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Index de Enfermería
versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296
Index Enferm vol.13 no.47 Granada 2004
MISCELÁNEA
ARCHIVO
Enfermeras del bando nacional en la Guerra Civil española Elena Andina Díaz1
| ||
1Diplomada en Enfermería. 2º Ciclo en Enfermería. Licenciada en Enfermería (Hogeschool Zeeland, Holanda) CORRESPONDENCIA:
Manuscrito recibido el 5.05.2004 Index Enferm (Gran) 2004; 47:61-65 | Resumen Abstract Concha Espina escribió a principios de los años cuarenta del pasado siglo un libro titulado Princesas del Martirio, para recordar la hazaña y homenajear a unas particulares "mártires de la Guerra Civil española". Sus protagonistas son tres enfermeras voluntarias de la Cruz Roja de Astorga (León) que, en octubre de 1936, acudieron al Puerto de Somiedo (Asturias) a prestar su asistencia a los heridos y enfermos del bando nacional, y viéndose envueltas en un episodio bolchevique, cayeron prisioneras y fueron fusiladas. En este artículo utilizaremos dicha fuente literaria para tratar de reconstruir la que pudiera considerarse, en nuestra opinión, imagen de la "enfermera ideal", perteneciente al bando nacional, durante dicha contienda. El método empleado se basará en la exposición y análisis del texto original, centrándonos especialmente en los aspectos relacionados con la imagen de nuestra profesión. Interpretaremos los datos teniendo en cuenta la realidad político-militar, social y profesional de aquel momento. NURSES OF THE NATIONALIST SIDE DURING THE SPANISH CIVIL WAR. AN APPROACH TO THE SITUATION THROUGH THE BOOK "PRINCESAS DEL MARTIRIO" (CONCHA ESPINA) Concha Espina writes the book Princesas del Martirio at the turn of the 40s, in the last century. This is a book in honour of three nurses, who were killed during the Spanish Civil War. The three nurses, who were voluntaries of The Red Cross in Astorga (León), were called to attend the sick and injured people in Puerto de Somiedo (Asturias), in October 1936. Involuntarily, they found themselves involved in a Bolshevik incident, were taken prisoners and finally shot. In this paper, we draw the inspiration from this book, which allow us to reconstruct what we think would be the likely image of the "ideal nurse" of the nationalist side during the Spanish Civil War. The method we use is based on the presentation and analysis of the original text, were we mainly focus on the aspects related to the image of nursing. We interpret the evidence provided taking into account the socio-political situation at that time. |
OBRA DE REFERENCIA: Princesas del Martirio
AUTORA: Concha Espina
EDITORIAL: Ediciones Afrodisio Aguado S.A.
LUGAR DE EDICIÓN Y AÑO: Madrid, 1941
Introducción
La II República Española, proclamada el 14 de abril de 1931 después de la derrota sufrida por el bloque dinástico en las elecciones municipales, estaba siendo apoyada por la clase obrera y los estamentos más liberales; sin embargo no parecía convencer de la misma manera a los estratos conservadores de la sociedad, a pesar de que pretendía sacar al país del atraso en que se hallaba inmerso. Tras la revolución de octubre de 1934, la escisión entre las "dos Españas" era cada día más evidente, fractura político-social que se agudizó con el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, y el asesinato de Calvo Sotelo el 18 de julio de ese mismo año. Los militares opuestos al régimen decidieron sublevarse, y el Ejército de África en Melilla dio el pistoletazo de salida: había estallado la Guerra. A comienzos de agosto la península se hallaba dividida en dos: las comunidades de Castilla y León, Galicia, Aragón, Navarra, Baleares, mayoritariamente contrarias a la forma de gobierno establecida hasta entonces; mientras que en el resto del territorio, salvo puntos aislados, se respiraban aires republicanos. Después de tres largos años de contienda civil, los nacionales se hicieron con el poder, comenzando luego una nueva etapa, el régimen dictatorial del General Franco.1
Para comprender mejor la historia que se narra en este artículo, es necesario retroceder en el tiempo y tratar de situarse mentalmente en la compleja situación que entonces se vivía en Asturias y León. La parte oriental de la primera de las dos provincias era, en su mayoría, afín a los ideales del gobierno de la República. El comandante militar que mandaba la guarnición de Oviedo, el coronel Aranda, al estallar la contienda bélica, se sublevó contra el régimen establecido, facilitando que las tropas nacionales tomaran la ciudad, y asegurando así que este bando, que dominaba la parte occidental, se hiciera poco a poco hueco en la zona oriental. La Asturias republicana, dolida por el engaño, decidió contraatacar con varias ofensivas desde puntos estratégicos.2 En León la sublevación había triunfado rápidamente a causa de que los mandos de las unidades establecidas en la provincia eran manifiestamente partidarios de ella.
Centremos nuestra atención en un lugar concreto del sur-oeste de la geografía asturiana, allí donde la cordillera cantábrica hace límite con la provincia de León, el Puerto de Somiedo. Poco después de iniciada la contienda, las tropas nacionales leonesas habían establecido un frente en esa región con la intención de frenar las embestidas de los revolucionarios asturianos que querían avanzar hacia el sur. Estos últimos no se aminoraron ante el despliegue del bando contrario y prepararon una emboscada en dicha zona el 27 de octubre de 1936.3 Fue allí donde ocurrió el episodio vivido por tres enfermeras de la Cruz Roja, cuya memoria nos proponemos reconstruir valiéndonos del libro mencionado.
Pero previamente conviene recordar el papel desempeñado por el cuerpo de enfermeras durante la guerra. Sabemos que nada más iniciarse el conflicto, el personal enfermero comenzó a ser movilizado con la finalidad de prestar auxilio a las víctimas de la contienda. Conforme iban transcurriendo los días, y ante el aumento de la demanda de cuidados, cada vez eran más las jóvenes voluntarias que se desplazaban a los lugares requeridos para atender a los heridos; impulsadas por el compromiso político o por altruismo. Voluntarias que, en muchos casos, carecían de formación sanitaria o bien era bastante incompleta.4 En aras de paliar esta falta de capacitación profesional, el Estado en la zona republicana, y la Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S. en el lado nacional, además de organismos como la Cruz Roja, comenzaron a impartir cursillos acelerados con el fin de instruir a estas mujeres. Se crearon a la sazón un amplio abanico de titulaciones relacionadas con el cuidado enfermero: Damas Auxiliares de la Sanidad Militar, Damas Enfermeras Españolas, Enfermeras Profesionales, Enfermeras de la Cruz Roja -Profesionales o Damas Auxiliares Voluntarias-, Enfermeras Hospitalarias, Visitadoras Sociales, Enfermeras de Guerra, Enfermeras del Socorro Rojo, Enfermeras procedentes de otros países, Personal Religioso, etc.5-9 Titulaciones que, a veces, pueden ser coincidentes, pero dada la inespecificidad con la que han sido mencionadas en ocasiones, se ha optado por recogerlas tal como aparecen en la documentación consultada.
Tras esta breve, pero necesaria introducción, volvemos al comentario de libro que nos ocupa, Princesas del Martirio, escrito por Concha Espina, a principios de los años cuarenta del pasado siglo. En sus páginas se relata el drama real vivido por tres enfermeras astorganas, voluntarias de la Cruz Roja, que en octubre de 1936, respondiendo al requerimiento del Comandante Militar de la avanzadilla de Somiedo (Asturias), decidieron acudir al Puerto de este nombre para prestar su asistencia a los heridos y enfermos del bando nacional. Una vez allí, el hospitalillo donde ofrecían sus servicios se vio envuelto en un episodio bolchevique, cayendo prisioneras y siendo fusiladas, razón por la cual se convirtieron en "mártires de guerra". La autora decidió documentar la tragedia vivida por estas tres muchachas, y manteniendo el "perfil histórico", recrearla para el público en forma de relato literario, con la finalidad de que sirviese de recuerdo y homenaje.
Por nuestra parte, el objeto de rescatar esta obra no es otro que el de valernos de una fuente literaria concreta, para tratar de reconstruir la que pudiera ser considerada, en nuestra opinión, como imagen profesional de la "enfermera ideal", perteneciente al bando nacional, durante la Guerra Civil. Quizá resulte obligado decir, además, que se trata de un libro escrito por una autora que ya había publicado anteriormente dos curiosas novelas en favor de las tropas franquistas: Retaguardia en 1937 y Las alas invencibles en 1938.10
El método empleado se basa en la exposición y análisis del texto original, Princesas del Martirio, centrándose de manera específica en los aspectos relacionados con la imagen de la Enfermería. La interpretación de los datos se ha hecho teniendo en cuenta la realidad político-militar, social y profesional de aquel momento. Cabe añadir que durante el período de búsqueda de información complementaria acerca de las tres enfermeras, se han hallado además otros interesantes documentos complementarios -poemas escritos, monumentos, nombres de calles-, por lo que, dado su interés, se creyó oportuno tomarlos en consideración para la redacción del artículo. Gracias a ellos se ha podido indagar mejor sobre las conexiones entre ideología y reconocimiento profesional.
La Autora
Concha Espina (Santander, 1877-Madrid, 1955) se inicia precozmente en el oficio de escritora, publicando sus primeras poesías a los 14 años. Tras contraer matrimonio emigra a Chile, donde escribe crónicas periodísticas. En 1898 regresa a España, convirtiéndose en una autora popular. A lo largo de su vida profesional acumula buen número de galardones, entre otros, el "Premio Fastenrath de la Real Academia Española", "Miembro de Honor de la Academia de Artes y Letras de Nueva York" (1938), o la "Medalla del Trabajo" (1950). Además es propuesta, en dos ocasiones, para ingresar en la Real Academia de la Lengua (1928 y 1941), e incluso para el "Premio Nobel". Fue autora de más de medio centenar de obras -artículos, ensayos, obras de teatro, poesía y novelas-. Reseñamos las siguientes: La esfinge maragata (1914), ambientada en el mundo rural leonés; El metal de los muertos (1920), narración de una huelga en las minas de Riotinto; Retaguardia (1937) y Las alas invencibles (1938), escritas ambas durante la Guerra Civil en favor de las tropas franquistas; y Princesas del Martirio (1941), que ahora nos ocupa. Varias de ellas fueron traducidas al inglés, al alemán, al italiano, al sueco, al polaco, al ruso y al francés.10-12
Estructura y contenido de la obra
La edición de Princesas del Martirio,13 que ha llegado a nuestras manos, es la publicada en 1941 por la Editorial Afrodisio Aguado de Madrid. Se trata de un volumen de 174 páginas, en palabras de su autora, "asequible al público lector [...], y de modesta envoltura", es decir, un libro divulgativo, que pudiese atraer y llegar a muchos lectores; puesto que, un año antes, había aparecido en Barcelona una primera "exquisita y breve edición numerada [...]" de la que únicamente se habían hecho 575 ejemplares, característica que lo convertía en excesivamente selectiva.
Se inicia la obra con un prólogo titulado "Tragedia, fortuna y brindis como lema de este libro" en el que Concha Espina explica el método seguido para la recopilación de datos: "declaraciones sumariales de un Juzgado eventual castrense establecido en León [.], informaciones del Secretario de la Cruz Roja en la Asamblea astorgana [.], de un destacado falangista [.]", así como del conocido "General don Vicente Lafuente"; informaciones que posteriormente le permitirían reconstruir la historia. Siguen a éste un total de cinco capítulos: "Camino Primero" [...] y "Camino Final", cada uno de ellos dividido a su vez en diferentes apartados, algunos de nombre tan significativo como "Corazones y Banderas", "La hora del Señor", "Responso", "Oración"[...]. El inicio y final de cada apartado se ilustran con pequeños dibujos alusivos al contenido, al igual que la cubierta en la que aparece uno sencillo del rostro de las tres enfermeras.
Tras una breve introducción se presenta a las protagonistas, Olga, Pilar y Octavia, nacidas en la ciudad leonesa de Astorga, "tierra matriarcal de acendradas raíces españolas", que movidas por "un bravo empuje de heroicidad y de amor", parten, en pleno conflicto bélico -8 de octubre del año 1936- hacia el Puerto de Somiedo, en la colindante tierra asturiana, donde la Cruz Roja había habilitado un hospital "para los fieles nacionales". Allí, "con valentía indomable", y gracias "al lazo indisoluble de las creencias y las devociones", ejercerán su profesión de "enfermeras voluntarias". El lugar elegido se encuentra situado en el límite de dos provincias, "la de León, llena de fe en Cristo; la otra de Asturias, envenenada por los enemigos de Dios, enemigos también de la Humanidad". La "casucha" en la que van a asistir a los desvalidos "se alumbra con voces femeninas, y se conforta y rejuvenece mediante la cuidadosa asistencia de las muchachas". En aquel marco las tres jóvenes, "guapas, elegantes, de primera", tendrán que sembrar "consuelos, esperanzas y risas" entre las víctimas de la guerra. Pero, de improvisto, en la noche del martes 27 de octubre de 1936, "el sagrado templo de la Cruz Roja" sufre el asalto de un grupo de milicianos republicanos.
En un primer momento, a las tres enfermeras se les presenta la posibilidad de poder huir de "la garra diabólica de los malhechores", si bien optan por "sacrificarse, morir y resucitar entre los mártires del Señor", en vez de abandonar a sus compañeros heridos. Dos falangistas deciden quedarse en el lugar con las chicas, obedeciendo de igual manera "a su propia conciencia dentro del estilo religioso y viril de la Falange azul, seguros de perecer entre los escombros del edificio, luego de asistir, pávidamente, al asesinato de los heridos". En esos primeros momentos las tres enfermeras atienden a sus "amigos dolientes", les animan, les exhortan "a esperar en Dios", y se despiden de ellos "para otra vida interminable y feliz". Después del asedio, el refugio "queda hecho una criba de balazos", y pocas personas logran salvarse.
Finalmente los asaltantes, "hijos de la nada, producto del anarquismo", se llevan como prisioneros a los supervivientes, entre los que se encuentran las tres protagonistas. Tras dividir al grupo, conducen a las tres enfermeras y a los dos falangistas hasta Pola de Somiedo, pasando allí la noche del 28. Al día siguiente, los cinco prisioneros son conducidos a las afueras del pueblo, al "prado del Palacio". Primero son tiroteados sus compañeros, mientras a ellas les brindan la oportunidad de salvar sus vidas si alzan un grito a favor de la revolución rusa. Pero rechazan la oferta, y tras invocar un "¡Viva Cristo Rey!, ¡Arriba España!", son fusiladas, enterrándose todos los cuerpos en una fosa común cavada en el lugar.
Una vez conocido el fatal desenlace, el sitio se "hizo fecundo en milagros, orto de públicas devociones", al tiempo que los actos de desagravio y homenaje se suceden en diversos puntos: en el número 8 de la Rue de Barouillère de París, lugar de nacimiento de Olga, se piensa en colocar, por mandado de "ciertas damas católicas, una lápida como recuerdo de aquel martirio". En Astorga, la tragedia se vive con intensidad, y en enero de 1938, la ciudad se viste de luto para recibir los restos de "las heroicas peregrinas de Somiedo".
La imagen enfermera
La "enfermera ideal" presentada y descrita por Concha Espina en Princesas del Martirio es una mujer con un claro espíritu de caridad y amor al prójimo, que dedica y sacrifica su vida (y si existe peligro no importa, "así sabrá el mundo cómo trabajan y sufren en la guerra por Dios las jóvenes de España") asistiendo a los más desvalidos. Las descripciones que se hacen de las tres mujeres, jóvenes, solteras y de clase acomodada (Octavia Iglesias, "hija única"; Pilar Gullón, "sobrina nieta del relevante leonés que tantas veces fuera un buen ministro de Corona"; y Olga Monteserín, "nacida en París.de padre artista"), están repletas de calificativos muy femeninos y maternales ("excelencia bondadosa, tesoro inagotable de dulzura, algo de madrecita, cara perfecta, espíritu sereno, alegre, con una inmensa capacidad de ternura"), que en ocasiones rozan lo celestial ("vírgenes, mujeres de Santa Fe, beatitud indecible, en sus facciones el privilegio angelical, halo de santidad en la noble expresión"), todo ello en consonancia con los cánones que se estilaban por aquel entonces9 y con los patrones culturales del "nacional-catolicismo".
La importancia que el modelo religioso tiene para la autora se hace perceptible en las continuas alusiones a parábolas bíblicas: Octavia pide agua y la reparte entre sus compañeras, "recordándoles, acaso a la bella mujer de Samaria que diera de beber a Jesús"; los asaltantes echan a suertes el vestuario de las tres enfermeras -una capa azul- "como la túnica sacerdotal de Jesús Redentor"; o cuando éstos ordenan a las enfermeras que elijan al verdugo que va a matarlas, ellas callan, recordando así al "mutismo del Nazareno ante la insolencia de los lapidarios sacrílegos, aquel ¡adivina quien te hirió! al que Jesús no quiso contestar". La labor que desempeñan las enfermeras está enmarcada por el culto a lo divino: "Octavia reza; les exhortan -a los soldados nacionales- a esperar en Dios"; Olga comunica a los soldados que van "a morir y enseguida resucitar entre los mártires del Señor", no temen a la muerte pues la miran "con el heroísmo cristiano de la fe".
Tampoco faltan frases en las que se funden las exclamaciones de contenido religioso y las de carácter político-patriótico. Y así tres enfermeras mueren repitiendo en el potro del tormento "¡Viva Cristo Rey! ¡Arriba España!".
Otros documentos y testimonios de interés
El trágico final de las jóvenes no pasó desapercibido para la sociedad de la época, especialmente en la comarca maragata. Varios fueron los homenajes que se les rindieron en los años posteriores a su muerte. En el ámbito literario, además del libro comentado, un poeta y presbítero de la Catedral de Astorga, Juan Aponte, les dedicó una conocida Elegía, publicada en un "suelto", y repartida entre los feligreses y amistades, algo que se solía hacer cuando se producía la toma de alguna población importante por las tropas franquistas. Antonio Carvajal Álvarez de Toledo, poeta y escritor villafranquino, publicó, en esta ocasión en la prensa, un Soneto laudatorio con motivo del traslado de los restos de las infortunadas a la Catedral de Astorga. O también el romance histórico astorgano Las tres ramitas de roble, debido a la pluma del cronista local y canónigo de la Catedral José María Goy,14,15 editado el año 1939, en la Imprenta y Litografía de D. Sierra de Astorga.
Pero, sin duda, el momento de máxima pasión y fervor popular se produjo en enero de 1938 con motivo del traslado de los restos, "en una procesión de ataúdes blancos envueltos por la bandera española", desde Pola de Somiedo al solar natal. El Obispo de la Diócesis, el alto Clero, las Autoridades, la representación de todo lo constituido y vigente en la Patria nueva estuvo allí, "cortejando las preciosas reliquias entre preces y bendiciones, hasta que el ancho muro de la Catedral abrió sus piedras centenarias con blanduras de nido para dar un solemne descanso a los restos venerables".
Y allí yacen desde entonces, en un señalado monumento funerario construido ex profeso. Una lápida en la pared recuerda sus nombres y el lugar de los hechos, y a su lado tres cuadros apergaminados con los textos de las indulgencias que diversas autoridades religiosas concedieron para la ocasión: la primera de la Sagrada Penitenciaría Apostólica, fechada en Roma en 1939, en la que Su Santidad el Papa Pío XII, confirma y ratifica las indulgencias concedidas en sufragio de las benditas almas de las jóvenes Octavia, Pilar y Olga. La segunda, del Obispo de Astorga, Antonio Senso Lázaro, concediendo a sus diocesanos 50 días de indulgencia a quiénes devotamente realicen actos de devoción a favor de las citadas jóvenes. Y un tercer cuadro, a la derecha del monumento, suscrito por varios Cardenales, Arzobispos y Obispos de España y Portugal, concediendo también indulgencias, en la forma acostumbrada.
Sin salir de la urbe, en la parroquia de San Bartolomé, otra lápida de mármol, con palmeras, una láurea oval y el escudo de Astorga, evoca también aquel episodio16:
"Las Hijas de María suplican una oración por sus compañeras de Astorga Octavia Iglesias Blanco, Pilar Gullón Iturriaga, Olga P. Monteserín Núñez Damas Enfermeras de la Cruz Roja que sucumbieron por Dios y por España fusiladas, vilmente, en Somiedo. Octubre de 1936".
En la calle, también la sociedad civil quiso perpetuar su memoria. Para ello se eligió dedicarles una vía, la "Calle de las Enfermeras Mártires de Somiedo".Lejos de tierras astorganas, en la capital de España, también hubo un lugar de honor en las paredes del Museo Nacional del Ejército. Allí permanecen todavía colgados los retratos de las tres jóvenes fusiladas en el desempeño de su labor humanitaria.17
Pero no todas las enfermeras que perdieron su vida ayudando a los demás durante la contienda fueron objeto de similares honores a los que hemos descrito. Sirva de botón de muestra la noticia publicada a mediados de julio de 2003 por La Nueva España18 de Oviedo, y también por el diario El País.19 En ellos se daba cuenta del hallazgo y exhumación de los restos de 16 cadáveres, en su mayoría enfermeras y personal sanitario del bando republicano que habían sido fusilados por las tropas nacionales la noche del 27 al 28 de octubre de 1937, y que se hallaban sepultados en una fosa común en Valdediós, a 10 kilómetros de Villaviciosa (Asturias) (según la obra Las fosas de Franco, se trataría de 23 enfermeras, cuatro celadores, un pinche de cocina y la hija de una de las enfermeras)20.
A pesar de que este hallazgo no fue ni mucho menos fortuito ya que no se había borrado de la memoria de los mayores, la losa del silencio fue, en este caso, el único homenaje. Una doble visión histórica de los acontecimientos, según se trate de vencedores o de vencidos.
Breve conclusión
La lectura de Princesas del Martirio invita a reflexionar sobre ese "modelo idealizado" de enfermera, casi perfecta, reflejado en sus páginas. Profesionales que realizan una labor de gran importancia y repercusión social, en momentos tan dramáticos como son los de una guerra civil; mujeres adornadas con unas cualidades religiosas, políticas y domésticas difíciles de igualar, que encarnan los ideales del "nacional-catolicismo".21
Tras el impulso alcanzado por la Enfermería en la II República, la Guerra Civil supuso para las enfermeras del bando nacional una vuelta al rol religioso-doméstico, según se refleja en este libro de Concha Espina. Se viene a demostrar así cómo una obra literaria, y por extensión la literatura, puede convertirse en una significativa fuente de datos para investigar o indagar sobre la imagen de nuestra profesión en un contexto y momento dado.
Por otra parte, los restantes documentos y testimonios aportados también ponen en evidencia cómo, al igual que ha ocurrido en otras contiendas bélicas,22 la labor asistencial de estas jóvenes fue mitificada y elevada casi a la esfera de lo divino, estando esa "heroicidad enfermera" siempre en consonancia con los ideales político-religiosos del bando vencedor.
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