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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

Print version ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.81 n.5  May. 2006

 

CARTA AL DIRECTOR

 

Oncocercosis: una forma de vivir

Onchocerciasis: one way of living

 

 

Todo comenzó hace tres años. Estaba trabajando con la ONG SED (Solidaridad, Educación y Desarrollo) en un pequeño hospital, Saint Patrick, en Ofinso, Kumasi-Ghana. Nuestra labor era la de abrir un campo de trabajo oftalmológico.

Recuerdo que aquella consulta solo contaba con una vieja lámpara de hendidura y un tonómetro de Schiotz. A pesar de esa carestía de medios, se agolpaban cientos de personas diariamente para encontrar solución a sus terribles problemas oftálmicos. Un oftalmólogo, el Dr. Michael, y su asistente George, se encargaban de diagnosticar y tratar todo lo que buenamente podían.

Compartí con ellos un tiempo, el suficiente para ilusionarme con crear una bonita unidad oftalmológica y tomé nota de todas las necesidades acuciantes que tenían. Me comprometí que el año siguiente, llevaría otro tonómetro, unos optotipos, e incluso un autorrefractómetro. Me había metido en el equipo de Saint Patrick y era un reto personal.

Ya desde allí, empecé a realizar mis primeros contactos. Pero, un día, a la salida del bloque operatorio, el cual contaba con mínimos, apareció la figura ante mí, de un cura. Vestía sotana y alzacuellos, y el día era de más de 40 grados. Preguntó por mí, lo que me dejó más perplejo, allí no me conoce nadie. Se había enterado de la presencia de un oftalmólogo blanco que venía de Europa, y me contó una historia desgarradora. Me habló de un lugar donde todos están ciegos. Cerca de allí vivía este hombre llamado Thomas, en el norte de Benin, en la encrucijada con Burkina Faso y Togo, en una ciudad llamada Tanguietá.

Le escuché atentamente y le expliqué mi proyecto con el Hospital de Ghana. Él me dio las gracias por mi ayuda, pero me pidió que no les olvidara. Al despedirnos nos dimos las direcciones y desapareció. La verdad es que me dejó atónito con todos los relatos y reconozco que me costó centrarme en la empresa en la que me había comprometido.

Cuando volví a Valencia, conté las necesidades y el estudio de los medios que se necesitaban para hacer un servicio decente de oftalmología. SED me ayudó económicamente a comprar aparatos, y fue en el Congreso Nacional de Sevilla, donde adquirí hasta 10 instrumentos (optotipos, autorrefractómetro, tonómetro, biómetro, queratómetro, lente de campo amplio, frontofocómetro, una caja de cristales para graduar y un montura de pruebas, y un microscopio portátil para el quirófano). Soñaba con el día de mi regreso allí, y con la cara de alegría que pondrían el Dr. Michael y especialmente mi amigo George.

Poco tiempo antes de mi viaje a Ghana, recibí una carta del padre Thomas. Me enviaba unas fotos, y me pedía que no le olvidara. Era un grito de auxilio, y al terminar de leerla me quedé un tiempo tratando de imaginar cómo podría ser un sitio donde todos sus habitantes fueran ciegos …

En agosto, volvimos a Ofinso. Y a pesar de que sabían que regresábamos, no sabían nada de los aparatos. Sólo pensar en la sorpresa me emocionaba. Y así fue, después de problemas en la frontera del aeropuerto de Accra, el horrible tema de estos países, desde donde pongo mi denuncia, llegamos al centro del país. Viajamos esos trescientos kilómetros por la noche y bajo la lluvia. Pero el cansancio se trasformó en una inmensa alegría y nunca olvidaré aquellos rostros, la expresión incrédula de sus caras al ver todo lo que íbamos desembalando. Pronto los montamos y les enseñé a utilizarlos. Por cierto, que fue el gobernador quien estrenó el autorefractómetro.

La consulta era fluida, y el sueño de hacía un año se había hecho realidad. Incluso operamos varias cataratas el primer día para comprobar el microscopio.

Una tarde vino George a visitarme a mi casita, que por cierto estaba dentro del hospital y de repente alguien golpeó la puerta. Era el padre Thomas. Se alegró mucho de verme, pero me preguntó por qué no le había respondido a su carta. Eso me dejó sin palabras. Sólo pude contestarle que estaba muy concentrado en el proyecto de Ghana. Él agradeció mi esfuerzo, pero me recordó que también hay un sitio en África, donde «la ceguera era una forma de vida» … y esa idea de compartir una vida con la imposibilidad de ver, en toda una población, se apoderó de mí. Ya no podía haber más largas, había cumplido con el objetivo de la consulta en Saint Patrick y tenía que ir a Tanguietá. Así que me comprometí con el cura en visitarle al año siguiente, y visitar esa aldea de ciegos.

Los meses pasaron, y aunque me quise informar sobre ese lugar, nadie sabía nada. Lo cierto es que iba a ir solo a visitar un lugar que nadie conocía y con un hombre con quien había tenido varias conversaciones, eso sí, muy conmovedoras. Pero el día llegó, y en agosto de 2005 acudí a Cotonou, la capital de Benin. En un aeropuerto oscuro, casi diría lúgubre, se agolpaban cientos de personas y recuerdo que todos chillaban. Era de noche y entre las caras de la gente que esperaba, reconocí al padre Thomas. La gente me miraba de forma extraña, posiblemente porque era blanco y se me había ocurrido ir a un país como ese.

Al día siguiente, tras atravesar todo el país llegamos al norte, a Tanguietá. Posiblemente uno de los sitios más pobres del planeta. Llegamos al anochecer, puesto que habíamos recorrido todo el territorio de sur a norte por horribles carreteras.

Tras descansar, pronto en la mañana, nos dirigimos a una aldea, a poca distancia de Tanguietá. Y pude observar que bajo un árbol estaban sentadas unas personas que eran ayudadas a levantarse por unos chicos. Los acercaron a donde yo estaba mientras yo escuchaba atentamente las escalofriantes narraciones del padre Thomas. Eran ciegos. Pronto conocí a Jean. Un joven, único que hablaba francés, porque era el único que había estudiado en Braille, y por quien llegué a conocer que es lo pasaba allí. Me contó que casi todos los que vivían allí estaban ciegos y que habían más aldeas con ciegos. Ese mismo día acudí al Hospital de San Juan de Dios, donde hay dos monjas españolas, y un misionero italiano, que además es cirujano. Ellos me aclararon mucho más .

Recuerdo que llevamos a unas diez personas, en la parte de atrás de una furgoneta, todas ciegas, al hospital, para verlas en una vieja pero útil lámpara de hendidura. Las córneas estaban esclerosadas (fig. 1). Al terminar de revisarles, repasé la literatura y los comentarios del misionero …


Fig. 1. Córneas esclerosadas.

Causada por la microfilaria Onchocerca Volvulus. Endémica del África central y occidental, así como de centro y sur América. Transmitida por dípteros hematófagos del género Simulium en las aguas estancadas. La hembra adulta transmite las larvas al ser humano. Éstas se diseminan por vía subcutánea y maduran a gusanos adultos. Llegan a medir hasta 50 cm y pueden vivir hasta 10 años. Las hembras producen millones de micrifilarias. Hay entre 8 a 10 millones de infectados en el mundo y 1 millón están ciegos. La visión se pierde por queratitis esclerosante, uveítis crónica anterior, coriorretinitis o neuritis óptica. Hoy en día la Ivermectina, que impide la separación de las microfilarias de la hembra adulta, es el mayor avance terapéutico no al alcance de todos.

Estaba claro, era la ceguera de los ríos, era la oncocercosis. Con aquellos medios no podía pasar de visualizar las córneas. Pero el misionero italiano, que hacía de todo, me contó que había visto a gente infectada por estos gusanos con córneas claras y que no veían … sería por tanto problemas del polo posterior.

Tras aquellos días en la zona de Tanguietá, de pasar a Burkina y a Togo, con el padre Thomas, de hablar mucho sobre lo poco que hacemos por ellos, volví con un terrible sabor de boca. Esa plaga destroza a millones de personas en el mundo. Y parece que no se detiene porque están abandonados a su suerte. También podría hablaros de la úlcera de Buruli, que ayudé a mitigar en Bouaké-Costa de Marfil, o de las simples triquiasis que llegan a destrozar córneas que ví en Backombel-Senegal.

Nos necesitan. Y confían que algún día iremos a salvarles, hasta ese momento ellos vivirán ciegos y habrá muchos más, porque la oncocercosis se ha convertido en su forma de vida.

Torres T.
Doctor en Medicina. Oftalmólogo
Profesor Oftalmología del Master Medicina y Cirugía Tropical de Valencia
E-mail: tioma@comv.es

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