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RCOE

versión impresa ISSN 1138-123X

RCOE vol.10 no.5-6  sep./dic. 2005

 

Editorial

De las Facultades de Odontología

 


Mallo-Pérez,
 Luciano

 

Recientemente ha aparecido un sugerente editorial1 comentando la inminente puesta en marcha de una nueva Facultad de Odontología en España; la que hace el número dieciséis, la quinta privada. En la actualidad el número de nuevos licenciados que anualmente terminan sus estudios supone un importante porcentaje de la colegiación, en un mercado laboral en el que los signos y síntomas de colapso son cada vez más evidentes2.

Las Universidades surgieron hace casi un milenio con el objetivo de ofrecer una formación específica a un grupo selecto de ciudadanos, para que éstos se dedicaran a labores especializadas diferentes de las habituales del pueblo llano, el clero y la nobleza. Poco tiene que ver la Universidad medieval con la contemporánea, excepto en sus principios fundamentales: educación y formación específica de alto nivel a un pequeño porcentaje de la población, para que con los conocimientos y habilidades aprendidas puedan ayudar al resto de la ciudadanía, y el compromiso de traspasar los conocimientos recibidos, y en la medida de lo posible ampliados y mejorados, a las generaciones posteriores.

Por definición la Universidad debe ser elitista; no puede haber universidades ni facultades en todas las ciudades, no todos los ciudadanos puede ser universitarios, solamente unos pocos, lo que Ortega3 llama la aristocracia. Únicamente deben llegar a ese nivel los que se lo merezcan, huyendo de otros sistemas selectivos tan poco equitativos e injustos como usuales.

Es absurdo que en España existan más de un millón de universitarios, pero todavía es más ridículo que en la actualidad, muchas universidades estén a la caza del alumno, ofreciendo desesperadamente sus productos en institutos de enseñanza media y en centros escolares, intentando evitar o paliar «el síndrome de las plazas vacantes», muestra fehaciente de que algo está fallando.

Sin duda la Universidad debe tener un funcionamiento democrático, pero su espíritu ha de ser aristocrático, elitista. Ningún Estado puede permitirse la sangría, tanto económica como personal, de miles de parados con una teórica formación de alto nivel, o bien ocupando puestos destinados a otros con un menor grado formativo, a veces incluso básico.

Dieciséis Facultades de Odontología con una inicua asimetría filosófica, que brinda la delirante paradoja de que en las públicas el número de alumnos esté razonablemente limitado y las notas de acceso estén entre las más altas de todo el sistema universitario, mientras en las privadas los criterios selectivos son otros, más basados en el perfil que en el esfuerzo demostrado y el número de alumnos no ofrece parangón con su equivalentes públicas.

Independientemente de todo ello, dieciséis facultades implican dieciséis cuerpos docentes, varios cientos de profesores. Es estadísticamente imposible que en España, ni sin duda en otro país similar, se pueda encontrar tal cantidad de profesores -quiero decir de buenos o decentes profesores-. Ser enseñante implica bastante más que ser un buen clínico o un buen profesional; son necesarias otras cualidades como la motivación, la planificación el orden, el gusto por la enseñanza y la capacidad docente, un bien tan admirable como escaso. No siempre el que más sabe es el mejor profesor, aunque siempre el buen profesor sabe mucho. No todos pueden ser profesores (no digamos nada de ser un maestro), de igual modo que no todos pueden ser universitarios. Y, de la misma forma que los mecanismos de acceso a las facultades deberían ser estrictos, claros, transparentes, justos y equitativos, lo mismo podría decirse del colectivo académico, lastrado en España por una endogamia secular en la que es tan habitual la transmisión genética de responsabilidades como la siempre curiosa adaptación de las plazas a los perfiles y no viceversa. Los cargos universitarios con tanta frecuencia se han convertido en un valor social, en una faceta de poder, cuando no en un reclamo publicitario; un portentoso imán de vanidades. Ni que decir tiene que éste no es un fenómeno privativo español y que existen numerosas y sobresalientes excepciones, afortunadamente.

Resulta absurdo consentir la herida personal, económica y moral que supone la creación y el mantenimiento de tal cantidad de facultades, un dispendio sin sentido, aunque con el beneplácito de tantos y que pasará su implacable factura antes de darnos cuenta. Hace años se decía algo similar del derroche energético: aunque usted pueda, España no puede.

Luciano Mallo Pérez,
Secretario General RCOE.

 

1. Echeverría JJ. Facultad de Odontología de la Universidad de San Pablo (ed). Arch Odontoestomatol 2005;21:225.

2. Cuenca E. La demografía profesional en España: cabalgando un tigre (ed). RCOE 2004;9:271.

3. Ortega y Gasset J. La rebelión de las masas. Madrid: El País SA. Clásicos del siglo XX, 2002.

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