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Index de Enfermería

On-line version ISSN 1699-5988Print version ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.25 n.1-2 Granada Jan./Jun. 2016

 

MISCELÁNEA

MONOGRÁFICO HERMENÉUTICA Y ENFERMERÍA

 

Una aproximación hermenéutica de la historia de la enfermería

An approach to the historical to a hermeneutics of nursing

 

 

Arturo Mota Rodríguez

Universidad Anáhuac México Sur, Ciudad de México, México

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

En el presente trabajo se presenta una revisión filológica e histórica del cuidado para evidenciar y fortalecer el sentido humano de la Enfermería, a partir de dos aspectos, a saber: primeramente, una visión general de la historia clásica del cuidado, desde el pensamiento griego antiguo y el cristianismo antiguo, para justificar que la dignidad y la identidad son elementos importantes para plantear el elevado sentido humano del estudio y ejercicio de la Enfermería.

Palabras clave: Enfermería, Pensamiento clásico, Cristianismo, Hermenéutica analógica, Dignidad humana.


ABSTRACT

This work presents a philological and historical review of care to highlight and strengthen the human sense of Nursing, from two aspects, namely: firstly, an overview of the classical story of care, from the ancient Greek thought and ancient Christianity, to justify that dignity and identity are important elements to raise the high human consciousness for the study and practice of Nursing.

Keywords: Nursing, Classical thought, Christianity, Analogical hermeneutics, Human dignity.


 

Introducción

Actualmente el conocimiento de las ciencias humanas está tomando cursos distintos de justificación. La impronta del positivismo es aún un margen importante de justificación y desarrollo de la ciencia. El reduccionismo epistemológico del positivismo ha conducido a una homogeneización del pensamiento que ha oscurecido el refinamiento intelectual de algunas disciplinas exacerbando la distinción entre ciencias y artes. La Enfermería no ha sido la excepción. Históricamente se le relegó a estatus de arte, subordinándola y demeritando incluso su importancia como conocimiento. Las consecuencias son importantes, pues poco a poco se dejó a la enfermería como una actividad dependiente de la medicina, descuidando su importancia en el entorno de las ciencias de la salud. En esta breve reflexión nos planteamos rastrear los antecedentes históricos del imaginario de la subordinación de la enfermería como técnica dependiente de otras ciencias, y mostrar que por medio de una revisión hermenéutica del cuidado, la Enfermería puede mostrar su importancia como profesión que, teniendo a la dignidad humana como un margen muy importante de interpretación, contribuye a la humanización de las relaciones humanas.

 

Un breve análisis filológico

El término "cuidar" se relaciona con tres vocablos latinos: "curare", "consulere" e "incumbere". "Curare" es un verbo latino que hace referencia a ocuparse o poner atención sobre algo, pues es una flexión verbal del término "cura", que se traduce por atención, diligencia, empeño o esfuerzo; se vincula también con la aflicción e incluso con el buen gobierno. Quintiliano, por ejemplo, expresaba el adecuado cultivo de la tierra como "agrorum cura", Lucrecio expresaba "curae acres cupidinis" para aludir a los tormentos crueles de los enamorados, y Salustio escribe "cura rerum publicarum" para referirse al procurar un buen gobierno de lo que hoy llamamos "Estado".

Por su parte, con el verbo "consulere" se alude a la deliberación, a reflexionar o examinar algo con atención, por tanto, a procurar algo con atención. Cicerón, por ejemplo, en su diálogo "De Republica" escribe "consulere dignitate suae", para reclamar que debe atenderse y mirar por la dignidad de los ciudadanos. De ahí que también "consulere" se utilice para expresar el consultar a alguien (aliquem), pedirle consejo acerca de alguna cosa (aliquid), como cuando se tomaba consejo del Senado romano: "consulere senatum". Finalmente, "incumbere" significa empeñarse, ocuparse en algo con firmeza, procurar o hasta consagrarse a algo.

De las menciones anteriores podemos rescatar un sentido general del cuidado: procurar con dedicación y atención importantes las cosas necesarias en vistas al cumplimiento de un fin determinado. Desde este punto de vista, el cuidado implica una relación entre aquello que debe procurarse (un medio) y el fin que quiere alcanzarse (un bien, en general).

 

Una primera hermenéutica del "cuidado" en la Grecia Antigua

De lo anterior no resulta extraño que en la antigua Grecia lo propio del médico fuera el arte de conocer la relación entre los síntomas de la enfermedad, su naturaleza, y las causas que la provocan, su etiología. En efecto, la idea griega de "medicina" evidencia una comprensión del hombre, según la cual, el cuerpo es una parte esencial. Esto lo evidencia, por ejemplo, la formación en la gimnasia, su promoción y estrecha relación con las festividades religiosas (Robert, 1991:47-49). La importancia del cuerpo derivó en una necesidad de procurar un conocimiento de la salud y de la enfermedad. En efecto, si consideramos que la virtud es un medio importantísimo (areté), para alcanzar el ideal de excelencia; y si el cuerpo es parte esencial del hombre; en consecuencia, debía procurarse la excelencia del cuerpo; una implicación ideo-lógica que derivó incluso en una consideración moral, al comprender la salud como consecuencia de la virtud, y la enfermedad, como consecuencia del vicio. De ahí que el médico deba procurar virtud al hombre, siendo él mismo virtuoso, como lo enuncia Hipócrates en el ya conocido Juramento: "Haré uso del régimen dietético para ayuda del enfermo [...]: del daño y la injusticia le preservaré. [...] En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte" (Hipócrates, 2000b: 3).

Es también significativo el hecho de que Hipócrates haya incluido la racionalidad como un criterio de discriminación del conocimiento sobre la salud. Con ello dota a la Medicina de una naturaleza científica. Es un conocimiento intelectual objetivo, riguroso y creativo en el desarrollo de una técnica y de una cultura en torno al bienestar corporal (Hipócrates, 2000c, nn. 3-4, 7-8, 11-14).

Asimismo son dos los aspectos que constituyen la especificidad epistémica de la Medicina: el diagnóstico-pronóstico y el tratamiento. El diagnóstico-pronóstico permitió la formalización de un conocimiento de las afecciones humanas, y consecuentemente enriqueció el conocimiento del hombre como realidad corporal. Es importante notar que, en el pensamiento de Hipócrates, la etiología juega un papel fundamental: las enfermedades tienen una explicación causal. Esto permitió el significativo avance en la relación diagnóstico-pronóstico (Hipócrates, 2000a, nn. 1-2; 17; 25). El tratamiento, por su parte, plantea la relevancia y la utilidad del conocimiento cierto de la naturaleza humana y de la condición corpórea del hombre (Hipócrates, 2000d, nn. 1-2, 6).

Sin embargo, el papel del médico, muy importante, por supuesto, se reducía al conocimiento científico, teórico, de las causas que provocan la enfermedad y del modo en que debía tratarse, por medio de una dieta, el restablecimiento de la salud. Pero la atención a las exigencias de la dieta, se relegó a otros individuos que disponían de los instrumentos necesarios y adecuados para cumplir el tratamiento aconsejado por el médico.

La salud, como un estado de bienestar, implicaba por tanto una diferencia entre el conocimiento teórico (epistéme) y el conocimiento práctico (téchne), una distancia entre la ciencia y el arte de la salud. En este contexto, es comprensible la distinción clásica del conocimiento entre aquel que se puede enseñar y adquirir especulativamente (docens) y el que se enseña y adquiere por repetición práctica (utens). A partir de este estado de las cosas, la Medicina tomó el rango de la ciencia de la salud, y lo que hoy llamamos Enfermería orientó por el arte la salud, es decir, por el desarrollo de una técnica (tomada con un menor rango epistémico) de aplicar los medios necesarios para restaurar la salud.

Indudablemente esta distinción epistémica derivó también en una distinción cualitativa de dignidad del conocimiento, y por lo mismo, de dignidad de los oficios. Así comenzó a considerarse que el oficio de médico tenía una mayor dignidad que el que oficio de quien se dedicaba al arte de cuidar al enfermo, según la acepción que hemos descrito al inicio. Creemos que esta última distinción es falsa, pues parte de un prejuicio fundado en una comprensión moral del conocimiento, según que se interpretó así a Aristóteles cuando anunciaba en su Metafísica que el conocimiento del fin es más importante que el conocimiento de los medios. En el libro I, A de la Metafísica, Aristóteles compara el conocimiento empírico y el conocimiento teórico valiéndose de una situación médica. Afirma que alguien puede saber si un remedio es conveniente para aliviar un padecimiento, por medio de la experiencia, o por medio del conocimiento teórico de las causas. Dice que es más digno el conocimiento causal, porque se establece en lo universal e inmutable, mientras el conocimiento empírico es susceptible de error (Aristóteles, 2012, 981a 5-15). Esta subordinación del conocimiento práctico respecto al conocimiento teórico, como los medios que se subordinan al fin, orientó la idea de que el arte está subordinado a la ciencia, y que el arte de procurar los medios de restablecimiento de la salud, se subordina a la ciencia (etiología) de la salud, y por tanto que el enfermero se subordina al médico. Pero una distinción epistémica no implica necesariamente una distinción moral, como que la ciencia sea más o menos digna respecto al arte, pues el arte implica también un elevado nivel de refinamiento intelectual, como veremos más adelante.

Este prejuicio epistémico hizo que se pusiera mucha atención en la formación del conocimiento y deberes del médico. Así, se pensó mucho sobre formación de las virtudes intelectuales y morales del médico. En cambio, se generó una idea de que el que se dedica al arte de cuidar, solo depende de un ejercicio de las virtudes morales, especialmente la templanza, la fortaleza y la justicia, dejando un tanto del lado del médico, la prudencia, pues este deliberaba sobre los medios para la salud. Desde este punto de vista, el hombre dedicado al cuidado dependía mucho más de su buena intención o de una intuición moral sobre lo que implicaba el cuidado.

 

La hermenéutica del "cuidado" por parte del cristianismo antiguo

Esto último es más claro en el contexto del pensamiento cristiano medieval. Es indudable la riqueza intelectual que supuso la difusión de una convicción de fe impulsada de modo principal por la fuerza de las convicciones y la fogosidad del ejemplo de los primeros apóstoles. La idea simple, pero original, del "amor al prójimo", contenida en los evangelios, con un sentido profundo de igualdad, superó ampliamente los márgenes rígidos de una política imperial.

Esta es una circunstancia paradójica, pues la simplicidad de esta idea es, al mismo tiempo, su ganancia más importante, por la clara pretensión de universalidad implicada, que exigía elementos importantes de los que carecía: una doctrina racionalmente elaborada y sistematizada con base en principios estables (una filosofía); un esquema conceptual y terminológico como vehículo de expresión de la riqueza de su mensaje; una lengua y una estructura institucional como instrumentos de comunicación y difusión que cumplieran su pretensión universal de ser mensaje de salvación para todos los hombres. Elementos que tomó de la cultura greco-romana y de la antigua cultura hebrea. Del pensamiento greco-romano tomó la lengua (primero el griego, luego el latín) como instrumento de comunicación y difusión del mensaje de salvación; también adoptó la filosofía y la retórica-literatura como esquema conceptual y terminológico. Y se apoyó en la cultura hebrea para conformar algunos esquemas de formación y de estructura institucional, pero asumiendo el reto de originalidad a partir de la integración de los referentes culturales que fue asimilando, porque su pretensión de universalidad exigía, en primer lugar, no tener una vinculación de exclusividad con alguna cultura; en segundo lugar, desarrollar un esquema de valores diferente al del mundo pagano de Roma; y, en tercer lugar, superar la insuficiencia técnica del lenguaje y pensamiento greco-romanos para expresar el contenido de una doctrina con fundamentos distintos. En este sentido, uno de los más influyentes teólogos contemporáneos, como K. Rahner, nos da una muestra de la problemática que supone el uso de una terminología y un marco conceptual para expresar contenidos de fe.

En un texto que escribe respecto a la Doctrina del Magisterio sobre la Trinidad, Rahner apunta una problemática hermenéutica: "Los conceptos fundamentales con los que se expresa el misterio de la unidad y la Trinidad de Dios en la proclamación eclesial de la fe y en las declaraciones del magisterio [que] son: por una parte, 'persona' ('subsistentia'), y, por otra, 'substantia', 'essentia', 'natura' (y, de acuerdo con esto, 'divinitas', etc., y también 'summa res'), [...] Del origen histórico de los conceptos, del contexto en que se formaron, no es posible determinar si esos dos conceptos ["persona" y "esencia"] solo contienen o pueden contener una explicación lógica o también una explicación óntica. [Pues] al preguntarnos qué significan propiamente como conceptos, nos remiten una y otra vez al origen de donde proceden: a la experiencia de la fe en que el Dios incomprensible se da realmente tal como es en doble 'quoad-nos' de Cristo y de su Espíritu, sin que podamos pensar en ese doble 'quoad-nos' (el hecho de dirigirse a nosotros la comunicación de Dios) de una manera modalista, como algo que tiene lugar solamente por un proceso mental de divisón de la comunicación de Dios realizado por nosotros; en ese caso se destruiría en el fondo esa autocomunicación de Dios y ya no se presentaría nunca Dios en sí mismo (el modalismo y el arrianismo se fomentan y condicionan mutuamente)" (Rahner, 1971: 295-298).

Desde el punto de vista cultural, el cristianismo de los primeros siglos tuvo el reto importante de generar los márgenes de su identidad como grupo.Quienes llevaron a cabo esta problemática pretensión fueron los llamados "Padres" de la Iglesia. Fueron hombres convertidos al cristianismo, pertenecientes principalmente a una clase social alta, lo que les permitió una buena educación y conocimiento importante de la filosofía, la literatura, la retórica, y la cultura en general. Esto les implicó solidez intelectual, dominio del lenguaje, rigor en la argumentación y elevado conocimiento de las figuras retóricas para el convencimiento. Fueron verdaderos pensadores. Uno muy destacado fue, sin duda, Ireneo. A este respecto, otro de los teólogos más importantes del catolicismo contemporáneo, Hans Urs Von Balthasar apunta: "Ireneo brilla por todos sus poros, y su mensaje no deriva del saber erudito y pío, sino de una mirada creadora lanzada al centro incandescente más hondo. [...] No es el adversario, en general, el paganismo. [...] La religión pagana genérica era demasiado amorfa y las peticiones elevadas a los emperadores requerían respetarla y descubrir en ella cuanto encontraran de bueno y útil. Igualmente, la controversia con los judíos había que llevarla de suerte que oscilase constantemente entre el acuerdo básico y la invectiva contra la obcecación. La gnosis, en cambio, con los métodos y los materiales bíblicos, se había edificado un sistema absolutamente no cristiano de grandísimas pretensiones intelectuales y religiosas, y seducía a muchos cristianos. Era el adversario que necesitaba el pensamiento cristiano para encontrarse plenamente consigo mismo" (Hans Urs Von Balthasar, 1986: 34).

Las ideas centrales de "Dios como creador" y "el amor al prójimo" suponían un marco conceptual que la filosofía griega no tenía. Ello implicó que los "Padres" elaboraran un cierto eclecticismo que permitía la síntesis de varias filosofías, pero generó creativamente un nuevo pensamiento metafísico, antropológico, cosmológico, etc., con grandes similitudes pero con agudas diferencias con el humanismo griego.

En este escenario podemos citar a uno de los "Padres" de la Iglesia que fue muy importante en la construcción del pensamiento cristiano: Clemente de Alejandría. Nos resulta interesante su interés por generar, emulando el ideal griego de "Paideia", una "Paideia" cristiana, que tenga como marcos orientadores los principios fundamentales de la fe en convivencia con la razón misma del hombre. En efecto, para Clemente de Alejandría: "Se llama pedagogía a muchas cosas: a lo que es propio del educando y del discípulo; a lo que le compete al educador y al maestro; en tercer lugar, a la educación misma; y, en cuarto lugar, a las enseñanzas, como son los mandamientos. La pedagogía divina indica rectamente el camino de la verdad que lleva a la contemplación de Dios, y también es el modelo de la conducta santa. El pedagogo [...] indica a sus niños el estilo de vida saludable. [...] no se deja llevar de los vientos que soplan en nuestro mundo, ni pone al niño frente a ellos, como si fuera un barco, para que lo destrocen, sumergiéndose en una vida animal y licenciosa; y es solamente cuando, impulsado únicamente por el Espíritu de la verdad y bien equipado, sujeta con firmeza el timón del niño, hasta que le hace anclar sano y salvo en el puerto" (Clemente de Alejandría, 1998: 54,1).

Debemos notar que esta nueva Paideia se constituye en un esquema de valores centrados principalmente en las verdades que supone el cristianismo. Es un nuevo humanismo. Si la Paideia griega y la Humanitas romana enaltecieron los valores humanos en virtud de los márgenes culturales centrados en los ideales de "excelencia" y "virtud", esta nueva Paideia cristiana procuraba un esquema de valores que ponía al hombre en un escenario aún más alto. La coincidencia del pensamiento cristiano y greco-romano es notoria: la búsqueda de la excelencia. Pero el pensamiento cristiano planteaba la excelencia con márgenes distintos. No fue, por tanto, un humanismo ingenuo; debía tener sólidas bases antropológicas. El ejemplo más claro y representativo fue el desarrollo intelectual de A. M. S. Boecio, que derivó en la tradicional definición de persona: "Naturae rationalis individua substantia." El esfuerzo es evidente: plantear una justificación metafísica con solidez lógica, que dotara de validez a la comprensión cristiana de la dignidad de los seres humanos en igualdad.

Este nuevo humanismo permitió que se configurara un nuevo esquema ético teniendo bases diferentes (fe-amor al prójimo) a las de la tradición greco-romana, pero con modelos congruentes con una exaltación de lo humano (razón-virtud) fácilmente aceptables. Es posible, entonces, generar un modelo de virtudes que, desde el amor al prójimo, orienten al hombre en la realización de su máximo ideal de excelencia: la salvación, como el goce de una vida plena después de la vida presente. Esto permitió una lectura nueva de la Medicina. Por ejemplo, Gregorio de Nisa deja muestra de su formación y conocimiento científico, que toma como elemento para justificar la pretensión de plantear el ejercicio de la virtud como modelo ético, en su escrito de "La virginidad", al mencionar el equilibrio necesario para la salud corporal, repitiendo el conocimiento médico que los tratados hipocráticos ya señalaban, pero retomando el equilibrio como virtud necesaria para el engrandecimiento del alma y su colaboración en la búsqueda de la santidad (Gregorio de Niza, 2000, nn. 4-5).

Este ideal de los "Padres" de procurar una Paideia cristiana tomó forma en los monasterios, porque en ellos se generó una vertiente pedagógica, es decir, expusieron y desarrollaron ampliamente la idea de una pedagogía de la espiritualidad y también una pedagogía de la vida cotidiana e intelectual. El estudio y la oración fueron ejes de la vida monástica, y poco a poco los monasterios se convirtieron en centro de la vida espiritual e intelectual de la Iglesia. La idea monástica de "renuncia" tuvo una lectura ética y social. Colombas (1998) comenta que Eusebio de Cesarea documenta que en los mismos inicios del siglo II, según él: "Gran número de discípulos, tocados en su alma por el Logos divino, se inflamaron de ardiente amor a la filosofía y, en primer lugar, siguiendo el mandato del Redentor, repartieron sus bienes entre los necesitados, y después, abandonando su patria, se encargaron de la obra de los evangelistas" (Colombas, 1998: 360).

Comenzaron a tener una vida alejada no solo de las costumbres de su época, sino también conformaron edificios en las zonas más alejadas de los pueblos y ciudades, de difícil acceso y sin interés de influir en la política y en la economía. En efecto, su ideal de renuncia orientó a los monjes a procurar una vida de interioridad y de autonomía en el abastecimiento de lo necesario para la conservación de la vida material. Esto es importante, porque su condición de alejamiento permitió que no fueran centro de atención de los "bárbaros" invasores, pues no tenía sentido invadir una comunidad sin influencia de poder y de difícil acceso.

La idea de "clausura", la "stabilitas loci", otorga una figura terreno-sacramental del carácter definitivo a la vinculación del elegido a Dios. En el caos de la invasión de los "bárbaros", la "stabilitas" fue la salvación, el "amor cristiano" representó la orientación de una nueva cultura. Esto nos interesa sobremanera, porque bajo este impulso de fe, fueron los monjes los que se dedicaron a ofrecer, cultivar y refinar el entonces conocido "arte del cuidado" a los enfermos. En efecto, en su generoso estudio sobre el monacato primitivo, Colombas refiere que: "Hay que reconocer, con todo, que la gente acudía a los monjes más a menudo en busca de ayuda material: la salud de sus cuerpos enfermos, el remedio de sus apuros económicos, la protección contra sus opresores, etc. [...] San Basilio hace hincapié en la estricta obligación que tiene el monje de trabajar a fin de cumplir con el precepto de la caridad: asistir a los pobres, agasajar al peregrino y cuidar a los enfermos. Decididamente, hay que reconocer que, si los monjes antiguos pusieron toda su atención en la observancia del primer y más grande de los mandamientos: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, no se puede decir en modo alguno que descuidaran el cumplimiento del segundo precepto. Amaron de verdad a sus prójimos" (Colombas, 1998: 362-363).

A pesar de la idea de "renuncia", el monacato tiene una orientación asombrosamente práctica, pues el monje debe esforzarse por vivir una batalla contra sí mismo para abrirse a un mundo diferente, al verdadero mundo. Así nos los muestra también Hannah Arendt, para quien la vida monástica es una paradoja, en tanto que el monje opta por una vida de aislamiento que lo lleva a buscar una vida centrada en el amor al prójimo (Hannah Arendt, 2001: 20).

Este interés llevó a los monjes a buscar también nuevas formas de conocimiento de la creación de Dios. Así, obcecados en la contemplación del mundo, desarrollaron un conocimiento diferente, con técnicas innovadoras de astronomía, de estudio de los minerales, de taxonomía vegetal, de la misma anatomía del hombre, etc. Igualmente, mejoraron las técnicas de sobrevivencia, del cultivo de los alimentos, de su preparación, de su enriquecimiento posterior, y del cuidado que se debía ofrecer a los enfermos (De la Torre, 1993: 24 y ss.).

Escribe Nietzsche: "El mundo es profundo, más profundo de lo que piensa el día" (Nietzsche, 1993: 79), y es una enunciación que describe la profundidad del trabajo de los monasterios. Un alto sentido de síntesis de conocimiento, de elevación del espíritu humano, de alcance por la verdad profunda de las cosas, son algunos aspectos que pueden centrar el quehacer espiritual y consecuentemente intelectual de los monasterios medievales, que nutrieron la vida de la Iglesia y de Occidente durante más de nueve siglos. No hay vida espiritual que no genere honduras intelectuales. Fueron los monasterios los reconstructores del tejido social disuelto después de las invasiones "bárbaras" y fueron también los conformadores de un nuevo humanismo y una nueva cultura.

En este entorno ideológico del cristianismo aportado por los monasterios medievales, aportó la explicitación de un elemento importante en la actividad del cuidado, el "amor al prójimo". Lo decimos, aunque vinculado a convicciones religiosas, en un sentido antropológico, y por tanto, ético. En efecto, la idea cristiana del "amor al prójimo" implica un pensamiento eminentemente humanista, pero no ingenuo, pues exige ahondar en dos realidades, el amor y el prójimo; un modo de actuar en relación con alguien tomando como supuesto la igualdad de dignidad.

Desde este punto de vista, el acto amoroso está orientado por la dignidad de la persona. Diríamos incluso que el cuidado a los enfermos es un acto de amor vinculado a la dignidad de la persona. No es, pues, una mera respuesta intuitiva, espontánea, sí, pero consciente del supuesto antropológico que soporta el cuidado de la persona enferma. Hay entonces un contenido semántico del cuidar, porque se cuida a alguien, y el cuidado depende de la conciencia del alguien quien se cuida.

En estos breves antecedentes se nos deja ver que es necesario vincular el cuidado a la hermenéutica, pues depende de la comprensión interpretante del objeto del cuidado: la persona.

 

Conclusión

Toda actividad humana y toda interpretación del mundo tarde o temprano deviene en una forma especial de proximidad con los demás. Así lo notamos en la breve aproximación histórica del cuidado a los enfermos. De aquí la importancia de extender el campo e influencia de la Hermenéutica; esto contribuirá a no ver ni la persona ni su cuidado como realidades meramente físicas, en que deban colocarse las personas como cuentas en una caja, sino antes bien, partir de un profundo análisis de a quién y por qué se cuida, no como un estudio descriptivo de qué es lo que hace la gente (esto sería reducir el cuidado a formulaciones meramente circunstanciadas), sino al estudio hermenéutico de la identidad en el cuidado, lo cual implica el conocer la intencionalidad de una individualidad vinculada con lo colectivo.

Una aproximación hermenéutica de la historia del cuidado, vincula el cuidado a un cierto carácter teleológico de la vida humana, a un propósito, vinculado también a los valores e ideales de la cultura y de la persona. Cuidamos, desde luego, tomando en cuenta principios, técnicas e instituciones, que son las que permiten o evitan la aparición de actos que atentan contra la estabilidad, cuidamos desde la sinceridad o la corrupción de las leyes, cuidamos desde la economía y nuestra forma de hacer entenderla, o bien como una verdadera "ética de la persona", o bien desde los análisis económicos que más que ver el bien de la persona, miran la realidad numérica de la ganancia y la "maximización", y por lo mismo financian y organizan la actividad profesional del cuidado limitando el bien y la vida de quienes requieren del cuidado.

 

Bibliografía

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Dirección para correspondencia:
Universidad Anáhuac México Sur,
Av. De las Torres 131,
Col. Olivar de Los Padres, Del. Alvaro Obregon,
C.P. 01780 Ciudad de México, México.
arturomotarodriguez@yahoo.com.mx

Manuscrito recibido el 06-05-2015
Manuscrito aceptado el 29-10-2015

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