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Index de Enfermería

On-line version ISSN 1699-5988Print version ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.13 n.44-45 Granada  2004

 

MISCELÁNEA


HISTORIA Y VIDA

El afrontamiento y la pérdida.
VISIONES POSITIVAS DE LA LABOR DE UNA CUIDADOR:
NICOLÁS ROBLES GARVÍ

Rafael Montoya Juárez

 

 

DUE, Becario del programa de Jóvenes Investigadores, Fundación Index,
Granada, España.

CORRESPONDENCIA: Centro Gerontológico San Cristóbal. C/ S. Cristóbal nº 54. Las Gabias, Granada, España
enfermerillo@hotmail.com

Manuscrito aceptado el 18.12.03

Resumen Abstract

En este artículo presentamos la vida y la labor realizada como cuidador principal de Nicolás Robles Garví, antiguo conserje de la Facultad de Medicina de Granada. La capacidad de afrontamiento ante el proceso de enfermedad de su mujer, afectada de una demencia, parece estar influida por una trayectoria vital de inquietud y desarrollo personal. Los años que pasó como cuidador, lejos de ser una experiencia traumática, han contribuido a la mejor asimilación de la pérdida de su mujer (psíquica y después física) y a que siga afrontando la vejez de forma íntegra.

THE CONFRONTATION AND THE LOSS. POSITIVES VISIONS OF A MAIN CARER LABOUR: NICOLAS ROBLES GARVÍ

In this paper we introduce the life and the labour of Nicolas Robles Garvin, as a main carer. His life trajectory and personal growth rebounds in the capability of confrontation of his wife illness process, affected with dementia. The years he spent doing this labour had contributed to elaborate better the loss of his wife (Psychological and Physical, afterwards) and to put face to the oldness.

 

Introducción

Con frecuencia escuchamos discursos acerca de la importancia del cuidador familiar. Resulta fácil dejarse guiar por los estereotipos construidos sobre esta figura. Podemos recrear sin mucho esfuerzo la imagen de una mujer cansada, que vive únicamente para su marido o su padre enfermo. Incluso podemos comprender desde un plano meramente intelectual la carga que puede llegar a soportar, el cansancio, los problemas que surgen en su relación con otros cuidadores, etc1. Me gustaría presentar a través de este relato biográfico otros componentes de esta labor que, no por estar más ocultos (dentro de la penumbra que rodea siempre al cuidador), resultan menos importantes.

El afrontamiento es el proceso a través del cual hacemos frente a un acontecimiento estresor, planteándolo en términos neutros y dándole solución. O, tal como lo define Lipowski, las estrategias que pone en juego el individuo ante un problema para mantener su integridad física y psicológica2.

La capacidad de afrontamiento de una persona depende de su trayectoria personal y de los valores y creencias que ha ido incorporando con los años3. Durante toda su vida Nicolás cultivó la inquietud y el desarrollo personal como ejes esenciales. Nunca sabremos hasta dónde hubiera podido llegar en la carrera académica si las circunstancias históricas y sociales hubieran sido otras. La vocación por aprender más, conocer más y abrir caminos nuevos lo llevó a la Facultad de Medicina de Granada, donde se codeó con catedráticos y decanos, a los que trataba de igual a igual, y que verdaderamente llegaron a apreciar a este conserje al que llamaban el "Decanillo".

El contrapunto y la complementariedad a su vida la ponía su mujer. Concha había sido una mujer dinámica y dicharachera y también fue así en la enfermedad. Esto sin duda alivió la penosa carga de cuidar a un familiar afectado de una demencia. Las experiencias relatadas por familiares de enfermos de Alzheimer coinciden en afirmar que el enfermo, aún en los estadios más terminales, es capaz de percibir el cariño, el reproche y la hostilidad. Este caso no es una excepción ya que existe en Nicolás una honda creencia en este sentido ("una persona aunque no tenga toda su lucidez mental al cien por cien, pero algo hay por ahí dentro que les queda que saben distinguir el cariño"). Pero sin duda, lo que más nos puede interesar de este relato es la increíble integridad con la que Nicolás se hizo cargo gradualmente del cuidado de su mujer.

Eriksson, en su modelo de ciclo vital, define la vejez como aquella etapa de la vida en la que se debe optar por afrontar la idea de mortalidad y disfrutar de la vida, o caer en la desesperación de la muerte. Esta opción o crisis vital se complica cuando el sujeto experimenta una pérdida emocional importante, y qué duda cabe que la enfermedad y muerte de un ser querido lo es4. El proceso de elaboración de una pérdida se llama duelo y está íntimamente relacionado con la capacidad de afrontamiento del sujeto que sufre la pérdida. En este caso, Nicolás comenzó a elaborar la pérdida en un duelo anticipado, desde el mismo momento en el que asumió la enfermedad de su mujer. Esto, a mi juicio, tiene dos consecuencias esenciales:

a) la asunción de la pérdida de su mujer, tal y como la había conocido hasta entonces, pudo facilitar cierto "distanciamiento" del objeto de su cuidado, lo que sin duda puede contribuir a afrontar con una mayor tranquilidad el día a día con el enfermo ("no es ella la que me está diciendo eso, es otra persona");

b) el impacto sobre la persona cuando se produce la pérdida física debe de ser en teoría menor5.

Actualmente, Nicolás goza de buena salud y, aunque echa de menos a su mujer cada día, la recuerda como era antes de padecer la enfermedad. El relato biográfico no nos muestra más que una percepción subjetiva de un proceso de afrontamiento y pérdida que sin duda debe ser difícil superar, pero cuando se supera produce un fuerte sentimiento de satisfacción. Este hecho, sin duda, debe colaborar a que Nicolás siga optando, tal y como había venido haciendo hasta hoy, por el crecimiento personal frente a la desesperación.

Bibliografía

1. Díaz Domínguez M, Doménech Cobo N, Elorriaga del Hierro C y S, Ortíz Cabezas A. En casa tenemos un enfermo de Alzheimer. Bilbao: Parke-Davis, 1996.         [ Links ]

2. Zabalegui Yarnoz A, Vidal Milla A, Soler Gómez MD, Latre Méndez E y Fernández Ortega MP. ¿Qué es el afrontamiento? Rev ROL Enferm, 2002; 25(7-8):72-76.         [ Links ]

3. Zabalegui Yarnoz A, Vidal Milla A, Soler Gómez MD, Latre Méndez, E. Análisis empírico del concepto de afrontamiento. Enferm Clínica, 2002; 12(1):29-38.         [ Links ]

4. Fernández Lópiz E. Psicogerontología para educadores. Granada: Universidad, 2002.         [ Links ]

5. Cruz Quintana F, García Caro M, Schmidt Rio-Valle J, Prados Peña D. Enfermería, familia y paciente terminal. Rev ROL Enferm, 2001; 24(10):8-12.         [ Links ]

RELATO BIOGRAFICO

UNA VIDA DE INQUIETUD. Nací en un pueblo de la provincia de Granada llamado Béznar, en el Valle de Lecrín. Como en todos los pueblos, empezamos el colegio a los seis años en una escuela nacional que llamaban entonces. Con un maestro que yo no sé como podía barajar a 61 niños. Unos en tercer grado otros en segundo y otros en primero. Los más mayores le enseñaban las restas a los que no sabían, con las cartillas que le decían entonces.

A los 11 años me sacaron del colegio porque mi padre tenía un comercio. En ese tiempo hubo un gran movimiento de trabajo y de obreros en la zona, porque se hizo el salto de Beznar, y era urgente poner un comercio. La tienda era una enciclopedia, tenía casi de todo. Yo creo que los supermercados de ahora se han copiado de aquella época. Tú piensa que una parte de la tienda era de ropa, de tela que vendíamos porque la gente se hacía sus vestidos y tal. Entonces había una parte que era de comestibles y otra de ropa.

Allí estuve hasta que cayó la Guerra Civil. Entonces un hermano mío, estaba en la parte Republicana, en Murcia. Allí se fueron porque estaban en Armilla y no se sumaron al movimiento. La gente entonces dejó de pagarnos por lo que compraban, así que mi padre me mandó a trabajar al campo. Pero tan poco me gustaba a mí el campo que cuando llevaba siete u ocho meses, aprovechando una orden en el gobierno de Franco que decía que no podía haber más de dos hermanos en la guerra, le dije a mi padre que yo me iba al frente para que mi hermano volviera. Parece una barbaridad, pero así. A los 17 años me fui a descubrir el mundo. Estuve en la guerra hasta que terminó y después de terminar me licenciaron y a los tres meses me llamaron otra vez porque entonces había peligro de entrar en conflicto en la Guerra Europea. Entonces estuve en el ejército cuatro años y medio.

Para entonces mi padre había cerrado la tienda y tenía una empresa de transportes, en aquella época, transportábamos naranjas. Pero a mí tampoco me gustaba, porque los medios de transporte no eran lo que son hoy. Luego estuve de fabricante de aceitunas, comprábamos la aceituna y la vendíamos. Pero entonces hubo una campaña muy mala y perdimos mucho dinero. Así que decidimos dejarlo y como yo tenía vocación de estudiante, me enteré de unas oposiciones que había en Madrid para la universidad. Aprobé en el año 43 y en el 44 entré a trabajar. Cuando vine de Madrid me dijo mi padre; "Ah, que te vas ¿no?, pues ya volverás cuando te falte el dinero". Pero no volví.

"EL DECANILLO". Empecé a trabajar en la Facultad de Medicina como conserje, pero como con el sueldo no me daba de vivir, encontré trabajo en el Colegio de Médicos. A mí me decían "el decanillo", porque el decano a veces no hacía más que firmar y se iba, y yo tenía que estar allí. Luego, al tiempo me sale una representación de material científico, en una casa muy importante en Alemania y por las tardes cuando terminaba mi trabajo iba a la visita médica. La representación no me daba trabajo ninguno porque era el teléfono el que funcionaba. Por las tardes me llamaban al Colegio cuando sabían que estaba y me decían "Oye, que necesito un microscopio o unos matraces". Material fungible o material científico.

Y luego después estando un día Don Miguel Guirao, que era el decano de entonces, le dije que podríamos poner una cafetería. Y se puso las manos en la cabeza y me dijo: "¡Sabe usted lo que ha dicho!, ¡Un bar en una facultad de medicina!". Luego vino Ortí de Landazuri, que era un hombre de todos los terrenos. Trabajaba como un negro. Tenía enfermos y luego se iba al laboratorio y se quedaba muchas veces hasta las dos de la mañana. Por las mañanas amanecía allí, se afeitaba con maquinilla de esas que tenías que ponerle la cuchilla y con jabón malo. Y se hacía tantos cortes que parecía un nazareno cuando iba a dar las clases. Era catedrático de patología médica cuando estábamos en San Juan de Dios. Allí eran garbanzos todos los días para todo el mundo. Entonces la sala estaba al cargo de una monja que era la que llevaba el control de las auxiliares y todo eso y entonces le decía "Tome, compre una pescada para la cama uno, dos y tres". Y eso todos los días. En una ocasión me dijo "¿Te has enterado Robles de que le ha caído muy mal a fulanico, no voy a decir los nombres porque todavía viven, que le cobre a unos y otros no?". Le dije "Sí, estoy bien enterado, lo he sentido con mis oídos". "Yo tengo que cobrarle al que tiene y al que no puedo cobrarle pues no le cobro". Era un hombre extraordinario. Luego se fue a Pamplona a montar allí la facultad de medicina y allí murió. Como los decanos son aves de paso, esperé a que entrara otro decano, y a Don Emilio Muñoz le pareció muy buena idea lo de la cafetería. Como del bar no podía hacerme yo cargo, estuvo en un principio mi mujer.

APARECE LA ENFERMEDAD. A mi mujer, Concha, la conocí cuando jugábamos de niños, lo poco que jugué, hasta que tuve la tienda. Y siempre fue una mujer muy dicharachera, muy dinámica. Daba gusto siempre estar al lado de ella. Yo he sido feliz al lado de ella toda la vida, porque no hemos tenido ni un problema, ni un enfado ni nada. Claro, que partía más de ella que de mí, porque yo tenía mal genio, pero ella era muy alegre, entonces lo que hacía era que tiraba la red por otra parte o empezaba a cantar o me decía "qué guapo eres" para desviarme del mal humor. Pero ya empecé a notarle, ya estábamos los dos solos. Ya llegó un momento en el que le preguntaba "¿Has puesto la lavadora? ¿Es que hay trapos sucios?". Ya empecé a notarle cosas raras, por ejemplo en la comida, me preguntaba: "Oye, ¿cómo hacía yo esto?". Yo me extrañaba mucho, pero no pensaba que pudiera ser Alzheimer. Así que poco a poco, me empecé yo a encargar de todas las cosas sin decirle a ella nada. Ella me decía "¡Hay que ver lo bueno que eres!, para que no trabaje yo, trabajas tú". Nunca le decía "¡no ves que estás tonta!". Cuando estuve en la casa sólo con ella pues yo ponía la lavadora, recogía, tendía, recogía, planchaba, hacía de comer... Yo no había sido cocinero en mi vida, ni me había hecho de comer, porque llegaba tarde de trabajar y ella tampoco me dejaba que me metiese en la cocina. Y así estuve hasta que me vine a casa de mi hija Concha. Salió de ellos decírmelo, "mira te da mucha guerra". Pero yo era feliz pudiendo atender a mi mujer. Mientras yo hubiera estado en condiciones de ayudar, de poder hacer comida, de fregar y de todo eso, nos hubiéramos quedado en nuestra casa hasta mucho después. Y a lo mejor hubiera llegado a ponerse en unas condiciones muy malas, pero yo creo que a mí me hubiera dado igual.

Yo me sentía con ella acompañado. Y mira que a lo mejor llegábamos de dar el paseo, llegábamos aquí y a la media hora te decía "¿vamos a dar un paseíllo?". Además es que se colgaba en el brazo y tenías que tirar de ella. Un día venía Pepe y la Conchi [Yerno e hija] y nos estaban viendo aunque yo no los había visto y decían, "mira mi padre que lleva a mi madre colgada a cuestas".

Hombre, cuando me vine aquí ya descansaba yo. Porque yo me encargaba de la comida, si había que bañarla a veces la bañaba yo. La plancha a veces la ponía ella. La lavadora no, porque no sabía ya darle al botón. Y la comida no, porque ya no se acordaba. Se acordaba de algunas cosas. Yo le preguntaba por ejemplo "¿qué hay que hacerle al arroz?", "Pues el arroz, y hay que echarle tomate, pimiento...", pero no sabía ni cómo, ni cuándo había que echarlo.

LA ALEGRÍA DEL CUIDADOR. Yo conozco a otros familiares de Alzheimer que me contaban toda la tragedia que tenían con su padre, o con otro familiar. Lo que sufrían cuando ya llegaban a un estado terminal. Que se hacían todas sus necesidades en la cama, que no sabían ya ni lo que decían. A una persona que quieres, que has convivido con ella tantos años, y que os habéis querido, ves que ahora es un ser con un retraso mental de tercer grado, y te acuerdas de cómo era esa persona, cómo vivía, y sientes pena. Pero la verdad es que estas personas lo que necesitan por parte de cuidadores o de familiares o lo que sea es un trato lo más cariñoso posible. Yo lo que intentaba por todos los medios hablarle con alegría, decirle que era muy guapa, "¡hay que ver lo bien que te sienta este vestido!", "¡hay que ver que peinado tan bonito!". Y ella se relamía. Es decir, que se daba perfecta cuenta a pesar de que estuviera con una fase muy avanzada.

Dicen que pierden todo. No pierden todo, se dan cuenta de muchas cosas. Porque yo recuerdo que Pepe [yerno] se enfadaba con ella porque no quería comer: "¡Abuela, aquí hay que comer o si no se va usted a su casa!". Y luego me preguntaba a mí, "Nicolás, esto que me ha dicho a mí es de verdad o es de broma". "No. Eso son bromas de Pepe. Tú no le hagas caso".

Cuando salía conmigo todos los días de paseo, y tú sabes que me conoce mucha gente, me paraban y me decían; "¿Qué?, ¿qué tal Nicolás?. Me alegro de verte". Ella se daba cuenta y me decía, "¡Hay que ver lo que te quiere la gente!". Entonces ella se sentía orgullosa. Y cuando les riñes o el día que te encuentras mal se dan cuenta perfectamente.

Bueno, además yo creo que es que las caricias las entiende todo el mundo. Porque tu tienes animales y cuando les zurras huyen de ti, y cuando les acaricias, es el amigo más fiel que tienes. No saben cómo agradecerte con sus bailes, sus caricias, sus saltos. Si lo estás viendo en un animal, pues en una persona aunque no tenga toda su lucidez mental al cien por cien, pero algo hay por ahí dentro que les queda que saben distinguir el cariño

Yo no he sentido cansancio. No he estado protestándole eso de "estoy cansado", de "estoy harto". Pero es que ella además te hacía reír. Yo sé que si hubiera tenido una enfermedad de la que ella hubiese tenido conocimiento hubiera aguantado mucho más, por tal de no darme quehacer. Pero como no es así, el cuidador es el que tiene que tener esa tranquilidad de pensar "no se me van a ir los nervios, no es ella la que me está diciendo eso, es otra persona". Porque debes pensar que es una persona con Alzheimer, que dice disparates, y que algunas pegan y son violentas. Eso es muy duro, pero no puedes cargar tu enfado contra el enfermo.

MUERTE Y DUELO. La noche antes de su muerte nos acostamos a la una de la madrugada, con la alegría de ver a su nieto José María casado. Estuvo hasta la una de la mañana con alegría. No quería estar nada más que con unos y con otros. A las ocho horas de aquello es cuando murió. Por la mañana me levanté a las ocho y media y vi que estaba dormida, y le dije "Concha, levántate, que ya está haciendo Conchita el desayuno, y después nos vamos a dar un paseíllo a Beznar". Y cuando volví le dije "¡venga arriba!". Pero no me contestó. Estaba tal como me la dejé esa misma mañana. Ese momento lo tengo grabado y lo recuerdo a cada instante. Yo tengo ahí esa foto de ella. Por las noches la miro, le rezo y parece que estoy hablando con ella porque en la fotografía tiene la expresión suya. La que tenía espontáneamente.

Le digo a la gente que no me falta nada, tengo el cariño de mis hijos, de mis nietos. Estoy bien. Te podría decir que estoy mejor que en mi casa. Pero me falta lo que tenía en mi casa. Y eso lo echas de menos. Cuando estás solo, a lo mejor te pones a leer y te viene a la memoria ella. Los momentos que has vivido, los lugares por donde paseabais... Pienso todos los días en ella. No tenía otra cosa que hacer más que pasearla y cuidarla. Y ahora me parece poco, porque yo hubiese querido todavía hacer más por ella. Lo único que me recrimino es no haber completado todos sus gustos.

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