Gómez (Figura 2) hay que ponerlo en el contexto de la violencia colombiana, un fenómeno complejo en el cual se han entremezclado de forma inseparable las guerrillas, el narcotráfico y el paramilitarismo13. En ella pueden identificarse varios periodos14. Entre 1949 y 1972 hubo un aumento que correspondió a la «violencia política colombiana», el brutal y sanguinario enfrentamiento entre liberales y conservadores por permanecer en el poder y que afectó también a la zona cafetera colombiana, donde está localizada Sevilla. En 1972, después de la firma de un armisticio llamado Frente Nacional, los homicidios descendieron, para volver a aumentar drásticamente a partir de 1983 y hasta 1991, en un incremento atribuido principalmente al narcotráfico15.
La violencia estuvo siempre cercana a Héctor Abad Gómez y le acompañó desde su vida en Sevilla, donde, como dato llamativo, los cinco compañeros que organizaron con él la huelga en el Liceo fueron asesinados posteriormente. El narcotráfico tuvo especial impacto en Medellín, donde causó asesinatos y secuestros de importantes personalidades con el propósito de que Colombia no estableciera la extradición a los Estados Unidos. Un estudio muestra que los homicidios fueron la principal causa de muerte en Medellín por muchos años a partir de 1986, y estima una tasa de homicidios en 1991 de 388/100.000 habitantes, entre las más altas del mundo16.
En 1987, en un análisis epidemiológico de la violencia colombiana, Héctor Abad Gómez afirmó que esta no era algo innato o genético, sino más bien cultural17; hipótesis validada por los súbitos y drásticos aumentos de las tasas de homicidios en Colombia asociadas con eventos políticos o sociales, que descartan una hipótesis genética.
Héctor Abad Gómez sabía que, como decía Virchow, «la política es medicina a gran escala». Por esa razón decidió inscribirse como precandidato para ser alcalde de Medellín por el Partido Liberal en las elecciones de 1988. Sin embargo, fue asesinado por sicarios el 25 de agosto de 1987 en una calle de Medellín, mientras acudía en compañía de un discípulo suyo al velorio de otro profesor universitario. La forma trágica e inexplicable de su prematura muerte todavía recibe rechazo en todos los estamentos sociales, políticos y académicos, tanto en Colombia como en el extranjero.
Fue un inquieto visionario comprometido con la salud pública y las causas sociales que anduvo siempre en busca de nuevos caminos. A él se aplica lo dicho por Gregorio Gutiérrez González, un poeta coterráneo de Héctor Abad Gómez: «Como el cocuyo (insecto luminoso, llamado también luciérnaga), el genio tuyo ostenta su fanal. Huyendo de la luz, la luz llevando, sigue alumbrando las mismas sombras que buscando va».