Sr. Director: En el contexto de nuestra primera práctica comunitaria se tuvo la fortuna de conocer a nuestra paciente, que por motivos de privacidad llamaremos Helena. Ella se encontraba de visita programada en el hospital donde realizábamos nuestras actividades. Desde el primer contacto con ella y sus familiares pudimos observar que tenía una alta demanda de autocuidado y conocimiento. Nosotros, al ver la necesidad, les explicamos el motivo de nuestras actividades, las cuales consistían en identificar y realizar visitas domicilias a personas vulnerables y con déficit de autocuidado. Ellos accedieron muy interesados a aceptar nuestra visita domiciliaria. En ese mismo momento se nos otorgó la información suficiente para contactarles y con ello decidimos programar nuestra primera sesión la siguiente semana posterior al encuentro.
Cuando se llegó el esperado día del encuentro con Helena y su familia, podíamos sentir el temor, nerviosismo y a la vez el entusiasmo de saber que podríamos contribuir a mejorar la situación de salud de una persona. Llamamos al hijo de Helena para confirmar la visita, este nos respondió amable y positivamente. Una vez que localizamos la vivienda, procedimos a tocar el timbre y a esperar por nuestro recibimiento. Al ingresar nos ofrecieron muy amistosamente una silla y agua para mayor comodidad. Comenzamos una amigable plática para que nuestra paciente sintiera el confort y la confianza de abrirse con nosotros, le expusimos nuestro protocolo de actividades, el cual consistía en cuatro visitas domiciliarias y que estas iban a involucrarla a ella, a su cuidadora y de ser posible a su hijo también, así como los días y los horarios.
La primera sesión consistió en realizar una entrevista en profundidad para conocer la vida de la paciente y saber cómo trabajaríamos con ella. Al pedirle a Helena que nos hablara un poco sobre su vida ella comenzó diciéndonos desde su silla de ruedas "soy una persona de 96 años, viuda, con 9 hijos y 22 nietos, desde joven enviudé y no fue fácil sacar adelante a todos mis hijos, actualmente padezco una serie de enfermedades crónicas como la diabetes, hipertensión, artritis y problemas con mi oído derecho por lo que no puedo escuchar bien con un oído. Sin embargo, aquí sigo".
Estas palabras nos impactaron al ver la fortaleza con la que ella se describía. Nosotros volteamos a ver a su hijo, quien ascendiendo con su cabeza nos afirmó los hechos que su madre a pesar de tener una edad muy avanzada sigue con lucidez. Continuando la entrevista, nos mencionó que ella vivió los primeros 14 años de su vida en una ranchería, hasta que conoció al hoy su difunto esposo quien le trajo a vivir desde 1938 a la ciudad de Culiacán, Sinaloa, México. Con lágrimas en sus ojos nos relata que, a pesar de tener una familia bastante amplia, de los nueve hijos mencionados solo cuatro viven en la misma ciudad y de esos solo uno y su nieta la visitan y se hacen responsables de ella.
Haciendo un poco más de énfasis sobre sus enfermedades, nos contó que a pesar de que no puede moverse ella pide que le lleven al médico a sus citas mensuales, apunta en una pequeña libreta sus medicamentos y horarios, y que ante cualquier sintomatología que ella presente, rápidamente avisa a su cuidadora e hijo. También realiza actividades recreativas como jugar a las damas, contestar crucigramas y sopas de letras. Sugiere que esto la entretiene y ayuda a sus capacidades cognitivas. Ese mismo día al finalizar acordamos la sesión siguiente.
Al regresar a la segunda sesión se realizó el Proceso de Atención en Enfermería (PAE), procedimiento que se le explicó previamente a Helena y accedió con un poco de miedo e incertidumbre, pero motivada. Este incluyó algunas guías de valoración, escalas de medición, toma de presión arterial, glicemia capilar y verificación de peso y talla. Así como exploración de tegumentos. Todo ello arrojó múltiples diagnósticos relacionados con los tegumentos, la depresión, actividad física y alimentación, lo cual conducía a que a pesar de llevar un tratamiento terapéutico, este no tenía el mismo efecto porque no existía un autocuidado y por ello tenía otra serie de complicaciones relacionadas con sus patologías.
Con base a lo anterior se decidió planificar una serie actividades educativas, para ella y su cuidadora, las cuales se ejecutaron en la tercera sesión domiciliaria. Estas actividades consistieron en orientar a su hijo para motivar a Helena a salir de la depresión, canalización con un psicólogo y a un centro auditivo para ver la posibilidad de que se le colocara un aparato en su oído. Una orientación con práctica para realización de ejercicios en sus piernas (ya que padecía los primeros inicios de escaras en ellas), un plan alimenticio de acuerdo a sus necesidades y con base a su economía, y por último pero no menos importante, una plática educativa promocional de todos los beneficios que puede llegar a tener una actividad física, buena alimentación y acudir con un profesional que ayude a su depresión y trate su oído.
Como cuarta y última actividad se acudió al domicilio por última vez para realizar una evaluación en forma de preguntas cerradas de los conocimientos adquiridos durante la tercera sesión, la cual arrojó un nivel satisfactorio de autocuidado. Al llegar al final de esta sesión, consideramos que nuestra experiencia fue muy buena, satisfactoria, que nos hizo ver que existe un panorama más allá del hospital donde somos requeridas y que nuestra comunidad muchas veces no ve. Concluimos haciendo la invitación a los profesionales de enfermería que "vean más allá de la ventana hospitalaria donde también somos requeridos".
"Es el resultado no calificado de toda mi experiencia con los enfermos que después de su necesidad de aire fresco, es su necesidad de luz; que después de estar en una habitación cerrada, lo que más les duele es una habitación oscura y que no es solo la luz sino la luz directa del sol lo que quieren" Florence Nightingale.