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Index de Enfermería

versión On-line ISSN 1699-5988versión impresa ISSN 1132-1296

Index Enferm vol.29 no.1-2 Granada ene./jun. 2020  Epub 19-Oct-2020

 

Diario de campo

COVID-19: la lucha invisible contra la ignorancia y el estigma

Mariana Clementina Cárdenas Hidalgo1 

1Universidad Autónoma de Sinaloa, Escuela Superior de Enfermería Culiacán, Maestría en Enfermería. Sinaloa, México.

Trabajar para cuidar a los epidemiados representa un noble cometido en unos tiempos en que el miedo y el desaliento desata los mayores sentimientos de inseguridad entre la población. Pero también produce lo contrario, una percepción de amenaza alimentada por la ignorancia y la intransigencia, que pone en peligro la integridad de los profesionales de la salud.

En México, como en el resto de los países, el SARS-COV-2 ha sido una situación inesperada, desconocida e invisible. Todo el personal de salud de este país luchamos una gran guerra. Una guerra en contra de un enemigo invisible, una guerra contra la precariedad de los insumos de protección personal, una guerra por aquellos que requieren ser cuidados y aquellos que nos esperan en casa, aquellos que por amor y necesidad hemos dejado al cuidado de familiares para no exponerlos a tan grave padecimiento.

Por otro lado, luchamos contra la ignorancia de la población de este país la cual ha provocado que el personal sanitario sea agredido verbal y físicamente, por lo que hemos pasado de usar el uniforme blanco que nos caracteriza a ropa de civil para evitar estas agresiones. Realizar nuestro trabajo y atender a los que nos necesitan se ha convertido en un peligro para nosotros y nuestras familias. Esta es la realidad en México y en muchos otros países. La ignorancia, el desconocimiento, la falta de interés por cultivarse provoca miedo y en este tiempo el miedo provoca caos.

Expongo mi experiencia y considero que los colegas que se encuentran laborando en las mismas condiciones que yo coincidirán en las dificultades que implica estar al frente del llamado “Covidtario”.

Nuestro primer caso sospechoso en el hospital donde laboro fue en febrero de 2020, un mes que nunca olvidaremos. Todo el personal de la institución, médicos, enfermeras y demás compañeros nos alarmamos por tener que atender a un usuario que había viajado a Hong Kong por motivos laborales y regresaba a la ciudad con datos de una enfermedad desconocida, siendo aislado y de alguna manera estigmatizado ya que no se le brindaba información alguna respecto a su padecimiento.

Soy una enfermera con experiencia, pero siendo nueva en la institución optaron por enviarme a un área aislada para brindarle cuidados a dicha persona confiando en mis conocimientos y segura de mí misma, aunque siempre con el temor a lo desconocido. Medidas estándar de aislamiento y seguridad así como empatía, fueron las herramientas que en su momento tuve que utilizar. El personal que se acercaba a verificar mi actuación, lejos de ser un apoyo, complicaban la situación poniendo nervioso al paciente y omitiendo compartir la información respecto a su salud. Me percaté de la importancia de mantener contacto humanizado con él, esto permitió que su estado anímico mejorara y que confiara en las actividades que realizaba en pro de su salud.

El principal obstáculo para la atención del paciente fue al realizar la prueba de COVID-19, debido a que el personal encargado de realizarla, por miedo a lo desconocido no aceptó tomar la muestra, por lo que se me solicitó que yo la realizara. Es importante mencionar que en este país esta actividad no se encuentra dentro de las competencias del equipo de enfermería, sin embargo, así fue. Con la orientación y apoyo del epidemiólogo en turno, tomé el hisopo para recabar la muestra nasofaríngea profunda, la cual no es sencilla de obtener, además de provocarle un dolor notable al paciente. Afortunadamente el resultado fue influenza AH1N1 y fue dado de alta. Entre colegas la experiencia de este primer caso sospechoso generó rechazo y distanciamiento hacia mí, aun cuando el diagnóstico era claro.

Ha sido una carga emocional difícil, que nos provoca cansancio físico, insomnio, ansiedad y desgaste en todas las esferas de nuestra vida. Nos hemos alejado de nuestras familias por temor a contagiarlas, lo poco que dormimos y soñamos es sobre la muerte y el tratamiento de los pacientes que atendemos. Definitivamente nuestras prioridades han cambiado.

En el mes de marzo los casos positivos en el país se incrementaban, fui asignada al área de urgencias de adultos en donde por ser nueva en la institución suelen asignarnos las actividades que los demás no desean realizar. Esta vez tuve tiempo de documentarme, días antes de presentarme al área comencé a estudiar e investigar más al respecto: protocolos utilizados en países como Italia, China, España, que se encontraban en el pico de la enfermedad y que ya tenían implementados los estándares de cuidados y cifras respecto a los resultados de los mismos.

Mi primer día en área de primer contacto COVID, también llamado triage respiratorio. Un área en donde se presentan personas con síntomas muy diversos y los cuales pasan a estar confinados juntos en un espacio de aproximadamente 2x2 metros. Una vez que estos pacientes comenzaban a tener deterioro o dificultad respiratoria eran canalizados al área de terapia respiratoria, un espacio contiguo de aislamiento en donde me encontraba asignada.

Al momento se me brindó el equipo de protección personal (EPP), que consistía en una bata simple con doble fondo impermeable, dos pares de guantes de látex tipo quirúrgico, un gorro elástico y unos googles. Noté de inmediato las diferencias abismales con el que es utilizado en otros países y mi incertidumbre creció. De manera amable y con pleno conocimiento de lo que implicaba entrar a un área de alto riesgo, externé a mis superiores la necesidad de complementar el EPP para evitar el contagio del personal de mi institución. Esto no fue bien visto, por lo que con base en los protocolos y la información que había obtenido de las plataformas de la Organización Mundial de la Salud y del mismo Sistema Nacional de Salud de mi país, logré que en lo consecutivo se nos asignara un EPP más completo, conformado por un pijama quirúrgico, un overol impermeable, un gorro desechable de elástico, dos pares de guantes de látex tipo quirúrgico, dos pares de botas desechables, unos googles, una mascarilla KN95 de un solo uso y una careta de policarbonato. El apoyo que mis compañeros de equipo sintieron al recibir estos insumos por parte de las autoridades generó el interés por aprender y mejorar las técnicas, cuidados y actividades que les brindábamos a los pacientes sospechosos y confirmados con COVID-19.

El ambiente cambió, la seguridad de saber lo que estás haciendo y que lo estás haciendo de manera segura ha permitido que el equipo de profesionales de enfermería apoyemos al equipo de médicos al sugerir actividades tales como la pronación, el código azul protegido para la RCP, entre otros.

En el área COVID nos enfrentamos a otro enemigo: el estado emocional de nuestros pacientes. En esta área no están permitidas las visitas ni el uso de equipo de comunicación, una vez que entras pierdes todo contacto con la realidad externa. Los pacientes caen en un estado de incertidumbre, ansiedad, depresión y miedo por ello es importante mantener la comunicación activa con ellos haciendo que se sientan confiados a pesar de que nosotros mismos no tenemos conocimiento respecto a lo que pasaría con su salud, ya que de un momento a otro pasan de estar bien a una saturación de oxigeno que disminuye de manera precipitada hasta hacerlos alucinar y morir sin alcanzar por lo menos a entubar para aplicar un equipo de apoyo ventilatorio.

Como profesional de enfermería, nuestra estancia en el área COVID por un periodo prolongado de más de 40 días ha sido una carga emocional difícil, que nos provoca cansancio físico, insomnio, ansiedad y desgaste en todas las esferas de nuestra vida. Nos hemos alejado de nuestras familias por temor a contagiarlas, lo poco que dormimos y soñamos es sobre la muerte y el tratamiento de los pacientes que atendemos. Definitivamente nuestras prioridades han cambiado. Al iniciar el turno lo primero que revisamos es que estén vivos porque se ha hecho cotidiano recibir por lo menos a un paciente fallecido. Estar en esta área nos obliga a desensibilizarnos y eso a la larga es una factura que todos los profesionales de la salud vamos a pagar con nuestra salud mental.

Concluyo esta breve narrativa respecto a mi experiencia como profesional de enfermería en México, espero sirva como referencia futura para que los colegas se informen, estudien, se profesionalicen y atiendan su salud física sin dejar de lado su salud mental. Definitivamente el COVID-19 dejará una huella que no se borrará con el tiempo y ya nada será igual para los proveedores de salud en todo el mundo.

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