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Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología

versión impresa ISSN 0365-6691

Arch Soc Esp Oftalmol vol.84 no.2  feb. 2009

 

NECROLÓGICA

 

Antonio de Damborenea Terroba. (Bilbao, 18 enero 1928 - Bilbao, 12 octubre 2008)

 

 

Fernández-Vega Sanz L.1

1 Catedrático de Oftalmología. E-mail: prof.luis@fernandez-vega.com

 

 

Antonio de Damborenea ha muerto. Ha muerto un gran oftalmólogo y una gran persona.

Cuando me pidieron que escribiese unas líneas sobre él y a pesar de que ya han pasado unos meses de su fallecimiento lo hago con la emoción de mis recuerdos de Dambo que me retrotraen a mi niñez y a mi juventud.

Por ello, hoy tengo el corazón entristecido por ese adiós doloroso que tengo que añadir a mis largos adioses. Vivir, seguir viviendo, como decía S. Agustín, es ir despidiéndose de las personas que has querido mucho. El camino uno lo debe seguir cada vez más sólo pues así lo mandan las leyes ininteligibles de la naturaleza.

Antonio era amigo íntimo de mi familia sobre todo de padre pues era sobrino de Ramón Castroviejo y eso hizo que su relación con nosotros fuese cada vez más intensa.

Mi padre, becario de Castroviejo en el año 1952 y posteriormente secretario de la asociación de becarios, conoció a Antonio por aquellos años y desde entonces mantuvieron e incrementaron su relación. Eso hizo que yo pudiese heredar la amistad y que a pesar de la diferencia de edad lo considerase como un amigo personal y un maestro por la cantidad de oftalmología práctica que me enseñó y también por los consejos, siempre certeros, que me brindó.

La idea de llegar a ser oftalmólogo comenzó en su adolescencia debido al cariño y admiración que le inspiraba un tío suyo cirujano y sobre todo la figura de Ramón Castroviejo, primo de su padre y con el que tenía una gran relación personal.

Estudió medicina en Valladolid y desde el principio estuvo vinculado a la oftalmología siendo alumno interno del Prof. Díaz Caneja y con el Dr. José Lorente, encargado de cátedra y quien llegó a ser para él un verdadero maestro y un gran amigo.

Ya con la licenciatura terminada y después de un periplo por distintas clínicas con eminentes oftalmólogos, decidió irse a EE.UU. con el Dr. Castroviejo cuando corría el año 1953. Allí aprendió todas las técnicas nuevas del momento y tuvo contacto con numerosos oftalmólogos que después fueron primeras espadas en sus países respectivos.

En el año 1955 fue contratado en el San Vincent Hospital lo que todavía ayudó a completar más su formación. También en esa época tuvo la posibilidad de conocer al Dr. Byron Smith con quien perfeccionó sus conocimientos de la cirugía oculoplástica.

En el año 1956 regresó a Bilbao donde ejerció hasta su fallecimiento, convirtiéndose en uno de los oftalmólogos más importantes de su ciudad, pasando por su consulta miles de pacientes a los que atendía con gran dedicación y solucionaba sus problemas por lo que tuvo el agradecimiento de todos ellos. Asimismo formó a un numeroso grupo de oftalmólogos que hoy día son dignos representantes de su maestro.

Byron le visitaba prácticamente todos los años pasando unos días en Bilbao, donde operaban muchos casos y recordaban viejos tiempos, cosa que también hacía el propio Castroviejo.

Su espíritu inquieto y su experiencia americana le hizo crear el banco de ojos de Vizcaya para de esa manera poder realizar transplantes de córnea; posteriormente fundó la Sociedad Oftalmológica del Norte.

Toda esa gran formación que tuvo, hizo que Antonio se convirtiese en un oftalmólogo completo, a la antigua usanza, pues era capaz en el mismo parte de quirófano de operar una catarata con una extraordinaria habilidad, heredada de su tío y acto seguido realizar una vitrectomía para tratar un desprendimiento de retina y posteriormente intervenir una ptosis palpebral, cirugía que hacía divinamente, gracias a su aprendizaje con Byron Smith. Podría finalizar ese día corrigiendo el estrabismo de un niño. Es decir, tenía una formación tan completa que le hacía ser un oftalmólogo enciclopedista, capaz de resolver él sólo cualquier patología ocular sin tener que enviarlo a ningún especialista.

Sin embargo, Antonio no era amigo de presentar cosas en los congresos, sino que iba a ellos para estar al día y mantener reciclados todos sus conocimientos. Esto hizo que quizá los oftalmólogos no conociesen bien la formación que tenía, salvo sus amigos más íntimos y sobre todo sus pacientes.

Antonio durante muchos años colaboró con Médicos Mundi e iba a Ruanda su mes de vacaciones para ayudar a los más desfavorecidos. Allí resolvía todo tipo de problemas oculares y yo tuve la grandísima suerte de poder acompañarle un verano. Operamos cientos de casos, me enseñó muchas técnicas y trucos quirúrgicos a la vez que me explicaba muchas de sus teorías impregnadas de un gran sentido común. Por eso digo que me considero uno de sus discípulos.

Durante muchos años también fuimos juntos a la Academia Americana en épocas donde eran pocos los oftalmólogos españoles que acudían. Era muy gratificante ver cómo se desenvolvía en ese ambiente y la cantidad de amigos que tenía entre los oftalmólogos extranjeros de primer nivel que lo respetaban enormemente tanto pesonal como profesionalmente.

Antonio por tanto era, como he dicho, un magnífico oftalmólogo pero también una gran persona y su familia tiene que estar muy orgullosa de todo lo que él ha hecho y del legado personal que les deja.

La continuidad en la profesión la representa Ramón y yo sé lo contento que estaba de que su hijo pudiese heredar sus conocimientos.

A Elena y al resto de los hermanos les envío mi abrazo más afectuoso y a Dambo mi cariño, mi afecto y el recuerdo imborrable que dejan sólo algunos elegidos.

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