La poliomielitis fue la enfermedad más representativa del siglo XX. Durante ese periodo completó su ciclo de emergencia-expansión-declive-erradicación(1), iniciando su propagación epidémica por todo el mundo con un gradiente norte-sur poco habitual, ya que afectó en primer lugar a los países más desarrollados del norte de Europa y de América. La incidencia de alarmantes brotes epidémicos durante el primer tercio del siglo(2), tuvo especial virulencia en Estados Unidos(3). Esto coincidió con sus comienzos como potencia mundial dominante, por lo que asumieron buena parte del liderazgo científico y las iniciativas públicas para afrontar la enfermedad. La emergencia de la polio fue paralela al auge de los medios de comunicación, la fuerza de las imágenes que mostraban sus secuelas le dieron una visibilidad que reflejaba el fracaso de la medicina para mitigarla y generaba pánico entre la población. Este periodo dramático caracterizado por el miedo y la sensación de amenaza ante lo desconocido concitó respuestas que se tradujeron en sensibles avances desde el campo de la ciencia con el apoyo incondicional de la esfera social. Nadie permaneció inactivo, los científicos consiguieron a través de estudios serológicos aislar el virus, conocer su transmisibilidad interpersonal, su localización en el tracto digestivo y el sistema nervioso, establecer las diferencias antigénicas entre las diferentes cepas del virus y su tipificación(4) o descubrir que podían propagarse en cultivos in vitro de tejidos embrionarios humanos de origen no nervioso, lo que permitió iniciar la era de los cultivos celulares(5).
Este último y decisivo descubrimiento, que valió a sus autores el premio Nobel, abrió las puertas para la producción de vacunas eficaces siguiendo dos líneas de trabajo, la inactivación y la atenuación. La primera, culminada por Jonas Salk(6), tras llevarse a cabo en EE. UU. el controvertido ensayo de campo más amplio de la historia de la Salud Pública(7); la segunda, obtenida por Albert Sabin(8) y administrada por vía oral, fue ensayada en la antigua Unión Soviética(9). El éxito inicial de la vacuna inactivada se vio ensombrecido por el incidente Cutter(10), mientras que la facilidad de administración por vía oral de la atenuada, añadido a su efecto productor de inmunidad de rebaño provocaron que fuera la elegida para su inclusión en los nacientes programas de inmunización. Estos logros no hubieran sido posibles sin la fuerte implicación de entidades como la National Foundation for Infantile Paralysis (NPIP) (auspiciada en 1938 por el presidente Franklin Delano Roosevelt, que había padecido la enfermedad, y dirigida por Basil O´Connor(11)), la Fundación Rockefeller, la Organización Mundial de la Salud (OMS) que creó un Comité de Expertos de Poliomielitis, o la Association Européenne contre la Poliomyélite (AEP) en el ámbito europeo(12). Estas instituciones recaudaron fondos para el desarrollo de las investigaciones y promovieron reuniones científicas para el intercambio de conocimientos. La polio hizo evolucionar especialidades médicas como la fisioterapia o la rehabilitación, impulsó nuevas estrategias de vacunación (Calendarios Vacunales, Programa Ampliado de Inmunización, Días Nacionales de Inmunización), indujo la necesidad de sistematizar la logística de las vacunas y concitó los esfuerzos de organizaciones para financiar campañas de inmunización (Unicef, GAVI, Rotary Plus). No fue menos importante la inusual respuesta solidaria de la población antes y después de descubrirse las vacunas miles de voluntarios participaron ayudando a buscar fondos para investigar o para apoyar a los enfermos de polio(13). Estos prestaron su voz en el género de las narrativas, contando sus vivencias de la enfermedad como experiencia catártica(14).
En España también hubo brotes epidémicos de polio desde el principio del siglo XX(15), aunque el periodo de mayor incidencia se produjo entre 1950 y 1963. Desde la posguerra, médicos y expertos alertaron sobre la necesidad de adoptar medidas y tratamientos preventivos como en otros países, pero el régimen franquista prefirió negar la realidad, posponer las intervenciones necesarias y sumir en un drama a la población afectada(16). Aunque se disponía de la vacuna inactivada desde 1958, las autoridades sanitarias españolas no dieron una respuesta decidida para implementarla de modo sistemático. La Dirección General de Sanidad (DGS) puso en marcha una campaña insuficiente, no gratuita totalmente y poco organizada, que alcanzó escasa cobertura(17). Ese mismo año, un grupo de investigadores de la Escuela Nacional de Sanidad (ENS), dirigidos por Florencio Pérez Gallardo, iniciaron un estudio seroepidemiológico para “conocer la situación inmunitaria frente a la poliomielitis” y “preparar un programa racional de vacunación”(18). Los resultados obtenidos sugerían la necesidad de iniciar campañas masivas de inmunización en menores de cinco años. No fue hasta 1963, tras un sexenio en el que se había producido la mayor incidencia de casos de polio en el país, cuando se dio la paradoja del inicio simultáneo de dos campañas de vacunación masiva(17). De un lado, la promovida por el Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE) desde el Ministerio de Trabajo con vacuna inactivada de Salk. De otro, el grupo de Pérez Gallardo (ENS) llevó a cabo un ensayo piloto con vacuna atenuada de Sabin en las provincias de Lugo y León (mayo-noviembre de 1963) que puso de manifiesto la viabilidad administrativa de una campaña bien planificada(19). Pérez Gallardo había invitado a Albert Sabin a pronunciar tres conferencias en Madrid para contrarrestar al grupo de Juan Bosch Marín, partidario de la vacuna inactivada(20). La rivalidad por la elección de la vacuna quedó zanjada tras la visita de Pérez Gallardo al Secretario General del Ministerio de Sanidad, José Manuel Romay Beccaría. Le garantizó que una campaña universal con polio oral tendría el significado político de mostrar la modernización sanitaria del país(21). El 14 de noviembre de 1963 se anunció la Primera Campaña Nacional contra la Polio, que obtuvo una inmediata recompensa epidemiológica “nunca en tan poco tiempo y con tan bajas inversiones se dio un paso tan trascendental por la administración sanitaria de España”(22), éxito utilizado sabiamente de forma propagandística por el Gobierno(23).
De manera progresiva y desde 1988, las distintas regiones de la OMS han ido eliminando la polio gracias a la Global Polio Eradication Initiative (GPEI). La Región Europea lo consiguió en 2002(24), sin embargo, para el objetivo final de erradicación faltaría eliminarla de los dos últimos países dónde todavía es endémica, Afganistán y Pakistán(25).
La Revista Española de Salud Pública que dedicó hace diez años un número monográfico celebrando el 50ª aniversario de la instauración de las campañas de vacunación antipoliomielítica en España(15) (19) (24) (26)(15,19,24,26), hace una llamada a contribuciones para un nuevo monográfico que profundice en la historia de la poliomielitis en España, recordando las actividades científicas y sociales que construyeron el relato de la enfermedad, el impacto epidemiológico de los programas de vacunación, sin dejar de lado los nuevos retos que plantea la enfermedad(27) y rescatando del olvido la memoria de las víctimas de sus secuelas afectados por el síndrome postpolio(28).