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Index de Enfermería
versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296
Index Enferm vol.14 no.48-49 Granada 2005
MISCELÁNEA
DIARIO DE CAMPO
Frente a las imágenes desgarradoras que los medios de comunicación transmiten siempre que se produce un atentado terrorista, con sus escenas de muertos y heridos atrapados en el caos total, también existen las historias particulares de quienes las han vivido en primera persona. Conocerlas supone aceptar la diversidad de respuestas ante el dolor y la desesperación, en este caso la de una enfermera que ha de enfrentarse a un acontecimiento aparentemente irreal por lo excesivo. Su relato nos deja una certeza: que el mejor remedio para el silencio doloroso es el silencio de la compañía. | ACCOMPANING IN THE SILENCE: A FEW HOURS WITH THE VICTIMS OF 11-M |
Acompañar en el silencio.
Unas horas con las víctimas del 11-M
Manuela Medina Fernández 1
Profesora en las Areas de Historia y Fundamentos del Cuidado y Enfermería
Comunitaria, Escuela Universitaria de Enfermería La Paz, Universidad Autónoma
de Madrid, España
Todo había comenzado por la mañana, muy temprano. Desconcierto, informaciones confusas, desmentidos... sólo una cosa era cierta, se trataba de algo que sobrepasaba cualquier experiencia previa, un número todavía indeterminado de muertos, impresionante. Mi relato trata de reflejar tan sólo unas horas de acompañamiento a las familias de las víctimas, durante la primera jornada tras el atentado terrorista del 11 de marzo de 2004 en Madrid. El día había transcurrido con una parálisis inusual, un bloqueo emocional que lo impregnaba todo. Por fin las tres de la tarde, acabada la jornada laboral vuelvo a casa con una necesidad especial de abrazar a mi familia. Es como si un golpe así te ayudase a ser consciente del valor de lo cotidiano, del valor de los tuyos y del valor de que estén. Por el camino suena mi móvil. "Hay que ir a IFEMA, necesitan enfermeras, están llevando allí los cuerpos, antes de las 16:00 empezarán a llegar los familiares y van a necesitarnos". Cambio de dirección e intento de cambio de estado de ánimo, tenía pocos minutos para tratar de calmar mi angustia, mi rabia, mi miedo, mi desconcierto, para ser capaz de poder acompañar. Acompañar, eso es lo que yo haría. A la entrada del pabellón, compañeros de Protección Civil trataban de coordinar a cientos de profesionales que vagábamos como zombis en un espacio de contrastes en el que se mezclaban los últimos acordes de las interrumpidas fiestas de clausura de la feria, visitantes desorientados, uniformes identificativos de distintas profesiones. Rostros con expresiones muy marcadas, ojos abiertos, caras entre el desconcierto y la incredulidad, miradas perdidas. |
En una cola esperando y observando. "¿Profesión?, enfermera. Bien, ponte esta pegatina, sube arriba y pregunta por el coordinador y te dirá como os organizáis". ¡Que sensación de irrealidad!, no parecía estar viviendo esto en primera persona, el ritmo de las cosas era como el de los sueños.
Por fin llego a una sala todavía con poca gente, se trata de un espacio amplio, confortable y cálido en el que habían dispuesto sillas, unas mesas al fondo con alimentos y bebidas. En un lateral, una mesita pequeña en la que se manejaban listados provisionales y donde debíamos llegar para que el coordinador nos asignara una tarea. No había pasado mucho tiempo y aquella sala, que era sólo una de las salas habilitadas, comenzó a llenarse de personas, los que llevábamos pegatinas formábamos parte de la legión de profesionales, los otros, los que no la llevaban y que habían empezado a llegar, no.
Durante la primera hora unos y otros fuimos conociéndonos, se nos asignaba una familia a la que acompañar. Acompañar en un esperar desesperado, la mayor parte de los familiares que estaban allí llevaban un largo día de terrible búsqueda por los distintos hospitales de la ciudad, aquel pabellón era el último reducto.
Las caras de los familiares iban adquiriendo rictus diferentes a lo largo del tiempo, cada movimiento de un representante de los servicios sanitarios provocaba un auténtico río humano que arrastraba en silencio miedo y amargura. Sólo se podía oír el paso apresurado de los que seguían al portador de un papel... ¡quizá fuese un listado nuevo de supervivientes! Otros en cambio no seguían el papel porque podía ser el listado donde no querían encontrar el nombre de su desaparecido.
Cuerpos caminando casi en círculo como autómatas, rostros desencajados, descompuestos por el dolor. Si algo dominaba el ambiente, era un denso silencio, sobrecogedor. El llanto era silencioso, el miedo era silencioso, la rabia aún no estaba. "¿Puedo ayudarle en algo?, ¿quiere agua o un zumo?", preguntábamos de vez en cuando. "No, gracias". Y después de nuevo el gran silencio.
Intercambiaban con nosotros miradas a los ojos como tratando de encontrar la respuesta a algo que no podían comprender. En ocasiones trataban de describirte rasgos, objetos que pertenecían a sus familiares desaparecidos, en un intento de descubrir en nosotros algún gesto que les diese una pista del paradero. "Llevaba una gargantilla en la que ponía su nombre, se la regaló mi hermano por su cumpleaños". "Fíjese lo que es la vida, nunca iba en el tren, pero se había cansado de llegar tarde al trabajo por los atascos, hoy era el segundo día que lo cogía". "Habíamos discutido por una tontería y se fue sola en el tren, no quiso venir conmigo en el coche".
Las paradojas, las casualidades conformaban un dramático paisaje, oscuro paisaje que emergía a medida que pasaban las horas. Historias de vidas normales, acercamientos dolorosos a la cotidianidad de personas que tenían sus vidas rotas. Eso era lo único de lo que querían hablar, sólo necesitaban ser escuchados, recuperar esos segundos de vida que les devolvían a su familiar.
A última hora de la noche un compañero tuvo la amarga tarea de ir desgranando los nombres de los desaparecidos, que en otro pabellón iban siendo identificados por el grupo de forenses. Larga y lenta agonía de una noche entera. Un nombre cantado en voz alta, un larguísimo silencio y después despacio, sin fuerza apenas para contestar, un "yo".
Más silencio, sombras caminando despacio y hacia un lado de la puerta un grupo familiar con el pánico y el llanto ahogándoles la vida. Sin decir nada nos miraban como pidiendo auxilio o tratando de asegurarse de si eran ellos realmente los que habían sido requeridos. Entonces, algunos se abrazaban a quien había pronunciado el nombre, necesitaban un apoyo en el que reposar aquella pesada y dolorosa carga. Apenas sonaba su llanto por fuera. El llorar interno hacía daño, daño a ellos y daño a todos cuantos estábamos allí. Desánimo y fatiga iban apoderándose del espacio y el tiempo compartido. A primera hora de la madrugada aparecen los primeros síntomas físicos en las familias, también las primeras expresiones de rabia por parte de los que aún no tenían noticias.
Entre nosotros, los profesionales, miradas de impotencia profesional ante aquel silencio y aquella contención. Sabíamos que era una respuesta, la uniforme respuesta de cientos de personas demolidas por el dolor y la angustia.
Pude comprenderlo mejor al día siguiente, de nuevo en mi trabajo, con una sensación de vacío y de presión en el pecho que no me dejaba hablar.
La normalidad debía seguir, me costaba tanto vencer esa sensación de irrealidad, de impotencia. ¿Cómo estarían hoy las familias?. Resonaban en mi cabeza las durísimas historias de aquellas lentas, largas y terribles horas.
Recordaba cada mirada perdida, cada conversación, cada llamada de teléfono con sus mentiras piadosas a quienes esperaban en casa. Recordaba también la generosidad de cientos de personas que acudían desde sus casas con bocadillos, mantas, kleenex, abrazos... acompañando y dando cariño, escuchando a los que para mantener la vida de los familiares desaparecidos nos contaban sus intimidades.
Triste, inmensurablemente triste.
Yo tampoco podía llorar, sólo quería estar con mis compañeras de la noche anterior y que no fuese preciso decir nada. Si quería hablar, era para hablar de ellos, era un cierto desahogo. Sólo sentía frío, un infinito frío interior que me llevaba al silencio. Quería que se me respetara ese silencio.
Quizá ellos, también nos pidieron con su silencio ese respeto, sólo había que acompañarlos.
1. Dirección para correspondencia: Avda. Valdelaparra 82. Portal 1 - 2º D. Alcobendas, Madrid , España - manualamedi@inicia.es
Manuscrito aceptado el 26.12.2004