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Index de Enfermería

On-line version ISSN 1699-5988Print version ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.27 n.4 Granada Oct./Dec. 2018  Epub Jan 20, 2020

 

DIARIO DE CAMPO

Siempre habrá quien siga trabajando en mis sueños

Sara Pedregosa Fauste1 

1Hospital Clínic de Barcelona. Barcelona, España.

En la unidad de Medicina Interna estamos acostumbrados a que lleguen pacientes que ya llevan unos meses con malestar, fiebre sin encontrar el foco o un dolor difuso y permanente que les va minando su calidad de vida. A los pocos días y con un diagnóstico definitivo son trasladados a las unidades de oncología, hematología, o sin más dilación, les iniciamos la quimioterapia en la misma sala. Aunque somos conscientes de cómo van a discurrir los acontecimientos nada más ingresan, disimulamos nuestra percepción ante las insistentes preguntas del paciente y de la familia.

Nada más llegar, ves en el paciente y su familia la preocupación y el desconocimiento en sus ojos. Las dudas que se quedan sin expresar por miedo a que lo que les puedas decir les enfrente a una realidad a la que por ahora no quieren asomarse. Todo el mundo tiene hermanos, padres o amigos que han pasado por esto y saben que no es nada bueno, que no puede acabar bien, pero allí están, agarrándose a esa última esperanza de que su caso no va a ser igual, que a ellos la suerte les va a tender una mano. Sus ojos se clavan en los tuyos con la intención de leer en tu mente aquellas respuestas que ansían, pero sin pasar por el mal trago de que las palabras tan temidas se pronuncien y con ellas desaparezcan las pocas esperanzas que traen en la maleta.

No es fácil, pero con la práctica diaria, acabas perfilando y profesionalizando la expresión de tu cara, la postura de tu cuerpo, tus gestos y tus palabras, y aunque pienses que estás faltando a la autenticidad en la que consideras debe basarse una relación terapéutica, te refugias en la compasión y el amor que como ser humano has de tener hacia los otros. Y allí estás, poniendo amor y respeto en los huecos que las palabras tampoco podrían llenar. Sonríes, les das la mano o les abrazas cálidamente y les aseguras que todo va a ir bien, emplazándolos a tener paciencia y a confiar en la medicina, asegurándoles que entre todos superaremos cualquier circunstancia que se presente.

Pocos días más tarde, cuando empieza el periplo de análisis, pruebas de imagen o biopsias que en muchos casos son dolorosas, vas viendo como la esperanza que aún albergan y la confianza de que esta vez la fortuna esté de su lado van desapareciendo paulatinamente de su mirada, inundándose de temor. Temor a que este sea el inicio de un camino de sufrimiento, temor a no estar a la altura de la situación, temor a esos tratamientos que te dejan sin pelo y que como te confiesan, en ocasiones únicamente prolongan una situación que de todas formas no va a acabar bien. Puedes percibir sus nuevas dudas y sentimientos de culpa: si la culpa es que han venido demasiado tarde, si lo que pasa es que tardaron en darse cuenta de que algo no iba bien, si el sistema sanitario está mal organizado y es demasiado lento, etc., con la única intención de buscar algún responsable de toda aquella pesadilla por la que están pasando.

Pero hubo una ocasión en que esta rutina por la que yo pasaba casi a diario dejó de serlo y se convirtió en un nuevo aprendizaje. Cuando ingresó Jordi y tras explicarle el diag-nóstico, lo único que conseguí ver en los ojos, por mucho que me esforzará en intentar descubrir algo más, fue harmonía, conciliación y tranquilidad. Además, todo esto se acompañaba de una actitud relajada, templada, sosegada, como de estar en paz con la vida, de no buscar responsables y atenerse, cual guerrero, a lo que le deparase aquella batalla que el destino le había puesto en el camino. Al parecer, se había estado ejercitando toda su vida para ello:

"No pasa nada" decía mirándome fijamente, "esto es solo una prueba más, una de tantas que la vida te brinda con la intención de que te des cuenta de lo afortunado que eres, de lo que has construido y de lo que de verdad importa". "Una familia, unos hijos, un hogar, unos amigos y una pequeña empresa que hace felices a muchísima gente, ¿qué más puedo pedir? Solo quiero que lo que me quede de vida pueda seguir disfrutando de todo ello y que, si la medicina no puede curarme, me permita poder estar consciente para abrazar a todos aquellos a los que quiero, saborear lenta y profundamente esos pequeños placeres que me rodean e irme, silenciosa y plácidamente, sabiendo que los que se quedan, van a estar bien".

Nada más. No pude añadir nada más a aquella declaración de intenciones. Lo único que pude hacer en ese momento, fue aguantar mis lágrimas y despedirme. Desearle toda la suerte del mundo y emplazarlo, como hago en muchas ocasiones con mis pacientes, a vernos cada vez que tuviera visita en oncología o si algún día tenía algún problema que yo le pudiera solucionar.

Un año más tarde volvió para despedirse. Su aspecto físico había cambiado, siendo su cuerpo la mitad de lo que era, su cabello casi imperceptible y sus ojos como profundos agujeros negros. Pero para mi sorpresa aún conservaba la tranquilidad y la templanza de siempre, cosa que hizo que no pudiera apartar mis ojos de los suyos y dejar de pensar en lo poco que quedaba de aquel hombre recio y fuerte que había ingresado hacía un año en la unidad."¿Podemos tomar un café?" me preguntó,"Claro, siempre hay tiempo para un buen amigo". Una vez sentados y dispuestos a degustar aquella increíble taza de café, silenciosamente sacó de su maleta varios documentos y un buen acopio de fotos.

"Mira en lo que estoy trabajando: un lugar de reunión para familias y amigos, en los que puedan disfrutar de un rato de risas y confidencias mientras preparan y degustan una buena comida".

Tranquilamente y con todo detalle empezó a enseñarme y explicarme el contenido de las numerosas fotos del proyecto en el que había invertido el que sería el último año de su vida. Para ello, según me contó, se había tenido que desprender de algunas cosas: el coche, una pequeña lancha, unos vinilos de no sé qué artista, algunos muebles, joyas y el abono para ver a su equipo de futbol favorito. Cosas, como él decía, de las que había podido disfrutar pocas ocasiones, pues siempre había tenido suficiente con tener a su familia y amigos cerca y abrir una botella de buen vino para celebrarlo. El proyecto era ambicioso, los bocetos, aún por terminar, hacían vislumbrar una gran cocina rodeada de mesas y sillones en las que relajadamente podías sentarte para tomar una copa y disfrutar de una buena conversación."Ves, ahora solo me falta elegir el color de las paredes, ¿cuál te parece más apropiado?".

Increíble pregunta que me dejó sin palabras. Pero ¿no vamos a hablar de tu enfermedad?, ¿no estás preocupado por lo que va a suceder?, ¿no tienes miedo a sufrir?, ¿no tienes miedo a morir? Esas fueron las preguntas que tras sus palabras atacaron mi mente y que seguramente el percibió en mis ojos.

"Oh, no te preocupes por eso, sé perfectamente que no voy a poder acabarlo, pero no me quita el sueño. Seguro que mucha gente deja otras cosas más importantes por finalizar cuando les llega el momento de irse. Además, con esto, mi familia y amigos van estar muy ocupados en los próximos días, por lo que les va a ser más fácil soportar el dolor de mi ausencia".

Y así fue como también a mí, la vida me dio una lección. Sin buscarla, sin sufrimientos ni preocupaciones, de forma gratuita, por lo que no tuve más remedio que aprender con ello. No pude dejar pasar ese regalo, ese momento de crecimiento personal que me había puesto en bandeja. Desde entonces, siempre tengo un proyecto en mente y cuando lo acabo empiezo otro. No he dejado de crear, de hacer, de sentir, de amar, en definitiva, de vivir. Sin miedo a que el destino no me deje acabar algo, ya que tengo muy claro que, si he cuidado lo más importe siempre habrá alguien que quiera seguir trabajando en mis sueños.

Correspondencia: sarapedregosa@hotmail.com

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