Sr. Director: Se ha convertido en algo habitual y cotidiano escuchar frases como: "si nos llegan a contar esto hace un año, no nos lo creemos" o "éramos felices y no lo sabíamos". La verdad es que sin tener ningún tipo de ánimo de formar parte de estos tópicos, no puedo por más que dar la razón a dichas afirmaciones. La llegada de esta pandemia al mundo ha traído consigo revuelo, desdicha, desastre y drama; todas ellas protagonizadas por los incontables ingresos y, sobre todo, por los múltiples fallecimientos de muchas personas que conocíamos o no.
Soy fisioterapeuta, llevaba ejerciendo mi profesión por más de cinco años en la misma clínica de fisioterapia. Siempre me he levantado con muchas ganas de dar lo mejor de mí mismo en cualquier ámbito de mi vida y, muy especialmente, en lo que concierne a mi profesión. La empresa de la que formaba parte constaba de dos clínicas en las cuales mis ocho compañeros y yo tratábamos todo tipo de dolencias en que a traumatología se refiere, es decir, roturas de fibras, esguinces de cualquier articulación, elongaciones, lumbalgias y un largo etcétera.
La irrupción del Covid-19 se llevó por delante los puestos de trabajo de la mayoría de los que allí desempeñábamos nuestra función como fisioterapeutas. Al comienzo estuvimos de ERTE (expediente de regulación de empleo), quizá se atisbaba un ligero optimismo de poder volver a enfundarnos nuestro mono de trabajo. Sin embargo, la falta de ayudas a nivel administrativo de la Junta y del Gobierno Central, así como de recursos materiales tales como los EPIs, desembocó en el cierre parcial de la empresa y, por tanto, en mi despido.
Los meses posteriores a este momento fueron insufribles. El encerramiento y el no poder contactar con familiares de una manera cercana, cariñosa y afectuosa; hizo que en aquellos días fuera imposible ver la luz al final del túnel, por muy soleado que hiciera en la calle. Las videollamadas y toda la cercanía que nos aporta la ofimática lo hacían algo más llevadero, sin embargo, ya nada era como antes. La posibilidad de salir a tomar algo con tus amistades, o incluso coger el coche y perderte por cualquier paisaje de playa o montaña de nuestra rica geografía, ahora se había convertido en una quimera.
Un buen día de junio, cuando la esperanza se había difuminado, una llamada al teléfono móvil llenó de ilusión mi vida. Se trataba de la oferta de un nuevo puesto de trabajo como fisioterapeuta en un hospital. El desempeño de mi cometido iba a consistir en ayudar a los pacientes que habían sido ingresados en UCI y que afortunadamente habían sobrevivido a los envites del coronavirus. La movilización de articulaciones, músculos y la fisioterapia respiratoria iban a constituir la guía de trabajo a realizar con ellos. El mismo motivo atroz como la existencia de este virus letal que me había arrebatado hace unos meses el trabajo, me había abierto la posibilidad de encontrar otro camino muy bonito a la par que necesario, en el cual iba a poder aportar mi granito de arena para contribuir a paliar los efectos de la pandemia. Es cierto que ha sido y, actualmente, está siendo un largo y duro camino, ver a personas tan devastadas e impedidas durante días, semanas o meses, sin poder ver y sentirse arropados por sus allegados, hace que la tristeza se apodere de uno. Al mismo tiempo, el uso de los equipos de protección individual, no nos pone las cosas más fáciles.
A nivel personal, el atender tan de cerca a personas de edad avanzada, hablaría de población de entre 75 y 85 años, que les ves sufrir, hace que se te caiga el alma a los pies. Ellos conforman una generación de trabajadores natos, los cuales han luchado, y luchan, por dejar a los que vienen por detrás una sociedad mejor, en la cual haya mejores valores, mejor economía, en definitiva, un mundo menos hostil. El gran consuelo que te queda es ver progresar a esas personas que hacía unos días miraban con temor a la muerte, ahora esos ojos están más llenos de luz. He tenido la fortuna de desarrollar con estos supervivientes y valientes pacientes, una bonita relación de cariño paciente-fisioterapeuta, la cual se basa en compartir experiencias y vivencias para hacer más amenas las duras sesiones de rehabilitación. Es habitual que les cuente anécdotas graciosas que me han ocurrido para romper el hielo y que de manera progresiva les permita conocerme mejor y que desarrollen un vínculo de confianza. Esto les permite a ellos abrirse y drenar emocionalmente cómo se sienten, de alguna manera se liberan de forma momentánea de esa aflicción que les persigue por la situación en la cual se encuentran. Gracias a ello, con el paso de los días, ellos me cuentan muchas historias que han vivido a lo largo de toda su vida, especialmente coinciden en hablarme de las que componen su infancia, donde tan felices fueron. Este gesto hace retrotraerme a cuando mis abuelos hacían lo mismo cada día que les iba a visitar, me sentaba a su lado en el comedor o en la cocina y pasaba horas y horas escuchando sus interminables aventuras que hoy en día hacen que esboce una sonrisa al recordarlas. En mi caso, quería mucho a mis difuntos abuelos, me criaron y ayudaron a salir adelante, contribuyendo a conformar la persona que soy hoy en día. Por eso de algún modo, desempeñando este trabajo me siento más cerca de ellos.
René Descartes decía: "Sólo dos cosas contribuyen a avanzar; ir más aprisa que los demás, y seguir el buen camino". Ese es mi lema por bandera cada día desde que me levanto hasta que me acuesto. Considero que todos tenemos que aportar sentido común en esta sociedad para poder ir más deprisa que el coronavirus y poder de esta manera seguir en el buen camino, es decir, el del éxito y la victoria.