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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.15 no.52-53 Granada  2006

 

REVISIONES

 

Cuidadores del adulto mayor residente en asilos

Caretakers of elderly persons living in asylums

 

 

Zoila Edith Hernández Zamora

Investigadora del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad Veracruzana, Xalapa, Veracruz,  México.

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN 

Se reitera el incremento que en los últimos años ha tenido la población de adultos mayores,  hecho que repercute en el número también cada vez más alto de personas residentes en asilos para ancianos, lugares que por lo regular dependen del estado y cuyas características tanto materiales como su infraestructura en cuanto a personal especializado para atender a las personas que ahí viven, deja mucho que desear. Este último aspecto es el punto cardinal de este trabajo, ya que los cuidadores, trátese de enfermeras, psicólogo, médicos, trabajadoras sociales, entre otros, realizan un papel crucial en el funcionamiento de tales instituciones. El cuidador, al igual que los residentes, es un ser humano, con una carga inherente a la labor que realiza y que, además, transita por todas las emociones o conflictos que implica desempeñar su puesto, al igual que los que cuida, necesita ser cuidado y atendido para el logro del bienestar de ambos.


ABSTRACT

This article underlines the increase in the population of elderly persons that has occurred in recent years and has resulted in ever-increasing numbers of residents living in asylums for the aged, or old people’s homes.  Such institutions are generally dependent on the state, and their material characteristics as well as their infrastructure in regard to the specialized personnel for attending to the people residing there leave much to be desired. This last aspect is the central point of this work since the caretakers, be they nurses, psychologists, doctors, social workers or others, perform a crucial role in the functioning of such institutions. The caretaker, like the residents, is a human being with a duty that is inherent in his/her work and who, in addition, is subject to all the emotions or conflicts that the job implies. Just like the persons under his care, he requires care and attention in order to maintain the well-being of all those concerned.


 

Introducción

El crecimiento de la población de ancianos ha originado la necesidad de personal preparado en el campo de la gerontología, lo que implica cambios de actitud hacia el adulto mayor, además del suministro de servicios, las personas de edad avanzada necesitan tener un contacto estrecho con quienes los proporcionan, y que, en ocasiones, pueden actuar también como acompañantes  o confidentes. En México no existen estadísticas precisas acerca del número de adultos mayores confinados en instituciones, se puede suponer que la mayoría reside con su familia. En nuestro país, como en la mayor parte de los países en vías de desarrollo, las instituciones que reciben sujetos añosos para estancia son, en primer lugar, los asilos para ancianos.

Lo que mejor distingue al asilo para ancianos de otros confinamientos es que en estos últimos se pretende la rehabilitación de los recluidos, aunque sólo sea a través de una intención legal. En el asilo, en cambio, y a pesar de los apelativos recientes como “casa-hogar”, “albergue”, “residencia”, no parece existir otra finalidad que el agrupamiento y la reclusión, acompañado de una supervisión médica elemental. La mayoría de los ancianos recluidos en los asilos mexicanos viven este encierro debido a que sus familiares los consideraron un estorbo en el marco de la vida familiar, a lo que se agregan, a veces, razones de tipo económico.

La comunidad de internos muestra, por lo regular, un comportamiento regresivo. La tendencia natural de todo grupo humano a la regresión está acentuada en la comunidad del asilo por la organización jerárquica de la institución. La regresión se manifiesta por exageración de las conductas de sumisión, de las limitaciones psíquicas y físicas, y de la pasividad. Es favorecida, igualmente, por la falta de motivación y de preparación del personal que en algunos casos, maltrata a los internos, saca provecho de ellos y comete hurtos, cuando la ocasión se presenta. (Krassoievitch, 2001). Para afrontar estos problemas se hace necesaria la intervención de un equipo multidisciplinario conformado por médicos, geriatras y gerontólogos, enfermeras gerontólogas, gericulturistas, terapistas físicos, trabajadores sociales, psicólogos, dietistas, odontólogos y podólogos, entre otros (Hernández, y Muñoz, 2003). Todo este personal suele ser designado, en forma general y sin considerar su nivel o grado profesional, como cuidadores del adulto mayor.

 

Tipos de cuidadores

Cuidador: “Aquella persona que asiste o cuida a otra afectada de cualquier tipo de discapacidad, minusvalía o incapacidad que le dificulta o impide el desarrollo normal de sus actividades vitales o de sus relaciones sociales” (Flórez, Adeva y García, 1997).

Cuidador informal: Son aquellos que no son remunerados y tienen un elevado grado de compromiso hacia la tarea, caracterizada por el afecto y una atención sin límites de horarios. Es brindado por familiares, amigos y vecinos. Se diferencian en cuidadores principales o primarios y cuidadores secundarios según el grado de responsabilidad en el cuidado de los ancianos  (Izal y Montorio, 1998).

Cuidador formal: Toda aquella persona que cuida en forma directa a ancianos en diversos ámbitos, esté o no capacitado, recibiendo un pago o beneficio pecuniario (dinero) por su trabajo. Sólo 3% de los pacientes adultos mayores discapacitados, tienen cuidadores remunerados (Izal y Montorio, 1998).

Idealmente, los cuidadores formales de ancianos son personas capacitadas a través de cursos teórico-empíricos de formación para otorgar atención preventiva, asistencial y educativa al senecto y, en caso de que exista, a su grupo familiar. Saber cuidar a los viejos es un  verdadero arte denominado “gerontocomia” (Valderrama, 1997).

 

Las enfermeras: un grupo especial

Está comprobado estadísticamente y a través de la experiencia al visitar cualquier institución médica, de servicios sanitarios o de cuidado, que las enfermeras y los enfermeros, son el personal más numeroso dentro del personal de salud. Las enfermeras constituyen un grupo laboral que aumenta día con día; actualmente hay dos enfermeras por cada 1000 habitantes en México (Secretaría de Salubridad y Asistencia SSA, 2000)

Para la población en general, así como para el personal de salud, no es ajeno que el trabajo de enfermería es difícil, estresante y delicado, ya que se enfrentan cotidianamente con el dolor humano, así como con la vida y la muerte. Además, su estatus laboral medido por autoridad, sueldo y toma de decisiones, no compensa a la trascendencia de sus responsabilidades. A pesar de la importancia de su trabajo y de las particularidades substanciales del mismo, son pocas las investigaciones mexicanas que abordan su problemática y plantean estrategias para mejorar su situación laboral. El interés por este grupo se debe a que existen características que las distinguen de otros profesionales de la salud. Por ejemplo, fuman más que cualquier otro trabajador del área, se  ven sometidas a niveles considerables de estrés relacionado con el trabajo y perciben mayores niveles de estrés que los médicos y los farmacéuticos.

El personal de enfermería ejerce una profesión que favorece las condiciones para el desarrollo del estrés ocupacional y para la formación del desgaste profesional o burnout (Arita y Arauz, 1999; Boyle, Grap y Younger, 1991, Carmona, Sanz y Marín, 2001, 2002; Chacón, 1995; Chacón y Grau, 1997, 2003;  García, 1991; Gil-Monte, Peiró y Valcárcel, 1996; Grau y Chacón, 1999ª, 1999b; Melchior, Van den Berg, Halfens y cols., 1997; Organización Mundial de la Salud, 1995; Pérez, 20001). Entre los estresores más importantes se encuentran los siguientes: sobrecarga cuantitativa de trabajo, dificultades con otros miembros del personal, problemas sindicales, tratamiento en condiciones críticas de enfermedad, casos sin esperanza o difíciles, subutilización de habilidades, ambigüedad acerca del futuro, falta de autonomía y tiempo, la escasez de recursos y bajos salarios. Otros estresantes son: el sistema de turnos, las relaciones con los médicos, la imposibilidad de elegir a las compañeras de trabajo, la falta de reconocimiento, las fluctuaciones en la cantidad de trabajo, la desorganización de la institución y conflictos con la autoridad. Hay estudios (Lara, Acevedo y López, 1996). que reportan una tendencia considerable de las enfermeras a evadir las demandas emocionales de los pacientes al comparárseles con las maestras y las trabajadoras sociales. Las enfermeras que reportan mayor satisfacción en el trabajo tienen las siguientes características: consideran su trabajo como menos rutinario, perciben posibilidades de promoción, son de mayor edad, opinan que hay una distribución equitativa de recompensas y no creen estar sobrecargadas de trabajo (Lara, Acevedo y López, 1996).

Otros miembros del equipo de salud en asilos son (Galinsky,  1994; Conde, 1998):

Rol del psicólogo: Además de los exámenes psicológicos, el psicólogo deberá realizar otras actividades enfocadas al manejo del paciente psiquiátrico tales como manejo de la depresión, técnicas de modificación de conducta de individuos o grupal y de orientación terapéutica al personal de rehabilitación, enfermeras, trabajadoras sociales y personal no cualificado.

Rol del médico: la base del trabajo profesional en psicogeriatría debe de ser el equipo multi/interdisciplinario, en el que cada uno de los integrantes tiene una función definida. Es importante, en el caso del médico, que su formación básica sea de psiquiatría. La acumulación de información en el terreno de la psicogeriatría hace de ésta una nueva e interesante rama de la especialización.

Rol del rehabilitador: su tarea principal es la capacidad de diagnosticar y tratar problemas cognitivos que acompañan a los trastornos mentales del senecto. Al mismo tiempo, no hay que olvidar la rehabilitación física que contribuye a la independencia funcional de estas personas y que es el rol del fisioterapeuta. Debe mencionarse así mismo el terapeuta del lenguaje, cuya función está ligada a las afasias, sobre todo producto de accidentes cerebrovasculares.

Rol de la trabajadora social: el anciano institucionalizado suele presentar con frecuencia, debido a su soledad, trastornos de conducta, depresión o demencia. No se puede tratar la parte orgánica o funcional de estos enfermos sin el intento de solucionar la situación del paciente y de los familiares o amistades involucradas. Esto implica una alta participación de la trabajadora social y la necesidad de desarrollo y conexión con servicios sociales en la comunidad.

Personal no calificado: este grupo debe ser motivado y alentado permanentemente. Los estímulos y gratificaciones que los guían son distintos a los del tipo profesional. Reuniones permanentes y explicaciones a nivel de su comprensión son esenciales para mantenerlos motivados y mantener su interés. Constituyen el personal básico sin los cuales no podría darse una adecuada atención al adulto mayor institucionalizado.

 

El cuidador, ¿también debe ser cuidado?

Es probable que algunas personas hayan tenido que cuidar a alguien con demencia o a personas ancianas, o bien, observar cómo es su cuidado, y percibir las diversas situaciones que recorre este proceso de atención. Un aspecto bastante olvidado es la tarea del cuidador, el resto de las personas se limitan a criticarlos, a juzgarlos, sin pensar en lo arduo de su tarea, en que muchas veces son agredidas física y verbalmente por aquellos a quienes atiende, en lo absorbente que es el trabajo de cuidar adultos mayores, la gran carga física y mental que requiere, de ahí que estos trabajadores también requieran atención.

El cuidar tiene también consecuencias para quien lo hace, el cuidador invierte una dosis en mayor o menor medida de recursos emotivos y físicos en la persona que cuidan. En la medida que el tiempo transcurre y la enfermedad o la dependencia avanzan, la tarea puede ser realizada con menor entusiasmo, independientemente de la relación afectiva o de trabajo. Garrid y Sansburi (véase Molina, Iañez e Iañez, 2005) introdujeron en 1963 el término “carga” para referirse al impacto que produce el cuidado de personas enfermas en sus cuidadores. Esta “carga del cuidador” fue definida como “el conjunto de problemas de orden físico, psíquico, emocional social o económico que pueden experimentar los cuidadores de adultos incapacitados” (George y Gwiter, 1986). Efectivamente, los cuidadores de estos pacientes son de manera especial, capaces de enfrentar los conflictos anteriormente definidos como carga. Con relación del carácter unidimensional o multidimensional del concepto citado, resulta importante enfatizar el trabajo realizado por Martín, Salvadó, Nadal y cols (1996) en el que detectan tres factores de carga: impacto del cuidado, carga interpersonal y expectativas de la autoeficacia.

La "carga" es un elemento crucial en el análisis de las repercusiones del cuidado de las personas mayores. Hay que destacar una distinción importante sobre el concepto de carga, son las dimensiones " objetiva" y " subjetiva" de la misma (Valderrama, 1997).

La carga subjetiva: Son las actitudes y reacciones emocionales que se presentan ante la experiencia de cuidar, "cómo se siente". Es la percepción del cuidador de la repercusión emocional de las demandas o de los problemas relacionados con el acto de cuidar. (Evans, Connis y Haselkorn, 1999).

La carga objetiva: Es el grado de perturbaciones o cambios en diversos aspectos de la vida de los cuidadores (Evans, Connis y Haselkorn, 1999). Es la cantidad de tiempo invertido en cuidados, problemas conductuales del enfermo, disrupción de la vida social, etc.

No obstante lo anterior, la evaluación de la carga y de los problemas psicológicos, entre otros, que los cuidadores de enfermos adultos revelan, no suele hacerse con frecuencia (Martín y cols, 2002), no empero, es necesario recalcar que tal evaluación es necesaria para prevenir futuros problemas emocionales en el cuidador y hasta el posible maltrato de la persona a quienes cuidan, pues no existen hasta este momento evidencias certeras de la eficacia de intervenciones terapéuticas, si es que se llevan a efecto, en la asistencia a la salud mental del cuidador.

La ansiedad  que en gran parte de los casos suele ir asociada al estrés, puede aparecer con frecuencia en el ámbito laboral, este estrés es de tipo organizacional, crónico y cotidiano, aparece generalmente en los trabajadores asistenciales: médicos, enfermeras, profesores, terapeutas o psicólogos y surge en situaciones de un trabajo no lo suficientemente recompensado que exige entrega en situaciones emocionales de alta demanda. Causa detrimento psicológico y es el principal componente de una  moral baja o ausentismo, se desarrolla entonces un autoconcepto negativo y actitudes igualmente negativas hacia el trabajo. Este estrés negativo es resultante de la influencia de agentes del entorno social, del marco laboral y de las características personales (Arita, 2001).

 

Sintomatología del cuidador y su abordaje

Complicaciones físicas: Dolores crónicos, cefaleas tensionales, fatiga crónica, trastornos digestivos (dispepsias), pérdida o incremento de peso corporal, infecciones virales a repetición (ej: gripes) por inmunodepresión, úlcera gastrointestinal, quejas somáticas: dolor crónico del aparato locomotor, astenia, alteración del ciclo sueño-vigilia, deterioro de la función inmune, mayor predisposición a úlcera péptica,  patología cardiovascular, entre otras.

Complicaciones mentales o emocionales: ansiedad/estrés (en el 50% de los casos), depresión (es el problema más frecuente), insomnio, falta de energía, sentimientos de pérdida de control, sentimientos de culpa, aparición de excesivo uso del cinismo y o sarcasmo, sobreinvolucración con el paciente, insomnio, alta tasa de automedicación (psicofármacos y analgésicos) (Molina, Iañez e Iañez, 2005).

Conflictos sociofamiliares: problemas familiares, conflictos laborales, sindicales, altercados con sus mismos compañeros o con los asilados, aislamiento social, disminución de las actividades de ocio y recreación, dificultades económicas debidas a los bajos salarios.

 

Providencias a tomar para evitar o tratar la sintomatología del cuidador: Educación e información continua al cuidador, programar el trabajo, autocuidado, grupos de apoyo, programas psicoeducativos, intervención familiar, programas de intervención clínica, programas psicoeducativos, apoyo emocional, información sobre el proceso de envejecimiento, promover, reforzar y/o actualizar habilidades instrumentales.

 

Otras recomendaciones para liberar las tensiones del cuidador:

-Cuando sienta tensión intentar manejar sus emociones antes de continuar con su labor, haciendo respiraciones profundas o ventrales, tratando de relajarse, lo mejor es hacerlo a solas.

-Realizar alguna actividad para descargar emociones, como reír, llorar, gritar.

-Decir lo que siente a alguien con la suficiente capacidad de escucha y sin que emita juicios.

-Promover grupos de apoyo para cuidadores, formados por personas que estén en situaciones semejantes.

-La satisfacción del cuidador tiene relación con diversos aspectos como son: su propia salud, el sostén afectivo y reconocimiento que tenga, la información que posea sobre las características del proceso de envejecimiento, la propia labor del cuidar, su forma de enfrentarse y resolver los problemas.

 

Cuando el cuidador es maltratador

Un temor especial es el abuso de los residentes ancianos por miembros del personal. En una encuesta telefónica realizada en Estados Unidos (Papalia, y Wendkos, 1997) 577 enfermeras y asistentes de enfermería que trabajaban en hogares geriátricos contaron muchos ejemplos de abuso, realidad que no sólo sucede en ese país del norte, sino en países como México y aún de manera más acentuada. Más de un tercio de quienes respondieron había visto a otros miembros del personal abusando físicamente de los residentes, prohibiéndoles más de lo necesario, empujándolos, agarrándolos, pellizcándolos, abofeteándolos, golpeándolos o pateándolos, o también arrojándoles cosas. El 10% admitió haber cometido uno o más de estos actos. El abuso psicológico era aún más común. El 40% admitió haberlo cometido y el 81% admitió ver a otros funcionarios gritar airadamente a los pacientes, insultarlos, maldecirlos, aislarlos sin necesidad, amenazarlos o rehusarse a darles alimento. En tales casos, tanto la víctima como el abusador necesitan tratamiento.

Además, a menudo la atención médica básica es deficiente, con estados tratables como depresión e incontinencia, a veces mal diagnosticadas, drogas mal prescritas; y casos de pacientes mantenidos con sobredosis de sedantes y descuidados. Para mejorar el cuidado, hace falta que más médicos reciban educación en geriatría; es necesario que se involucren más profesionales de salud mental; se necesitan políticas de reintegración que ofrezcan incentivos a los trabajadores de la salud pública para el buen cuidado a largo plazo, y deben establecerse sistemas para controlar la prescripción de medicamentos  y otras prácticas (Papalia y Wendkos, 1997).

La verdad es que una de las peores maneras en que las personas de edad avanzada pueden pasar sus últimos días es en el estado de maltrato conocido como abuso de los ancianos, que es la negligencia o el abuso psicológico o físico que se comete contra personas dependientes que tienen edad avanzada. Puede ocurrir en instituciones o en sus propios hogares.

Otro problema de la población añosa es el no tener una atención conveniente en las instituciones designadas para su cuidado, falla debida, la mayoría de las veces, a que el personal, aparte de no ser tolerante y paciente, carece de capacitación (en muchas ocasiones son personal de limpieza que por llevar ya mucho tiempo desempeñando el puesto, asciende a enfermera), comprensión y afecto; en consecuencia, les resulta embarazoso, arduo, desagradable o irritante brindarles un servicio de calidad total, lo cual incluye, además del trato afectuoso, recibir un tratamiento interdisciplinario con enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales y terapeutas, además del geriatra, a fin de ofrecerles a estas personas una atención de mayor calidad (Hernández, 2001).

Los residentes de la mayoría de los asilos deben enfrentarse también a que rara vez o nunca son visitados por sus familiares, tampoco les es permitido salir, por lo que sus relaciones interpersonales están limitadas a sus mismos compañeros (muchos de ellos con trastornos mentales) y al personal que los atiende, por lo cual se reitera la necesidad de una atención de calidad que incluya no solamente los cuidados asistenciales, sino una compañía que brinde afecto y escucha. Desafortunadamente, en la gran mayoría de los casos, este personal no está lo suficientemente capacitado, en especial en el aspecto humanístico, para tratar a los viejos, carecen de empatía, de sensibilidad, de paciencia, de amor, de conocimientos sobre cómo una persona mayor puede ser afectada en sus emociones por sus padecimientos, o lo contrario.

 

El cuidado terminal

Pocos regalos serán tan valiosos como el procurar y acompañar una buena muerte. El cuidado paliativo, el que alivia cuando ya no hay posibilidades de recuperación, tiene gran mérito. Negar esta oportunidad por parte de un profesional de mente rígida o impreparada no es humanitario. La sinceridad y apertura del personal (en especial el de salud) de los asilos en estos temas es generalmente muy apreciado por los pacientes y debe practicarse siempre. Los problemas éticos que de aquí surgen están ligados de modo principal a la confusión del cuidado terminal y no dar lo que puede proporcionar bondades o dejarse cautivar por súplicas del paciente que pueden ser ilegales y las más de las veces expresadas sin mucha reflexión (Rodríguez y Mendoza, 2000).

Este cuidado terminal es muchas veces dado por los mismos compañeros del residente, dándoles la mano, acompañándolos, hablándoles, cantándoles, si es el caso, diciendo oraciones o cantando música sacra, en fin, acompañarlos hasta que la muerte llegue por ellos. Este es un arte que el personal de salud debería observar y cultivar, puesto que el acompañante está dando lo que le gustaría recibir al aproximarse su fin.

 

Conclusiones

El cuidado de los viejos genera cuestionamientos sobre fragilidad y dependencia, autonomía, obligaciones y compromisos, y las complejas relaciones entre los adultos mayores y controversias éticas de aquellos que en la comunidad los “sostienen” y los “cuidan” (Daichman, 1999). El desarrollo de un diálogo comprensible y estrategias coherentes se impone como desafío personal y compromiso permanente para todos los profesionales responsables del arte que significa “el cuidado de los viejos”.

Está demostrado que en la gran mayoría –sino es que en todos- los asilos públicos no se cuenta con un psicólogo, psicoterapeuta, geriatra, gerontólogo o cualquier otro profesional de la salud mental. Es fundamental, por tanto, trabajar con  el personal que trabaja en un asilo y hacerlo desde el punto de vista humanístico con el objetivo de sembrar en ellos la suficiente empatía con los viejos, tratando de lograr que les den un trato digno y fuera de marginaciones por el hecho de ser viejos y estar cercanos a la muerte, no olvidar que todos estamos en el camino que nos hará llegar a esa etapa de la vida y qué mejor que llegar a ella con gracia, dignidad, optimismo y salud.

Aunque resulta difícil lograr el complemento, la meta final es que los cuidadores de adultos mayores fuera o dentro de los asilos, tengan las suficientes herramientas físicas y emocionales para que se conjugue la salud integral de ellos con la prevención y tratamiento de la salud de los viejos en un marco de armonía y seguridad para ambos.

 

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Recibido: 9.11.2005
Aceptado: 12.01.2006

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