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Temperamentvm

versión On-line ISSN 1699-6011

Temperamentvm vol.16  Granada  2020  Epub 06-Jun-2022

 

BIBLIOTECA

La soledad de los ancianos, por José Antonio Hernández Guerrero. Servicio de Publicaciones de la Diputación de Cádiz. Cádiz, 2019; 198 págs.

Francisco Herrera Rodríguez

Tengo sobre la mesa tres libros escritos en épocas diferentes con reflexiones sobre la vejez. El primero es de Marco Tulio Cicerón, De senectute, escrito en el año 45 a.C.; el segundo, de Simone de Beauvoir, La vejez, que vio la luz en 1970, y por último La soledad de los ancianos, publicado en 2019, por José Antonio Hernández Guerrero, catedrático emérito de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Cádiz, libro éste que motiva nuestra reseña. Pero antes de entrar en detalle sobre el mismo, permítanme hacer algunos comentarios sobre los dos anteriores, divergentes quizás en algunos aspectos y consideraciones, pero complementarios sobre el tema que nos ocupa.

Cicerón convierte en el centro de sus reflexiones a Marco Catón que tiene como interlocutores a Escipión y a Lelio, que elogian la facilidad con que Catón lleva la ancianidad. Escipión admira el que jamás haya advertido que la vejez le sea onerosa y Lelio le pide consejo sobre los métodos que se han de adoptar para llevar la pesada carga de los años. Catón responde que ha conocido a muchos que han tenido una vejez sin quejas, sin lamentos, que vivieron con moderación, ya que la impertinencia y la grosería en todas las edades molestan. Para Marco Catón la conciencia de una vida ordenada, el recuerdo de los hechos ejecutados debidamente en el pasado es lo más agradable, y sobre todo el arte y el ejercicio de las virtudes son las armas más valiosas de la vejez (“…arma senectutis artes exercitationes que virtutum…”).

Lelio, oportunamente, plantea a Catón que teniendo su posición social, riquezas y dignidades, la vejez ha de ser más llevadera y que esto no puede suceder así a todos los hombres. Catón señala cuatro causas, a las que puede atribuirse el por qué puede parecer miserable la vejez: “una, porque aparta del manejo de los negocios; otra, porque hace el cuerpo más enfermizo; la tercera, porque priva de casi todos los placeres; la cuarta, porque no está muy lejos de la muerte”. Todo ello teniendo en cuenta que hay ancianos que no pueden desempeñar ni cargo ni función alguna por hallarse incapacitados por alguna causa. Precisamente, los argumentos que desarrolla Marco Catón sobre cada uno de estos puntos son los que hacen que merezca la pena que el lector actual de este libro de Cicerón lo siga manteniendo con interés entre sus manos, estableciendo un diálogo entre el pasado y el presente. Catón expone a sus interlocutores Escipión y Lelio, por ejemplo, que se debe luchar contra la vejez cual si fuera una enfermedad: “Debe vigilarse el estado de la salud, debe hacerse uso de ejercicios moderados, debe ser la bebida y la comida lo suficiente para reparar fuerzas, nunca de forma que deje la persona sobrecargada. Pero esa atención que nos merece el cuerpo, debe prestarse en mayor proporción a la mente y al ánimo, ya que éstos, cual la lámpara de aceite, necesitan también su constante gota, si no queremos que con la vejez se apaguen. Y tengamos presente que si el cuerpo se encuentra ya pesado por la fatiga de los ejercicios, las almas, por el contrario, se aligeran”.

El segundo libro, aludido al principio de este escrito, no es otro que La vejez de Simone de Beauvoir; texto en que la escritora y filósofa existencialista señala que el hombre no vive jamás en estado de naturaleza; “en su vejez, como en cualquier edad, su condición le es impuesta por la sociedad a la que pertenece”; insiste Beauvoir en que la vida psíquica de un individuo sólo puede entenderse a la luz de su situación existencial, “…ésta tiene, pues, repercusiones sobre su organismo; y a la inversa: la relación con el tiempo se experimenta de modo diferente según que el cuerpo esté más o menos deteriorado”. Beauvoir no sólo se ocupa de la vejez y la biología, sino que también se detiene a analizar la vejez en la sociedad en la época en que escribió este importante libro, sobre la experiencia vivida del cuerpo o, entre otros asuntos la vejez y la vida cotidiana. Uno de los objetivos de la escritora francesa fue el de combatir la idea de que la vejez es un secreto vergonzoso del cual no es conveniente hablar. Beauvoir, pues, trata de romper con una cultura que propicia una vejez deshumanizada.

En los tiempos que corren hoy día, con la crisis de la Covid-19 y la altísima mortalidad en las residencias de ancianos, impresionan las palabras que escribió la filósofa existencialista francesa en La vejez: “Hoy los adultos se interesan por el viejo de otra manera: es un objeto de explotación. En los Estados Unidos, sobre todo, pero también en Francia, se multiplican las clínicas, pensiones de anciano, casas de descanso, residencias, incluso ciudades y aldeas donde se hace pagar lo más caro posible, a las personas de edad que tienen los medios necesarios, un confort y una atención que dejan mucho que desear. En las circunstancias extremas, los viejos son siempre perdedores, pues padecen la contradicción de su condición”.

A finales de enero de 2020 se presentó en Cádiz el libro del profesor José Antonio Hernández Guerrero, La soledad de los ancianos, tan solo unas semanas antes de que se decretara el estado de alarma en España, el 14 de marzo, por la citada pandemia que aún seguimos padeciendo y que cruelmente ha afectado a tantas residencias de ancianos. Premonitoria presentación de un libro en el que se encuentra, sin lugar a dudas, una veta ciceroniana, pero también una reivindicación implícita de la necesidad de humanizar en las sociedades occidentales la asistencia a los ancianos, en los domicilios o en las citadas residencias, sobre todo en una época en que la longevidad de las personas ha aumentado, en estas circunstancias muchas personas resisten bien el paso del tiempo, pero otras quedan prisioneras de las enfermedades crónicas, la parálisis o los diversos tipos de demencias. O inermes ante el desposeimiento de lo que ha sido su trabajo durante décadas, la vejez entonces se convierte en un momento propicio para borrar los esfuerzos de las personas y sumirlos en las lagunas negras del olvido.

El profesor Hernández Guerrero es uno de los grandes humanistas de la Universidad de Cádiz, del que siempre hemos admirado su obra sobre literatura y medicina, literatura y retórica, el arte de callar y el arte de escribir, teoría y práctica del comentario literario o sobre la revista literaria gaditana “Platero” (1948-1954), imposible aquí sintetizar su amplísima obra, que el lector interesado podrá localizar con poco esfuerzo si consulta parte de su producción en Dialnet. Si admiramos su obra, creo que es aún más admirable la persona, desde que hace muchos años fuera el primer Vicerrector de Alumnos y de Extensión Universitaria de la UCA hasta hoy día en que pasea su serenidad y bonhomía por las calles gaditanas, siempre con un saludo atento y una sonrisa.

Hace ya algunos años publicó un libro titulado El arte de no envejecer o el aprendizaje de la ancianidad; en la presentación de este libro, que está disponible en edición digital, apuntaba que la ancianidad hay que aprenderla desde que uno nace, cultivando el cuerpo y el espíritu, de manera ciceroniana defiende que la ancianidad es la época en la que recogemos los frutos maduros y saboreamos los jugos nutritivos de las experiencias más fecundas y gratificantes de nuestra existencia. Y como Cicerón preconiza que la moderación constituye un hábito necesario para conservar la salud corporal, el equilibrio mental y, también, la armonía social. Este libro encuentra ahora un complemento muy oportuno con el recientemente publicado La soledad de los ancianos, fruto de su experiencia, de su diálogo permanente con personas ancianas, de su compromiso con los que más lo necesitan. No piense el lector que el profesor Hernández Guerrero cuando señala el equilibrio, el término medio, no es consciente de que la vejez es una época de extrema dureza para muchas personas, así lo manifiesta: “Hemos de reconocer, además, que, en la actualidad, la complejidad creciente de la sociedad y el ritmo trepidante de la sucesión de los episodios hacen que aumente el número de ciudadanos que, sobre todo durante la ancianidad, se sienten solos. Mientras que algunos están aislados, casi sin contactos con la familia y con la sociedad, otros están aturdidos por los ruidos y por el ensordecedor alboroto de la muchedumbre circundante. Crece el número de los ancianos que sufren la soledad de una manera callada porque no entienden el sentido de la vida actual, se sienten marginados y ajenos a los problemas de los que escuchan hablar a las personas de su entorno y en los medios de comunicación. Ese corte de los hilos que los vinculaban a su mundo les causa un desamparo similar al de los niños aislados y parecido al de los enfermos abandonados”.

No solo a Cicerón encontrará el lector en La soledad de los ancianos, sino también la denuncia de la situación actual, muy serena, pero denuncia al fin y al cabo de la atronadora soledad de tantas personas en residencias y geriátricos, en este sentido entronca con los males señalados por Simone de Beauvoir en La vejez, aunque el profesor Hernández Guerrero los señala desde el punto de análisis del existencialismo cristiano. En capítulos cortos, ilustrados con dibujos propios, parte de dos ideas matrices: la soledad es una condición imprescindible para descubrir la necesidad de la comunicación y que la comunicación con los ancianos es mutuamente enriquecedora. A partir de aquí, el lector podrá encontrar diálogos y encuentros con personas que viven de manera diferente su condición de ancianos, al leerlos habrá quien pueda calificar de metodología cualitativa la empleada por el profesor Hernández Guerrero en estos encuentros, es posible que puedan ser calificados así, pero creo que estos encuentros y diálogos están propiciados por un sentido cristiano de la existencia y un compromiso personal con el ser humano que lo necesita, pienso que su matriz determinante son las obras de misericordia, que probablemente enriquece más al que las ejerce que al que las recibe (“acompañar a los ancianos es la manera más eficaz de ser acompañados”). Por eso encontramos un capítulo que lleva por título “La comunicación con los ancianos sólo es plena cuando intercambiamos sensaciones y compartimos sensaciones, emociones y sentimientos”.

La soledad que enriquece y la soledad que daña el cuerpo y la mente están presentes en este hermoso libro, que contiene reflexiones sobre los beneficios del paseo, los juegos, la música, el dibujo, la pintura y como “la amistad es uno de los alimentos más saludables y una de las medicinas más eficaces para fortalecer el organismo”, apuntando también que “en la ancianidad, asumir la proximidad de la muerte nos prepara para vivirla de manera serena y para iluminar las nuevas vivencias”. Esta última cuestión ha traído a mi memoria la célebre frase de Rainer Maria Rilke, que quizás pueda ser interpretada de maneras diferentes, dado que sobre el trance de morir la conciencia de cada cual puede estar poseída por la conformidad o turbada por el desasosiego, es difícil que todos sintamos y pensemos lo mismo sobre la finitud de la vida: “Señor, concede a cada cual su propia muerte”. En todo caso lo deseable es que en la muerte propia reine la serenidad y no la desesperación, ojalá fuera esto así para todos los mortales que en el mundo son, aunque no haya sido de esta manera para los que en el mundo han sido.

He leído este libro en las primeras semanas de confinamiento por la pandemia generada por la Covid-19, asaeteado por los centenares de muertes de ancianos en las residencias y por la muerte de enfermeras y médicos, como la de mi compañero de promoción Manuel Rodríguez Picón, que con 62 años y todo lo mejor por vivir cayó víctima de la enfermedad después de muchos días en la UCI, quedando privado de su ancianidad y del disfrute de los días y de su familia. Manuel, además de su labor clínica y asistencial, nos ha legado una excelente tesis doctoral, defendida en 2009, que merece atención y que no caiga en el olvido: Joaquín Decref y Ruiz (1864-1939). Precursor de la Rehabilitación Física en España.

La lectura de este libro del profesor Hernández Guerrero, las vivencias luctuosas de la pandemia, además de la falta de diálogo de las fuerzas políticas de nuestro país, nos lleva a la reflexión de que, si no se humaniza la asistencia a nuestros ancianos, si no cuidamos y protegemos a nuestros profesionales sanitarios con todos los medios que necesitan, y si no combatimos con decisión la pobreza, es que quizás tenemos poco remedio como seres humanos y como país.

Recibido: 21 de Abril de 2020; Aprobado: 17 de Mayo de 2020

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