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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.14 no.51 Granada mar. 2005

 

¿Dónde y cómo quiero morir?

Sr. Director: Al salir del teatro de ver la obra “El último adiós de Copito”, teníamos sentimientos contrapuestos. En ella, de una forma muy sutil, se hablaba de la muerte, pero al mismo tiempo le quitaban todas las connotaciones oscuras que la palabra muerte puede implicar. Esto nos hizo reflexionar sobre lo que significa la muerte para nosotros y para la sociedad actual. Nos dice Montaigne: “El día de nuestro nacimiento nos encamina tanto al morir como al vivir”.1 Nuestra sociedad, la que estamos construyendo entre todos, no acepta la muerte como ocurría en la sociedad que le tocó vivir a nuestros padres y abuelos. Ellos veían la muerte como un proceso natural, rodeados de sus hijos, nietos, amigos y vecinos, incluso con el cura y el monaguillo. Era normal que en la casa del difunto se hiciera el velatorio y los vecinos acompañaran durante la noche y parte del día a la familia. Pero todo esto era antes, cuando se podía hablar de la muerte, pero ahora es un tema tabú, no esta permitido hablar de ella.

La sociedad de hoy, pensamos que tiene una escala de valores que no permite dar tiempo a pensar en la muerte, hay un dualismo entre producción y consumismo que hace que ésta se oculte; cuando las personas llegan a esta fase final de la vida, la familia bien por miedo o inseguridad, optan por llevarlos al hospital, pensando que es el lugar más adecuado para pasar los últimos días de vida. No obstante, el hospital es un lugar frío, impersonal, donde predominan las técnicas sobre los cuidados de confort que requiere un paciente con estas características; no hay intimidad, no permite la comunicación familia-paciente y las vivencias tienen que ser compartidas con el paciente de la cama contigua, potenciando así la situación de dolor. En el hospital, el paciente no puede despedirse de su familia ni pedir sus últimas voluntades, no hay momento.

Y cuando fallece es trasladado de forma rápida al mortuorio, pues la actividad en la planta debe seguir. Por otra parte la muerte de una persona crea angustia en el resto de pacientes, los cuales se percatan de que “Teodoro, el de la habitación 512, ha muerto”. Se cierran las puertas de las habitaciones, el pasillo queda solo y el compañero de habitación se traslada a otra mientras se amortaja al difunto. La familia no llora tranquila su muerte, pues las prisas sólo les permiten recogerlo todo, marchar al mortuorio y por último al tanatorio, donde se reúnen y pueden expresarse libremente; justo cuando han salido del hospital.

¿Y si el paciente quiere morir en su casa? ¿Se lo hemos preguntado? Para que el paciente pueda morir en casa tenemos que estar todos mentalizados, no sólo los profesionales sino también el núcleo familiar, pues es una decisión tomada por el paciente y debe ser respetada.

Es verdad que la muerte en casa provoca más trabajo para la familia; el secreto está en que se establezca una organización implicando al mayor número de familiares. El paciente se siente más cómodo pasando los últimos días en su casa, con su familia y amigos; sintiéndose protegido, con intimidad, con la oportunidad de despedirse y manifestar sus últimas voluntades. Cuando esto se desarrolla así, disminuye el riesgo de padecer un duelo patológico, pues en verdad, todos han colaborado a que tenga una muerte digna.

Continuando con Montaigne: “No sabemos dónde la muerte nos espera, aguardémosla en todas partes. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad”.1       

Bibliografía

1. Montaigne M. Maestro de vida. Madrid: Ed. Debate, 2000.

Beatriz Méndez Serrano, Francisca Cuevas Pareja
Centro de Salud Santa Rosa, Córdoba, España
bmendezserrano@yahoo.es

 

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