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Educación Médica

versão impressa ISSN 1575-1813

Educ. méd. vol.8 no.3  Set. 2005

 

Premio Antonio Gallego


Antonio Gallego y la educación médica en España

 

Carlos Belmonte.
Facultad de Medicina.
Universidad Miguel Hernández, Alicante

La SEDEM ha instituido el premio Antonio Gallego en Educación Médica. Es ésta una iniciativa feliz, por cuanto contribuye a incentivar el interés por la formación de profesionales médicos en el mundo académico y sanitario que la SEDEM se ha impuesto como misión, pero sobre todo justa, ya que sirve para reconocer la decisiva influencia del Profesor Antonio Gallego, fundador y primer presidente de la SEDEM, en la moderna concepción del aprendizaje de la Medicina en nuestro país.

Antonio Gallego, nacido en 1916 y desde 1961 catedrático de Fisiología en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, de la que fue además Vicerrector, fue un hombre de múltiples facetas, con una sorprendente capacidad de destacar en todas ellas. Dejo aquí de lado, en aras de la brevedad, su decisiva influencia en la investigación biomédica de la segunda mitad del siglo XX, como indiscutido líder de la neurofisiología española y ‘padre’ hasta ‘bisabuelo’ científico de la gran mayoría de los actuales profesores e investigadores españoles que cultivan esa disciplina. Tampoco voy a comentar en extenso su profética visión de la necesidad y posibilidades de interacción de la investigación básica con la aplicada, que le llevó a fundar y dirigir con la industria farmacéutica el primer centro español de I+D creado en la universidad española, y cuyos fondos se emplearon no sólo para generar fármacos comercialmente rentables, sino también para formar nuevos científicos y sostener una investigación de calidad en una universidad carente entonces de casi todo. Pero, dejando de lado esos méritos, quiero centrarme en el campo de la enseñanza médica, el tercer pilar sobre el que se asienta la personalidad pública del Prof. Gallego.

Antonio Gallego publicó en el Journal of Medical Education, en 1962, al poco de conseguir la Cátedra de Fisiología en la entonces única Facultad de Medicina de Madrid, un artículo titulado ‘Medical Studies in Spain’. Apoyado en datos y cifras, Gallego llevó a cabo en él un demoledor análisis de las deficiencias formativas del sistema de educación en las Facultades de Medicina de nuestro país. A resultas del mismo, la valoración de los médicos españoles en los índices internacionales se redujo al nivel que objetivamente le correspondía en términos reales. Ni que decir tiene que las autoridades políticas del momento consideraron como traición y falta de patriotismo tal distanciamiento del triunfalismo reinante y su atrevida denuncia trajo más de un problema al Prof. Gallego. Sin embargo, la objetividad del análisis realizado por Antonio Gallego, junto a su actitud personal de buscar soluciones a los problemas que con tanta valentía como acierto había denunciado, le condujeron a elaborar al poco tiempo un novedoso Plan de Estudios para la enseñanza médica, basado en la concentración de las asignaturas y la combinación de enseñanzas teóricas y prácticas. Cinco años más tarde, conseguía convencer a regañadientes a sus compañeros de Claustro, de la necesidad de ensayar ese plan en la Facultad de Medicina de Madrid y apoyado por un pequeño grupo de jóvenes profesores, tan entusiastas como bisoños, se lanzó a la aventura de ponerlo en prácticas, logrando que funcionara positivamente sólo en las disciplinas en las que contaba con profesores convencidos y dedicados. El ‘Plan Gallego’ acabó siendo retirado por la falta de interés, cuando no la hostilidad abierta del profesorado más tradicional de la Facultad madrileña.

Este contratiempo, que hubiera desanimado a cualquiera con menos tenacidad y carácter, sirvió a Antonio Gallego para percatarse de la necesidad de profesionalizar la enseñanza médica en todos sus aspectos, a través de la definición de unas bases científicas y metodológicas que sirvieran para diseñar estrategias de formación y aprendizaje más sólidamente fundadas y de mayor eficacia. Para ello, junto a otra figura esencial en la historia de la Medicina española de la segunda mitad del siglo XX, José María Segovia de Arana, Antonio Gallego fundó en 1970 la Sociedad Española de Educación Médica, contando con un puñado de jóvenes profesores, en número, creo recordar, no superior a 20. En los años siguientes, Antonio Gallego luchó por llevar la SEDEM a todas las Facultades de Medicina españolas, conectando la nueva sociedad con sus homólogas internacionales y contribuyendo también a constituir la Sociedad Europea de Educación Médica en 1971. Pero sobre todo imbuyó el interés por la formación de los médicos a sus discípulos, muchos de los cuales siguieron su estela y han desempeñado en años posteriores un papel importante, desde ángulos muy diversos, en el desarrollo de la educación médica en España.

Hasta aquí los hechos. Pero una descripción, aunque sea somera, de las contribuciones de Antonio Gallego quedaría irremediablemente mutilada si no hiciera referencia a su arrolladora personalidad y excepcionales cualidades intelectuales y afectivas, que le dieron su irrepetible capacidad de liderazgo, particularmente entre los jóvenes. Antonio Gallego fue un hombre de su tiempo, marcado por una biografía en la que jugó un papel esencial la Guerra Civil y los principios que en ella se enfrentaron. Fue un ilustrado en un entorno ignorante y ramplón, lúcidamente consciente de la necesidad de modernización de la sociedad a través de la educación superior, la investigación científica y la racionalidad en todos los terrenos. Y también un hombre leal y comprometido con sus amigos y sus ideas, a los que siempre defendió por encima de amenazas y oportunismos. En 1992, al poco de su muerte, en el homenaje que le dedicamos sus discípulos Alberto Oriol escribía de él: "Unos pocos se lo debemos todo pero muchos, muchísimos mas, lo sepan o no, también le deben que sea posible hoy lo que durante tantas décadas de oscurantismo parecía imposible: la recuperación de los valores científicos, académicos y democráticos de una sociedad moderna". Yo mismo, en esa oportunidad, pronuncié unas palabras, que, casi tres lustros después, ahora ya con la serenidad y perspectiva que proporciona el tiempo, sigo suscribiendo plenamente pues creo que reflejan con certeza los valores mas profundos de la personalidad del maestro:

"Es cierto que Gallego soportaba mal la hipocresía, el servilismo o la cobardía y con ello a los que los practicaban. Pero aún lo es más que respetaba y admiraba las convicciones profundas, los argumentos apoyados en la razón y la inteligencia y las personas que se atrevían a defenderlos, incluso aunque las creyera equivocadas. Siempre midió a los hombres por cómo y no por quiénes eran o que puestos ocupaban…En Ciencia, los maestros que crean escuela lo hacen transmitiendo a sus discípulos algo mas que unos conocimientos. Son capaces de inspirarles unos ideales comunes, algunos modos de comportamiento análogos que les permiten identificarse como ramas de un mismo tronco. Si se busca que fue eso que Gallego nos dejó en alguna medida a todos, yo me atrevería a afirmar que un inconformismo y una actitud crítica ante el poder. Un cierto distanciamiento y saludable desdén hacia el boato y los formalismos académicos y la conciencia de ser científicos comprometidos con mejorar algunas de las facetas imperfectas de nuestra sociedad, dedicados entusiásticamente a la ciencia pero sin emplearla como refugio para eludir las responsabilidades frente al mundo en el que nos ha tocado vivir"

El primer galardonado con el Premio Antonio Gallego ha sido Alberto Oriol Bosch, precisamente, aquel de sus discípulos que mejor encarna estos valores y un puntal de la moderna educación médica en España y en el mundo. En su primera juventud, Alberto Oriol, médico y científico lleno de inquietudes y proyectos, se marchó de una España que le asfixiaba para formarse durante varios años en Alemania y USA. Allí leyó el artículo de Gallego sobre los estudios médicos a que antes hacía referencia y, deslumbrado por la lucidez y valentía de su autor, se puso en contacto con él y resolvió volver a nuestro país, incorporándose a la Cátedra de Madrid como profesor adjunto. Se inició así una colaboración y amistad que perduraron hasta la muerte de Gallego, fundadas no solo en un afecto personal inquebrantable, sino en la profunda identidad de criterios respecto a los problemas de la universidad española y sus posibles soluciones. Alberto Oriol ha sido capaz de cumplir en la Educación Médica española muchos de las aspiraciones que compartió con su amigo Antonio Gallego. Convencido de la dificultad de cambiar de raíz una Facultad de Medicina tradicional, regresó sin vacilar a Cataluña para fundar la Facultad de Medicina Autónoma de Barcelona, a cuyo planificación original contribuyó de modo decisivo. Su aguda conciencia de que para formar los médicos que la sociedad requiere, hace falta disponer de un marco conceptual en el que apoyarse, le hicieron promover la educación médica en el ámbito internacional, en el que ha ocupado los más altos puestos a nivel europeo y mundial. Esa misma convicción le ha hecho aceptar cargos decisivos en los órganos de gestión sanitaria de la Generalidad de Cataluña, con el fin de valorar las necesidades de salud de la población y el modo más eficiente de entrenar al personal sanitario para satisfacer esas demandas y su paso por ellos ha dejado una indeleble huella de modernidad, rigor e innovación.

Alberto Oriol representa las mejores virtudes que adornaron a Antonio Gallego y con su inteligencia, claridad de pensamiento y profunda honestidad ha sabido actualizar y extender las ideas del maestro, mucho mas allá de lo que éste se hubiera atrevido a soñar. Estoy convencido de que nada hubiera complacido más a Antonio Gallego que ver a Alberto Oriol recoger el primer premio con su nombre. También debo añadir que sería muy difícil encontrar un candidato mejor que él para honrar y dar el merecido nivel a un premio que lleva el nombre del maestro y amigo de tantos, Dr. Antonio Gallego.

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