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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versión impresa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.81 no.2  feb. 2006

 

NECROLÓGICA

 

Demetrio Pita en la memoria y en el corazón

 

 

Sánchez Salorio M.

 

Tenía amable el gesto, generoso el corazón, siempre dispuesta la empatía y el Ego —su tan querido y cultivado Ego— a flor de piel. Hablaba y fumaba sin parar. Era bueno, omnívoro, barroco, exuberante, vital, optimista y cariñoso. Tenía volumen, peso, coraje, personalidad y consistencia. Nunca y en ningún lugar pasó desapercibido. Allí donde se encontrase su presencia siempre se notaba. Sabía muchas cosas y las contaba con fruición e inteligencia poco comunes.

Y esa es ahora para mí la primera y más lacerante contradicción: tener que referirme a Demetrio Pita diciendo «era», «tenía», «sabía».

Porque para todos aquellos que lo conocimos en ese momento crucial de nuestras vidas en el que la propia personalidad se va nutriendo y enriqueciendo de aportaciones que nos llegan desde los demás Demetrio Pita sigue y seguirá existiendo. Porque la convivencia en aquellos años representó para todos una experiencia vital tan original y enriquecedora que la tenemos ya incorporada a nuestra memoria más profunda lo que equivale a decir a lo que realmente somos. Porque somos, claro está, hijos de nuestros padres pero también lo somos, y muy especialmente, de las experiencias de nuestra infancia y de nuestra juventud: de los libros que leímos, de las canciones que cantamos, de los amores que gozamos o sufrimos, de los amigos con los que nos identificamos, compartiendo proyectos e ilusiones, éxitos y fracasos.

Pues bien, para mí y para algunos de los que ahora me están escuchando, durante esos años de Santiago de Compostela Demetrio Pita fue el ejemplo más cabal y casi perfecto de lo que podría llamarse una amistad itinerante. De ese proceso en que los amigos hacen un mismo camino ayudándose y animándose mutuamente (en algún lugar Aristóteles dejó escrito: la amistad es lo más necesario para la vida. Eso es muy cierto cuando empezamos pero quizás no lo sea tanto cuando recapitulamos. Se crece con los demás pero uno se muere solo. Con precisión y belleza difíciles de igualar dice el verso de Cernuda: «¿cómo es posible soledad llenarte si no es contigo misma?»).

Esa imagen del Demetrio juvenil aprendiz de oftalmólogo y compañero itinerante es lo primero que aparece en el escenario de la memoria al intentar cumplir el honroso encargo de la Sociedad Gallega de Oftalmología de glosar ante ustedes su figura y su significado.

Una manera, bien legítima por cierto, de cumplimentar el encargo podría consistir en exponer y comentar su brillantísimo curriculum académico y profesional. Pero no voy a hacerlo. No solo porque es de todos sobradamente conocido sino porque pienso que al Ego, a la inteligencia y a la curiosidad de Demetrio Pita le gustaría mucho más lo que vamos a intentar: bucear en la memoria para tratar de encontrar y sacar a flote algunas de las claves de su personalidad. Algo así como su genealogía personal.

En primer lugar Demetrio Pita representa para mí el prototipo de aquellas personas que desde muy pronto y con mucha precisión saben lo que quieren ser. Dilthey escribió que la vida es una misteriosa trama de azar, destino y carácter. El azar hizo que Demetrio percibiese muy precozmente su destino. Ese destino era la cátedra universitaria. En nuestra familia nos sucedió a muchos algo similar. El modelo inductor fue nuestro tío común Juan José Barcia Goyanes. Catedrático de Anatomía, pionero de la Neurología, de la Psiquiatría y de la Neurocirugía en España, Decano y Rector en Valencia, escritor y humanista representó desde muy pronto el espejo donde mirarnos y el ejemplo a imitar. En el caso de Demetrio Pita el troquel actuó muy directamente pues estudió toda la carrera de medicina en Valencia. Viviendo y compartiendo, no sólo la casa, sino también la misma obsesión de llegar a ser catedráticos de nuestros primos Juan Luis y Demetrio Barcia Salorio.

Muchas veces he recordado el valor formativo y «organizador» de la gran pregunta que Aristóteles plantea en la Ética a Nicómaco: «¿Busca el Arquero blanco para sus flechas y no hemos de buscarlo nosotros para nuestras vidas?».

Demetrio Pita Salorio no tuvo que andar buscando una diana a la que valiese la pena apuntar y disparar su vida. El azar se la puso delante al despuntar la adolescencia. A esa llamada tan precoz y claramente manifestada Demetrio respondió con dedicación, energía y estrategia realmente fantásticas. En aquella época acceder a una cátedra pasaba por hacer y ganar las míticas oposiciones y Demetrio Pita fue el opositor más brillante de todos los opositores que en la historia de la oftalmología española han sido. Que desde la perspectiva de hoy toda aquella representación barroca y gesticulante se nos aparezca como anacrónica en nada invalida el mérito de Demetrio Pita en asumirla y ejercerla.

Desde su llegada recién licenciado a Santiago Demetrio fue un agente importantísimo de aquello que en ocasión para nosotros memorable Giambatista Bietti designó como la «Baby School of Compostela». Junto a Julián García Sánchez fue su principal agente dinamizador.

A todos ayudó y a todos contagió optimismo y ambición. Nada nos parecía imposible. Salvando las distancias, claro está, podríamos recordar lo que se dice en el comienzo de la Eneida: «pudieron hacerlo porque creyeron que podían hacerlo».

De esa época siempre recordaré los avatares de la redacción de la ponencia sobre Retinopatías vasculares que representó nuestro primer gran reto colectivo. En esa tarea se fraguó el triunvirato: Julián García Sánchez, Demetrio Pita y Charo Gallego que tan determinante fue para que la Cátedra y el Servicio de Oftalmología fuesen organizaciones —o desorganizaciones— creativas. Tribus con alma.

También fue muy importante su obsesión por transmitir a los demás el hábito y el gusto por el estudio. Demetrio se movía por los trece tomos del Duke-Elder como por el pasillo de su casa. Cuando se marchó de Santiago a Pepe García Campos, probablemente su discípulo predilecto le dejó pegado en el espejo un papel en el que le había escrito una sola palabra: estudia.

Ya catedrático, Demetrio se enfrentó casi en solitario con el difícil desafío de entrar y triunfar en Barcelona. Los comienzos no pudieron ser más brillantes: jugó sus naipes con astucia y decisión, renovó el Servicio de Oftalmología del Hospital Clínico y en la Clínica Platón inició su sorprendente carrera de oftalmólogo-empresario. Sobre lo que sucedió a continuación mi información es mucho menos directa. No el afecto pero sí los caminos fueron divergiendo. No es la distancia sino el crecimiento lo que separa a los seres.

A Santiago de vez en cuando llegaban extrañas noticias como la de compras de clínicas enteras con sus oftalmólogos dentro o la de pleitos ultramillonarios que se ganaban in extremis cuando todos los creían perdidos. En una de las pocas ocasiones que hablé con Demetrio de estas aventuras me dijo: «Convéncete primo, lo importante no es ser el jefe sino el dueño».

Pero el éxito económico nunca le impidió esa forma suprema de sabiduría que consiste en ser capaz de reírse —o al menos sonreírse— de sí mismo. Ni tampoco le rebajó nunca la pasión por enseñar. Su escenario predilecto fue la tarima y su género más propio la lección magistral. La gran lección como representación y streap-tease personal. Con enorme alegría he recibido estos días el testimonio coincidente de dos oftalmólogos bien eminentes. Tanto Carlos Vergés como Luis Arias me aseguran que su decisión de hacerse oftalmólogos surgió motivada por las clases deslumbrantes de Demetrio Pita. Y ese sigue siendo todavía el gran test para un docente: «por sus frutos los conoceréis».

Ahora todo eso acabó. La opacidad y el sin sentido de la muerte no permite hacerse muchas ilusiones. Pero queda el mensaje. En La Euforia Perpetua un gran libro de Pascal Brúckner acabo de leer la definición que un niño de cuatro años da sobre lo que es la vida. Dice el niño: vivir es hablar, reírse, darse besos. Abrirse a los demás. A mí me parece que ese podría ser también el mensaje de Demetrio Pita Salorio.

Al menos el para mí mejor Demetrio: aquel que conocimos y disfrutamos en Santiago de Compostela en los tiempos de la Baby School.

Descanse en paz.

(Palabras pronunciadas por el autor en
la XXXII Reunión de la Sociedad Gallega de Oftalmología. 
Pontevedra. Enero 2006)

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