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Index de Enfermería

versão On-line ISSN 1699-5988versão impressa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.16 no.57 Granada Nov. 2007

 

MISCELÁNEA

CARTAS AL DIRECTOR

 

La contaminación invisible

The invisible pollution

 

 

Sr. Director. Entre las diversas acepciones del ruido se encuentra la de “todo sonido no deseado” o “sonido que provoca una sensación desagradable a quien lo escucha”. Su incremento en las sociedades modernas debido principalmente a actividades urbanas, industriales y recreativas, y las repercusiones sobre el estado de salud de los individuos y sobre la relación de éstos con su entorno, nos sitúan frente a un problema socio-sanitario de primer orden. Enumeremos algunos de los efectos directos o indirectos que, está demostrado, produce el ruido: hipoacusias totales o parciales, acúfenos, hipertensión arterial, aumento de secreción ácida estomacal, estrés, disminución de la capacidad de defensa del organismo, aumento de procesos cancerosos y de su rapidez, trastornos del sueño, menor capacidad de aprendizaje, aumento de la agresividad o disminución del altruismo.

La “naturalidad” cotidiana con la que aceptamos el ruido es evidente, lo que duplica el daño de sus consecuencias. Me hallo en un despacho del edificio donde trabajo, situado en un emplazamiento relativamente tranquilo de la planta baja. Las ventanas y la puertas están cerradas pero, a pesar de ello, puedo enumerar ahora mismo las siguientes fuentes de ruido: paso de agua a través de una tubería en la pared; conversación de varias personas a la puerta del despacho; goznes metálicos y sin engrasar de la puerta de acceso al local; trasiego del tráfico urbano de la ciudad próxima y de las ambulancias; el producido por el ordenador donde estoy escribiendo. Estimo la intensidad del conjunto en torno a los 40 ó 50 decibelios, nivel que se considera límite si hemos de conseguir un entorno “agradable” para la vida social. La facilidad y frecuencia con que se supera este listón, nos da idea de la continua inmersión que sufrimos en niveles onerosos.

Son diversas las dificultades a la hora de catalogar al ruido como contaminante físico. Una de las principales es la percepción subjetiva que de él se tiene: un sonido agradable para una persona, se transforma en o desagradable para una misma persona, según sea su estado anímico o el momento del día en el que se produce; la concentración puntual que se presta a una tarea, sobre todo manual, en un momento dado, amplía considerablemente el umbral de tolerancia al ruido. Una segunda dificultad para calificarlo de nocivo es su ocasional discontinuidad en el tiempo y en el espacio, y una tercera estriba en la misma naturaleza del ruido: no es visible. Es menos aceptable y más inquietante la visión de chimeneas vomitando humos y gases, de chapapote o de vertederos de basura, que el fragor del tráfico en una autopista que incluso se considera como un mal inevitable y ligado al “progreso”. En este sentido, la aquiescencia del órgano de la vista (seguramente también la del olfato) ante la polución, es menor que la del oído frente a los estruendos, probablemente porque la contaminación visual es cuasi permanente. La contaminación visual permanece. La acústica es barrida por el viento. Por otra parte, una peligrosa voluntariedad y amplio consentimiento a la hora de aceptar el ruido, lo convierten en poderoso enemigo. Como ejemplo podemos citar los aparatos reproductores de música portátiles, el del vehículo, las salas de fiesta, los cines, televisores, radios, etc. Sin embargo disponemos de dos razones plenamente objetivas, para catalogar al ruido como fundamento contaminante, como componente que modifica de forma artificial las condiciones naturales, siendo además el más persistente en el ámbito humano: su intensidad y duración, cierta y evidentemente medibles, y la existencia de múltiples estudios que han demostrado que el ruido es inequívocamente negativo para la salud humana de forma inmediata, que provoca un deterioro físico, psíquico y social obvio, y que su ausencia redunda en sociedades más saludables y seguras.

La razón de que nuestra salud se resienta ante el ruido no es sino uno de los múltiples procesos de adaptación al medio. El cuerpo humano y su oído no están preparados para soportar algunos sonidos, puesto que el grado de intensidad que éstos alcanzan surgió hace tan sólo poco más de doscientos años, a raíz de la Revolución Industrial y la invención de las máquinas de vapor, y posteriormente los motores de explosión, altavoces, electrodomésticos, etc. Antes de ese hito, que marca el devenir natural de la sociedad humana contra el inquietante rumbo que en este momento traza, los sonidos más intensos que los seres percibían, eran los producidos por aglomeraciones humanas, campanas de iglesia, quejidos de ruedas de carro o tronadas de tormenta.

Estimo que nos emplazamos en un punto de la Historia, en el que se considera en general que el progreso y el desarrollo no son ya sinónimos de bienestar y salud, sino que además de eso, vienen de la mano de otra compañía mucho menos deseable. Que el saldo que arroja la suma del haber y el deber es negativo. Ilustran esta situación, la legislación cada vez más numerosa y reguladora de los agentes contaminantes, y lo que es más importante, la ejecución de dichas leyes, así como la aparición de nuevas asociaciones y entidades encaminadas a menoscabar o evitar los efectos de los agentes nocivos. Esta consideración general de lucha contra la contaminación se concreta en posturas intransigentes ante el ruido. Comienzan a aparecer leyes y quejas vecinales. Se cierran pubs y se sanciona a los ruidosos. Sin embargo, todo ello no representa sino “alzar el pie del acelerador”. Aun queda mucha tarea por hacer y desconocemos si el tiempo será suficiente. El “frenazo” aun no se ha producido. Establecer medidas de prevención y control del ruido, pasa inexorablemente por sensibilizar ampliamente a la ciudadanía a través de programas educativos y de formación sobre sus efectos adversos, principalmente dirigidos a uno de sus grupos más expuesto, los jóvenes. So pena de ser testigos de la aparición de legiones de sordos. Luchemos contra la contaminación. Luchemos contra el ruido. “Veamos” los perjuicios que genera. Volvamos, en un futuro utópico, al punto en que el hombre cambió el rumor del torrente por el motor de cuatro tiempos.

 

Antonio Ángel Gallego Peragón

Supervisor de Enfermería. Hospital San Juan de la Cruz. Úbeda, Jaén, España

 

Dirección para correspondencia: antonioa.gallego.sspa@juntadedandalucia.es

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