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RCOE

Print version ISSN 1138-123X

RCOE vol.9 n.1  Jan./Feb. 2004

 

Editorial

Los niños de nuestro futuro


Cinta Manrique

 

 

La sociedad evoluciona y cambia con notable rapidez, quizás en la actualidad a un ritmo tan frenético que nos arrastra sin darnos tiempo a pensar.

España acogió en el 2003 a la mayor parte de la población inmigrante de la Unión Europea (22,2%). El volumen de extranjeros se ha duplicado en España en cuatro años y se prevé que para el 2010, la población extranjera residente en nuestro país superará los seis millones de personas, frente a los dos millones actuales. ¿Quién nos iba a decir hace sólo cinco años que nuestro país incluiría una gran  mezcolanza de razas, costumbres y formas de educación? Pues bien, ¡aquí estamos! El grueso de la procedencia de la inmigración proviene de países de la Europa del este, de países iberoamericanos y otros son magrebíes y africanos en general. A la población inmigrante por motivos laborales, hay que sumar la procedente de países británicos y nórdicos que se afinca en nuestro país por razones radicalmente distintas (benignidad climática, bajo coste y calidad de vida), pero que igualmente contribuye a la pluralidad.

Esta importante presencia de la inmigración en nuestro país tiene como consecuencia un impacto positivo en la tasa de fertilidad, que ha alcanzado el 1,26 en el año actual después del alcanzar la tasa mas baja del mundo en 1998 (1,07 hijos). Este aumento se debió en su totalidad a la fertilidad de las madres extranjeras.

Resulta complicado hacer predicciones en lo referente a nuestra profesión, pero está claro que los niños del futuro en nuestro entorno serán multirraciales y educados en la diversidad. ¿Ello nos afectará en el día a día laboral? ¿Todos nos colaborarán de la misma forma? Es posible que nos afecte sobremanera. La educación recibida y la herencia cromosómica conforman personas radicalmente distintas, con diferentes dinteles al dolor, comportamientos mas o menos agresivos, diferente capacidad de colaboración, etc. Esto se traduce en una gran complejidad en el manejo de los pacientes ¡y de sus padres!, que en ocasiones potencian enormemente la dificultad en el manejo odontopediátrico. Transmiten la ansiedad con que ellos viven la odontología ,«los preparan» para recibir tratamiento, dando un nivel y un enfoque de información, que los niños no son capaces de asumir y engañan a los hijos «para que no sufran». En ciertos países existe una gran tendencia a la sobreprotección infantil. Intentan evitar toda posibilidad de ansiedad al niño y para ello recurren a realizar tratamientos mediante anestesia general (en Inglaterra en el año 1999, se llevaron a cabo más de 230.000 procedimientos con anestesia general en pacientes menores de 18 años, sólo para realizar exodoncias).

En un reciente viaje a Dinamarca me llamó terriblemente la atención como se comportaban los niños. Pequeñines de dos o tres años, eran capaces de sentarse sobre una manta que les preparaba la madre, recorrer en un barco turístico de recreo grandes distancias y no moverse, quejarse, ni hablar en todo el trayecto. Sólo miraban alrededor con unos grandes ojos azules, sin alterar su expresión. Me imaginaba a cualquier «españolito» en la misma situación. Al minuto estaría corriendo por la borda y la madre detrás desesperada por mantenerlo quieto.

Tenemos que estar preparados desde ya, para realizar una manejo del paciente infantil en cierta forma «a la carta», atendiendo a la demanda de un amplio espectro de padres. Desde algunos que manejan la disciplina considerando que sus hijos deben acatar las necesidades terapéuticas sea como sea, incluyendo el castigo corporal, padres que no aceptan ningún tipo de sedación, hasta padres que prefieren recurrir a la realización de una anestesia general para cualquier procedimiento odontológico básico, pasando por otros que aceptan sin más el criterio de profesional, asumiendo su competencia.

A la diversidad educacional de los distintos grupos, se suma el aumento progresivo del nivel de información. Entran en internet, preguntan al vecino que tratamiento se le realizó, llevan a cabo auténticos «tours» por diversas clínicas para tener una «segunda opinión». Con cierta frecuencia aparecen en nuestra consulta sabiendo claramente lo que quieren y lo que no quieren y solo cejan en su búsqueda cuando el diagnóstico y la planificación terapéutica se adapta plenamente a sus espectativas o caprichos, (lo cual no quiere decir que acierten con su elección). Quizás procede por nuestra parte, tener bien claro hasta donde somos capaces de adaptarnos a los pacientes para poder ofrecer esta «odontología a la carta» sin exceder los límites del trabajo científico y bien realizado.

Cinta Manrique Morá
Directora Asociada

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