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Index de Enfermería
versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296
Index Enferm vol.19 no.4 Granada oct./dic. 2010
HISTORIA Y VIDA
Nada puede limitar mi vida. El relato de Ana tras treinta años con diabetes
Nothing can limit my life. The story of Ana after thirty years with diabetes
Ma Fabiola Modrego Aznar1
1Diplomada en Enfermería. Consulta de Psiquiatría, Hospital Clínico Universitario. Zaragoza, España
Dirección para correspondencia
RESUMEN
Pocas veces tenemos la oportunidad de escuchar el testimonio de un profesional de la salud que tiene que convivir con la enfermedad día a día y conocer cómo esta vivencia le permite adquirir una sensibilidad exclusiva y una voluntad y fortaleza muy apreciadas por todos los que le rodean, especialmente los enfermos que están a su cuidado. Se presenta el relato biográfico de una enfermera diagnosticada de diabetes tipo I durante el primer curso de sus estudios de enfermería, hace ahora treinta años. Su ilusión por haber ido superando los problemas de salud que han aparecido a lo largo de su trayectoria vital y profesional refleja a un ser humano especial. Su historia es rica en detalles y sentimientos y permite una aproximación hacia la batalla diaria entre enfermedad y vida plena, sin limitación.
Palabras clave: Diabetes, Profesional de la salud, Vida plena.
ABSTRACT
Rarely we have the opportunity to hear the testimony health professionals who have to live everyday with the disease and meet how this experience allow acquire an extraordinary sensibility and a will and strength, much appreciated by all around her, specially the patients who are in their care. Here is the biographic account of a nurse diagnose with type I diabetes during the first course of nursing school, now thirty years ago. Her enthusiasm for having gone beyond the health problems that have appeared along her life and professional trajectory, to reflecting a special person. Her story is full of details and feelings and allows us an approximation to the battle everyday between illness and full life, without limitation.
Key words: Diabetes, Healthcare professional, Full life.
Introducción
La diabetes siempre ha sido para mí una patología muy interesante y curiosa por la forma en que las variaciones de glucosa pueden afectar al diabético. La persona diabética y su entorno requieren de una serie de conocimientos, habilidades y actitudes para adquirir la suficiente autonomía en el manejo de su problema de salud.1 Como nos dice Heredia Galán, "la adherencia al tratamiento de la diabetes debe entenderse como un constructo complejo, multidimensional y variable, que determinan diferentes niveles de autocuidado en las personas diabéticas. Existen muchas variables personales y situacionales que influyen en la adherencia al tratamiento, entre las que destaca: conocimientos y destrezas, habilidades de afrontamiento, apoyo social y familiar, variables del personal sanitario, etc."2 Una primera reflexión me permite preguntarme: ¿Qué se siente, siendo profesional de la salud, cuando se conocen las complicaciones y efectos secundarios de una enfermedad que se padece en primera persona, como la diabetes? Los estudios académicos realizados y el contacto permanente con pacientes diabéticos ¿permiten superar mejor los inconvenientes de esta enfermedad?
Pensé en una profesional de enfermería que llevase muchos años de ejercicio profesional y tiempo con el diagnóstico de una enfermedad crónica. Deseaba conocer su vivencia personal, los diferentes cambios y adaptaciones que había ido realizando para compatibilizar enfermedad y vida plena.
Conocí a Ana, hace diez años, en la planta de Hospitalización de Hematología. A ella me une una relación especial por ser, además de una excelente compañera, mi vecina. Como objetivo me propuse que me contara su experiencia, recientemente vivida, cuando el neurólogo le prohibió volver a su puesto de trabajo como enfermera de Codificación, que había ocupado durante los cuatro últimos años, tras el diagnóstico de una enfermedad poco frecuente, el síndrome del desfiladero costoclavicular, con una neuropatía severa del nervio braquial que le limitaba la movilidad del brazo y necesitaba tratamiento con morfínicos para aliviar el dolor. Nuestra conversación fue grabada durante 87 minutos en su domicilio y transcrita íntegramente siguiendo las normas para la elaboración de un relato biográfico.3 Dado que la informante es muy comunicativa no fue necesaria la realización de muchas preguntas, sólo encauzar un poco la conversación. Posteriormente se ha hecho un análisis cualitativo del contenido, encontrando varios aspectos a destacar que he agrupado en diferentes temas siguiendo un orden lógico. Por tanto, el método utilizado para realizar este relato biográfico fue el de la entrevista en profundidad, obteniendo un relato que más adelante expongo prescindiendo del sistema pregunta respuesta. Mis instrumentos fueron un cuaderno de campo donde fui anotando todas mis observaciones, prestando un especial interés al lenguaje no verbal, y una grabadora.4-7 Para conferir mayor rigor a la trascripción, el texto fue revisado por la informante aportando las correcciones que consideró oportunas. Con el fin de preservar la confidencialidad de mi informante y sus familiares, se han utilizado nombres ficticios a lo largo de todo el relato.
Me surgió otra pregunta: ¿Hace falta estar enfermo para ser un buen enfermero, un buen profesional sanitario? Ana me dio la respuesta: "Creo que no; basta con saber ponerse en el lugar del otro, basta con comprender que bajo distintos roles, profesionales y enfermos son una misma cosa: personas. Nadie estamos libres mañana de formar parte de la estadística de pacientes con ".
Esta entrevista ha sido una experiencia gratificante y enriquecedora ya que he podido conocer, más aún, esa actitud de superación e ilusión que Ana pone cada día en su vida y que sabe compartir con los que le rodean. Analizando la narrativa se descubren cinco estrategias personales que la informante utiliza para afrontar su enfermedad y fundamentalmente son:
1. Aceptación y disposición a aprender ante cada nueva situación.
2. Actitud de lucha y superación de problemas. El control de la diabetes varias veces al día, las descompensaciones, las enfermedades concomitantes.
3. Disfrutar el día a día. Según sus propias palabras: "Cada día es un regalo irrepetible".
4. Cuando aparece un problema, el proyecto familiar e individual se desequilibra. Hay que volver a adaptarse, hay que buscar ayuda profesional e intentar recuperar "la normalidad": el mejor control glucémico lo antes posible.
5. Nada puede limitar la vida.
Bibliografía
1. Morilla Herrera JC, Martín Santos FJ. Consulta de Enfermería para Pacientes Crónicos. Rev ROL Enf 2001; 24(6): 467-71. [ Links ]
2. Heredia Galán MV. ¿Qué influye en la adherencia al tratamiento de la Diabetes? Rev ROL Enf 2004; 27(1): 57-60. [ Links ]
3. Amezcua M, Hueso Montoro C. Cómo elaborar un relato biográfico. Arch Memoria (en línea), 2004; 1. Disponible en: http://www.index-f.com/memoria/metodologia.php [Consultado el 10 de junio de 2009]. [ Links ]
4. Velasco Juez MC. El método biográfico y las historias de vida. Su utilidad en la investigación en enfermería. Index de Enfermería. 1999; (27): 25-30. [ Links ]
5. Amezcua M, Gálvez Toro A. Los modos de análisis en investigación cualitativa en salud: perspectiva crítica y reflexiones en voz alta. Revista Española de Salud Pública, 2002; 76: 423-436. [ Links ]
6. Gálvez Toro A. Lectura Crítica de un Estudio Cualitativo Descriptivo. Index de Enfermería. 2003; (40-41): 51-57. [ Links ]
7. Pujadas Muñoz JJ. El método biográfico: el uso de las historias de vida en ciencias sociales. CIS, Madrid: 1992. [ Links ]
Dirección para correspondencia:
C/ Gutiérrez Mellado 15-2o Izq.
50009 Zaragoza, España
Manuscrito recibido el 16.8.2008
Manuscrito aceptado el 24.10.2008
RELATO BIOGRÁFICO
CÓMO EMPEZÓ LA DIABETES. Según mi madre, yo siempre había sido una chica fuertota y sana. El verano de 1979 tuve que realizar varios viajes a Zaragoza para preparar la prueba de Selectividad y la prueba de acceso a la Escuela Universitaria de Enfermería. A esta última nos presentamos 700 alumnos y había solo 100 plazas disponibles. No me sentía muy bien porque apenas podía dormir dos horas seguidas durante noche; había empezado a levantarme muchas veces a beber agua y a orinar.
Tras la prueba de acceso a la Escuela de Enfermería regresé en autobús hacia mi casa e hice trasbordo en un pueblo próximo al que vivían mis padres. Allí tuve que solicitar la asistencia de un médico de Urgencias porque un bulto doloroso que llevaba en la axila derecha desde hacía varios días, favorecido por el calor del mes de julio, había madurado y empezó a drenar pus. Tenía fiebre, 38,5o C. Más tarde supe que eso era un forúnculo, una infección de un folículo piloso axilar y del tejido subcutáneo que lo rodea por una bacteria, un estafilococo, y que es típico de presentarse en personas con niveles de azúcar altos. El médico que me atendió no le dio ninguna importancia a este incidente y, tras hacerme una incisión con bisturí para favorecer la evacuación del pus y prescribirme antibióticos, pude coger el autobús que me llevaba a mi casa. Imagínate si esto me ocurre el día anterior [pensativa, en silencio], ¡me juego la prueba de acceso! [sonríe]. Como te puedes imaginar, aprobé y pude matricularme en Enfermería.
Comenzó el curso académico a finales de septiembre y seguía levantándome una media de ocho veces cada noche a beber agua y a orinar. Un día del mes de noviembre, realizando las prácticas en la Consulta de Medicina Interna se lo comenté al médico. Apuntó los síntomas que le conté en una hoja de Evolución Clínica y mandó a una enfermera que me pusiese 10 unidades de insulina NPH. "Tienes una diabetes", dijo el médico [abre los ojos con sorpresa y guarda silencio unos segundos]. Ni más análisis, ni más información. Me firmó una receta de insulina y me mandó comprar el material para inyectarme los días siguientes. Entonces no había cobertura sanitaria para este tipo de material y corría por cuenta de cada paciente comprar las jeringuillas. ¡Todavía no existían los glucómetros! No sentí ningún temor, no hice ninguna pregunta; tal vez la edad, 18 años, tal vez la ignorancia de lo que iba a suponer tener que vivir el resto de mi vida con esta enfermedad. El miedo me vino más tarde cuando me di cuenta de que no iba a ser capaz de pincharme la insulina al día siguiente. Aquella tarde busqué en el Hospital a una enfermera conocida que trabajaba en Cirugía y le pedí que me permitiera hacer prácticas con los pacientes de la tarde que llevaban pautada heparina para aprender a poner inyecciones subcutáneas. Ella muy amable me dijo que cambiaba su jornada de trabajo a mañanas y podíamos quedar, antes de empezar su turno, para ponerme la inyección. ¡Uf! ¡Qué alivio! [sonríe levantando las cejas con cara de satisfacción] Había conseguido resolver el primer problema. Tras quince días pinchándome delante de ella, con un temor increíble a hacerme daño con la aguja, decidí que debía seguir pinchándome yo sola. Y así lo hice.
Este no fue el único problema que debí resolver. Ese primer curso estaba alojada en una Residencia para estudiantes y comenté a la responsable del comedor que necesitaba llevar un régimen alimenticio que me habían dado en la Consulta de Endocrino. La monja señaló que no se hacían excepciones con la comida y, pasados dos meses, tuve que marcharme a un piso compartido donde era más fácil llevar adecuadamente el régimen alimenticio.
EL INTERÉS POR LA ENFERMERÍA. Recuerdo que el último año de bachiller estuve interna en un Colegio de las Hermanas de Santa Ana y tuve la oportunidad de conocer a una profesora, muy joven, que me cautivó con su experiencia vivida en Ruanda cinco años atrás. Decidí que iba a estudiar enfermería, al acabar COU, para poder irme a un país sudafricano donde se necesitasen enfermeras y así tener la formación necesaria para llevar a esa gente del tercer mundo un poco de esperanza y de cuidados necesarios para mejorarles la salud y la vida. Apenas habían pasado cuatro meses desde el inicio de las inyecciones de insulina y pensé que iba a ser imposible hacer realidad mi sueño. ¿Cómo iba a poder irme a un país sin recursos sanitarios si yo me había convertido en una persona dependiente de una inyección de insulina diaria? Tendría que buscar otra salida profesional. Lógicamente la trayectoria de mi vida se pareció a la de cualquier compañera de promoción: varios años de contratos, plaza en propiedad y formación continuada que mantengo hasta hoy.
Una de las asignaturas que más me impresionó durante las clases de Enfermería fue Patología Médica. Todas las enfermedades que iban apareciendo en el temario guardaban cierta relación con la diabetes: o como factor desencadenante o como consecuencia o complicación. Mis compañeros de promoción me miraban cada vez que el profesor nombraba la palabra DIABETES. Ya era conocida en clase porque hacía muchas preguntas sobre esta enfermedad y porque todas las tardes, al descanso, me comía dos manzanas como parte de la dieta a seguir.
LOS INCONVENIENTES DE LA ENFERMEDAD. Cualquier problema de salud que aparece en una persona con diabetes supone una descompensación de la glucosa y un estado general deteriorado que no suele manifestarse, tan intensamente, en una persona no diabética. Es así [en su rostro aparece una mirada de tristeza y aceptación]. Vivir esta realidad deja una sensación personal de fragilidad que hay que evitar y cuidar. Durante los primeros años de prácticas en el hospital sufrí varias infecciones urinarias y estoy segura que el contexto hospitalario facilitaba ese tipo de infecciones.
Siempre me gustó participar en las excursiones de fin de semana que preparaban mis compañeras de prácticas; salir al campo y conocer otros rincones de Aragón me fascinaba. La primera escapada que realicé al Pirineo, siendo ya diabética, descubrí, al regresar al autobús por la tarde, que la insulina NPH que había llevado para pincharme antes del desayuno había precipitado y ya no era válida a consecuencia del calor intenso del mediodía. Ya había ido aprendiendo la importancia de llevar todos los dispositivos necesarios para vigilar la glucosa y corregir las cifras si aparecía alguna descompensación. Acababa de descubrir la necesidad de mantener la insulina refrigerada en los viajes. Sin demora compré un estuche especial para guardar la insulina que la mantenía por debajo de los 20oC. Muchas veces he podido asesorar a personas diabéticas de la necesidad de guardar adecuadamente las insulinas, sobre todo al realizar viajes.
Una vez superados los temores que nombré al principio para ponerme las inyecciones, me di cuenta que no tenía ningún problema en pincharme en cualquier sitio ni delante de cualquiera. ¡Es facilísimo! [se dibujaba una sonrisa en su cara]. Mientras estás hablando con otra persona sacas el aparato del bolso y te pinchas el dedo. ¡No hace falta decir nada!, es tan normal como coger un pañuelo de papel del bolso para limpiarse la nariz. En tres segundos tienes el resultado: si está bien la glucemia, alrededor de 110, no hago nada. Si está por debajo de 70 me como un caramelo y unas galletas que llevo siempre en el bolso. Si está alta, corrijo con un pinchazo de insulina en función de la glucemia obtenida. La pluma de insulina es muy cómoda; puedes cargarla sin llamar la atención y pincharte en la barriga levantando un poquito la camiseta que lleves. A veces no se entera ni la persona con la que estás hablando [expresa de forma risueña].
Estoy muy contenta de no sentir ninguna limitación para controlar la glucosa tantas veces como necesito a lo largo del día, unas siete u ocho veces. Creo que es un logro muy valioso porque nunca estoy condicionada si deseo realizar cualquier cosa. Eso sí, el glucómetro y la pluma de insulina siempre vienen conmigo.
EL TRABAJO. Cuando acabé el tercer curso de enfermería yo quería trabajar. Había echado instancia en todos los hospitales de Zaragoza para hacer algún contrato durante el verano. El 16 de agosto, segundo día de fiestas en el pueblo donde San Juan de Dios. Era un hospital muy bonito y me mandaron ir de turno de mañana y tarde en la planta de Cirugía y Traumatología. ¡No podía empezar mejor! ¡No tenía que hacer noches! [sonríe contenta]. Las noches las hacía personal fijo. Ya por entonces se sabía las dificultades que acarrea, para el control de la diabetes, romper con el ciclo circadiano. Las personas que trabajan en horarios nocturnos sufren trastornos en su ciclo de sueño-vigilia, nada aconsejable para el buen control de la glucemia; aun así, debía modificar las pautas de insulina según el turno de cada semana. Recuerdo que una mañana, pasando visita con un médico, un paciente joven diabético tenía en los análisis de la mañana una glucemia de 275 mg/dl y este médico dudaba de la escala de insulina que se debía aplicar. Le comenté que yo era diabética y conocía la relación del número de mg de glucemia que metabolizaba cada unidad de insulina (50 mg/dl por unidad de insulina) ya que debía corregir mi glucosa, con insulina rápida, cuando estaba más alta de lo debido. El médico quedó sorprendido por mi conocimiento de este dato y aplicó la escala que le sugerí, la misma que utilizaba yo. Al día siguiente, la glucemia del paciente estaba en 120 mg; ¡fue todo un éxito!
A los tres años y con plaza en propiedad, decidí dejar el Hospital San Juan de Dios porque se iba a convertir en un centro geriátrico, de enfermos terminales y las perspectivas de mejorar la carrera profesional como enfermera eran muy escasas. Empecé un contrato en otro hospital de la ciudad y me asignaron Quirófano. Apenas llevaba cuatro años con el diagnóstico de la diabetes y las hipoglucemias las podía reconocer sin problemas. Empecé a hacer rueda, no podía exigir un turno fijo porque era contratada. Me gustaba muchísimo quirófano [sonríe] pero el estrés que conlleva una intervención quirúrgica no me convenía para controlar la diabetes. Además, una intervención podía alargarse más de lo previsto y yo tener problemas. Estando instrumentando, tuve que pedir relevo dos veces a otra enfermera porque empezaba a sentirme confusa y taquicárdica por los síntomas de hipoglucemia. Llegué a la conclusión de que no me convenía seguir allí aunque me gustara. Solo podría instrumentar en intervenciones de corta duración, sencillas [su mirada se pierde serena].
Después de quirófano vino la UVI de Cardiología. Había momentos de tener que correr pero el ambiente de trabajo era excepcional. ¡El mejor que he vivido! [repite, deletreando las palabras]. Pacientes muy interesantes, postquirúrgicos cardiacos. Viví la mejor experiencia de compañerismo que jamás he vuelto a vivir en otro sitio. Aprendí un montón. Incluso pude acompañar a un paciente en UVI móvil hasta Pamplona para realizarle un trasplante cardiaco. No tenía apenas problemas con la diabetes. Trabajando en la UCI me pude comprar el primer glucómetro que costó 27.000 ptas. de la época (170 euros); mi sueldo entonces era de 97.000 ptas. (582 euros).
LOS EMBARAZOS. Siempre he estado atenta a las recomendaciones médicas para planificar los embarazos, por ser diabética. La experiencia fue muy positiva. Bueno, el primer embarazo fue bien hasta que al tercer mes empecé a sangrar: una placenta previa. Me ingresaron, sin tripa [levanta las cejas y sonríe], y salí del hospital dejando al bebé en la incubadora. Fue duro, no tanto por la diabetes como por el riesgo de aborto y estar en reposo absoluto sin poder levantarme de la cama. Nunca olvidaré el menú que servían en la dieta diabética al mediodía. Todos días era lo mismo: judías verdes de primero; carne a la plancha de segundo. De postre una manzana. Pensaba: "¡con lo caras que son las judías verdes en los meses de febrero y marzo!, ¿cómo pueden darnos judías verdes todos los días?". Si, si, ¡llegué a aborrecerlas! [mueve la cabeza afirmativamente]. Era aburrido, ¡todos días lo mismo! Deseaba poder comer una tortilla francesa o un poquito de queso fresco. Pero nada; no estaba incluido en el menú para diabéticos. Pedí permiso y dejaron que mi familia me trajera, dos días a la semana, una tortilla y 100 gr de queso tierno. ¡Me sentía contentísima los días que podía cenar ese exquisito menú!
Como decía, durante los embarazos la glucemia fue genial y conseguí tenerla en las cifras acordadas con el endocrino, muy próximas a los valores normales. Estoy segura que conforme iban creciendo los fetos y comenzaban a funcionar sus órganos me facilitaban lograr los niveles de glucosa más normales. El primer niño fue un prematuro de 1.500 gr. pero pude llevármelo a casa antes de la fecha prevista de parto. Yo acabé, tras una cesárea de urgencia, en la UCI por las pérdidas hematológicas tan importantes durante los cuatro meses que había estado ingresada y el bebé tuvo que ser ingresado en la UCI neonatal por inmadurez respiratoria. Pero luego recuperó su peso en el primer año de vida y ahora es un chaval sano. El segundo chico nació por cesárea programada y pude trabajar hasta la víspera. Al nacer hizo una hipoglucemia pero pudimos irnos a casa a los tres días. Era precioso, grande, 3.600 gr. [sonríe recordándolo con placer].
Tras mi experiencia como madre no he dejado de animar a las mujeres que he conocido con problemas de diabetes porque no es tan complicado poder tener un hijo. Eso sí, hay que implicarse en los cuidados más importantes y controlarse en serio.
LOS PROBLEMAS DE SALUD QUE FACILITA LA DIABETES. La complicación más importante que he tenido en estos treinta años ha sido la aparición de un dolor severo, de un día para otro, por una neuropatía del nervio braquial del brazo derecho. No me hubiera imaginado que el uso reiterado del brazo, tecleando las siete horas de turno de trabajo, añadido a la inadecuada posición en la silla, me iba a suponer la aparición del famoso "síndrome del desfiladero costoclavicular". Por supuesto, la diabetes había preparado, silenciosamente, el terreno. Ningún fármaco conseguía aliviarme el dolor, al menos un poquito. La impotencia del brazo era manifiesta. ¡No tenía capacidad para mantener el brazo levantado durante tres minutos! ¡Era imposible tender una pieza de ropa en el tendedor! Las pruebas de electroneurología sugerían una obstrucción del nervio braquial y cubital y acabé en el traumatólogo para operarme. Había un problema de base, la diabetes, que no garantizaba recuperar la conducción del nervio. Decidieron no operarme y esperar la evolución. En estas circunstancias la vida da un giro de 180 grados: citaciones semanales a la Clínica del Dolor, rehabilitación con onda corta durante diez semanas. Lo malo era que no podía ir sola hasta el Hospital para acudir a rehabilitación porque los fármacos prescritos me daban una inestabilidad y desorientación manifiesta. Tenía que pedirle a mi madre que me acompañara cada día. Y para colmo, las hipoglucemias nocturnas. Dos días consecutivos tuvo que avisar mi marido al 061 por no poder recuperarme de una hipoglucemia; entraba en coma sin despertarme, sin enterarme. Perdía la capacidad de oír el despertador para levantarme a mirarme la glucosa e ir a comer algo. Ningún signo de aviso que despertara a mi marido, ya acostumbrado a saber que debe ayudarme a controlar la glucosa cuando lo despierto con movimientos extraños o golpeándolo reiteradas veces. ¡Qué sensación más precaria; perder al posibilidad de reconocer una hipoglucemia! Cinco días antes me habían prescrito en la Clínica del Dolor un nuevo fármaco específico para aliviar la neuropatía diabética. Era evidente que guardaba relación el aumento de hipoglucemias nocturnas con el inicio del nuevo tratamiento. Se suspendió ese fármaco y todo volvió a ser como antes, pero el dolor persistía. Después de tanto efecto secundario propiciado por los analgésicos llegue a un acuerdo con el médico para que me fuese reduciendo la posología con idea de retirarme parte de las pastillas: había llegado a tomar siete diarias [señala con los dedos] además de las cuatro inyecciones de insulina y los controles de la glucemia capilar. Me propuse recuperar la capacidad de movilidad del brazo y en casa practicaba los ejercicios de fortalecimiento muscular que me dieron en rehabilitación. Eso y haber suspendido el trabajo en el ordenador favoreció la desaparición del dolor de forma paulatina. Llevo más de dos años sin tomar ninguna pastilla aunque a veces, ese dolor, está presente desde que me levanto; pero lo puedo ir sobrellevando. ¿Qué más puedo pedir? La neurólogo me recomendó solicitar una incapacidad y dejar de trabajar. Quería continuar trabajando y me incorporé antes de lo previsto. Creo que fue el mejor estímulo para seguir adelante.
Respecto a otras complicaciones propias de la diabetes, en estos treinta años no he presentado ningún problema retiniano importante. Actualmente solo tengo algún microaneurisma aislado en ambos ojos y, otras veces, han desaparecido en la siguiente revisión ocular. Espero que así ocurra en la próxima revisión [muestra una sonrisa llena de esperanza]. Las microalbuminurias han salido siempre normales. Los pies los cuido cada día por la importancia de supervisar la aparición de lesiones. Pienso que si sigo manteniendo mis niveles de hemoglobina glicada como he conseguido hacerlo en los últimos años tardaré en tener problemas: Hb A1c menos de 6. Bueno, al menos eso dice la teoría [vuelve a sonreír de forma generosa].
INQUIETUDES. Mi currículum personal es muy extenso. Me gusta prepararme y actualizar, con formación continuada, lo que veo necesario para mejorar mi trabajo. Quiero seguir aprendiendo. El curso pasado inicié el Máster de Enfermería y este curso haré el segundo curso y prepararé el Proyecto final. En la Consulta muy interesantes de los que formo parte. Uno con niños asmáticos y otro con pacientes con síndrome de apnea del sueño. Sé que me supone trabajo añadido al ya existente pero me siento con capacidad para cumplir adecuadamente con el programa. Además, me servirá para la carrera profesional. Sí, estoy muy ilusionada.
Para terminar me gustaría señalar una frase, un pensamiento, que sintetiza muy bien lo que siento en este momento y cada día. Es lo que me repito disfrutando de la vida tan normal que puedo realizar: ¡La vida es bella! ¡Cada día es un regalo! ¡No quiero perder ninguna oportunidad para ser feliz disfrutando de todo lo que me rodea! Me gusta vivir, por eso: nada puede limitar mi vida.
Vocabulario
Fuertota: Fuerte, robusta.
NPH: Insulina retardada.
Pluma: Jeringa específica con depósito de insulina.
Aparato: Glucómetro.
Pinchazo: Inyección de insulina.
Bajada: Hipoglucemia.