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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versión impresa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.80 no.9  sep. 2005

 

SECCIÓN HISTÓRICA


LA CEGUERA Y OTRAS ENFERMEDADES OCULARES EN LAS NOVELAS DE GALDÓS (I)

BARBÓN-GARCÍA JJ1, ÁLVAREZ-SUÁREZ ML2, SÁNCHEZ-TABAR L3

 

La obra de Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920), continúa teniendo una gran aceptación, a pesar de los años transcurridos, y mantiene un alto nivel de reediciones y de lectura. La amplia producción literaria [32 novelas (tabla I), 46 Episodios nacionales y 24 obras de teatro], unida a su fuerza narrativa hacen que sea reconocido (después de Cervantes) como el más grande novelista en lengua española, comparable a Dickens, Balzac o Dostoievsky. Vamos a describir las múltiples referencias a problemas oculares que Galdós hace en sus novelas, y cómo la ceguera que acaba sufriendo el propio autor aparece de forma reiterada en sus personajes, sobre todo en su etapa final, con un indudable carácter premonitorio primero y luego autobiográfico. En su vida personal la pérdida de visión por cataratas que arrastraba desde 1900 se convirtió en ceguera a partir de 1910; las intervenciones realizadas por el Dr. Márquez no obtuvieron buen resultado y el viejo escritor vivió los últimos diez años ciego, en la pobreza y el olvido.

En el s. XIX, la industrialización y el progreso científico cambian los modos de vida y el realismo surge como el movimiento literario que busca la fiel reproducción del mundo cotidiano. El lenguaje novelesco gana en sencillez, se recoge el habla coloquial, abundan los diálogos y se describen los lugares de trabajo y los arrabales de las ciudades.


Retrato de Galdós joven.

Las 7 novelas de la primera época, además de la incompleta Rosalía, son muy románticas tanto en el argumento como en lo narrativo. Marianela, cuenta la historia de amor entre una muchacha pobre, inculta y algo monstruosa, la Nela, y el joven ciego al que hace de lazarillo. El muchacho recupera la vista gracias a una intervención de cataratas y Nela, que habitaba un mundo ilusiones y amor platónico, pierde el sentido de su existencia y muere de vergüenza y despecho. El doctor Teodoro Golfín, que había adquirido en sus viajes por Europa «los progresos de la ciencia oftálmica» relata con detalle el examen ocular del joven: una catarata congénita «tabique inoportuno» y una fisura de iris «la pupila necesita que pongamos la mano en ella» pero la catóptrica no indica lesión retiniana ni de los nervios de la visión: «hay síntomas de que su Majestad la retina se halla quizás dispuesta a recibir los rayos lumínicos que se le quieren presentar. Su Alteza el humor vítreo probablemente no tenga novedad...». La operación sobre el ojo «maravilloso recinto cuya construcción es compendio y abreviado resumen de la inmensa arquitectura del universo» nos describe en términos muy literarios una extracción intracapsular «... rompiendo uno de los más delicados organismos: la córnea; apoderarse del cristalino y echarlo fuera, respetando la hialoides y tratando con la mayor consideración el humor vítreo». Sin embargo, la excelente recuperación visual de este ciego de nacimiento «después de tratar la aberración de la esfericidad por medio de lentes» como argumento principal resulta insostenible a los principios de la ambliopía. La muerte de Marianela para evitar el descubrimiento de su fealdad por parte del amado concuerda con la idea, arraigada en el s. XIX, según la cual la enfermedad e incluso la muerte podía ser desencadenada por la propia voluntad.

Años más tarde, en la novela dialogada Realidad, utiliza las cataratas en sentido metafórico, para expresar la inocencia del marido engañado al que un amigo desea descubrirle la infidelidad de su esposa: «...que para todo tiene vista de lince y solo para las desviaciones de su mujer padece de cataratas. ¡Yo se las batiré, como hay Dios!...» La muerte del amante hace innecesaria la delación, librando al amigo «... de la desagradabilísima operación de batir las cataratas a nuestro buen Orozco ... es cosa muy fuerte, pero tan fuerte que si yo me hallara en el triste caso de ser operado así, cree que mi primer impulso habría de ser romperle los ojos al oculista».

En las Novelas contemporáneas, que abarcan el resto de su producción, el idealismo romántico se sustituye por la observación de la realidad cotidiana, muchas veces en sus aspectos más sórdidos, pero no sólo como una descripción fiel de la vida española del s. XIX, sino que de forma genérica, los personajes y situaciones trascienden cualquier localismo adquiriendo en sus conflictos, intereses y valores un sentido universal.

En La de Bringas, continuación de Tormento, nos muestra la corrupta trama de sobornos y recomendaciones de la Corte de Isabel II, en una sociedad con un desmedido afán de ostentación. Rosalía Bringas es una respetable esposa que acaba tomando como amante a un opulento personaje para mantener su elevado tren de vida, pero será en vano, ya que bajo su apariencia acaudalada oculta también una situación económica ruinosa. Su marido, don Francisco, burócrata intermedio de palacio, queda ciego temporalmente para recalcar el triste papel de esposo engañado, que se niega a ver los lujos excesivos de su mujer y a donde la conducen. Nuevamente aparece «el sabio oculista» Teodoro Golfin, quien lo diagnostica de «un poco de conjuntivitis» y le pauta cama, vendaje ocular y atropina. Los costes de las visitas y curas médicas son un motivo de honda preocupación para Bringas: «Cuando pienso en la cuenta que me va a poner esta Santa Lucía con gabán me tiemblan las carnes. Él me curará los de la cara pero me sacará un ojo del bolsillo...» y trata de aparentar la más humilde posición para reducir «el escopetazo», ya que «los especialistas célebres tienen siempre en cuenta, al pedir los honorarios, la fortuna del enfermo». Ciertamente se refiere a una queratoconjuntivitis con una severa pérdida visual asociada (de las que no tenemos ahora).

Lo prohibido, es una novela repleta de enfermedades y muerte que traducen la decadencia, para Galdós sin remedio, de la alta sociedad madrileña de fin de siglo. Rafael, el tío del protagonista, padecía una dacriocistitis crónica que el autor relata en tono jocoso: «... irritación crónica del aparato lagrimal, que a veces, principalmente en invierno, le ponía los ojos tan húmedos y encendidos como si estuviera llorando a moco y baba ... Por esto y su costumbre de ostentar a cada instante el blanco lienzo en la mano ... llamaban a mi tío la Verónica». Otro personaje secundario se queda ciego en un corto período de tiempo y se convierte en un marginado social y laboral: «Desde el año anterior había empezado a padecer de la vista, y perdiéndola de forma gradual y rápidamente, a la fecha de la que escribo estaba ciego del todo... El pobrecito se hacía la ilusión de que veía algo y los amigos cuidábamos de no quitársela por completo».


1 -Licenciado en Medicina. Servicio de Oftalmología. Hospital San Agustín de Avilés. Asturias. España. 
E-mail: jjbarbon@telecable.es
2 Doctor en Medicina. Servicio de Oftalmología. Hospital Álvarez-Buylla de Mieres. Asturias. España.
3 Licenciado en Medicina. Servicio de Oftalmología. Hospital Álvarez-Buylla de Mieres. Asturias. España.

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