Comenta el premio Nobel de literatura Orhan Pamuk que hay grandes paralelismos en todas las pandemias habidas a lo largo de la historia (Cruz, 2020). La primera reacción es siempre la misma; lo primero es negarlo: “los gobiernos nacionales y locales siempre tardan en reaccionar; distorsionan los datos y manipulan las cifras para negar la existencia del contagio” (Cruz, 2020); no se quiere alarmar para evitar el impacto en la economía; luego se produce la ira de la población al sentirse engañada. Otra reacción universal es la creación y extensión de los bulos. Se busca el chivo expiatorio: la culpa está fuera, en los demás, en los “otros”. Y por encima de todo el miedo a la muerte y el deseo de ponerse a salvo. Slavoj Zizek establece una analogía entre la pandemia y las cinco fases del duelo de Elizabeth Kübler-Ross (Zizek, 2020): negación, nos negamos a aceptar el hecho; cólera, cuando ya no podemos negar el hecho; negociación, la esperanza de posponer o minimizar el hecho; depresión, voy a morirme, así que ¿por qué habría de preocuparme por nada?; aceptación, no puedo luchar contra esto, así que más vale que esté preparado.
Mucho de lo señalado también se ha producido en la actual pandemia de la Covid-19, ya sea a nivel social o individual: miedos, incertidumbre, palos de ciego, bulos, etc. Hemos visto las disyuntivas entre la salud y la economía; la solidaridad e insolidaridad entre países y entre personas; también los intentos de buscar culpables. Hemos, tristemente, asistido al abandono de los más débiles. Pero también hemos visto mucha solidaridad que, como señala Pamuk, es una constante en las pandemias: “El miedo, como la idea de morir, nos hace sentirnos solos, pero la conciencia de que todos estamos experimentando una angustia similar nos saca de nuestra soledad” (Cruz, 2020).
Entre los muchos términos que los profanos hemos ido aprendiendo (“la curva”, “el pico”, “inmunidad de rebaño”, etc.) destaca en estos momentos el de “nueva normalidad”. Nos incorporamos, después de un largo confinamiento, a una nueva etapa con esperanza y temor al mismo tiempo. ¿Qué nos deparará? ¿Volverá algún día la normalidad a secas que conocimos? No soy adivino, así que no voy a adentrarme en conjeturas arriesgadas; tan solo tengo la convicción –obvia- que habrá un antes y un después. Voy, sin embargo, a intentar situar las amenazas y oportunidades que se vislumbran, tanto en sus aspectos socioculturales, como en lo que atañe a la educación, la salud y el cuidado, con el fin de analizar los cambios necesarios, sobre todo para la profesión enfermera. Centraré la reflexión en torno a cuatro elementos estrechamente relacionados: vejez, tecno-logía, naturaleza y ética.
El análisis que hace Byung-Chul Han en su último ensayo titulado La desaparición de los rituales (Han, 2020) me permite situar algunos cambios socioculturales que tendrán gran transcendencia para la vida de las personas. Han nos previene de que con la desaparición de los rituales la comunidad está desapareciendo a medida que avanza la hipercomunicación consecuencia de la digitalización. Estamos cada vez más interconectados pero esto no trae consigo más vinculación ni más cercanía. Este modo de comunicarse pone en el centro el ego (sobre todo en las redes) y aleja la dimensión social: “Por eso digo que los rituales producen una comunidad sin comunicación. En cambio, hoy en día prevalece la comunicación sin comunidad” (Han, 2020). Esta comunicación sin comunidad acentúa en nuestra sociedad la soledad y el aislamiento. Señala que la pandemia se debe a la acción brutal del ser humano en un delicado ecosistema: una vez superada la crisis ¿volverán plenamente los rituales?
La digitalización ha tomado un impulso extraordinario. La tecnología ha ayudado a superar las contingencias de la distancia social. Por ejemplo, en la docencia los partidarios del “dataismo” harán lo posible –aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid- para dar una vuelta de tuerca a la digitalización. Parece que vamos a una sociedad pensada en datos; pero recordemos que no existe un pensamiento basado en datos. Como señala Han, lo único que se basa en datos es el cálculo (Han, 2020). En la educación a distancia los rituales pierden fuerza. Si entramos en la dinámica de sustituir las clases presenciales por clases online empobreceremos la docencia. El aula es el escenario donde se operan diferentes rituales que cohesionan el grupo. He podido participar recientemente en un tribunal de tesis doctoral vía online, donde, afortunadamente, todo salió muy bien. Pero faltaba algo esencial: el simbolismo que desprende un acto que, mediante un rito de paso, permite acoger a un nuevo miembro en la comunidad académica no puede transmitirse en la distancia.
Las contingencias de la pandemia han afectado gravemente a la relación entre profesionales y pacientes: ha prevalecido la distancia. ¿Lo excepcional se transformará en norma? Este tipo de relación también tiene sus partidarios. Hay toda una industria detrás: la tecnología apoyada en Internet, en el big data y en la Inteligencia Artificial empujan hacía ahí ¿las máquinas suplantarán el cuidado? ¿Dónde quedará la relación enfermera/paciente? Evidentemente, la tecnología es inevitable y además puede ser muy útil. Como señala Amezcua, hay una parte de trabajo instrumental que puede delegarse a las máquinas, pero a condición de que seamos conscientes de que la tecnología produce deshumanización, lo que implica un esfuerzo para preservar un trato humanizado (Amezcua, 2019). El cuidado necesita la presencia física, tanto del cuidador como de la persona cuidada. Por ejemplo, las más sofisticadas salas de simulación no pueden sustituir la presencia del paciente para un aprendizaje completo. Las mejores herramientas de la enfermera proceden de los sentidos. El cuidado se apoya en las propiedades sensitivas de dos cuerpos (Moreno, 2018): el de la persona cuidada y el de la persona que cuida.
Esta sociedad de “comunicación sin comunidad” es la que explica el cambio en torno a la visión social de las personas mayores que, siguiendo a Bauman, son clasificadas como “gente superflua”, sobrante (Bauman, 2009). Me identifico con Adela Cortina cuando sostiene que el triaje por razones de edad introduce la terrible convicción de que hay vidas sin valor social (Uribarri, 2020). Esta pandemia ha abierto una brecha intergeneracional al separar a los ancianos del resto; se ha agudizado hasta tal punto que podemos hablar de gerontofobia: pérdida de las libertades en los mayores internados, ausencia de visitas y de despedida final. ¿Exagera Cortina al hablar de gerontofobia? No lo creo. Han sido muchos los mensajes mediáticos que “invitan” a los mayores al sacrificio. En Gran Bretaña se ha suscitado la polémica. Tres “hombres sabios” en cada hospital decidirán en caso de pandemia a quienes se les reservará el acceso a las UVIs. Se interroga Zizek por los criterios que seguirán esos “tres hombres sabios”: “¿Nos indican dichos procedimientos que estamos dispuestos a poner en práctica la lógica más brutal de la supervivencia de los fuertes?” (Zizek, 2020).
En una publicación anterior hice una relación de las diferentes epidemias acaecidas en los últimos años (Moreno, 2018). En todas ellas se establecía una relación causa-efecto entre dichas catástrofes y la acción humana con respecto a la naturaleza. Al anunciar el Zika, subrayaba: “Por último (de momento)”. Podemos decir que la llegada de otra epidemia era, por utilizar una analogía literaria, “la crónica de una catástrofe anunciada”. Cabe preguntarse, si tenía una alta probabilidad por qué sorprendió a todos. Los intereses creados (políticos, económicos, etc.) impiden emprender el giro necesario para no ir, como advierte Edgar Morin, hacía el abismo (Morin, 2011). Aunque aún no está claramente determinado el origen de este virus, todo apunta a una relación conflictiva con la Madre Naturaleza. Como dice Zizek parecería que cuando la naturaleza nos ataca con un virus lo hace como venganza: “lo que tú me has hecho a mí, yo te lo hago a ti” (Zizek, 2020).
Este año 2020 es el Año Internacional de la Enfermería, el año del Nursing Now ¿En qué medida la pandemia afectará a los grandes objetivos previstos por estas efemérides? Creo que es una buena oportunidad para afirmar la necesidad de que la profesión enfermera se consolide socialmente. Comparto en gran medida la intervención en la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica de la enfermera Carmen Ferrer Arnedo, quien dejando a un lado quejas y lamentos (para los que no faltan motivos) aprovechó esa tribuna para, por una parte, describir qué hacen las enfermeras y, sobre todo, para decir qué pueden hacer en la nueva situación: una apuesta por el reforzamiento de la asistencia comunitaria y el cuidado a domicilio; fomentar la Educación para la Salud (Ferrer Arnedo, 2020). Ferrer puso el ejemplo de las Escuelas de Cuidadores como una experiencia ya real que necesita recursos. Las enfermeras pueden ser mediadoras y asesoras que ayuden a las personas mayores, enfermos crónicos y dependientes y a sus familias a entender y manejar cuidados y tratamientos que precisan soporte tecnológico (Ferrer Arnedo, 2020).
Termino mi reflexión planteando de forma resumida, algunos cambios necesarios para que la Enfermería pueda afrontar los desafíos del futuro:
Apostar por la prevención y la salud comunitaria. La biomedicina en su predilección por la curación, desatiende la prevención. Más de cuatro décadas después de la esperanzadora conferencia de Alma Ata en 1978, el objetivo de equidad en los servicios de salud está muy lejos de conseguirse y el modelo sigue siendo fundamentalmente curativo y no preventivo. En este sentido es esencial reivindicar el fortalecimiento de la atención domiciliaria. Numerosos estudios señalan que los ancianos quieren vivir y morir en sus casas (Salazar, 2006). Contribuir a esta aspiración prestigiará a la profesión. No olvidemos que la atención domiciliaria ha sido tradicionalmente una seña de identidad de las enfermeras.
Promover una relación profesional/paciente basada en la cercanía donde la tecnología sea subsidiaria al cuidado. El cuidado necesita tiempo, demora, atención, cercanía, afecto, particularidad, artesanía e incluso arte y eso no lo proporcionan las máquinas. El cuidado solo se puede realizar desde la cercanía, hay que acercarse, entrar en contacto, sentir el afecto y la emoción de la persona cuidada. Las tecnologías avanzadas pueden facilitar y aliviar el trabajo instrumental de la enfermera pero a las máquinas “no se les puede dejar solas” (Amezcua, 2019). No pueden sustituir el simbolismo del cuidado.
Preservar y promover la dimensión ética del cuidado. El cuidado es una actividad profundamente ética, donde entran en juego aspectos como la dignidad y los derechos de la persona cuidada. La bioética surgió para dar respuesta a lamentables acontecimientos históricos en los que científicos (y médicos) olvidando cualquier principio ético se prestaron a colaborar en experimentos inhumanos. Para la enfermería la Ética del Cuidado es una filosofía que nos indica cómo establecer prioridades en base a las necesidades de los pacientes, pero sin discriminaciones de ningún tipo.
La enfermería necesita un liderazgo que lleve la profesión a mirar hacia afuera, no hacia dentro. Ante la tendencia endogámica que pretende ver al colectivo enfermero como el receptor de todos los agravios y discriminaciones, se hace necesario un discurso positivo que oriente la mirada enfermera hacia los grandes problemas sociales y culturales que afectan a la salud de las personas. La pandemia ha puesto en evidencia que los sistemas sanitarios tienen grandes carencias y, de igual forma, sus profesionales (y particularmente las enfermeras) necesitan mejorar su situación social y laboral para poder prestar una asistencia de más calidad. La enfermería reclama, con razón, un mayor reconocimiento en un sistema que subordina a la profesión a un rol gregario de los médicos. Estas demandas se podrán conseguir solo con el respaldo de la población. De ahí la necesidad de centrar la mirada en el receptor de los cuidados: Florence Nigthingale llevaba su famosa lámpara para poder ver a los pacientes, más que para que la vieran a ella. La tarea es inmensa y hermosa.
“Sembremos todos juntos las semillas de una cosecha mejor, capaz de generar otra manera de vivir” (Goodall, 2007).