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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versión impresa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.80 no.5  may. 2005

 

SECCIÓN HISTÓRICA


EL TRATADO ELEMENTAL DE LAS ENFERMEDADES 
DE LOS OJOS DE LORENZO BARÓ (1899) (I)

LÓPEZ DE LETONA C1

En nuestra continua búsqueda de asuntos de contenido histórico oftalmológico hemos encontrado un curioso folleto de reducidas dimensiones (Exactamente 11 x 16 cm) que se editó en Zaragoza en la imprenta del Heraldo de Aragón en 1899, su autor era Lorenzo Baró quien al parecer trabajaba en el Instituto Rubio de terapéutica operatoria.

Dicha institución, como es sabido, había sido fundada a finales del siglo XIX por el médico gaditano Federico Rubio y Galli para solucionar quirúrgicamente problemas diagnósticos no susceptibles de tratamiento médico. En realidad fue el vivero donde acudieron la mayoría de los especialistas quirúrgicos que desarrollaron su tarea aquí entre las ultimas décadas el siglo XIX y primeras del XX.

Nuestro autor debió residir en la capital de España, exactamente en la plaza de Bilbao número 8, probablemente se trata de la actual Glorieta del mismo nombre.

Lo cierto es que Lorenzo Baró como la mayoría de los especialistas de entonces y aun de los tiempos presentes había estado un tiempo en Francia y en concreto en Paris al lado de Louis De Wecker, no puede extrañarnos por tanto el hecho de que el prestigioso oftalmólogo francés prologase la obra de quien había sido su discípulo español.

Previamente Lorenzo Baró dedicaba una breve introducción a los médicos rurales a los que iba dirigida «La obrita», su intención es sencillamente la de facilitar la tarea de sus colegas rurales ya que en ocasiones el hecho de desplazarse hasta un centro especializado era muy dificultoso para los enfermos, cuando no imposible, dadas las distancias existentes y lo poco desarrollados que estaban aun los medios de locomoción.

En este mismo sentido se expresaba el prologuista, en realidad el tal prólogo venía a ser una carta dirigida a Baró y redactada en el mes de noviembre del año anterior.

Afirma que la obra que prologa prevendrá la aparición de diversas afecciones oculares, casi de carácter crónico por entonces, era el caso de la muy vista oftalmía de los recién nacidos, esta afección era diagnosticada en muchas ocasiones por el médico generalista después de varios días o semanas del nacimiento de los niños.

Caso parecido era el de las afecciones eructivas de la córnea, debía evitarse la clásica medicación a base de midriáticos o mioticos.

Hace también referencia a la ceguera en general y sobre todo al glaucoma que no debía confundirse con la catarata. Habla también de la amaurosis a la que describe de un modo un tanto literario como una enfermedad en la que «el médico y el enfermo nada vemos».

Probablemente aun por entonces el término amaurosis seria equiparable al de «Gota serena» frecuente en los textos oftalmologicos españoles de mediados del siglo XIX, el único hecho cierto era la ceguera sin que se encontrase aparentemente ningún factor etiológico o exploratorio que la justificase.

En suma a juicio del ilustre oftalmólogo francés el Tratado sería de gran utilidad para el uso de los médicos prácticos.

La obra se divide en dos partes, la primera la comentaremos en este artículo en tanto que el resto de los contenidos serán recogidos en el siguiente.

En la primera parte de nuestra obra de recogen «Grosso modo» los defectos de refracción del ojo, la visualización de los colores y la manera de explorar el órgano visual y sus anejos, mientras que en la segunda ofrece algunas nociones de terapéutica general, describiendo luego las afecciones de córnea, esclerótica, retina, nervio óptico vítreo, músculos oculares, aparato lagrimal y párpados, todo por este orden.

Ya de entrada como expondremos al final sorprende un tanto el modo un tanto desordenado de exponer las materias, cosa que no habíamos observado en ningún libro de oftalmología de los varios que hemos comentado.

Comienza fijando su atención en la refracción, es decir las conocidas miopía, hipermetropía, presbicia o astigtmatismo. Curiosamente al ojo hemétrope lo llama «emmetrope». Enseguida nos damos cuenta que más que describir cada defecto se fija sobre todo en el tipo de lentes correctoras que deben utilizarse en cada caso, describiendo incluso los vidrios cilíndricos.

En cuanto a la percepción de los colores hace mención a la discromatopsia (dificultad de distinguir unos colores de otros) o la acromatopsia , fijándose de modo especial en el daltonismo, afección que describió por vez primera el inglés Dalton que la padecía, al darse cuenta que no distinguía entre el rojo y el verde.

Se refiere también a la ley de Donders que debía ser una escala en la cual se cuantificaba el grado de percepción colorimétrica.

También se refiere al campo visual al que define como a la extensión visual vertical y horizontal que puede percibir un ojo humano. Aprovecha para ofrecernos la descripción de un rudimentario campímetro diseñado por su maestro. Venía a ser un encerado dividido en múltiples retículos que se movía ante el paciente por un sistema de engranajes apuntándose en cada retículo si éste era percibido o no por el ojo explorado.

En cuanto a la exploración del ojo afirma que de entrada ésta debe hacerse sin aparatos, bien por el examen visual o la iluminación simple, identificando cada estructura y por ejemplo evertiendo los párpados, si fuese necesario mediante el elevador.

Finaliza esta primera parte refiriéndose al oftalmoscopio, ya conocido por entonces (recordemos que era 1899). Insiste en la utilidad de este aparato y sus amplias posibilidades diagnósticas, sin embargo su uso aun no debía estar muy generalizado en los servicios oftalmológicos.

Incluso afirma la posibilidad de diagnosticar los defectos de la refracción por el uso del oftalmoscopio basándose en el grado de movilidad del reflejo luminoso exploratorio.


1IOBA. Valladolid

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