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Index de Enfermería
On-line version ISSN 1699-5988Print version ISSN 1132-1296
Index Enferm vol.14 n.50 Granada Nov. 2005
MISCELANEA
HISTORIA Y VIDA
Dueña de mi libertad. Pura Moriano Béjar1
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1EAP Villanueva de la Cañada. Enfermera asistencial del consultorio local de Brunete, Madrid, España CORRESPONDENCIA:
Manuscrito recibido el 25.10.2004 Index Enferm (Gran) 2005; 50: 61-64 | Resumen Abstract Paloma, la protagonista de este relato, es una enfermera de 47 años que después de trabajar durante 23 en un hospital de la Seguridad Social de Madrid decide dejarlo y dedicarse de manera autónoma al ejercicio profesional dentro del campo de las terapias naturales. Este cambio fue originado por la insatisfacción y consecuente frustración que le producía el trabajo que realizaba y porque sentía que lo que hacía no era aquello que la había motivado a elegir la profesión de enfermera. IT IS MY OWN FREEDOM Paloma, the protagonist of this story, is a 47-year-old nurse who decided to leave her job after 23 years serving at a public hospital in Madrid in order to give a new turn to her career devoting herself to the natural therapies. This change was motivated by the insatisfaction and frustration caused by the tasks she accomplished in her former job, which she felt were very different from what she had in mind when she first chose to be a nurse.
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Introducción
El presente relato describe la experiencia de Paloma, una enfermera que a los 43 años decide dejar el hospital donde había trabajado desde que terminó los estudios para dedicarse al campo de las terapias naturales. Elegí entrevistar a Paloma porque además de ser amiga mía y tener la seguridad de que colaboraría con agrado, quería conocer las razones por las que había dejado un trabajo seguro, que desde mi punto de vista era bastante compatible con su vida familiar, la cual siempre situaba en un lugar prioritario. Aunque a veces se quejaba de que no le gustaba el trabajo que realizaba porque no lo consideraba enfermería, yo pensaba que le compensaba y que quizás sus quejas fueran más una declaración de intenciones que un verdadero problema. La principal causa que motivó esta decisión fue la constante insatisfacción que le producía el trabajo que realizaba y que, por diferentes razones, mantuvo hasta que, como ella dice, sintió que estaba llamada a más.
A través de este relato podemos conocer el proceso por el cual llega a plantearse la necesidad de dejar el hospital, la crisis a la que le conduce este hecho y la reflexión que determina el cambio. Su fe, el apoyo de una comunidad misionera y el de su familia son los principales elementos que la impulsan a tomar la decisión definitiva con la plena certeza de que va a encontrar lo que siempre ha deseado para su vida profesional.
Este relato biográfico, además de servir como práctica de realización de una entrevista en profundidad, de su trascripción y análisis, ha supuesto para mí una experiencia muy enriquecedora tanto en el ámbito profesional como personal. He podido confirmar que el hecho de escuchar atentamente, ponerte en el lugar del otro y reflexionar sobre la vida del otro te ayuda a comprenderlos mejor, lo que en la práctica se traduciría en la aplicación de cuidados que se basan en sus necesidades reales y no en respuestas estereotipadas y poco razonadas. También me ha hecho ver que puede existir mucha diferencia entre los sentimientos de una persona y la apreciación del observador, y también la ligereza con que en no pocas ocasiones emitimos juicios sobre las cosas de los otros. En este caso en el que, por la amistad que me une a la persona entrevistada, estuve muy cerca durante todo el proceso de cambio, tenía que hacer un gran esfuerzo para que mi opinión sobre los hechos no pesara más que sus propios sentimientos o razones. Unas veces pensaba que muchas cosas que decía no eran ciertas, otras que quizás la fantasía le hacía recordar los hechos anteriores de una manera diferente a como en realidad fueron. Pero al cabo de escuchar con atención, llego a la conclusión de que, al margen de que puede que no todo tenga una autenticidad plena, es la forma en que ella percibe y siente sobre su vida, y yo no tengo elementos para enjuiciar lo que expresa, porque ante una misma circunstancia, dos personas afines pueden actuar de muy diferente manera.
Cada vez más, las enfermeras somos conscientes de la necesidad de investigar para poder basar nuestras actuaciones en evidencias científicas. El poco tiempo de que disponemos, la falta de facilidades y motivación por parte de las instituciones y el escaso conocimiento de los métodos existentes en investigación hacen que esta no se desarrolle de la manera que sería deseable.
La metodología cualitativa en enfermería está menos desarrollada aún que la cuantitativa, a juzgar por algunos análisis realizados para conocer el tamaño de la producción a este respecto.1 Sin embargo es evidente que este método es fundamental e imprescindible en una profesión como la enfermería, cuyo fin es dar las respuestas apropiadas a los problemas de las personas desde un punto de vista holístico.2
Bibliografía
1. Richart Martinez M. Estado de la producción científica de la enfermería española. Index de Enfermería 2002; 38:15-18.
2. Alonso Coello P, Ezquerro Rodriguez O, et al. Enfermería basada en la evidencia. Material didáctico. Difusión Avances de Enfermería. 2004: 47-58.
RELATO BIOGRÁFICO
EL ORIGEN DE LA VOCACIÓN. Yo no tengo esa sensación de haber querido ser enfermera desde pequeñita, sino que más bien fue una decisión ya en bachiller, que sí me llevaba a un terreno que a mí siempre me había atraído y que era el de la relación con los demás. Lo que yo tenía muy claro de enfermería era el cuidado del enfermo, el tiempo de estar con la persona que te necesita. Mi padre, que quería que yo hiciera derecho, accedía a que hiciera medicina, porque le parecía que ser enfermera era una categoría inferior. Yo recuerdo que le dije: "Es que yo no quiero ser médico, porque los médicos no están con los enfermos. Los médicos pasan, y operan, y diagnostican, pero no conocen a la gente, o sea, no están con la gente." Y eso era para mí la principal vocación. Era una vocación de ayuda, en realidad; de acompañamiento y de ayuda.
LOS PRIMEROS RECUERDOS. Yo recuerdo que los primeros años de escuela los viví así. Ahora lo veo como una película. Recuerdo que los estudiantes, los internos, nos ayudaban para que pudiéramos ir más deprisa y entonces, si hacía bueno, tener un ratito para salir con los enfermos a la terraza y tocar la guitarra y cantar con ellos. Y entonces yo, pues, lo recuerdo como con mucha felicidad. Y si yo sabía que había un abuelito que no tenía visitas, cuando terminaba en la escuela subía y le afeitaba, y ese tipo de cosas. Yo del Clínico recuerdo que era un hospital que parecía de campaña, porque no había de nada, pero, sin embargo, mucho amor, mucho compañerismo; esa vivencia.
LA PERDIDA DE ILUSIÓN. Eso ya ahí lo perdí, ya desde ahí lo perdí. Me fui al hospital Primero de Octubre y estuve trabajando en la UVI de neurocirugía. No estuve mucho tiempo, porque me casé pronto y entonces pedí el traslado al hospital Ramón y Cajal. Allí tuve todo un periplo, un recorrido por muchos servicios. Y donde recuerdo que recuperé un poco fue en cirugía plástica. Yo nunca, nunca me hubiera planteado pedirme una consulta, pero por el horario y otras circunstancias terminé en la consulta de cirugía plástica. Tuve que irme de este servicio y aterricé en laboratorio, el sitio menos apropiado para lo que realmente siempre ha sido para mí nuestra profesión.
Yo me pasé años ofreciéndome voluntaria para ir a extracciones y, por lo menos, poder dar los buenos días al señor y pincharle en el brazo. Yo creo que eso fue una parte muy importante de mi pérdida de ilusión por lo que era el trabajo hospitalario. Cuando ya llevaba unos años en el laboratorio, se me presentó la oportunidad de participar en lo que eran los movimientos sindicales dentro del hospital. La verdad es que del laboratorio estaba cansada, no veía clara la perspectiva de la planta. Y como siempre he sido muy creedora de los grandes proyectos, me ilusiono con cierta facilidad, y creo que las cosas se pueden cambiar y que el mundo puede mejorar, pues entré en el sindicato.
Volví antes de lo que pensaba, porque me desilusioné y volví al laboratorio. La verdad es que ya no me rehice. Volver al laboratorio fue para mí como volver un poco a la celda de castigo.
LA DUDA. Desde entonces, esos años últimos que estuve en el hospital sí que me planteé muchas veces pedir traslado, pero realmente no lo veía, porque hablaba con las supervisoras y todo el mundo me contaba lo mismo: "No tenemos tiempo de nada, todo son carreras, no hay gente, no ponen suplentes, estamos agobiados." Entonces no era porque a mí me diera miedo el volumen de trabajo, ni las guardias, sino que decía: "Si, de todas formas, no voy a tener tiempo para poder dar los cuidados de enfermería como yo considero que se deben de dar, pues casi prefiero no ver al enfermo, porque si encima lo veo y no lo puedo tratar como yo creo, me voy a sentir peor."
El laboratorio no me producía ninguna compensación a nivel profesional, porque yo tenía guardias, tenía domingos, tenía noches, tenía un ambiente laboral muy poco agradable, trabajaba con un grupo de gente que pensaba que era un chollo estar en el laboratorio precisamente porque no tienes que ver enfermos, con lo cual yo me sentía allí un bicho raro. Pero no, siempre pensaba que me tenía que ir, que me tenía que pedir un traslado.
LA BÚSQUEDA. Mientras yo vivía todo eso, dentro de mí también había muchos cambios, dentro y fuera, en mi familia, y en mi forma de pensar también. Yo siempre he sido una persona con grandes inquietudes espirituales, pero nunca me he definido dentro de ningún grupo religioso formado, siempre he ido por libre, pero he tenido muy presente esa búsqueda. Como esa pregunta siempre de: "Bueno y todo esto, ¿para qué? Algún sentido más tiene que haber."
Llegado ese momento, me empiezo a plantear otra serie de valores, porque lo que está claro siempre es que lo que queremos es ser felices. Entonces, cuando empiezas a darte cuenta de que todo lo que ya tienes no te da esa felicidad completa, pues, bueno, hay quien se rinde, pero yo, desde luego, creía que lo podía encontrar.
EL PACTO. En esa búsqueda pues yo intenté negociar con Dios. Y entonces le dije que, lo planteé bastante en serio y le dije que si todavía estábamos a tiempo de hacer algo que valiera la pena, yo iba a dar el paso siempre y cuando Él lo diera también. O sea, yo necesitaba una confirmación de que merecía la pena, porque lo que yo ponía sobre el tapete para mí era muy duro. Yo ofrecí ir al cura de la parroquia y ofrecerme para lo que hiciera falta, ver en qué podía ayudar. Aunque en realidad a mí esa es la Iglesia que nunca me ha gustado: la Iglesia jerárquica. Y también ofrecí ir a hacer el camino de Santiago, me parecía que el camino de Santiago podía ser una oportunidad de convivencia, de silencio, de lo que es en realidad el camino de Santiago.
Y entonces, antes de partir para el camino, después de esta propuesta, yo me quedé embarazada de Paloma, cosa que los médicos consideraban imposible. Y yo, desde luego, lo interpreté como la respuesta. Yo lo viví como un auténtico milagro en mi vida.
Y entonces las circunstancias se combinaron para que, a través de un amigo, pude conocer una comunidad misionera que, aunque están dentro de la iglesia católica, para mí eran aire nuevo. La verdad es que fui [a la comunidad misionera] con muchos reparos, pero cuando llevaba tres horas me sentía en mi casa, y es una sensación que he mantenido a lo largo de los años. Y empecé a hacer como un camino, más que de respuestas, al principio de preguntas.
LA DECISIÓN. ¿Y qué me empezó a pasar en el hospital? Pues que aparte de todo lo que ya he dicho antes, del vacío de contenido que yo sentía, empecé a sumar a eso un descontento personal, yo decía "en realidad, yo creo que estoy llamada a mucho más", yo veía que estaba desaprovechando mis talentos o mis capacidades.
Y me empezó a pasar una cosa muy curiosa. Cuando yo terminaba del trabajo y me iba al parking y me metía en el coche, era como si la frase me esperara allí, dentro del coche. Entraba al coche y recordaba una frase de San Juan de la Cruz que decía que "al atardecer de nuestra vida, sólo seremos examinados de amor". Y yo decía: "Madre mía, realmente no estoy haciendo lo que tengo que hacer".
Pasaron muchas cosas. Cuando empiezan a pasar cosas, pasan todas seguidas para que te decidas. Todo te empuja.
Una noche que estaba de guardia bajé a urgencias y había un viejito muriéndose en una camilla solo. Entonces a mí me pareció horrible e intenté buscar a las enfermeras, y ninguna estaba disponible, pero porque todas estaban trabajando muchísimo. Con lo cual subí y le dije a mis compañeros que me iba a bajar porque había un abuelito muriéndose solo. Me dijeron que si me quería ir de monja que me fuera, pero que allí estaba para currar en la bioquímica. Entonces me sentí realmente mal. Me parecía que todo era como evidencias que se me iban poniendo muy a la vista.
Entonces, empecé a tener unos vértigos. Me dieron de baja. Lo que realmente a mí me parecía era difícil de explicar a los médicos. Pero a mí me parecía que lo que me daba vértigo era mi vida, que no sabía para dónde tiraba y que me daba vueltas todo, y que tenía un agujero que me caía dentro, pero que no era tanto mi oído interno.
Entonces fue cuando tomé esa opción y me fui diez días de silencio. Al principio de estar allí lo que quería era irme, escaparme, porque es muy duro entrar en uno mismo. O sea, no estamos acostumbrados a escuchar nuestra voz interior. Cuando yo me planteé realmente para qué era mi vida fue en esos diez días, me lo planteé con una seriedad con la que nunca antes lo había hecho. O sea, quería una respuesta y no divagar; una respuesta, pues entendí que yo tenía que trabajar a través de la palabra, eso lo entendí con mucha claridad, y además me conectó, es curioso, con aquello que mi padre quería que yo fuera. El quería que yo fuera abogado porque decía que tenía mucha capacidad para transmitir, para defender. Y sí, yo siempre había echado de menos eso, ese diálogo, ese poder estar con la gente como ya he contado. Y cuando regresé a casa después de esos diez días, pues, lo llevaba claro.
EL APOYO DE FRANCISCO. Yo iba todo el camino, conduciendo de regreso a casa, repitiendo cómo se lo iba a decir a mi marido. Pero me parecía tal locura, me parecía tal disparate. Y le dije: "He tomado una decisión: que me voy del hospital, que lo dejo." Y yo misma es que, de verdad, me oía y decía: "Bueno, lo estoy diciendo, pero no lo voy a dejar, porque, ¿cómo voy a dejarlo?" Me parecía imposible. El me dijo: "Si tú dejas de trabajar tendremos que reducir en mucho nuestro ritmo de vida, pero lo que de verdad es imprescindible es que tú seas feliz, porque si tú no eres feliz, ni los niños ni yo funcionamos tampoco. Así que, si tienes que dejar el hospital, déjalo."
LA DESPEDIDA. Cuando vuelvo la vista atrás, me doy cuenta de que se me quedó muy grabado cómo fue la actitud de los compañeros de tantos años en el hospital al despedirme.
Era gracioso, porque la primera pregunta siempre era esa: si tenía un as en la manga; pero una vez que yo explicaba que no, que no había nada, que solamente era una necesidad de retomar la libertad de mi vida... Bueno, pues inmediatamente el planteamiento era: "Pero, ¿cómo te vas a ir si tienes una plaza en propiedad?".
Es como que si tienes una plaza en propiedad ya no te tienes que plantear nada más en la vida; tienes una plaza en propiedad y hasta los 65 años tienes que estar ahí dando gracias de que tienes una plaza en propiedad. Y claro, yo les decía: "Ya, pero es que ahora yo he descubierto que no es tanto que yo tenga una plaza en propiedad, sino que la Seguridad Social me tiene en propiedad a mí."
Cuando yo decía esto me miraban como un bicho raro. Claro, yo lo comprendo, yo estaba explicando lo que era mi experiencia y que esa experiencia no tiene que ser igual para todo el mundo, y entonces todos me decían: "¿Y la jubilación?".
Me parece que no se debe vivir al tuntún, pero no sentía que tenía que supeditar mi vida por la jubilación. ¿A mí quién me garantiza que estoy viva mañana?.
Cuando fui a presentar los papeles a personal, la persona que estaba allí, que me conocía, me dijo: "¿Tú sabes que teniendo una persona a tu cargo de forma estable tienes derecho a pedir un año de excedencia?" Y como en casa vive mi cuñado, que tiene una discapacidad, pues la pedí. Pero, ¿sabes qué es lo gracioso? Pues que ese año tuve muchísima ansiedad por eso, porque era como que cuando en el negocio las cosas no iban del todo bien o había una crisis o tal, me asaltaba la tentación de... una vocecita que me decía "puedes volver al hospital". Y yo no quería oír esa vocecita. Nunca se puede decir que algo es imposible, porque la vida da tantísimas vueltas que no se sabe, pero tendría que ocurrir algo no sé cómo de terrible, de insospechado, para que yo volviera al hospital. Haría muchísimas cosas antes. Haría lo que fuera, pero no volvería al hospital como no fuera lo último ya en el mundo. Es como si tuviera una fobia al sistema como se trabaja en el hospital.
LAS EXPECTATIVAS. No tenía ninguna, ninguna perspectiva laboral. Hombre, primero se te pasan por la cabeza, pero de forma muy fugaz, ideas como decir "pongo en mi casa una consulta de enfermería", lo que sabes hacer, ¿no? Pero para nada, sabía que no iban por ahí los tiros. Yo creo que en esos primeros momentos no me tracé un programa de actividades, fue un poco ponerme a disposición. Decir "tengo que vaciarme primero", como hacer una buena limpieza. Primero me tengo que vaciar de todo lo que me mantiene atada, ocupada, preocupada, y lo que tenga que ser vendrá a mi vida, llegará. Y así ocurrió.
LA EXTRAÑA ENFERMEDAD. A los 25 años yo estuve un año entero de baja por una enfermedad que en el hospital nunca me supieron diagnosticar. Me la trataron como un hipertiroidismo, pero yo sé, y ahora lo sé con seguridad, que no fue un hipertiroidismo. Debía tomar como 25 pastillas diarias. Me limitó tanto aquella enfermedad, que me tuve que volver a ir a casa de mi madre. Nos fuimos Francisco y yo a casa de mi madre porque no me podía dejar sola, no tenía fuerza, mis músculos estaban sin tono. Mi madre cuando ya vio, casi un año después, que se me caía la baba, o sea, es que estaba así, me dijo: "Voy a buscar un médico naturalista. Tiene que haber algún médico que no te mande medicinas, que te quite todos esos potingues que te estas tomando, que sea médico, porque no vamos a ir a un curandero."
Y lo buscó y lo encontró. En una relajación guiada, una visualización que hice estando ya en Fuente de Salud [el centro de terapias donde trabajó después del hospital], trabajé mis 25 años, lo recordé perfectamente y entonces me di cuenta de que este hombre, en un mes, me curó a base sólo de limpieza. Me dijo: "Vienes envenenada. Lo primero que hay que hacer, hija mía, es limpiarte." O sea, dieta de frutas, ayunos controlados, bueno, y luego un poco de vitamina A y nada más. Y en un mes yo empecé a recuperarme muchísimo.
Y desde ahí, desde luego, sí que siempre me quedó la experiencia clarísima de todo lo que nosotros tenemos como recursos frente a la enfermedad y que no utilizamos, es decir, fue mi primer contacto muy directo con la medicina natural. Por eso yo creo que cuando se me fueron presentando años después esos caminos, no me tuve que plantear si esto era válido, sino que de una forma muy espontánea lo acepté.
EL NUEVO CAMPO PROFESIONAL. A los pocos días, diez, doce, de dejar el hospital, me llama por teléfono la terapeuta que por entonces me estaba haciendo reflexoterapia y me dijo: "¿Te acuerdas que te dije que íbamos a montar una chica y yo un centro y tal? Pues es que lo estamos haciendo y yo creo que estamos haciendo una locura, no sabemos ni por dónde cogerlo. Nosotras lo que sabemos es dar nuestros masajes, pero nos hemos metido en un lío de papeles que no sabemos salir y, como tú has llevado temas laborales, nos podías echar una mano ahora que tienes tiempo". Escuché lo que estaban haciendo y me pareció que estaban como cabras. Se podía decir que la empresa ya estaba en la ruina, ya estaba en crisis total y todavía no tenían clientes.
Pero yo dentro de todo aquello vi una posibilidad, y la posibilidad fue que en un sitio como ése yo podía tener el tiempo que no tenía en el hospital para tratar con la gente. Bueno, lo vi así, no con una certeza enorme, sino como una puerta. Lo que siempre tuve claro es que yo no me iba a quedar en casa, porque no era mi forma de ver la vida. No, para eso no había dejado el hospital, no era para estar sólo de ama de casa, que me parece estupendo, pero no era mi vocación. Y como aquello, aunque de la forma que lo veían ellas era para mí extraña, pero tenía que ver con la sanación, pues yo dije "vamos a intentarlo". Lo que sí que le puse desde el primer momento fue muchísimas ganas, porque yo tenía claro que todo lo que yo había hecho tenía que ser para algo bueno y que de ahí tenía que salir algo.
El primer año me lo pasé prácticamente haciendo gestión, haciendo números, llevando todo lo que era la organización de aquel caos, porque era un caos, y fuimos resurgiendo un poquito. Cuando pasó ese primer año de gestión, me dediqué plenamente a lo que en realidad tenía ganas, que era mi vocación. Estudié y aprendí, y sigo formándome, pero aprendí las primeras técnicas naturales que yo podía aplicar como herramientas; y desde ahí y, desde luego, a través de mi formación académica, de mi experiencia en el hospital y apoyándome además en las técnicas naturales que he ido aprendiendo, pues paso consulta. Precisamente por esa formación que yo recibí puedo ir viendo la interrelación que hay entre todo lo que yo aprendí de joven y lo que ahora voy descubriendo. Y desde ahí tengo la enorme satisfacción de saber que lo que hago funciona, que las personas que van a mi consulta, a veces defraudadas de otro tipo de técnicas más clásicas, o simplemente desde el principio ya buscando caminos que no pasen por tomar fármacos, pues se obtienen muy buenos resultados. Y eso, pues, claro, es muy satisfactorio.
Desde luego ahora ya sé que no curo a nadie, que la gente se cura cuando se quiere curar y yo acompaño ese camino. Realmente con este tipo de trabajo que desarrollo ahora siento que puedo ayudar a la gente para que sean más felices. Y la verdad es que es muy satisfactorio. A nivel profesional yo estoy contentísima; lo que menos me gusta es ser empresaria.
Como mi camino espiritual tampoco se ha parado, yo sigo progresando, ahora mismo estoy estudiando el primer ciclo de una diplomatura en Teología, pues, antes o después, cuando yo creo que es el momento adecuado, hablo de espiritualidad. No impongo a nadie mis ideas, ni tampoco lo cierro a una iglesia concreta, pero sí procuro en la medida de lo posible poner a la persona en contacto con ese yo superior que creo firmemente que existe. Bueno, porque mi convencimiento es que esa es la sanación final y que sin eso, pues nos quedamos siempre, a veces un poco más cerca, a veces un poquito menos, pero sin llegar a la meta.
LA REFLEXIÓN FINAL. Yo ahora pienso que todo ha sido para bien, porque si yo hubiera estado en cirugía plástica, seguramente me habría quedado allí, y seguiría pasando mis consultas y haciendo mis curas. Con lo cual, pues estaría bien, pero no hubiera tenido nunca la experiencia tan enriquecedora que para mí ha sido esto. He hecho mucho trabajo interior con estas cosas. He llegado a ver cómo aquellos compañeros, que desde luego para mí de compañeros tenían el nombre solo, eran presencias necesarias en mi experiencia de vida para que yo me fuera y para que encontrara lo que es mi verdadero camino. Yo estoy segura de que este es mi camino. No estoy segura de que toda la vida voy a estar en este lugar, porque ¿quién sabe qué va a ocurrir mañana? No sé cuanto voy a vivir, no sé cuanto va a dar esta empresa de sí, pero sé que lo siguiente que ocurra también va a ser para bien. Si dentro de seis meses tengo que cerrar, no pasa nada, cerraría. No tengo miedo, eso ha sido una ganancia muy grande para mí. No tengo miedo, estoy completamente convencida de que puedo ir haciendo muchas cosas que sé hacer bien, que hay mucha gente que además va a apreciar y va a valorar esas cosas porque las necesita, y en eso estoy tranquila.
Me parece que todo está como tiene que estar y que es así, y que es para bien. Y, desde luego, me siento que estos años han sido quizá los mejores de mi vida.