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Index de Enfermería

On-line version ISSN 1699-5988Print version ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.18 n.4 Granada Oct./Dec. 2009

 

MISCELÁNEA

HISTORIA Y VIDA

 

La trágica ruptura con la vida. Experiencia de una sobreviviente ante el suicidio

The tragic breakind with life. Experience of a survivor facing with the suicide

 

 

María Dolores Martínez López1

1Antropóloga. Universidad Católica San Antonio, Murcia, España

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

A través del relato biográfico proyectamos una reelaboración del campo de tensiones que se desarrollaron en el entorno de Francisco antes de cometer el suicidio. En un intento de explicar la concatenación de los hechos dentro de su trayectoria vital se observa una decadencia lineal de su salud a lo largo de los meses, truncada por una tentativa de suicidio, y con el desenlace efectivo del propósito autodestructivo. En consecuencia presentamos el duelo de la sobreviviente, que nos relata unos intensos sentimientos de pérdida y culpabilidad en su escenario diario, el cual muestra como un tormento sin esperanza.

Palabras clave: Tentativa de suicidio, culpabilidad, pérdida, suicidio.


ABSTRACT

Through out the biographical statement we describe the tensions production that were developed in Francisco's environment before committing the suicide. In an attempt of explaining the succession of events within his vital path, a linear health decline is observed throughout the months, truncated by an attempt of suicide, and with the effective outcome of the self-destructive intention. Therefore we describe the sorrow of the survivor, which reports some intense loss and guilt feelings during her daily scene, showing a torture without hope.

Key words: Attempt of suicide, guilt, Loss, suicide.


 

Introducción

Como establece Pujadas, a pesar de que las libretas de campo de los antropólogos suelen estar llenas de verdaderos relatos biográficos, raramente han visto la luz en forma de historias de vida, debido a que los objetivos de la práctica empírica de la Antropología están más orientados a los sistemas socioculturales que a la individualidad de las trayectorias.1 Siendo el estatuto del individuo en esta disciplina, más instrumental que objetual. En calidad de antropóloga, me interesó el análisis y comprensión de una trayectoria individual, la de Rafaela, cuidadora de su marido enfermo con depresión, con un trágico desenlace: el suicidio. El interés deviene por el relato sobrecogedor de una sobreviviente que confiesa que no supo asistir a su marido en la desesperación, ni supo actuar para evitar su opresión constante e intolerable, y que sólo entendió tras la agonía de la muerte. Su historia nos puede ayudar a comprender la experiencia del cuidado familiar en la depresión, y a reforzar la adopción de las intervenciones profesionales necesarias que pueden salvar una vida.

Muchas y muy diversas han sido las perspectivas históricas de estudio sobre el suicidio. La perspectiva psicosocial de Durkheim2 preconizó que el suicidio era condicionado socialmente y que las causas del mismo radican en fenómenos sociales y no en razones individuales. Para este autor la estructura social está siempre por encima del individuo y lo determina, y es el grado de anomia existente en la sociedad el que explica los índices de suicidio. Por el contrario Freud3 se apoya en la vertiente psicológica reflejada en la individualidad de cada suicidio. El comportamiento suicida era pues estudiado como un comportamiento humano, siendo la contribución biológica minimizada, cuando no despreciada. Los factores de riesgo de suicidio son profusos y dispares, por lo que el conocimiento de los determinantes y la influencia de nuevos factores que puedan aparecer por la variabilidad social emergente, aconsejan estudios para diseñar las intervenciones necesarias para prevenir el suicidio.

Ante la existencia de una abundante literatura médica sobre la dualidad depresión y suicidio, parece razonable pensar que por un mayor conocimiento de la enfermedad y su evolución, y por los factores asociados a la conducta suicida, debería producirse un mayor control de las tasas de suicidio por esta causa, y sin embargo la depresión es el principal precursor del suicidio consumado, emergiendo incluso lo que algunos autores denominan el enigma. Un estudio realizado en 2006 manifiesta que se producen más muertos por suicidio que por accidentes de tráfico,4 por lo que es razonable demandar un gasto en la prevención del suicidio, al menos equiparable, al gasto en la prevención de colisiones de vehículos de motor.

Entre la gran variabilidad de factores de riesgo de suicidio, aparecen casos en los que la diagnosis muestra inequívocamente signos plausibles de una muerte anunciada, factores desencadenantes de riesgo de un suicidio inminente, e incluso tentativas operantes de ensayos frustrados y que sirven para el descarte de los medios para la consecución del objetivo final de enfermos que no recuperan la esperanza. Es en estos casos en los que mediante el conocimiento del proceso de valoración del riesgo de suicidio del paciente y la adopción de las acciones de enfermería apropiadas, se puede impedir un intento de suicidio. Los sobrevivientes reconocen en sus seres queridos a pacientes vulnerables y en la mayoría de los casos no saben iniciar las intervenciones necesarias para salvar su vida. Nuestra informante nos relata con gran angustia cómo es necesaria una buena información por parte de los profesionales para, además de cuidar a estos enfermos con actitud de empatía escuchando su frustración, o en ocasiones incluso adivinándola, poder salvar su vida por el simple hecho de saber qué hacer. La sobreviviente nos relata unos intensos sentimientos de pérdida, impotencia, culpabilidad y estigmatización en su escenario diario, el cual relata como un tormento sin esperanza, por el peso de un suicidio consumado como única opción para el alivio de un insoportable dolor físico y emocional que padeció su marido. Sabe que la depresión y la desesperación acompañaron a una enfermedad caracterizada por la limitación funcional y pérdida de independencia de su marido. Hoy, su angustia deviene en mayor medida por no haber advertido las señales de alarma y no haber sido, según su creencia, una buena cuidadora.

La entrevista se realizó en una sesión de 90 minutos en un escenario neutral. Rafaela se mostró muy participativa en todo momento. Fueron necesarias varias pausas breves para que la informante pudiera recuperar la secuencia del relato debido al dolor que manifestaba en su testimonio. Se transcribe literalmente la grabación obtenida, omitiendo únicamente frases y palabras repetitivas. Y se opta por la metodología propuesta para la construcción del relato biográfico.5,6 La inclinación por una investigación cualitativa obedece al conocimiento de la realidad desde otra perspectiva, aquella que tiene que ver con la interpretación que hace el propio sujeto en su contexto social.7,8

 

Bibliografía

1. Pujadas Muñoz JJ. El método biográfico: el uso de las historias de vida en ciencias sociales. 2a ed. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, Cuadernos metodológicos 5; 2002.        [ Links ]

2. Durkheim E. El suicidio. Madrid: Editorial Losada; 2004.        [ Links ]

3. Freud S. Luto e melancolia. Vol XIV. Rio de Janeiro: Editorial Standard Brasileira. Pp. 275-291.        [ Links ]

4. Ruiz-Pérez I, Olry de Labry-Lima A. El suicidio en la España de hoy. Gaceta Sanitaria [Revista on-line] 2006; 20 (Supl 1): 25-31. Disponible en: http://external.doyma.es/pdf/138/138v20nSupl.1a13086023pdf001.pdf [acceso 02.02.2009].        [ Links ]

5. Amezcua M, Hueso Montoro C. Cómo elaborar un relato biográfico. Archivos de la Memoria, 2004, 1. Disponible en: http://www.index-f.com/memoria/metodologia.php [acceso 03.01.2009].        [ Links ]

6. Taylor SJ, Bodgan R. Introducción a los métodos cualitativos de investigación. Barcelona: Paidós; 1987.        [ Links ]

7. Amezcua M. Enfermedad y padecimiento: significados del enfermar para la práctica de los cuidados. Cultura de los Cuidados, 2000; IV(7-8): 60-7.        [ Links ]

8. Aceves JE. De la ilusión a la comprensión biográfica (Pierre Bourdieu y la historia oral). Revista Universidad de Guadalajara. 2002, 24. Disponible en: http://www.cge.udg.mx/revistaudg/rug24/bourdieu7.html [acceso 03.01.2009].        [ Links ]

 

RELATO BIOGRÁFICO

LA VIDA COMO ERA ANTES. Mi marido se llamaba Francisco. Era un hombre muy activo y trabajador. Se levantaba muy temprano, se afeitaba, se arreglaba y se iba a trabajar. No paraba quieto ni un momento. Salía a andar y siempre tenía energía para todo. Me decía "¿te vienes?". Y yo contestaba: "qué va, yo no puedo salir ahora a andar, estoy muy cansada. Yo no puedo andar tanto." Y él se iba. Tuvimos seis hijos. Era un hombre muy recto, incluso con sus hijos. Pero era su forma de ser, en el fondo era un hombre muy bueno. No entiendo cómo fue perdiendo toda esa energía, porque no tenía ninguna enfermedad. No consigo entender cómo ha pasado esto. No hay día que no me acuerde de él y piense en lo sucedido. Pero por más que pienso no encuentro ninguna explicación. Yo hubiera necesitado a alguien que me explicara, que me dijera cómo lo tenía que tratar, o qué podía hacer. Y no que íbamos al médico y nos mandaban para casa. El médico le decía a mi marido: "Francisco ¿se encuentra bien? ¿Le duele algo?". Y él siempre le decía que no, que estaba bien. Y yo le decía "no, Francisco, no le digas que te encuentras bien, que luego en casa me dices que no sabes qué te pasa". Pero él ya no tenía ganas de nada. Esta situación empezó cuando Francisco tenía 65 años, ya estaba jubilado. El trabajaba en una sala de delineación, y siempre fue muy dinámico, muy enérgico. Era un hombre muy alto, y verlo imponía, siempre tan serio. Pero luego era como un crío, más inocente que el mundo. Tenemos once nietos, y le gustaba estar con ellos y verlos.

UN PRIMER DIAGNÓSTICO: DIABETES. Cuando tenía 65 años, le diagnosticaron diabetes. Fue cuando le sacaron el azúcar, cuando él empezó a hundirse, ya ves, y el azúcar es una cosa que mucha gente lo tiene. Pero él nunca había estado malo, y eso de que la doctora le dijera que tenía azúcar, y que tenía que depender de que nosotras le pusiéramos la insulina él lo llevaba muy mal. Yo se la ponía por las noches, y mi hija por la mañana. Y entonces él a medio día se la tomaba para comprobar la que tenía, y decía: "esto a mí no me baja".

Le subía tres gramos, cuatro gramos, el pobre estaba a régimen, pobrecico mío, no podía tomar casi nada. Y yo le decía: "Francisco no, que no puedes con esto, que no puedes con lo otro". Y así, y él se veía, pues eso, que fue poco a poco, cayendo, cayendo, y yo creía que no hacía él por subir, y ahora me doy cuenta de que no podía, no podía. Y ahora me siento fatal, porque si yo llego a saber esto, le hubiera dejado comer y hacer lo que quisiera. Ya ves, yo pensaba que lo hacía por su bien y resulta que lo estaba matando sin darme cuenta.

Yo le pido perdón donde esté. Yo lo hice sin querer, lo hacía por su bien. Pero claro, yo lo llevaba al médico, le decían lo que tenía que tomar y lo mandaban a casa. Y yo no soy enfermera, y nadie me dijo cómo lo tenía que tratar, qué tenía que hacer, por qué estaba así. Y mucho menos me dijeron lo que podía pasar.

Yo necesitaba que alguien me explicara, que alguien me dijera qué debía hacer. Yo lo obligaba a ir al médico. Bueno, al médico y a todos sitios. El no quería ir, pero yo lo engañaba. Nunca quería hacerse las analíticas, y no quería ir a los médicos porque decía que no le iban a ayudar. Tampoco le explicaban bien lo que tenía, el porqué de las cosas. Claro, entonces yo lo veía como una cosa normal, le habían sacado azúcar. Eso es algo muy normal, le diagnosticaron y le pusieron el tratamiento. Yo creía que los médicos ya habían cumplido su labor. No era nada malo. Pero ahora pienso que no le explicaron bien las cosas a Francisco, a lo mejor él no hubiese reaccionado así. O a lo mejor sí, pero eso ya nunca lo sabré.

SUS DOLENCIAS. Sólo tenía azúcar y los temblores de la mano. Bueno esos temblores los tiene toda la familia. Su madre también los tenía. Fuimos al neurólogo y le hicieron pruebas para ver si tenía Parkinson, pero nos dijeron que no. Sin embargo él tenía unos temblores tremendos, cada día más acentuados. A veces le tenía que dar de comer y llevarle el vaso a la boca porque no podía controlarlos. Siempre llevaba las manos en los bolsillos para que no se le notase tanto. Pero los médicos decían que eso no eran más que temblores. Pero yo notaba que Francisco no era el mismo, había perdido memoria, y cada vez lo veía más deteriorado, tanto física como psíquicamente. Descartado el Parkinson, nos derivaron al psiquiatra porque yo le dije al médico que mi marido no estaba bien. Su estado empeoraba, perdía la movilidad poco a poco y no tenía ganas de nada, ni de ver a sus hijos. Siempre mostraba una apatía constante. No me acompañaba a ningún sitio. Y lo tenía que obligar a ir a todos sitios, incluso a cortarse el pelo. Yo pensaba que él no ponía de su parte. Y yo le decía: "Francisco, hijo, no ves que vengo cargada, ayúdame". Y él me decía: "no puedo, si es que no puedo". Y yo me enfadaba con él. Ahora me arrepiento a cada instante, porque comprendo que no podía de verdad. A lo mejor lo intentaba, a su manera, y no supe verlo. Pero es que jamás tuvo ninguna enfermedad, y yo no sabía ni lo que era la depresión.

UN SEGUNDO DIAGNÓSTICO: DEPRESIÓN. Cuando le diagnosticaron la depresión empezó a no querer salir a la calle, estaba todo el día en pijama, iba de la cama al sillón, por estar al lado mío, porque yo veía la tele, pero él no, él se ponía a mirar y ni sabía lo que estaba viendo, pero estaba allí a mi lado, por estar conmigo. Y así estuvo cinco años [eleva el tono de voz con la finalidad de enfatizar su argumento], hasta cinco años con esa depresión ¿eh? Malísimo, malísimo, sin tener ganas de comer, no estaba motivado por nada, sin ganas de vivir, no tenía ganas de vivir. Cuando venía alguien decía: no abras la puerta, que me voy a acostar. Y se metía en la habitación. A mí me hacía mucho sufrir, porque yo veía que no estaba bien lo que estaba haciendo, pero vamos, que después he ido comprendiendo, y ahora que ya no hay solución entiendo que estaba enfermo, que él no estaba bien. Las pastillas no eran la solución. Yo entiendo que los médicos no podían hacer otra cosa, pero yo necesitaba que alguien me hubiese explicado qué estaba pasando en su cabeza. Qué era eso de la depresión, y hasta dónde podía llegar. Yo pensaba que eran rarezas suyas. Por favor, donde estés te pido perdón [llora desconsolada durante toda la entrevista].

PÉRDIDA DE AUTONOMÍA. Llegó un día en el que ya no hacía nada, no le importaba nada, ni siquiera su aspecto, ni su higiene. Lo tenía que bañar, le afeitaba, lo obligaba a cortarse el pelo. Lo llevaba al podólogo y a todos sitios porque él no quería hacer nada. No quería comer, y claro, con los temblores tampoco hacía nada por esforzarse. Yo me enfadaba mucho con él. Estaba todo el día sentado con la cabeza entre las manos y sin mediar media palabra. Ya no podía casi ni andar. Lo dejaba en el peluquero y me iba a la esquina, y cuando salía me buscaba como un crío perdido, con la cabeza de un lado a otro hasta que me veía, y le veía una mirada como, no sé explicarte, como perdido. Se cansaba muchísimo, si lo soltaba se me despistaba y no me seguía. No lo podía dejar ni un momento. Y yo le decía: "¿pero es que no puedes andar más ligero Francisco?, no vamos a llegar nunca". Y él me decía: "no puedo, no puedo, me asfixio". Y cuando murió tenía todos los órganos debilitados, y yo pienso, "ay, Dios mío ¿no lo habré cuidado bien?".

TENTATIVA DE SUICIDIO. Al principio de caer en la depresión, él intentó suicidarse. Se tomó unas pastillas, se levantó de madrugada, yo estaba durmiendo. Teníamos cita con el médico al día siguiente, y se ve que cogió miedo a los médicos. Se levantó de madrugada y empezó a tomar pastillas. Cogió una botella de litro de agua, y empezó a tomar pastillas, y venga pastillas, y venga pastillas. Y yo ni me enteré si quiera, hija mía. Yo estaba durmiendo, y no me di cuenta que se levantó. Y entonces, cuando iban a ser las diez de la mañana, que teníamos cita con el médico, pensé: voy a levantarlo, porque total de aquí al puerto llegamos pronto. Fui a su habitación y le dije: "Francisco, levántate que ya son las diez". Y como tenía una cara muy sonriente, dije yo: "míralo, si está haciendo el tonto. Venga, que vamos a llegar tarde". Cuando me puse a tocarlo vi que no se movía y vi las pastillas y grité: "¡Ay, que susto!". Me pegué un susto muy grande. Corriendo llamé a mis vecinos de enfrente. Llamamos al 112, y corriendo se lo llevaron al Hospital. Estuvo en coma tres días. Los médicos dijeron que se moría. Y yo hubiese preferido eso, si llego a saber su agonía [llora desconsolada].

LA INFORMACIÓN MÉDICA. Los médicos dijeron que llevara cuidado que los enfermos con depresión que intentaban suicidarse una vez, lo intentaban más veces. Pero yo no sabía qué hacer. Nos mandaron a casa en cuanto salió del coma. Yo no sabía qué hacer. Sólo sé que tenía el miedo en el cuerpo. Y nos mandaron un millón de pastillas, pero no me explicaron nada más. Sólo que tuviera cuidado porque el consumo de una dosis potencialmente mortal de un medicamento, es un indicio de que el paciente quiere morir y que no desea ser rescatado. Pero esto me estaba pasando a mí y yo no asimilaba nada porque no entendía qué estaba pasando. Y no sabía qué dolencia tan mala tenía Francisco como para no soportar tanto dolor.

EL MIEDO DEL DÍA A DÍA. Le decía que por favor no me diera más sustos. Y él me decía que no, que no iba a hacer nada. Decía: calla mujer, cómo voy a hacer yo nada. Qué podía hacer yo. Me siento tan mal. No lo cuidé bien, no supe hacerlo. El miedo se apoderó de mi y a todas horas le preguntaba sobre sus pensamientos. Le pedía que me hablase, pero él no reaccionaba con nada. También es verdad que en mi casa ya no había ninguna alegría.

LA RUPTURA FAMILIAR. Sus hijos ya casi no venían por casa porque él no quería ver a nadie. Todo cambió. Yo me encontraba sola. Y él me decía que el problema era él. Que en cuanto a él le pasara algo, mis hijos volverían a prestarme atención. Yo le gritaba y le decía: "¡no digas esas cosas!". Pero en el fondo me daba cuenta de que no iban a verlo, ni me preguntaban por él. Solo mi hija mayor, que vive al lado venía a pincharle la insulina.

EL SUICIDIO CONSUMADO. Un martes estaba yo en la sala de estar, y vi que se levantaba y pensé que iría al baño o a cualquier otra cosa. De pronto oigo un trastazo tremendo, y pensé: "madre mía, alguien ha tirado una caja de escombros al patio". Pero por otro lado, enseguida pensé "¿se habrá caído por el comedor o algo?". Me levanté corriendo del sofá, buscándolo "¿Francisco? ¿Dónde estás?". Fui corriendo de habitación en habitación, sin encontrarlo y levanté la persiana del comedor para mirar rezando para que no fuera [llora muy angustiada y tenemos que hacer una pausa]. Cada vez que abría una puerta, iba con más miedo, con un miedo que me moría. Y ya, cuando recorrí toda la casa, fui a la ventana y pensé: "ay, madre mía, ay madre mía, no lo quiero ni pensar". Miré por la ventana, y debajo, donde mismo estaba yo viendo la tele vi a Francisco en un charco de sangre.

UN TESTIMONIO DESGARRADOR. Bajé corriendo, me abracé a él, le pedía a gritos que me cogiera de la mano, que me apretase, quería notar que aún estaba vivo, quería que me mirase, le cogí la cara entre mis manos, solo quería oír su voz, pero por más que le imploré a gritos que no se fuera [la informante no deja de llorar y es difícil contener las lágrimas al verla] y que me hablase, él ya no podía oírme, ya era demasiado tarde. Me desplomé junto a él y en ese momento llegaron los de la ambulancia y me separaron de él. Ya no recuerdo nada más. Solo que lloré, lloré, lloré, y a día de hoy sigo llorando. No supe cuidarlo. Nadie me dijo qué debía hacer salvo envenenarlo a pastillas. Hoy pienso que esa no era la solución. Sabíamos que lo intentaría de nuevo, eso es lo que teníamos claro ¿y no pudimos hacer nada?

EL FUTURO. Ya no me queda nada, se fue la persona que más quería y ya estoy sola. No tengo futuro. Paso por donde Francisco se quitó la vida mil veces, y no puedo dejar de pensar en él, porque en casa todo es él. Sus recuerdos, sus cosas, sus últimos años. Y no tengo explicación, estaba bien, le sacaron azúcar, depresión, y la muerte ya estaba ahí. La medicina tendrá las respuestas, pero yo desde luego no.

 

 

Dirección para correspondencia:
C/ Bravo Murillo. Edif. España 4-3oF,
30012 Santiago El Mayor (Murcia) España
lolesml@gmail.com

Manuscrito recibido el 23.3.2009
Manuscrito aceptado el 15.6.2009

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