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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.24 no.1-2 Granada ene./jun. 2015

https://dx.doi.org/10.4321/S1132-12962015000100014 

ARTÍCULOS ESPECIALES

TEORIZACIONES

 

Cuidar en la adversidad a mujeres maltratadas

Health care of abused women in the adversity

 

 

María Nubia Romero Ballén

Grupo de investigación: Exclusiones y Resistencias en el Cuidado de la Salud-GERCUS. Escuela de Enfermería, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Tunja, Colombia

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

Las violencias contra las mujeres han sido reconocidas como un problema prioritario de salud pública porque atentan contra la salud física y mental de ellas, y por las consecuencias familiares, sociales y económicas que generan. El concepto de bienestar es transversal a la comprensión del problema de las violencias de género, y se aborda junto a las diversas maneras como el profesional de enfermería interpreta el maltrato y el cuidado que brinda. Se presenta la complejidad del abordaje de las violencias de género contra las mujeres en el contexto de un cuidado en la adversidad. Desde la estrategia pedagógica de la sororidad, que se utiliza en los procesos de desaprender valores y comportamientos patriarcales, se pudo evidenciar que ninguna mujer desea ser violentada, humillada y degradada, y para ello son capaces de dejar de ser negadas, para ser sujetos de derechos; de construir fortalezas en el Estar y el Hacer en contexto, y sobrepasar el abandono de sí para encontrar las rutas de dignidad y libertad en el encuentro consigo mismas, en el cuidado de sí, como dueñas de su propia existencia.

Palabras clave: Violencia de género, Cuidado en la adversidad, Mujeres maltratadas.


ABSTRACT

The violence against women has been recognized as a pressing public health issue because it puts at risk their physical and mental health, and has major familiar, social and economical consequences. The welfare concept is transversal to the understanding of the problem generated by gender-based violence, and it is addressed along with the different ways the professional nurse sees the abuse, and the care he or she offers. Here, I present the complexity of addressing the violence against women in the context of health care in the adversity. From the educational strategy of sisterhood that is utilized in the processes of unlearning patriarchal values and behaviors, I show that no woman wants to be abused, humiliated and degraded, and in order to avoid this they are able to stop being denied to become a subject with rights.

Key words: Gender-based violence, Health care in the adversity, Abused women, Nursing care.


 

Introducción

Las violencias contra las mujeres, que impactan tan negativamente el bienestar de estas, porque afectan su salud física y mental, y sus condiciones familiares, sociales y económicas, han sido abordadas desde diferentes perspectivas,1-3 pero solo la de género4 permite explicarlas y comprenderlas; ellas constituyen un problema prioritario de salud pública, como lo definió la OMS hace más de dos décadas,5 y en consecuencia es perentorio que las enfermeras y enfermeros así lo reconozcan y contribuyan a la búsqueda de estrategias pedagógicas y de atención en salud para mujeres y niñas que viven en la cotidianidad de las violencias, y a la movilización de todos los recursos que promuevan su prevención.1-5

El concepto de Bienestar social humano que aquí se reivindica es aquel que no cosifica al ser, como lo plantea Max Neef, en oposición al argumentado por Amartya Sen6 desde la lógica del capital, a partir del ‘valor' y la ‘utilidad'; a esta racionalidad económica del bienestar, Max Neef opone una bien diferente, que "se orienta al mejoramiento de la calidad de vida de la población, y se sustenta en el respeto a la diversidad y en la renuncia a convertir a las personas en instrumentos de otras personas, y a los países en instrumentos de otros países".7

Para Max Neef, la racionalidad económica que se impone en el mundo capitalista, mediante las profundas relaciones comerciales de insumos y productos tecnológicos, trae la idea de que el bienestar está dado por la capacidad de consumo y acumulación de bienes y servicios, que se constituyen en indicadores del PBI, que suma lo positivo y lo negativo que se genera en la sociedad, pero se le olvida restar,8 por ejemplo, indicadores de morbi-mortalidad por violencia. Además, el PIB no habla del bienestar en sentido de realización de necesidades fundamentales de las poblaciones.7 El sentido de bienestar se acerca más a una lógica humanista centrada en la solidaridad, la coparticipación y la convivencia humana, lejos del ruido ensordecedor de la maquinaria de guerra y de las patologías sociales como el hambre, los suicidios, la drogadicción y las violencias de género, entre otras. Este bienestar está centrado en el sentido de felicidad, que es expresión de riqueza humana, pero en el sentido no material, porque rescata el derecho a la autonomía, la diversidad y la libertad, que recobran el valor de vivir la vida dignamente. Esta es la lógica que busca el ejercicio del Cuidado, porque se deslinda de la racionalidad instrumental que la cultura moderna nos ha otorgado en Occidente para cosificar al ser; por ello Max Neef reclama que es preciso oponer a esa lógica económica "una ética del bienestar", en la que se reclame el valor del desarrollo humano, y no el desarrollo centrado en la valoración de objetos; un bienestar que reclame el ejercicio de la participación y la autonomía -derechos negados a las mujeres mediante el ejercicio patriarcal de las violencias-, y el derecho a las sinergias solidarias que ofrece el mundo interconectado.7 Con esta perspectiva de bienestar, planteo las siguientes reflexiones en torno al Cuidar en la adversidad en el caso de las mujeres maltratadas.

 

De las interpretaciones del maltrato y del cuidado por parte de las enfermeras

En la experiencia docente del cuidado a personas y colectivos humanos he comprendido que las enfermeras, en su gran mayoría, leen y construyen la realidad desde el prejuicio o desde solo sus referentes teóricos, mientras que otras pocas lo hacen desde la experiencia reflexiva, que orienta en la vida cotidiana el comportamiento clínico acompañado de lectura y pensamiento crítico y creativo. Pero esta construcción de realidad está mediada por el poder jerarquizador de la institucionalidad, que regula los comportamientos, valores y pautas de las personas, definiendo los roles profesionales y el horizonte de pensamiento de muchas enfermeras; la lógica de la subjetividad de estos frente al cuidado es impuesta por la dinámica de funciones y nuevos roles plegados a la contabilidad de costos9 que impone el sistema de salud, y no a la capacidad dialógica que el profesional tiene que desarrollar para la comprensión y resolución de los problemas que atañen al cuidado. Muchos profesionales quedan atrapados en el modelo rentista, y por ello no se resisten a la desvirtuación de la esencia de su rol,10 que atenta contra su bienestar; desvirtuación que contiene el olvido del sujeto de cuidado y el olvido de sí mismo en los sujetos cuidadores en doble vía: uno, como sujeto histórico-social, y otro, como sujeto profesional. Esta subordinación de los profesionales a los roles que cumplen los convierte en instrumento de esos mismos roles desvirtuados y enajenados.

En la cotidianidad del cuidado de la vida humana, cuando las enfermeras se enfrentan a situaciones complejas de su rol, como atender a mujeres víctimas de violencias de género, para lo cual no fueron formadas -y siendo incluso, en muchas ocasiones, algunas de ellas parte de ese grupo de mujeres maltratadas en su relación de pareja-, aparecen tres formas básicas de expresar la interpretación del maltrato, que son profundamente significativas de su sentido de cuidado y de la praxis social de este, así: una, en la que expresa "aquí nada se pregunta, uno solo mira las heridas [hablando de maltrato], porque uno ya sabe cómo son las cosas"; otra, "no me interesa si pasa o no pasa [violencia], evito complicarme o meterme en vida ajena", y otra, "aquí pasa de todo [violencia y maltrato], y nosotras sabemos qué debemos preguntar para tener herramientas para la acción". Aquí se vislumbra el peso de cada lógica interpretativa que posee el pensamiento y comportamiento enfermero.

En la primera expresión hay una evasión de toda discusión racional-afectiva, porque todo ya está dado, explicado y hay verdad objetiva: una mujer herida por los golpes, unos ojos morados por la violencia; esta es la lógica lineal y atomizada del sujeto de cuidado que juzga desde el a priori: "a usted es que le gusta que le peguen" o "algo hizo para que la golpearan". La interpretación del sujeto cuidador la hace desde su propia visión del mundo; hace una lectura reduccionista y objetivista de la realidad, igual que en otros estudios, consideran aún que no es un problema de salud pública.11 El sujeto cuidador está centrado en lo concreto de su objeto y pierde la perspectiva de la realidad del sujeto cuidado y de otras circunstancias que rodean su labor, y no advierte que en la realidad de su trabajo está la posibilidad de utilizar la intuición, la intersubjetividad y el entendimiento en contexto, como derrotero de nuevas preguntas para la acción y la teorización.

En la segunda expresión pervive una lógica de la indiferencia, de la irresponsabilidad por el desconocimiento de las leyes que obligan a actuar ante la violencia, y de la alienación frente al sentido complejo que constituye el acto de cuidado, pues no hay intersubjetividad, no hay sujeto cuidado; hay objeto, hay patología, hay un golpe que se trata y una herida que se cura. El sujeto cuidador está enajenado, no quiere ni asume conciencia crítica de la realidad que rodea o determina los procesos salud-enfermedad, y, a su vez, pone un sello típicamente reconocido como cuidado deshumanizado, porque evade la riqueza que otorga la lectura significativa de la realidad que la constituye, o no comprende que "El mundo como horizonte universal de sentido es el que se nos da en situaciones, contextos, vivencias subjetivas".12

En las dos expresiones anteriores, la totalidad del mundo se reduce a lo concreto de su objeto laboral, es decir, hay negación de la praxis social del cuidado, cuya razón es comprender la naturaleza de su acción-reflexión, mediante la interacción entre teoría-práctica para conectarla con la realidad vivida. Esa negación es también olvido del sentido fenomenológico del Cuidado,13 además de una gran insensibilidad de los profesionales.14

En la tercera expresión se evidencia la existencia, por fortuna, de una lógica crítica acompañada de una actitud reflexiva y participativa, en la que se promueve un encuentro con la subjetividad y la experiencia del otro: "cuénteme, mujer, ¿cómo se siente y qué pasó?". Se asume una perspectiva vivencial, de experiencia intersubjetiva del mundo como una totalidad; ya su atención no está atrapada solo en lo concreto de su objeto: "el morado del ojo, la herida que dejó el golpe", sino que instala la reflexión-acción como punto de apoyo para crear sentido a toda aquella representación simbólica que soporta la cultura patriarcal y que llega a determinar procesos de salud-enfermedad en las mujeres y su familia. Incluso, en su acción-reflexión emergen situaciones por las que el cuidador también ha pasado, y por ello, en alguna ocasión, una profesional afirmó: "yo la puedo entender porque a mí también me pasa lo mismo, mi pareja me maltrata". Este cuidador asume su rol haciendo conciencia de ser sujeto que hace parte "del mundo de la vida" -en sentido fenomenológico- y que su experiencia y la del sujeto cuidado se encuentran en una estrecha intersubjetividad comprensiva que es a la vez fuente de evidencias para la praxis del cuidado humanizado.

 

Del cuidar en la adversidad a mujeres maltratadas

En la complejidad de estas tres perspectivas está el sentido de lo que he definido como cuidado en la adversidad, que es la expropiación del sujeto del acto de cuidado, que se da en la medida en que se viene perdiendo desde hace años lo que ha constituido la esencia del cuidado, es decir, la relación intersubjetiva entre enfermera y paciente. Pérdida que hoy se agudiza, en la medida en que los "objetos" dominan sobre el cuidado del sujeto.9

Este Cuidar en la adversidad, en el caso con mujeres maltratadas, nos ha significado ser conscientes y críticos de la realidad que estas viven, y obrar en acción transformadora sobre el cúmulo de dificultades y obstáculos de orden estructural, familiar y personal que la cultura patriarcal obliga hacer frente. Por ejemplo, cuando la estrategia de dominación, control y sometimiento es usada por el agresor mediante formas sutiles o no de violencia, como el uso de la palabra que afrenta, el chantaje, las amenazas, el golpe, la indiferencia, el dinero y el enamoramiento, entre muchas otras, las prácticas de cuidado han de estar centradas en la acción pedagógica del cuidado que confronte su bienestar. La experiencia investigadora nos ha enseñado que la acción pedagógica en salud es la que se ejerce para la constitución y recontextualización de todas las formas específicas de violencia que se manifiestan de manera simbólica en la cultura, y de igual manera en los saberes y prácticas, que se constituyen en imaginarios y representaciones, y tienen su impacto en la calidad de vida y en la salud física y mental de las mujeres. Esta acción pedagógica cobra verdadero sentido cuando está orientada desde los principios de la educación para la liberación, y no para la opresión o enajenación, que Freire, Fals Borda, Pedro Demo y otros científicos sociales latinoamericanos nos han heredado, para salir de la trampa de la educación libresca, transmisionista y alienadora.

Pero esta educación para liberar ha de estar acompañada de la teoría crítica,15 para que sea posible "la complementariedad entre acción comunicativa y el mundo de la vida", con el fin de dar razón comprensiva a las maneras de desaprender rutas marcadas por imaginarios socioculturales que entraña la cultura patriarcal, tales como "me habían dicho que pa'donde iba el agua, iban las arenas; que pa'donde va el río, van sus arenas [es decir, que a donde va el hombre debe seguirlo la mujer]".16 Ese proceso de desaprender lo que culturalmente se ha aprendido exige eliminar cualquier postura enjuiciadora del profesional hacia la mujer, y convocar el ejercicio solidario de entendimiento mutuo del sentido y significado del imaginario mismo y encauzarlo en una ruta de autoconciencia deconstructora que ayude a liberar a las mujeres de las compulsiones irracionales de su propia historia individual mediante la autorreflexión crítica, como catarsis y acción terapéutica del cuidar. En ese proceso pedagógico las mujeres han de trascender de ese "ser en sí", que las ha condenado al estancamiento social, laboral y educativo, a un ser "para sí", que pueda evolucionar históricamente.17

Otro ejemplo que pone al profesional de enfermería en aprietos, porque siente impotencia para obrar ante la compleja adversidad de la violencia y los escasos recursos terapéuticos de que dispone, es cuando las mujeres verbalizan las múltiples palabras que usa el agresor para ocasionar ultraje, porque esa afrenta minimiza, humilla y la despoja de su dignidad y derecho a ser respetada: "eso era de perra, de vagabunda, de puta no me bajaba...; a mí me dolía mucho que me groseriara, y yo me ponía a llorar...; él no me pegaba, pero sí en palabras, y eso es más duro que le metan a uno un palmadón".16 Esta violencia psicológica a través del uso de palabras soeces tiene un gran poder de eficacia simbólica en el deterioro de su autoestima, pues revierte en la propia representación de su yo, de sí misma, y por ello vive y se siente en una red de espirales de la que "quisiera salir corriendo, pero, no puedo".16

Este cuidado tiene que ver con conductas y comportamientos ético-morales que socialmente se reprueban, pero que en la intimidad se naturalizan, y la sociedad aún los consiente. De este cuidado no se enseña ni se aprende en la formación de profesionales de la salud, como lo explican Pablo Méndez-Hernández y colegas en un estudio realizado en México,18 y es por ello que el profesional evade la pregunta con sentido en las entrevistas con las mujeres. Aprender a cuidar en la adversidad implica considerar que el cuidado es acción renovadora de la disciplina de Enfermería -este es un reto humanizador y una responsabilidad social- y que no puede ser considerado un acto aséptico, ni centrado en el prejuicio, un acto que no pregunte y relacione las condiciones de contexto e histórico-sociales que emergen en cada padecimiento de los sujetos que se cuidan, porque "no podemos separar la auténtica condición humana de la vida vivida con radical responsabilidad propia y, por ende, tampoco podemos separar la propia responsabilidad científica de la totalidad de responsabilidades de la vida humana en general".12

Asumir responsabilidad científica y social en el cuidar en la adversidad nos conmina a explicar y comprender cómo es que la adversidad estructural, en el caso de las violencias contra las mujeres, expresada en la cultura patriarcal, propicia condiciones deshumanizantes que atentan contra el sentido de bienestar humano. Esa adversidad estructural en el cuidar no es cuestionada en la Escuela, como institución del Estado que forja y trasmite imaginarios y representaciones de la cultura patriarcal, y se expresa, en nuestro caso, en la cotidianidad de los cuidados, así:

- Algunas prácticas de cuidado contribuyen a fortalecer la racionalidad instrumental19 que cosifica día tras día a los sujetos de cuidado y a los profesionales, pues el poder de la palabra está sustraído por los ritmos de la academia y del trabajo, y, además, por las relaciones de poder-saber en el campo institucional. La investigación en el campo del cuidado y del maltrato a mujeres nos ha enseñado que sin palabra que relacione, que intercomunique, no hay sujeto que se exprese en el lenguaje, luego no hay pensamiento, no hay diálogo, no hay sujetos, solo objetos. La categoría más explicativa de esta condición del Cuidado es la que he denominado "Expropiación de la esencia y de los sujetos de cuidado",9 porque la razón institucional, laboral y educativa llevan a invisibilizar a los sujetos que hacen parte del acto de cuidado. Esta categoría también representa el olvido del sujeto, de su subjetividad, de sus experiencias, como actor principal en el mundo de la vida de mujeres enfermeras y mujeres maltratadas, que está representado en otra categoría emergente de las historias de vida de las mujeres maltratadas, denominada "Negación de sí",20 en cuyo núcleo conceptual está el olvido de sí como sujeta de derechos, aprendido a través de los silencios, de los miedos, de las culpas y de los amores que enajenan, entre muchos otros. "Este olvido conlleva necesariamente el autoolvido del sujeto, dado que este se constituye auténticamente en su praxis vital".12

- Por otro lado, si desde la academia nos resistirnos a expandir y profundizar la perspectiva de las ciencias sociales y humanas en el cuidado estamos contribuyendo a profundizar la positivización de las ciencias en Enfermería; positivización que "ha significado la colonización del mundo de la vida";12 y esto es una manifestación de la crisis de la ciencia moderna, que se expresa en la Enfermería, porque las ciencias positivas rezagan y olvidan el sentido profundo que contiene la subjetividad creadora, la capacidad representativa de los seres sobre los acontecimientos de su realidad de enfermar, padecer o sanar. La formación en Enfermería también se ha olvidado del sujeto actuante, del cuidado de sí13 -como acción fenomenológica-; por ello ni el docente ni el estudiante se convierten en tema de autorreflexión crítica en su cuidado; poco se asume que la experiencia de vida acompañada de pensamiento, de palabra, de acciones que se expresan en el comportamiento cotidiano es una constante construcción de relaciones de vida que apuntan al bienestar humano diario, como tampoco se otorga la importancia necesaria al ejercicio de aprender a cuidar emocional y socialmente en la adversidad o en la felicidad.

Carmen de la Cuesta nos demuestra cómo el cuidado, familiar o profesional, es un acto profundamente creador en el mundo cotidiano cuando supera la tarea y se asume "como un oficio que transforma al paciente, el mundo material del cuidado y al propio cuidador".21 Pero, lamentablemente, en muchas reformas curriculares de Enfermería, en lugar de potenciar los espacios para la formación investigadora crítico-social, que potencia el espíritu creador y recreador del cuidado, se retiran; se desaparecen de los planes de estudio. Otro caso: realidades como las violencias de género, que son transversales a todas las condiciones humanas, son negadas, silenciadas, aunque son vivenciales en todos los sujetos; de allí que la retórica académica siga siendo libresca y no experiencial. En esta contribución a la colonización del mundo de la vida que deshumaniza, desde la academia de Enfermería se hace una negación a la intersubjetividad establecida desde la acción comunicativa, como la plantea Habermas,12 en la que el poder de decisión de las partes, mediante el uso de la palabra viva, se activa para lograr un encuentro cultural humanizado a través del acto de cuidar.

 

De la ruta del cuidar en la adversidad a mujeres maltratadas y víctimas de violencias

En la investigación "Abordaje integral a mujeres maltratadas y prevención de la violencia de género en Tunja, Colombia" (Proyecto macro financiado por la Diputación de Jaén, la Fundación Index, la UPTC y la Universidad Carlos III y desarrollado a través de cinco subproyectos, dirigidos por María Nubia Romero B.) se estableció como horizonte de cuidado, con y para una vida humana, la Ruta pedagógica del Cuidado de sí para mujeres víctimas de violencias de género; cuidado de sí que trabaja las condiciones protectoras que otorgan empoderamiento y autonomía. La Ruta se delineó y construyó colectivamente en compañía de la pedagogía de la solidaridad,22 del cuidado con una lógica comprensiva,23 de la IAP24,25 -como método de reivindicación de la existencia humana a partir de la autorreflexión crítica y el empoderamiento- y de la fenomenología -como horizonte teórico en la tematización del mundo de la vida-; así, se buscó desentrañar imaginarios y representaciones que habitan en el "deber ser" femenino, para poner en evidencia las intersecciones múltiples de la naturalización y desnaturalización de las violencias, y para aupar el potencial transformador que surgió de la conciencia y el autoentendimiento de las mujeres maltratadas.

Del cuidar en la adversidad desde la pedagogía de la sororidad nos queda la convicción de que ninguna mujer desea ser violentada, humillada y degradada, y para ello son capaces de dejar de ser negadas, para ser sujetos de derechos; de construir fortalezas en el Ser, el Estar y el Hacer en contexto, y sobrepasar el abandono de sí para encontrar las rutas de dignidad y libertad en el encuentro consigo mismas, como dueñas de su propia existencia. Algunos de los resultados obtenidos en este proceso se refuerzan con otros hallazgos actuales de investigación.26,27

 

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Dirección para correspondencia:
mnromero@gmail.com

Manuscrito recibido el 9.9.2013
Manuscrito aceptado el 23.12.2014

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