SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.13 número46Ganar la partida al cáncer: El relato de Rosa sobre la superación del estigmaFrida Kahlo o la estética del padecimiento índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Em processo de indexaçãoCitado por Google
  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO
  • Em processo de indexaçãoSimilares em Google

Compartilhar


Index de Enfermería

versão On-line ISSN 1699-5988versão impressa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.13 no.46 Granada Out. 2004

 

MISCELÁNEA


DIARIO DE CAMPO

A medida que superaba el camino de vuelta a casa, entendí que son las concurrencias entre cosmovisiones las que te ofrecen la oportunidad de cuestionar, de agitar las estructuras de ese universo simbólico que compartimos con nuestra comunidad y que creemos tan sólido, de percatarte que las causas, los síntomas e incluso las definiciones de las enfermedades, resultan comprensibles solamente en la medida que tomamos como referencia el sistema cultural que les dio origen.

The Pic del mal del Aire

While I was going back home I understood that the concurrences between cosmovisions are the ones that give the opportunity to question, to shake up the structure of this symbolic universe that we share in our community and that we believe to be so solid, to understand its causes, symptoms and even the definitions of illnesses, which are only understandable when the reference considered is the cultural system in which they were originated.

 

El Pic del mal del Aire

Arantxa Grau1
Socióloga. Escuela Valenciana de Estudios para la Salud. Valencia, España

 

Cuando hacemos referencia a las concepciones de salud y enfermedad desde nuestra propia perspectiva, caemos a menudo en la trampa de considerarlas como ideas neutrales, sin embargo, si nos aplicamos un poco en la observación del mundo que nos rodea, nos percataremos de ciertos choques o encuentros culturales, aquellos que se presentan cuando definiciones, representaciones de la salud y la enfermedad se ponen en contacto, o mejor, cuando personas con cosmovisiones diferentes de lo que es salud y enfermedad se dan cuenta de que ambas realidades no son tan objetivas como pensaban. Curiosamente, solemos atribuir esas experiencias a culturas lejanas, pero estos encuentros, como intentaré ilustrar con el siguiente relato, se producen también con personas que identificamos sin duda con nuestra propia cultura. Lo que intentaré a continuación, es relatar lo más descriptivamente posible un encuentro que tuve hace algún tiempo con personas de un pueblo de Alicante, y que me parece un claro ejemplo de choque, chasco o encuentro transcultural.

Me había desplazado a aquel pueblo para charlar con un señor sobre cuestiones que no vienen al caso y que nada tienen que ver con la descripción de esta escena, era verano, verano de mucho calor he de decir, aparqué el coche a la entrada del pueblo y empecé a buscar la casa de esta persona, en nuestra conversación por teléfono me había dado el nombre de la calle, pero como suele suceder en los pueblos pequeños, resultó mucho más eficiente preguntar a los habitantes que encontraba -y que, como también suele suceder, observaban curiosos mis pasos- dónde vivía el señor Ramón Chulilla (los nombres que aparecerán en este relato no coinciden con los reales). Encontré la casa y después de la introducción necesaria, después de eso que se llama  "romper el hielo", empezamos a charlar. El inicio de aquella conversación se dio en el comedor de la casa, sentados alrededor de la mesa central, su mujer, también presente aunque en segundo plano, me ofreció un café, que yo por supuesto acepté.

Me puse a hablar con aquel señor sobre el pueblo, la comarca, las estaciones, cuestiones que tenían que ver con el objetivo de mi visita, la conversación fue desarrollándose entre las características de la zona: el clima, los cultivos, las montañas, hasta que, explicándome los distintivos geográficos del lugar, hizo referencia a El Pic (El Pic es un nombre valenciano que en castellano sería El Pico). "¿Qué es El Pic?, ¿una montaña?" -le pregunté- "Sí, una montaña alta cerca de aquí, tan alta que la gente que se suicida por aquí se arroja desde El Pic". Me sorprendió que aquel señor hiciera referencia al suicidio con aquella facilidad, sin ningún tapujo ni tabú a pesar de su edad avanzada. "¿Cómo que la gente que se suicida aquí? -le pregunté sorprendida- ¿que se suicida mucha gente?". A partir de ese momento, la razón de mi contacto con el señor Ramón Chulilla pasaría totalmente a segundo plano, y la conversación se centraría en esa naturalidad con que aquel señor hablaba de los suicidios de sus vecinos, y sobretodo de las razones de éstos para cometerlos.

"Mire, señora -me dijo-, lo que pasa es que nosotros vivimos en un lugar muy especial, aquí muy a menudo hace viento, y ese viento se mete en la cabeza de la gente, y los vuelve locos, y cuando la cabeza no aguanta más, pues van y se tiran de El Pic, porque no lo soportan más. Todos aquí tenemos algún familiar que se tiró de El Pic, ¿entiende?". No cabe decir que para esa altura de la conversación ya llevábamos un tiempo considerable conversando, y cada rato que pasaba, el señor Ramón intentaba hacerme entender más fácilmente aquellas explicaciones que para mí resultaban sorprendentes, o al menos, eso es lo que creo que mostraba mi expresión.

A ese mal, ellos lo llamaban "El Aire", era un mal bastante común, propio de esa comarca desde tiempo atrás, un mal cotidiano, de hecho, según decía el señor Ramón, era usual en las conversaciones con los parientes y amigos que alguien explicara o comentase que "A tal persona le había dado el aire", después de esos comentarios -añadía- a nadie extrañaba que se hubiera recogido el cuerpo de esa persona bajo de El Pico.

No siempre era así, había gente que vivía largos años con la enfermedad, e incluso alguna gente que se curaba. La mujer del señor Ramón se unía a la conversación, reafirmando el discurso de su marido y añadiendo alguna información. Me explicaba que El Aire le podía dar a pequeños y a grandes, que no era una cosa de edad ni de ser hombre o mujer, sino que más bien atacaba a una familia y que una vez entraba en el seno de ésta era fácil que, durante generaciones, a algún pariente le diera El Aire. El señor Ramón veía un problema en eso, y era, tal y como me explicaba, que a veces la gente del pueblo trataba diferente a los miembros de determinada familia, que se les dejaba de lado, o se les señalaba, sólo porque a algunos familiares les había dado y ya se suponía que todos debían estar medio loquitos. Estas afirmaciones tan sólidas, me provocaban nuevas preguntas, ¿cómo que la enfermedad entraba en una familia?. Mis interlocutores me observaban, extrañados de mi extrañeza, y me explicaban que las enfermedades no solamente les entraban a las personas sino que también podían entrar en una casa y devastar a toda su gente.

Aproveché para preguntarles si sabían cómo se experimentaba esa enfermedad, qué sentía la persona que la padecía -para aquel entonces habían preferido que nos sentásemos en el patio de la casa, a la fresca-, la mujer se incorporó definitivamente a la charla, dando a entender que aquellos eran temas que le incumbían más a ella que a su marido. Ante mi pregunta ambos se apresuraron a dejarme claro que "nadie de su familia la había padecido", ante mi insistencia conseguí un "por lo que dicen. por lo que cuentan." que no era más que la transmisión del saber popular sobre lo que es esa enfermedad a una persona ajena a esa comunidad. Lo que sabían -decían- es que el aire, el viento tan presente en aquel lugar, se metía en la cabeza y no salía más, los que padecían la enfermedad oían un ruido, un zumbido seguido, como si lo tuvieran dentro, en la mente, y ese zumbido se iba haciendo cada vez más fuerte, más fuerte hasta que la persona no podía seguir con su vida cotidiana. Esa situación llevaba irremediablemente, por lo visto, a suicidarse desde aquella roca tan emblemática.

Antes de aquella vivencia, yo ya sabía aquello de que la representación social de la salud y la enfermedad está íntimamente ligada a la cultura de cada país, zona o grupo social, pero una cosa es leerlo en los libros de antropología, sociología, etc, y otra es experimentar ese choque, chasco, que desmonta o al menos desestabiliza los cimientos de tus propias creencias. He de reconocer que en aquel momento, no podía entender cómo aquella gente podía afirmar y reafirmarse en aquellas certezas que a mí me resultaban tan absurdas, no podía admitir esa génesis social de la enfermedad que ellos señalaban con tanta naturalidad. A medida que avanzaba la conversación, y más todavía, a medida que superaba el camino de vuelta a casa, entendí que son precisamente esos tipos de concurrencias entre cosmovisiones, los que te ofrecen la oportunidad de cuestionar, agitar las estructuras de ese universo simbólico que compartimos con nuestra comunidad y que creemos tan sólido, de percatarte que, efectivamente, las causas, los síntomas, e incluso las definiciones de las enfermedades, resultan comprensibles solamente en la medida que tomamos como referencia el sistema cultural que les dio origen.

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons