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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.18 no.3 Granada jul./sep. 2009

 

MISCELÁNEA

HISTORIA Y VIDA

 

Mujeres sufridoras: Una realidad en el tiempo

Women suffering: A reality in time

 

 

Paloma Calero Martín de Villodres1

1Diplomada Universitaria en Enfermería. Fundación Index, Granada, España.

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

A través de las vivencias de una persona podemos comprender y conocer mejor sus experiencias. El nombre de nuestra informante es Ana, una mujer de 84 años, ella va a compartir con nosotros una vida llena de desgracias, sufrimientos, soledad y desconsuelo que provocaría un cuadro clínico de hipertensión arterial y azúcar elevada que desencadenarían en crisis asmáticas futuras, insuficiencia cardiaca, una embolia e innumerables caídas fortuitas. Es una mujer luchadora, que ha sido educada para servir sin protestar, con un gran sentido de la responsabilidad familiar, sometida al machismo de la época. Cansada de callar, nos relata cómo ha sido su vida desde su niñez, su matrimonio, sus hijos, la enfermedad de Alzheimer de su marido, la desaparición de su sintomatología y el largo camino de obstáculos que ha tenido que superar hasta llegar a nuestros días.

Palabras clave: Mujeres sufridoras, Violencia de género, Hipertensión arterial, Insuficiencia cardiaca, Enfermedad de Alzheimer.


ABSTRACT

Through the experiences of one person can understand and learn more about their experiences. The name of our protagonist is Ana, a woman of 84 years old, she will share with us a full life of misfortunes, suffering, loneliness and sorrow it would cause a clinical picture of arterial hypertension and high sugar that trigger asthma attacks in future, heart failure, embolism and countless falls fortuitous. Is a woman fighter, who has been trained to serve without protest, with a strong sense of family responsibility, subject to the male chauvinism of the time. Tired of silence, we will describe how it has been his life since his childhood, his marriage, his children, Alzheimer's disease from her husband, the disappearance of her symptoms and the long road of obstacles that had to overcome to reach today.

Key word: Women suffering, Gender violence, Arterial hypertension, Heart failure, Alzheimer's disease.


 

Introducción

La violencia hacia y contra las mujeres es un tema de máxima actualidad y preocupación social. En 1996 la Organización Mundial de la Salud reconoció que la violencia es un problema de salud pública susceptible de estudio e intervención, aunque no es un hecho de ahora, es un hecho que ha ocurrido siempre, consiste en cualquier tipo de violación de la personalidad de la mujer, de su integridad física y mental o de su libertad de movimientos.1

La personalidad de las mujeres hace algunos años era obviada por la decisión del hombre, su opinión y manera de actuar se ignoraba, se imponía una España machista en la que las mujeres carecían de derechos, eran esclavas de sus propias familias, nacían para servir. Gracias a la fuerza de esas mujeres estamos hoy luchando por la igualdad de género, para no ser como eran, aprendiendo de sus errores y de personas como Ana que nos cuentan su historia para admirarlas y aprender a no callar, a no conformarnos, a que no dañen nuestra integridad como mujeres y ante todo como seres humanos.

Por otro lado, su situación puede vulnerar la objetividad del lector hacia esa madre que ve como el destino, la enfermedad y algunos médicos con sus diagnósticos erróneos, le han ido colocando obstáculos en su carrera de la vida; pero es ahora cuando hemos de establecer una distancia suficiente para examinar cautelosamente y desde un punto de vista científico todo lo que ha padecido nuestra informante. Ana, desde el nacimiento de su primer hijo, padece signos de hipertensión arterial que desencadenaría en un futuro en crisis asmáticas, insuficiencia cardiaca y una embolia, sin mencionar las innumerables caídas fortuitas sufridas por ella. Durante muchos años, se pasó recorriendo las consultas médicas, servicios de urgencias y departamentos hospitalarios sin conseguir un alivio duradero o razonable a pesar de ensayar numerosas y variadas terapias, múltiples fueron las veces que tuvo que ser ingresada.

Durante todo este tiempo, hasta ahora, su vida ha estado marcada por un sufrimiento interno sin llegar a expresarlo, pues así le enseñaron a comportarse. Una vida llena de maltratos tanto físicos como psicológicos y de abusos. La educaron para trabajar y obedecer sin rechistar, no le enseñaron casi nada, pero le inculcaron un excesivo sentido de la dignidad y el pudor. Durante años ha asumido como propio un trabajo equivalente a la jornada laboral de dos o más personas, habituándose a hacer en un día las labores que normalmente precisarían dos o más jornadas de trabajo.

A su esposo se le diagnosticó la enfermedad de Alzheimer, cuando él comenzó a ser dependiente de sus cuidados, los padecimientos continuos y crisis incesantes que ella sufría desaparecieron. En la actualidad tiene el doble de trabajo y en vez de recaer en sus dolencias ella ha mejorado notoriamente, bien la podíamos definir como una de las miles Mujeres Sufridoras que existen en nuestro país. Ella en cierta medida fue liberada de los rieles de su esclavitud, pero ha sido gracias a las circunstancias que la propia vida le ha marcado. Nadie ha sabido comprender su pesadilla, su sufrimiento, ni sus propios hijos han sabido lo que su madre ha padecido y padecerá en silencio; continúa sin aceptar sus propias limitaciones pero por lo menos no tiene que soportar reproches ni insultos.

Tras conocer esta historia, bien puede recordarnos a lo que el Dr. Guijarro define como el Síndrome de la Abuela Esclava, "un cuadro clínico patológico muy frecuente, grave, rebelde a numerosos tratamientos y potencialmente mortal que afecta a mujeres maduras generalmente entre 48 y 68 años de edad con responsabilidades familiares propias de amas de casa en ejercicio activo y con un acentuado sentido del orden, la responsabilidad, la dignidad y el pudor".2

Jamás se quejan con la debida elocuencia, consideran humillante, incluso indigno, la petición vehemente de socorro, prefieren un final adelantado para sus vidas antes que gritar "escandalosamente" pidiendo auxilio. Exceso de trabajo, estrés y ansiedad acumulada, falta de sinceridad con la familia y con el profesional sanitario, viene originada por una concepción de la responsabilidad, educación basada en la entrega a la familia, sin embargo, su cuerpo no soporta ese nivel de exigencia, provocándole un agotamiento psíquico crónico. Como hemos comentado podíamos incluir a nuestra informante en esta definición pero con un pequeño matiz y es que sus síntomas aparecen desde muy joven y desaparecen con la edad y además sufre malos tratos tanto físicos como psicológicos, por lo que el término de Abuela Esclava se podría sustituir mejor por Mujer Esclava o como preferimos, por Mujer Sufridora.

Había oído hablar de la vida de Ana, una mujer de 84 años de edad. Su mayor felicidad había sido ver a sus nietos nacer y crecer desde la distancia. Ella es una mujer luchadora y fuerte, pero fue eso, su fortaleza, lo que llamó mi atención y me llevó a preguntarme cómo había podido soportar tanto sufrimiento, si sus constantes recaídas del pasado son causa de un mal mayor, y por qué de la noche a la mañana todos sus síntomas remitieron.

Todas mis dudas me llevaron a presentarme ante ella. En un principio se mostró reacia a una entrevista. Cuando le dije que la grabaría, su reacción fue poco permisiva, por lo que opté por un cuaderno de campo en algunas ocasiones, lo cual aceptó entre murmullos. La entrevista de más de una hora de duración la realizamos en su domicilio, donde Ana me recibió muy amablemente. La grabación fue transcrita de forma literal, empleando para la elaboración del relato la metodología propuesta por Amezcua y col.3

Una vez roto el hielo y transcurrido el periodo de timidez que toda persona padece en un primer contacto, nos fuimos conociendo. Su confianza puesta sobre mi la llevó a compartir momentos muy íntimos de su vida, en más de una ocasión las lágrimas invadieron su cara al escucharse a sí misma relatar una historia llena de amargura, impotencia y miedo, donde ella había sido la principal protagonista.

Mis visitas se prolongaron durante tres tardes, los nombres utilizados en el relato son ficticios con el fin de preservar la confidencialidad de la informante. Desde el primer momento la duda me asaltó, comencé a madurar una idea como queriéndome marcar una serie de objetivos primordiales, por una parte una explicación a todas esas innumerables caídas fortuitas, crisis asmáticas, la hipertensión arterial con oscilaciones bruscas, el desánimo, la tristeza, la autoinculpación, el malestar general indefinido que en su día había traído a los médicos de cabeza, y por otro lado dar a conocer su historia, su soledad, su desconsuelo, para aprender a ser mujeres que no se rinden ante la adversidad, luchadoras como ella y no sufridoras.

Como enfermeras deberíamos tomar más en cuenta este tipo de sucesos, podríamos ayudar desde nuestras propias consultas de enfermería en el Centro de Salud a mujeres que como Ana han sufrido en silencio, un hecho que nadie ha sido capaz de resolver, ni ha sabido escuchar. En la sociedad, unos a otros deberíamos abrirnos los ojos con delicadeza pero sin pudor, romper barreras y no sorprendernos de que todos como seres humanos con frecuencia vemos antes la mota depositada en el ojo ajeno que la viga introducida en el nuestro propio, la clave es quitarnos la viga de los ojos para no estar ciegos, preguntarnos el porqué de esas dolencias inexplicables, en muchas ocasiones relacionadas con la excesiva sobrecarga de trabajo.

Para resolver estos supuestos la sociedad debe estar suficientemente concienciada e informada del problema,1 olvidarse de los prejuicios para encontrarse en condiciones de generar oportunamente una ayuda social familiar justa cuando el caso lo requiera.4 Para conseguir este objetivo de difusión y concienciación no sólo de las familias implicadas, sino también de la sociedad en general y de los agentes sociales más activos, en particular, es imprescindible la colaboración de todos los profesionales sanitarios. La implicación de la familia y del entorno más cercano son los que deben de proporcionar un equilibrio en las responsabilidades excesivas.

Con este relato hemos pretendido a través de la historia de una mujer que ha trabajado toda su vida sin la necesidad de descansar, hacer una llamada de atención a los profesionales sanitarios ante estas heroicas mujeres que se entregan mucho más allá del deber como madres y esposas.

 

Bibliografía

1. Arredondo Provecho AB, Pliego Pilo G del, Nadal Rubio M, Roy Rodríguez R. Conocimientos y opiniones de los profesionales de la salud de atención especializada acerca de la violencia de género. Enferm Clínica, 2008; jul-ago,18(4): 175-182.        [ Links ]

2. Guijarro Morales A. El Síndrome de la Abuela Esclava. Pandemia del Siglo XXI. Granada: Grupo Editorial Universitario, 2001.        [ Links ]

3. Amezcua M, Hueso Montoro C. Cómo elaborar un relato biográfico. Archivos de la memoria, 2004; 1. Disponible en: http://www.index-f.com/memoria/metodologia.php [Consultado el 28 de enero de 2009].        [ Links ]

4. González Arroyo AA, Macias García J. Maltrato doméstico: Plan de Cuidados de Enfermería. Nure Invest. 2006; jul-ago, 3(23). Disponible en: http://www.nureinvestigacion.es/protocolos_detalle.cfm?ID_PROTOCOLO=74 & ID_PROTOCOLO_INI=1 (Consultado el 28 de Enero de 2009).        [ Links ]

 

RELATO BIOGRÁFICO

MI NIÑEZ. Soy la tercera de una familia de sastres formada por cuatro hermanos, mi padre era el dueño, yo le admiraba, nunca le faltaba un detalle, era un sibarita [risas], le hacía la ropa a los de los Castilla, así que imagínate lo que era.

Mi vida empezó a torcerse cuando murió mi padre a los ocho años [pausa]. Empecé a trabajar en la sastrería, teníamos que comer y había que trabajar. Yo me lo pasaba muy bien allí, tenía mis amiguillas y una vez al año nos íbamos a las bodegas a por vino, ese día me encantaba, nos reíamos mucho, iba con mi hermana, mi prima y con una de las muchachas del taller que estaban allí. Se trabajaba mucho pero yo estaba contenta y feliz, con lo a gusto que podía haber estado yo allí [entre dientes], quién me mandaría a mí casarme [silencio], anda que si yo volviera a nacer iba yo a hacer todo lo hice, dios sabe que nunca me hubiera casado y tampoco hubiera tenido hijos.

Después vino la Guerra Civil, ví como se llevaron a mi hermano mayor, estábamos mi madre y yo [se queda cabizbaja, pensativa, haciendo una pausa], nunca supimos qué hicieron con él esos malditos [silencio] asesinos, jamás volvería a saber de mi hermano, ni si quiera dónde lo mataron, él no había hecho nada malo, se llevaron una radio porque no teníamos otra cosa, y a él. Recuerdo que yo estaba muy asustada, como he estado toda mi vida [pausa], empecé a llorar y mi madre al verme dijo: "No llores que esto le pasa a todos los pobres", es de las últimas veces que yo he llorado delante de nadie, comprendí que mi vida no iba a ser fácil y que nada se arreglaba llorando [silencio] había que llevarlo por dentro, pero ya cuando eres vieja como ahora solo te salen lágrimas de ver lo que ha sido tu vida y que ya te mueres y no puedes cambiar nada [sollozos].

EL MATRIMONIO. Era mi vecino, yo tenía 14 años, él era mayor que yo, salíamos siempre acompañados por mi prima, los tiempos no son como ahora, realmente no conocías a la persona con la que te ibas a casar, yo seguía trabajando, cuando fuimos a comprar el piso él ni siquiera contó con mi opinión, le daba igual, yo no era importante en su vida y él tomaba las decisiones y daba igual lo que yo opinara, digo yo que se casó porque necesitaba una criada en su vida, alguien que le tuviera un plato de comida en la mesa y la ropa limpia y planchada para ponérsela, no le importaba [pausa]. No recuerdo el día de mi boda ni lo quiero recordar, ahí es donde empezó mi infierno [traga saliva], si naciera en estos tiempos no me casaría, haría como hace la gente joven, vivir juntos antes del matrimonio, es como realmente conoces a la persona, es más, no hace falta casarse, la gente cambia y los hombres más una vez tienen lo que quieren (...).

Mis tareas en la casa eran como una criada, no le servía para otra cosa, me despreciaba y [sube el tono de voz] me utilizaba para desahogarse, daba igual que a mi me apeteciera como no, era como él decía y quería y ya está [silencio]. Mi vida se limitaba a complacer a mi marido que me despreciaba, me insultaba, en más de una ocasión me levantó la mano, pero en una de ellas tras pegarme un bofetón le respondí dándole yo otro [media sonrisa], todo se calmó y mis hijos en más de una ocasión me defendieron metiéndose en medio porque iba a por mí, siempre me miraba con esa cara de odio, hasta cuando se puso malo en la cama lo hacía, nunca se me va a olvidar. Yo para él no existía, pero él para mí tampoco, ya de más mayores veíamos la televisión todos los días sin dirigirnos la palabra, fue horrible, solo me ha traído desgracias [habla entre lágrimas], y todo lo he callado, había que callar, te educaban para eso, las mujeres teníamos que aguantar, no te digo que sea como ahora, todas esas que se ven en la televisión que a la primera de cambio se separan, ni tampoco lo mío, una cosilla entre medias, vamos digo yo. El fue malo, muy malo, mal esposo, mal padre y mala persona, no le deseo ningún mal, sé que Dios existe y que le va a poner en su sitio, yo no sé si la enfermedad que tiene es un castigo para que él se vea que le tengo que hacer las cosas, que eso, que depende de mí.

LOS HIJOS. A los pocos meses de casarme me quedé embarazada de un niño, cuando estaba con la comadrona él [se refiere a su marido] me miró y me dijo: "Qué feo es eso que tenéis las mujeres", ¿tú te crees que eso se le puede decir a una persona qué esta pariendo?, ese es uno de los momentos más especiales, pienso, para un padre y a él no se le ocurre otra cosa que decirme que eso.

Cuando nació el niño era normal, fue después cuando nos dijeron que tenía un problema de crecimiento [enanismo], que jamás crecería y siempre me ha reprochado su enfermedad, me culpa de su forma de ser, yo he intentado siempre hacerlo lo mejor posible, pero es igual de desagradecido que su padre, han salido a él, mi Roberto y también mi Paco, pero él me necesita y ahora está malo y está solo [silencio]. Después vino mi Fernan, que era más guapo, y de joven qué guapo era, llamaba la atención, todas las niñas iban detrás de él y él detrás de todas [risas], la pena es lo de su enfermedad, pobre [pausa], espero no verle sufrir a él también, sería lo último que podría soportar.

Y lo de mi María, que fueron mellizos, y un día antes de nacer fui al médico y me dice "faltan unos ocho días, es pronto todavía", y al día siguiente fui a orinar y allí lo eché, puse las manos para que no se cayera y tiré del cordón, vi que era un niño porque se le veían todas sus partes, su pitillo y todo pero era como una hoja de papel, estaba aplastado, después vino la niña y es que se había comido al otro, ésta había sido más fuerte.

En aquellos tiempos todavía no había medicinas [antibióticos], así que tuvieron que ir a comprarla clandestinamente, la vendían por ahí por la plaza [silencio], gracias a eso puedo contarlo, no me acuerdo como se compraron pero él [su marido] no quería comprarlas, es lo único que sé, lo que han cambiado los tiempos. El cuarto fue otro niño [Paco] lo de éste fue, vaya una cosa, me dijeron que tenía una enfermedad que le iba a dejar en una silla toda su vida, que no iba a poder caminar, y luego resulta que se habían equivocado, que era algo de los huesos o del crecimiento o yo que sé, es que tengo la cabeza ya muy mal, niña, pero bueno solo fue un susto. El quinto lo perdí por el terremoto que hubo, fue tan fuerte que sonaron hasta las campanas de la Torre de la Vela, pasé mucho susto, mi hijo murió del susto tan grande. Y ya el último fue mi José Carlos, qué lástima madre mía [voz temblorosa], el médico me dijo que era una gastritis y que no le diera nada de líquidos, se murió deshidratado, no le di de beber nada, el trabajo que me hubiera costado dársela, Dios mío. Recuerdo su carilla, recuerdo como murió, en mis brazos, si fuera en estos tiempos seguro que no hubiera pasado, lo que era antes todo.

LA ENFERMEDAD DE MI MARIDO. Desde que me casé [traga saliva], fue lo peor que hice, si mi padre hubiera vivido jamás hubiera permitido que me casara con un taxista, él [se refiere a su marido] no tenía miedo a nada, no sabía lo que es sufrir, por eso le daba igual tener más hijos, después del mal rato del primero era para que las ganas se le hubieran quitado, pero su padre nunca supo lo que es limpiarles los mocos a sus hijos, les daba igual, yo no digo que no los quisiera, pero [balbucea].

Yo digo que Dios pone a la gente en su sitio en esta vida o en la siguiente y pienso que es lo que le ocurrió a él, no le he deseado nunca que sufriera pero ni a él ni a nadie, es un ser humano y yo lo he tratado bien hasta el final, pero Dios quiso que le tuviera yo que cuidar al final, yo pienso que sí era consciente en ratos de su situación, él no soportaba que yo lo trasteara, si hasta un día de antes de caer en la cama me dijo: "Te vas a enterar, la cartilla en blanco y la casa echada abajo", hasta el último día me ha destrozado la vida y ahora siento que a su modo, porque ya no puede, pero intenta hacerme daño, y no he visto nada de nada lo que tenía ahorrado y que nunca nos había dado, a saber, nos ha dejado con una mano delante y otra atrás. Pero tú te crees que aún estando malo intenta hacerme daño, me tira pellizcos y me mira con caras de odio, eso que te lo diga mi María que es la única que viene a ayudarme, como si quisiera hasta el final ir a por mí, siempre me ha odiado, ahora que yo lo estoy haciendo bien hasta el final [subida de tono]. Yo lo cuidaré, lo lavaré, le limpiaré la mierda, pero nunca me verás hacerle una caricia o mostrarle cariño porque no me sale.

SUS SÍNTOMAS. Yo siempre he estado perfectamente, me he valido por mí misma, no me ha ayudado nadie, he sacado todo sola, he tenido cinco niños y ni un carrito para poder llevarlos, limpiaba, fregaba, cocinaba con ellos en brazos porque no le daba la gana [se refiere a su marido] de comprarme nada para ayudarme, ahora estoy muy bien, pero antes la tensión se me descontrolaba, me dolía mucho la cabeza, el azúcar varias veces me salió alto, ya ves tú cuando yo no tengo nada de eso. Los médicos nunca me decían por qué estaba así, no me decían la causa de estas subidas de tensión, ni siquiera me sabían decir nada de los dolores de cabeza, siempre me decían que todo estaba bien, solamente uno me dijo pasados ya los años de la primera vez que me puse tan mala, que podía ser algo como ansiedad, yo no le di importancia pero la verdad es que tenía y tengo demasiadas cosas en la cabeza, la vida con mi marido ha sido horrible, Dios gracias tenía a mis hijos pero con ellos también lo pasé mal, aunque ellos eran solo niños.

Tampoco iba mucho al médico, no me daba lugar con tanto niño, no me quiso ni comprar un carrito para llevarles a todos, ni me daba para su ropilla ni para nada, todo se lo hacía yo de unos sacaba los patrones de los otros, todo se lo gastaba en él y después yo como siempre la mala para todo el mundo. Un año me dio la cosa ésta en la cabeza [se refiera a una embolia cerebral] y lo escuché decir cuando estaba entrando en la sala esa del hospital: [se refiere a la U.C.I], "Y ahora quién me va a hacer a mí la comida", tú te crees, maldito sea, que estaba mala, es que ni en esos momentos le importaba, no le he importado nunca, él necesitaba una criada que le lavara la ropa y le pusiera un plato en la mesa.

Cuando parí a mis hijos, vayas a creerte que yo estuve en la cama, ni mucho menos, al día siguiente estaba ya arreglando mi casa, ¿quién me lo hacía?, nadie me iba a hacer las cosas, y menos él [su marido], no he tenido nunca un día para mí, solo he vivido por mi familia.

Ahora que esta malo yo estoy más tranquila, por lo menos no lloro por el presente, sólo por lo que he pasado, ahora me dice la enfermera, que es más apañada y viene todos los meses a verme, que estoy muy bien, ni la tensión ni nada de nada, me pincha y me dice que tengo el azúcar bien también. No sé si sería culpa de él pero desde que está en la cama yo estoy mejor, antes necesitaba pastilla para dormir, ya ni eso, duermo perfectamente, mi tensión es normal, me siento tranquila, siento tener que decir esto pero ha sido un alivio, al menos ya no me puede insultar ni nada. Me duele la espalda, pero bueno, es que nadie sabe lo que yo he pasado en mi vida, y ahora con él, lo lavo y lo arreglo muchas veces yo sola, le doy las pastillas y la comida por el tubo ese de la nariz [se refiere a la sonda nasogástrica] y de verdad que me da lástima al ver en qué se ha quedado, y tengo mis años, no creas, es que para una tontería así no voy a llamar a mi María, pues lo hago yo y demasiado bien estoy, si es que son 84 años los que tengo. Pero ahora estoy bien, ni me duele la cabeza ni nada, tú sabes, lo único que a mí me duele es aguantar lo que yo he aguantado [lágrimas en los ojos y voz temblorosa].

UN LARGO CAMINO. He sufrido toda mi vida, es mi obligación, si yo hubiera vivido en estos tiempos no hubiera consentido tanto, no hubiera llegado ni al tranco de la puerta [pausa]. Desde el momento que me casé, no tuve un marido, sino un amo, y tenía que estar a su servicio siempre [subida de tono]. Con todos era muy bueno menos conmigo, yo cuento algo y nadie me cree, lo que más me duele es que hay gente que no me mira ni a la cara y yo no he hecho nada malo para que se porten así conmigo, él hablaba mucho de mí y nada bueno, me dejaba mal para él ser el bueno y yo la mala, encima de todo soy la mala, la pila de años, casi 60, no sé ni qué es un aniversario, ni a los 50 años, nunca he sabido lo que es un detalle, ni una flor, ni una simple cerveza en la calle, ni nada, eso duele [entre lágrimas], duele. Yo siempre sirviéndole y para qué, para decirme que me conoció en la esquina. El siempre me ha dejado claro que nada es mío, pero es que nada he querido, ahora que está en la cama estoy más tranquila, pero no hay ni un día que no llore por la vida que he tenido y me ha dado, es lo que yo elegí, no fui valiente de dejarlo, está claro, cuando yo me muera esto acabará.

Mis hijos [balbuceo], los veo cuando pueden, están muy ocupados con sus vidas, aunque a veces pienso que descolgar un teléfono no cuesta tanto, mi María sí viene a hacerme los mandaos y ayudarme con su padre, es la que siempre está pendiente de mí, ella y su marido, que me trata como si fuera su madre, cuando estoy mala para cualquier cosa Andrés siempre me ayuda y no le importa que esté en su casa cuando le podía molestar o decirle a mi niña que el mismo derecho tiene su padre, que está en una residencia, que yo, es muy bueno [sonríe]. Mi Fernan también viene, pero menos, yo no le digo que no haga nada porque con su enfermedad [miastenia gravis] no puede hacer esfuerzos, además tiene un bar y siempre está muy liado, los fines de semana que le toca viene mi nieta que es enfermera, pero si puedo lo hago yo para que no venga, no es su obligación, más lo es de sus hijos y no lo hacen. Los demás viven su vida, Roberto sigue viviendo aquí, pero es que está solo, es igual que su padre, sigo cocinándole y lavándole pero qué remedio me queda, si no se lo hago yo quien se lo hace, es muy duro pero a veces pienso que ha luchado más por destrozarme mi vida y hacerme sentir mal por como es [enano] que en hacer la suya.

No sé cómo he llegado a estos años, ni cómo me sostengo en pie, me cuesta sonreír muchas veces, pienso en cuando mis nietos eran chicos en lo que he disfrutado con ellos, ahora verlos grandes y querer pensar que en algo he tenido que ver me gusta, claro que en parte de ellos, porque los de mi Paco, no les he hecho nada, pero no vienen a verme, ni una llamada ni nada, y soy su abuela, pero ellos sabrán, claro que sabiendo que mi hijo es el primero que no viene [traga saliva], yo no le deseo ningún mal a nadie pero sí me gustaría que sus hijos le hicieran lo mismo que él me ha hecho a mi, he intentado hacerlo lo mejor posible, pero parece que eso... [lágrimas].

EL PRESENTE. El presente lo llevo con resignación, me levanto a las siete de la mañana para ponerle la comida y preparar las cosas para cuando venga el enfermero a curarle y mi niña a lavarlo, y a las nueve de la noche ya estoy que no puedo tirar con mi espalda y me acuesto, aunque nunca consigo dormirme hasta ya bien tarde, además él grita y se altera, así que me levanto a ver si está bien, me paso los días sola, no pueden venir o descolgar un teléfono, pienso que lo que me queda ya es morirme, es lo único que acabará con mi pesadilla, ya soy vieja y no sirvo de nada, ni para hacer nada, si no puedo ni regar mis plantas ya, mi marido cortó el agua del patio para que así no gastará tanto dinero y tengo que ir desde la cocina con cubos para poder regar, y de verdad que ya no puedo, me cuesta mucho trabajo, ya no estoy como antes, no tengo ganas de nada, la casa se cae a pedazos, si se ha hecho algo en esta casa ha sido porque yo me he puesto a hacerlo, pero ya no quiero aunque mis hijos insisten en mandar a gente para que lo arreglen, yo no tengo ganas de nada. Mi única ilusión sería ver casarse a uno de mis nietos y ver a un niño correteando por aquí.

 

 

Dirección para correspondencia:
martindevillodres@hotmail.com

Manuscrito recibido el 1.3.2009
Manuscrito aceptado el 14.6.2009

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