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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.17 no.1 Granada ene./mar. 2008

 

ARTÍCULOS ESPECIALES

REVISIONES

 

Género, imagen y representación del cuerpo

Gender, image and representation of the body

 

 

Mª José Alemany Anchel,1 Javier Velasco Laiseca2

1Profesora de Enfermería Maternal.
2Profesor de Ciencias Psicosociales. Escuela de Enfermería "La Fe", Valencia, España

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

A través de una revisión bibliográfica de autoras feministas desde disciplinas tales como la historia, la antropología, la sociología, la filosofía o la psicología, se aborda el tema de la construcción social del sexo y del género en la sociedad contemporánea. Los estereotipos resultantes en femenino y masculino son utilizados por la ciencia médica para ofrecer soluciones ante la supuesta imperfección de los cuerpos. Desde el mundo de la publicidad se difunde un patrón ideal que genera la necesidad de reconstruir periódicamente el cuerpo para adecuarlo a la norma estética en vigor, lesionando la autoestima de varones y mujeres.

Palabras clave: Sexo. Género. Subjetividad. Imagen corporal. Medicalización. Metáforas.


ABSTRACT

Through a bibliographical review of feminist authors from disciplines such as history, anthropology, sociology, philosophy and psychology, is tackled the social construction of sex and gender in contemporary society. Stereotypes resulting in feminine and masculine are used by medical science to offer solutions to the supposed imperfection of the bodies. From the world of advertising spreads an ideal pattern that generates the need to periodically rebuild the body to suit the aesthetic standard in force, violating the self-esteem of both men and women.

Key words: Sex. Gender. Subjectivity. Body image. Medicalization. Metaphors.


 

Introducción

El objetivo que se propone este trabajo es, a partir de la lectura de varios textos, analizar los conceptos de sexo, género, imagen y representación del cuerpo. Todo ello como un primer paso necesario para poder abordar la construcción subjetiva de la imagen del cuerpo a partir de la norma social, de las ideas transmitidas por la cultura en la que estamos inmersos, de la influencia de los padres en la elaboración de la identidad de género, y de la importancia de la representación del cuerpo mediante metáforas del mismo y en la publicidad.

Al hablar del cuerpo parece que estamos moviéndonos en un ambiente aséptico e inocuo, que se refiere a algo tangible y estrictamente material. El cuerpo es la sustancia, es un conjunto de arterias, venas, músculos, nervios y huesos que, articulados de manera semejante, pero con diferencias que vienen marcadas por la biología nos hace varones o mujeres. También desde las ciencias de la salud hay una tendencia a resaltar especialmente los factores de tipo biológico, dejando en segundo lugar a los factores psicológicos y sociales, a pesar de que la misma definición de salud elaborada por la OMS entiende a la persona como un ser bio-psicosocial. El progreso científico y médico genera unas soluciones técnicas que cambian el significado del cuerpo. Los profesionales médicos juegan un papel importante legitimando y difundiendo las nuevas tecnologías,1 tanto en el espacio político como en la sociedad. La finalidad es doble: por un lado, la aceptación de la práctica y, por otro, la obtención de órganos, esperma y óvulos, que se utilizarán para los trasplantes y para la reproducción asistida. Los médicos se convierten en redistribuidores del cuerpo y contribuyen de este modo a una redefinición del inicio y del fin de la vida humana.2

En la construcción de la subjetividad se interiorizan los mandatos sociales sobre los estereotipos de género que, en el caso de las mujeres, las convierte en sujetos vulnerables en aspectos tales como el laboral, el manejo de los tiempos de actividad y ocio o el de la salud.

 

Análisis de los conceptos más significativos que articulan el tema

En primer lugar se hace imprescindible introducir la categoría género, ya que es el tema central que articula cualquier discurso en torno a la realidad que vivimos varones y mujeres.

Desde los años setenta los estudios de género han planteado sus aportaciones al estudio de la construcción de la subjetividad sexuada de las personas en una cultura patriarcal. En el caso de las mujeres, se profundiza en el hecho de que determinadas diferencias de tipo biológico se constituyen además en la justificación de desigualdades y marginaciones de tipo económico, cultural, social y político. Con el objetivo de corregir estas desigualdades es desde donde trabajan tanto el psicoanálisis como los estudios de género, ya que el primero ha profundizado en la conformación de la subjetividad femenina y desde los estudios de género se trabaja para desvelar las bases sociológicas, históricas o antropológicas que han permitido construir un discurso mediante el cual se han argumentado y hasta justificado las razones de dicha discriminación.

El término género es utilizado como tal por primera vez en 1964, cuando Stoller3 lo empleó para diagnosticar a aquellos sujetos que con un cuerpo de varón, se sentían mujer. De esta manera relacionó el sexo con la biología y el género con la cultura.

Con posterioridad Scott4 distinguió 4 elementos principales de la categoría género: el ámbito simbólico, los conceptos normativos expresados en normas religiosas, científicas, legales, etc., las instituciones y organizaciones sociales de las relaciones de género como la familia o el mercado de trabajo segregado por sexos y, por último, la identidad.

Dos tesis avalan la necesidad de continuar avanzando en los estudios de género. La primera es el hecho de que determinados modos de sentir, pensar o comportarse de los hombres y de las mujeres no se explican mediante razonamientos de tipo biológico o natural, sino que se apoyan en construcciones sociales que vienen respaldadas por planteamientos de orden cultural y psicológico. De este modo, desde la socialización temprana, niños y niñas incorporan unas pautas de actuación psíquica y social que van permitiendo la conformación de la masculinidad o la feminidad.5,6 El segundo argumento que refuerza la necesidad de proseguir en los estudios de género es la constatación de que determinadas creencias, valores, conductas o actividades atribuidas a uno u otro sexo, se han ido conformando de manera diferente en distintas culturas y en distintos momentos históricos, pero en ese proceso dinámico, la subordinación de las mujeres se ha mantenido con el apoyo que le han prestado determinados discursos: ideológicos, religiosos, científicos y jurídicos.

Coincidimos con quienes defienden que abordar las distintas ciencias sociales desde la perspectiva de género, permitió avanzar en el camino para desvelar el origen de la construcción de las relaciones de poder y desigualdad entre hombres y mujeres, vinculando directamente lo personal y lo social, el individuo y la sociedad, lo material y lo simbólico, la estructura y la acción humana, situando la experiencia vivida en el centro mismo del orden cognitivo.6

El siguiente paso consistió en distinguir entre sexo y género, ya que esta nueva dualidad se derivaba de otra más amplia: naturaleza y cultura, con la pretensión de trasladar a las mujeres desde el eterno mundo de la naturaleza al otro más elaborado de la cultura, del cual eran sujeto y objeto al mismo tiempo. El término género se utilizó para detallar la construcción cultural de lo femenino y lo masculino. En el texto ya clásico “La creación del patriarcado”, G. Lerner define el género como la construcción social de la conducta que se considera apropiada a los sexos en una sociedad y en un momento determinado.6 En ese sentido, es fundamental la aportación de la antropóloga feminista Gayle Rubin, que ya en 1975 publicó un artículo que ha servido de referencia en posteriores teorizaciones, en el cual afirmaba que entre los hombres y las mujeres son muchas más las similitudes que las diferencias.7

Está claro que bajo la dicotomía sexo/género subyace la dicotomía naturaleza/cultura, por lo que no han sido pocas las autoras que han criticado esa distinción, dado que ambos serían una construcción social. Al respecto J. Butler propone: “Si se impugna el carácter inmutable del sexo, quizá esta construcción llamada sexo esté tan culturalmente construida como el género; de hecho tal vez siempre fue género, con la consecuencia de que la distinción entre sexo y género no existe como tal”.8 La crítica de Butler a la oposición binaria sexo/género no es sino un ejemplo más de las críticas a la metafísica occidental, realizada por autores como Derrida y Foucault,9 que critican la categorización binaria de la realidad mediante dicotomías antagónicas y excluyentes, que suponen además, una jerarquización a favor de una de las polaridades contrapuestas como, por ejemplo: masculino/femenino, bueno/malo, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, etc.

Estamos de acuerdo con los autores que sugieren que al utilizar el género como categoría analítica se hace necesario dividir el concepto en diversos componentes para dotarlo de operatividad y así, posteriormente, entender las relaciones entre los mismos. Dentro de la categoría género, entendida como un proceso multifactorial, formarían parte conceptos como la división del trabajo, la identidad de género, las atribuciones de género, las ideologías de género, los símbolos y metáforas culturalmente disponibles, las normas sociales y, finalmente, las instituciones y organizaciones sociales.

Otro de los conceptos que es necesario abordar es el de la representación del cuerpo. Para ello nos remitiremos a algunas reflexiones planteadas por distintos autores y que nos han parecido tan significativas, que nos vamos a permitir, con cierto atrevimiento, realizar algunas acotaciones y comentarios. En primer lugar, sobre la importancia de la imagen realizada con distintos materiales como esculturas o pinturas, y en nuestro tiempo la imagen visual en cine o televisión que aparenta representar modelos tomados de la realidad y, casi sin darnos cuenta, se convierte en el modelo que todas y todos seguimos o deseamos seguir.11

En el cuerpo se alude al mundo femenino o masculino desde una diversidad de categorías de análisis donde se insertan problemáticas, fantasías, eventos cíclicos, clase, etnia, ética o estética, encarnados en una corporeidad que es continente y contenido, y por tanto, materialidad semiótica -signos visuales- o discursiva -signos verbales-, proponiendo lecturas interdisciplinarias del cuerpo.12 Se trata de esas imágenes que trasmiten a primera vista quién es el sujeto y quién se presenta como objeto en las relaciones entre los sexos. La mujer-modelo-actriz es presentada como objeto erótico, con un cuerpo perfecto, pero tan ajeno a la realidad de la mayoría de las mujeres que, en ocasiones, genera malestar a las mujeres-no modelos y las convierte en sujetos vulnerables, transformándolas en clientas principales de consultas de adelgazamiento y clínicas de estética. Coincidimos con Bourdieu cuando afirma que: “Incesantemente bajo la mirada de los demás, las mujeres están condenadas a experimentar constantemente la distancia entre el cuerpo real, al que están encadenadas, y el cuerpo ideal al que intentan incesantemente acercarse”.13

El deseo no es otro que el de rediseñar sus cuerpos y hacerlos semejantes al ideal exhibido en los medios de comunicación. Desde la teoría feminista diversas autoras han criticado la utilización del cuerpo de las mujeres como objetos, signos y mercancías en la sociedad actual. Simone de Beauvoir en su libro El segundo sexo, denuncia la manipulación del aspecto físico de la mujer y su utilización como objeto erótico ideal.

La utilización del cuerpo de las mujeres desde la ciencia, bajo la justificación de solucionar determinados problemas creados por la norma social, se pone de manifiesto en distintos momentos del ciclo vital. Desde la prescripción de anticonceptivos, la reproducción asistida, la excesiva utilización de medicamentos e instrumentos para acelerar el proceso del parto, o la medicalización durante el climaterio y la menopausia, el discurso científico contribuye al ideal de la eterna juventud y al de la maternidad, como único destino de las mujeres: “la medicalización de la experiencia de las mujeres está al servicio de una racionalidad utilitaria, en la que óvulos, úteros, cuerpos a medida del deseo masculino y fármacos taponan el malestar de una cultura discriminatoria que lejos de cuestionarse el modelo de relaciones, cierra los ojos a los interrogantes abiertos por la medicalización abusiva, los efectos psicológicos de la exigencia por poseer un cuerpo ideal o de la intervención tecnológica sobre el cuerpo de las mujeres”.14

También son numerosos los análisis específicos sobre el sometimiento del cuerpo de las mujeres a la institución médica y a los requisitos de belleza a los que hemos aludido más arriba, como el realizado por el colectivo de Mujeres de Boston, con su clásico libro Nuestros cuerpos, nuestras vidas.15

Desde la cultura patriarcal se ha definido a las mujeres como sujetos en función de que ejercen la maternidad, utilizando discursos y símbolos que han ido construyendo los conceptos y las prácticas del rol maternal desde unos clichés que, supuestamente, sirven para identificarse a todas las mujeres: el eterno femenino.16

La consideración del lugar que ocupa la mujer en el escenario social nos induce a reflexionar sobre la causa de la mayor demanda de atención médica y psiquiátrica por parte de las mujeres. La prescripción de medicamentos y la psiquiatrización de los problemas de las mujeres no es más que una manera de ejercer el control sobre sus vidas, en vez de trabajar en el desenmascaramiento de las causas que ocasionan su falta de confort y poder eliminarlas.

Otro aspecto que nos parece destacable es la homologación o confusión con que se habla de sexo y sexualidad, reduciéndolos a su vertiente biológica y convirtiéndolos en algo totalmente ahistórico. En ese sentido, hay que destacar que en distintas épocas y en distintas culturas el cuerpo humano ha sido percibido, interpretado y representado de maneras diferentes, acoplándose dicha interpretación a los patrones o normas sociales de la cultura dominante –generalmente androcéntrica-.17 La simplificación que contempla las vivencias, las emociones, las sensaciones y la erótica que tenemos las personas como seres sexuados en varones o mujeres, reducidos a parámetros estrictamente físicos como son los órganos genitales, los cromosomas, las gónadas y las hormonas, ignora que el cuerpo se propone como algo que cada sujeto tiene que conquistar, que no es algo dado, marcado por el destino anatómico.18

La identidad de género se refiere a las características que un individuo desarrolla e interioriza en respuesta a las funciones estímulo del sexo biológico. De ahí que, en determinadas circunstancias, donde en un cuerpo se presentan discordancias entre los indicadores cromosómicos, hormonales y morfológicos del sexo, la identidad de género puede ser un mejor predictor del comportamiento que el sexo biológico.19 Dentro del sistema maniqueo y dualista, tan propio de nuestra cultura occidental, la presencia o ausencia de pene es el elemento que prescribe el sexo de asignación, aunque existan otras características tanto o más definitorias para clasificar a las personas como del sexo masculino o femenino, como ha sido demostrado desde la biología en la provocadora propuesta de Fausto-Sterling, quien propone que el gran número de variaciones en la estructura cromosomática, así como en las formaciones genitales internas y externas que se encuentran en las personas intersexuales, podrían llevarnos a reclasificarlo en no dos, sino en cinco sexos. Uno de sus objetivos era llevar a la gente a pensar más allá de un simple sistema binario de clasificación sexual.20

Las expresiones binarias, duales y contrarias que hacen referencia a la feminidad y masculinidad son las que van construyendo la subjetividad de varones y mujeres a partir de categorías normativas sobre los atributos y sobre el distinto valor que otorgamos a cada uno de ellos en nuestro imaginario, según el sujeto al que se atribuyan tales acciones “La imagen corporal y la representación de la sexualidad se expresan en una dinámica entre los polos de los dualismos a través de los cuales se categoriza la experiencia personal”.21 En este sentido, los conceptos opuestos se ordenan de manera que se asocia a la mente el control, lo racional y el orden; por el contrario se relaciona con el cuerpo el descontrol, lo irracional, la naturaleza y el caos, conformándose de esta manera los estereotipos imputados a la masculinidad y a la feminidad.

Las aportaciones de Lakoff y Jonson22 sobre las metáforas nos permiten revisar aquellas usadas para designar los cuerpos masculinos y femeninos y a la sexualidad, tanto en las expresiones verbales como en representaciones icónicas de los cuerpos en la publicidad. Estos autores distinguen tres tipos de estructuras conceptuales metafóricas: metáforas orientacionales -arriba/abajo, profundo/superficial, central/periférico, etc.-; metáforas ontológicas -"no me entra en la cabeza”, “estoy saturado”, etc.-; y metáforas estructurales -comprender como ver, discusión como guerra, discurso como tejido-.23

El análisis de las expresiones metafóricas pone de manifiesto la consideración del cuerpo femenino como mero contenedor, receptivo y pasivo frente al masculino, caracterizado como herramienta activa y capaz de llenar el cuerpo femenino, haciéndole así reproductivo. También es interesante resaltar el conjunto de metáforas que relacionan el cuerpo y la sexualidad con aspectos inherentes a la comida -“te voy a comer a besos”-. Finalmente, destacar la parcialización y fragmentación del cuerpo, tanto masculino como femenino, que continuamente encontramos en las representaciones simbólicas de los mismos.

La representación del cuerpo en la publicidad utiliza estas metáforas para reforzar los estereotipos de género vigentes en nuestra sociedad. En esta época en la cual los acontecimientos se multiplican, generando una sensación de provisionalidad, se extiende el proceso de influencia extrema de los mass media con una consecuencia de objetivización del cuerpo que implica y afecta a las interacciones entre los sujetos. La sociedad de la comunicación ha restringido notablemente la dimensión de la corporalidad en la relación intersubjetiva, reduciéndola a sus superficies externas y terminales, como la imagen, la voz, o los textos, desprovistos de su dimensión más profunda.24 E. Lizcano,25 nos recuerda que tenemos tan interiorizadas las metáforas en nuestro pensamiento que realmente son éstas las que nos piensan.

En nuestra sociedad, el poder de la imagen y la aceptación implícita del cuerpo femenino como objeto sexuado en la publicidad, hace que las mujeres sean proclives a someterse a cualquier tipo de dieta o técnica quirúrgica para conseguir la aceptación del otro. Podríamos afirmar que el cuerpo de la mujer tiene valor como objeto de deseo en cuanto que adquiere importancia sólo cuando es reconocido, no por ella misma, sino por los demás. En el caso de los varones se valora el cuerpo como una máquina, siendo admirado por su funcionalidad, por su capacidad de musculatura y por su potencia. Las imágenes del joven en la publicidad lo representan como un joven que no se detiene ante nada y que es mostrado como una construcción equilibrada en la que aparece vigoroso, proteico, deseable, natural, ahistórico y espontáneo.

Varones y mujeres somos reconocidos por el cuerpo. Todas las culturas construyen sus significados corporales desde sus propios lenguajes y cosmovisiones. Como dice la teórica feminista mexicana Marta Lamas,26 aceptar que el sujeto no está acabado sino que es construido en sistemas de significados y representaciones culturales, requiere asumir el hecho de que está encarnado en un cuerpo sexuado. Durante mucho tiempo se consideró que esta identidad venía dada por nacimiento, hasta que Simone de Beauvoir abrió la discusión con su célebre frase:”No se nace mujer, se hace mujer”.27

Este hacerse varones o mujeres se lleva a cabo en lo referente al cuerpo, mediante lo que Foucault denominó, dentro de las tecnologías del yo, como tecnologías corporales, entre las que podemos distinguir tres tipos:
-Aquellas dirigidas a conseguir un cuerpo que se asemeje al ideal (regímenes, cirugía estética, etc).
-Aquellas dirigidas a una expresión corporal adecuada a la masculinidad o feminidad (manera de mover el cuerpo, etc).
-Aquellas dirigidas a decorar el cuerpo (vestido, adornos, etc).28

 

Conclusiones

En la sociedad contemporánea el cuerpo ha adquirido un estatus que modifica ampliamente los parámetros según los cuales había sido conceptuado en épocas anteriores. En la actualidad se considera como una mercancía, alejándose cada vez más de sus parámetros naturales y de sus funciones fisiológicas.

El mantenimiento del cuerpo en un estado de salud ideal obliga a las personas en general, y a las mujeres de una manera especial, a someterse a determinadas disciplinas alimentarias y a severas sesiones de gimnasia y de masaje. Así mismo, el uso excesivo de sustancias cosméticas y de cirugía estética, nos hacen pensar en un cuerpo inacabado y siempre susceptible de revisión, cambio y transformación. La lógica del consumo se introduce en el proyecto de cuerpo de los jóvenes, colocándolo como un centro de inversiones estéticas, narcisistas, físicas y eróticas. El progreso de las ciencias y la tecnología en el campo de la salud y, concretamente, en el de la reproducción plantean situaciones beneficiosas para las parejas que desean tener o evitar la descendencia, pero no podemos olvidar que colocan a las mujeres en situaciones de riesgo y de peligro. Ciertos fenómenos que antes eran naturales como el embarazo y el parto ahora tienen un carácter social, ya que se contemplan las decisiones de las personas implicadas. La utilización de la reproducción asistida es un ejemplo de ello y, actualmente, está sometida a intensos debates éticos.

Otro aspecto a destacar es el mundo de la publicidad, donde los cuerpos son utilizados como mercancía, ocupando un espacio importantísimo en los mensajes publicitarios y recurriendo a la representación de cuerpos jóvenes por cualquier motivo. En este campo los cuerpos juveniles están muy estandarizados, mostrando un patrón normativizado en cuanto a tallas, pesos y tipo de ropa. La juventud es presentada de una manera acrítica: en su mayoría son hombres o mujeres occidentales, aunque enseñen algunas conductas nocivas (alcohol, conducción, relaciones sexuales, etc.), parece que estén excluidos del riesgo y del peligro de accidentes, son mostrados como representantes de un estatus socio-cultural elevado, la cultura no suele presentarse como un bien de consumo dedicado a las personas jóvenes, el cuerpo de las mujeres aparece como objeto para ser exhibido y controlado y por el contrario, el del varón se representa como un agente desafiante, atrevido y dominante.

En vez de ser un producto diseñado y acabado por la naturaleza, el cuerpo se ha convertido en una materia prima susceptible de ser trabajada por diversos arquitectos que modelarán la sustancia para que se acerque, en la medida de lo posible, a lo que marcan las normas éticas y estéticas en vigor, en una sociedad determinada y en un momento histórico concreto. Además, el valor del cuerpo de la mujer es, en buena medida, estético y clásico: insiste en el interés por los pechos, mientras que el del varón persigue la evidencia del músculo y la fuerza.

La construcción social del cuerpo se nos impone como un ideal normativo que configura nuestra identidad, tanto frente a nosotros mismos como frente a los demás, en unas complejas interacciones inter e intra personales. La presión social mediante las representaciones metafóricas de los cuerpos, categorizados como masculino o femenino, nos bombardea con propuestas estereotipadas y antagónicas para ambos sexos, teniendo en común una representación ideal de cuerpos perfectos. El cuerpo femenino se minusvalora como cuerpo para el otro, como objeto de deseo y admiración sobre el que se ejerce mayor violencia simbólica que sobre el del varón, dando lugar a problemas de autoestima y a consecuentes comportamientos que pueden desembocar en conductas anoréxicas o bulímicas y en demandas a la tecnología biomédica para, mediante intervenciones quirúrgicas, modular cuerpos perfectos y estereotipados.

 

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Dirección para correspondencia:
Mª José Alemany Anchel.
Escuela de Enfermería "La Fe".
Avda. Campanar, 21.
46009 Valencia, España

Manuscrito recibido el 12.09.2007
Manuscrito aceptado el 7.03.2008

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