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Temperamentvm

versión On-line ISSN 1699-6011

Temperamentvm vol.17  Granada  2021  Epub 27-Ene-2023

 

TEORÍA Y MÉTODO

Aproximación desde una mirada antropológica a los cuidados en las enfermedades del presente y del pasado: textos y contextos

Approach from an anthropological perspective to care in the diseases of the present and the past: texts and contexts

Daniel Leno-González1 

1Departamento de Enfermería. Universidad de Extremadura. Centro Universitario de Plasencia. Plasencia (Cáceres), España

Resumen

Este texto se presenta como un trabajo orientado a la fundamentación de la antropología como disciplina de acercamiento al estudio de las enfermedades y sus cuidados tanto en el presente como en el pasado. Expone y fundamenta conceptual y metodológicamente las principales áreas de aproximación con lupa o mirada antropológica a este campo de estudio. En el texto se revisan las aportaciones de autores que han profundizado dentro de la antropología médica, Comelles, Martínez Hernáez, Beltrán Moya, De Miguel, etc. Se argumenta la necesidad de teorías sociales que inviten a repensar la salud y la enfermedad en nuestro mundo desigual y diverso. A partir de los autores mencionados, y como hilos conductores se describen diversas áreas de investigación en torno al complejo salud-enfermedad-cuidado, tanto en enfermedades actuales como del pasado y dentro de éstas últimas se realiza una descripción de cómo es nuestro acercamiento desde la etnografía.

Palabras clave Antropología; Etnografía; Cuidados

Abstract

This text is presented as a work oriented to the foundation of anthropology as a discipline of approach to the study of diseases and their care in the present as in the past. It exposes and bases, conceptually and methodologically, the main areas of approximation with a magnifying glass or anthropological view to this field of study. In the text the contributions of authors who have deepened within the medical anthropology, Comelles, Martínez Hernáez, Beltrán Moya, De Miguel, etc. are reviewed. We argue the need for social theories that invite us to rethink health and disease in our unequal and diverse world. From the mentioned authors, and as conductive threads, we describe several areas of investigation around the health-disease-care complex, in both current and past diseases and within the latter, a description is made of how our approach is from the ethnography.

Key-words Anthropology; Ethnography; Care

El texto propuesto procede de la siguiente tesis doctoral:

"CULTURA SANITARIA EN TIEMPOS DE EPIDEMIA.

EL CÓLERA MORBO-ASIÁTICO EN PLASENCIA (1832-1835)"

Introducción

Imaginemos por un momento que el ser humano ha sido capaz de aprender a protegerse de los peligrosos animales que ve, pero en cambio se encuentra totalmente indefenso ante aquellos otros que no puede ver. Es así de sencillo. Durante la mayor parte de su historia, la humanidad ha sido víctima de enfermedades devastadoras sin tener la más mínima pista de su origen. Sin embargo, ahora sí lo sabemos, es decir, bacterias, virus, diminutos microorganismos que cuando invaden nuestros cuerpos, pueden derrotar a nuestro sistema inmunológico, con una violencia tal que cuanto más proliferan más rápido morimos. A menudo se deslizaban, vivían y viajaban con ayuda de criaturas que no habríamos imaginado y al hacerlo cambiaron nuestras vidas. La naturaleza es una amante caprichosa, de tal manera que puede ser muy generosa, pero de igual manera puede llegar a ser tremendamente despiadada, es decir, en ella existen animales que podrían hacernos muchísimo daño rápidamente, pueden matarnos en cuestión de segundos, simplemente porque son más fuertes y están mejor armados. Son los depredadores. De esta manera podría narrarse la historia de nuestra especie, es decir, como un intento de apoderarnos del tesoro que la naturaleza ofrece y de protegernos de esos peligros existentes en el mundo natural, intento que a veces es exitoso, pero otras en cambio no. Los primeros humanos eran una presa fácil para esos depredadores, las hienas, los grandes felinos, osos, serpientes y un largo etcétera, incluso otros primates ¿verdad?, todos nos veían como presas.

Con el paso del tiempo el ser humano se ha desarrollado tecnológicamente para protegerse de esa gran amenaza de una muerte súbita en manos de un cocodrilo, un tigre etc. Ha sido capaz de construir ciudades que son inhóspitas para la mayor parte de esa fauna salvaje, ha creado edificios que permiten mantener a raya a esos cazadores hambrientos, ha fabricado armas para defenderse y ha conseguido exterminar unas cuantas criaturas que representaban una amenaza. Pero a pesar de todos estos esfuerzos la humanidad sigue siendo tremendamente vulnerable, ahora quizás no frente a leones, tigres, osos, etc. Pero si ante esos otros agresores que no puede ver.

Dos tercios de todas las enfermedades humanas se originan en los animales y recientemente los investigadores han constatado que la mayoría de las epidemias no son fortuitas, sino el resultado de nuestra relación con el mundo natural. Muchas de las enfermedades con las que hoy estamos familiarizados porque han causado enormes epidemias llevan con nosotros miles de años. A menudo esas enfermedades se desplazan en reservorios animales, y ocasionalmente dan el salto a la población humana. Por lo general, la transmisión suele ocurrir como resultado de nuestra frívola actividad ante la naturaleza. Cuando cambiamos el entorno natural, es posible que invadamos el hábitat de los animales o interactuemos con ellos de forma imprudente, o degrademos la biodiversidad. Cuando hacemos esto corremos el peligro de provocar epidemias nuevas y letales.

Ahora hay grandes poblaciones en áreas en las que antaño vivían muy pocas personas, y eso incrementa la probabilidad de intercambio de patógenos entre personas y animales que en el pasado no existían. Ahora comprobamos como era un error pensar que estábamos a salvo de otra pandemia global y catastrófica, que nunca volveríamos a padecer otra enfermedad devastadora como la peste negra, el cólera, la gripe, etc. O peor aún aquellas para las que actualmente no existe remedio conocido. Después de todo la medicina moderna nos ha proporcionado antibióticos, antivirales y centros para el control de enfermedades. Pero en realidad los nuevos patógenos a menudo plantean peligros reales.

En este contexto, ahora más que nunca es necesario una aproximación desde la antropología a fenómenos como la salud y la enfermedad. Este planteamiento no es ni mucho menos una novedad:

"en el momento presente, más que por una exposición de hallazgos o de logros, por una discusión de problemas teóricos, metodológicos y conceptuales" (Comelles, 1988)

Son palabras de Comelles a finales del siglo pasado. Y antes Kleinman tras la revisión de publicaciones sobre antropología médica destacaba cómo había una sobresaturación de estudios empíricos, que no solían especificar el marco teórico que empleaban, es decir, gran cantidad de descripciones empíricas y pocas comparaciones transculturales, lo que, en definitiva, según el autor dificultaba la posibilidad de comprobar hipótesis específicas (Kleinman, 1978).

Hasta la llegada de la actual pandemia de coronavirus pudimos comprobar cómo, tanto la incidencia como el impacto de las epidemias se habían reducido espectacularmente en las últimas décadas. La mortalidad infantil global es la más baja de todas las épocas. Los progresos sin precedentes de la medicina del siglo XX que proporcionaron vacunas, antibióticos, mejoras en la higiene y una infraestructura médica mucho mejor consiguieron el milagro. Por eso no es extraño leer lo que escribieron algunos autores al iniciarse el nuevo milenio:

"Hasta nuestros días la fe en el progreso de los avances médicos y sanitarios, impulsada desde los tiempos de la Ilustración y propagada por el capitalismo liberal de los siglos siguientes, al margen de desterrar causalidades providencialistas de antaño, parecía habernos convencido de los poco probable que, resultaría que la humanidad tuviera que someterse una vez más a las amenazas de nuevas y gravísimas epidemias. La globalización de la economía mundial, la agilidad y masificación actual de las comunicaciones humanas por todo el planeta han derribado, sin embargo, tal argumento" (Beltrán Moya, 2006).

Dos años después el antropólogo Martínez Hernáez destacaba el universo paradójico que rodea un mundo en el que destacan los avances médicos y el desarrollo biotecnológico, pero a la vez necesitado de teorías sociales que nos obliguen a repensar la salud y la enfermedad. Efectivamente vivimos en un planeta globalizado, pero a la vez desigual y diverso. La pobreza tiene su impacto en la distribución mundial de las enfermedades, la cultura de consumo en occidente tiene su influencia en las nuevas concepciones sobre el cuerpo, la salud y la subjetividad. Los éxitos recientes en biomedicina puede que permitan prolongar la vida, pero sin embargo esto no debe sustituir el análisis cultural y sociopolítico de la enfermedad y los tratamientos:

"Por obra de nuestros imaginarios ya sedimentados estamos demasiado inclinados a percibir la enfermedad como un fenómeno exclusivamente biológico e individual y a omitir la manera en que las desigualdades sociales, las estructuras de poder y los modelos culturales afectan y determinan la salud" (Martínez Hernáez, 2008).

En 2015 el profesor de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén Yuval Noah, mostraba su temor a que ésta sea solo una victoria temporal, es decir, no descartaba que algún microorganismo desconocido hasta ahora estuviera aguardando a la vuelta de la esquina:

"Nadie puede garantizar que las pestes no reaparezcan, pero hay buenas razones para pensar que, en la carrera armamentística entre los médicos y los gérmenes, los médicos corren más deprisa" (Noah Harari, 2016).

En pleno confinamiento de la actual pandemia el filósofo, sociólogo, psicoanalista y teórico cultural Slavoj Zizek, escribía sobre aquello de lo cual estaba plenamente seguro, y es que la solución no será el aislamiento ni la construcción de nuevos muros y posteriores cuarentenas:

"Hace falta una plena solidaridad incondicional y una respuesta coordinada a nivel global" (Zizek, 2020).

Volver una vez más a reflexionar sobre las potencialidades del estudio del proceso salud-enfermedad bajo una mirada antropológica debería seguir suscitando atracción y estímulo. El problema surge al reparar en que, en efecto, es "una vez más" entre las múltiples ocasiones en las que ya se ha realizado una genealogía o un estado de la cuestión, de las que han surgido excelentes revisiones. Por lo tanto, una nueva podría percibirse como redundante. Sin embargo, este temor no debe frenar nuestro empeño de volver la vista por enésima vez hacia la lectura y reflexión/discusión de lo leído, para descubrir en ella, cuáles pueden ser sus potencialidades, y más aún ahora, precisamente ahora que una nueva enfermedad ha puesto de manifiesto nuestra vulnerabilidad de un modo palpable y manifiesto.

Al iniciar el estudio las dudas se centran en dar respuesta a cuestiones relativas al abordaje implícito y explícito de la antropología y etnografía en el terreno de la salud-enfermedad tanto del presente como del pasado. Hoy nadie pone en duda que los elementos socioculturales deben ser analizados, pero ¿cuáles pueden ser las áreas de investigación desde la mirada antropológica? Encontrarlas y describirlas es nuestro objetivo.

Desarrollo

Con el fin de poder cumplir el objetivo general propuesto se ha considerado dividir este trabajo en tres apartados, que incluyen desde diversos ángulos, los temas propuestos, ya sea a manera de hipótesis, de preguntas o experiencia personal:

Áreas de investigación en torno al complejo salud / enfermedad / cuidado en nuestro tiempo

La enfermedad y la salud tienen una dimensión antropológica. La antropología como ciencia integradora de las dimensiones humanas analiza la percepción de la salud y la enfermedad, atendiendo a las formas de vida y la diversidad de culturas. La dimensión antropológica de la salud reclama una educación para la salud basada en lograr un estilo de vida saludable, conocer cómo prevenir la enfermedad, desarrollar hábitos y actitudes adecuadas, en suma, conseguir el bienestar físico, psíquico y social.

La Antropología de la Salud, se presenta como disciplina especializada y en ella caben diversas áreas de investigación. Por tanto, cuando analizamos los procesos de salud y enfermedad, no estamos estudiando fenómenos exóticos o periféricos sino, por el contrario, fenómenos que posibilitan una puerta de acceso directa a la comprensión del "núcleo duro" de la vida social.

Una de las aproximaciones permite desvelar el orden social. Menéndez en 1994 decía que todo proceso de salud/enfermedad/atención es un proceso estructural, cuya resolución es necesaria para la producción y reproducción de cualquier sociedad. Dicha resolución no se produce en abstracto, sino en el seno del sistema de desigualdades sociales que articula esa sociedad, cuya lógica incorpora (Menéndez, 1994).

Comprender las diferencias culturales de cada pueblo es clave para entender como interpretan otros la salud y la enfermedad, con sus patrones de morbimortalidad, su distribución, aquellos factores culturales que influyan en la epidemiología y que requieran intervenciones especializadas, concretas y muy importante, culturalmente adecuadas, se presenta como primer campo de acercamiento.

Algunos ejemplos podrían ser el acercamiento a determinadas minorías culturales en occidente con sus diferencias demográfico-sanitarias. O incluso fuera del mundo occidental como por ejemplo el estudio de enfermedades asociadas a ciertos grupos como el Kuru en Nueva Guinea, en relación con la pandemia de SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) en poblaciones culturalmente definidas. Desde su primer brote importante a principios de la década de 1980, más de 30 millones de personas han muerto de sida, y decenas de millones más han padecido daños físicos y psicológicos debilitantes por su causa, en algunos países como Sierra Leona en África ha provocado la reducción de la esperanza de vida a tan sólo 36 años, es decir menos de la que goza un hombre occidental (Beltrán Molla, 2006).

En el lado positivo y esperanzador está la campaña global de vacunación que se realizó contra la viruela y que obtuvo un éxito tan grande que en 1979 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que la humanidad había ganado y que la viruela se había erradicado por completo, una enfermedad que en 1967 infectaba a 15 millones de personas y mataba a dos millones, pero en 2014 ni una sola persona estaba infectada ni murió de esa enfermedad. La victoria ha sido tan completa que en la actualidad la OMS ha dejado de vacunar.

Pero desgraciadamente cada pocos años nos alarma el brote de alguna nueva enfermedad, como ocurrió con el SARS (síndrome respiratorio agudo grave), iniciado en el sudeste asiático en 2002-2003, la gripe aviar en 2005, o la gripe porcina en 2009-2010, o cuando la OMS nos alertó sobre las gravísimas consecuencias que podría tener si pasara alguna de éstas. Recordemos cuando en 2014 la OMS describía el ébola como "la emergencia de salud pública más grave que se ha visto en la era moderna", y aparecía el primer caso en España, siendo además el primero que se declaraba fuera de África. Sin embargo, gracias a las contramedidas eficaces, estos incidentes resultaron en un número de víctimas comparativamente reducido. El SARS, por ejemplo, inicialmente provocó temores de una nueva Peste Negra, pero acabó con la muerte de menos de 1000 personas en todo el mundo. A principios de 2015 la epidemia de ébola se había refrenado, y en enero de 2016 la OMS declaró que había terminado, pero había infectado a 30.000 personas (de las que mató a 11.000), causó enormes perjuicios económicos en toda África Occidental y provocó angustia en todo el mundo, pero no se expandió más allá de África Occidental, y el total de víctimas no se acercó siquiera a la escala de la (mal llamada) gripe española o la epidemia de viruela en México.

Hasta nuestros días en que en este tránsito desde una crisis sociosanitaria provocada por la COVID hacia una "nueva normalidad", están mostrando conductas y actitudes de afrontamiento, así como condiciones de vida y factores estructurales que muy posiblemente contribuyen o han contribuido al propio curso de la epidemia. La llegada brusca de una nueva enfermedad pone de relieve actitudes intolerantes que creíamos superadas. Desgraciadamente podemos comprobar cómo el comportamiento del género humano ante las catástrofes o enfermedades es muy desigual, dependiendo de muchos factores que le influyen: morales, económicos, etc. Pero es inevitable que el imaginario colectivo reaccione, ante una situación de emergencia sanitaria, a partir de una de las emociones morales más básicas: el miedo. Y que este se contagie más extensamente, persista más tiempo y cause más daño que las infecciones biológicas. En nuestra memoria cultural colectiva permanecen una serie de epidemias que la humanidad sufrió y sobrevivió.

En las lecturas de cada una de ellas podemos encontrar actitudes y comportamientos intolerables hacia sus semejantes, rechazo moral, o la inadmisible asociación entre el origen o difusión de algún síndrome y la diferencia étnica o sexual. Recordemos testimonios que caracterizaban el sida como enfermedad de los gays, o las noticias alarmantes en la primera década de éste siglo sobre el SARS o la "fiebre del pollo". Es fácil comprobar cómo permea en ellas el miedo del Occidente opulento hacia la pobreza del llamado Tercer mundo. Beltrán Moya nos advierte que estas posturas no son nuevas:

"La medicina recuperó entre el siglo VI y XVIII el papel político-social que había ejercido en la Grecia clásica a través del neohipocratismo, una teoría naturalista sobre las causas de las epidemias (miasmas y malos aires que emergían de los núcleos de pobreza de las ciudades), que no cuestionaba los fundamentos de la sociedad y el poder, y que podía sustentar la prevención y la terapéutica. De ella podía surgir un discurso revolucionario sobre las causas sociales de la pobreza, o una postura pragmática o acomodaticia resultante de ver a la pobreza en sí misma como causa de los miasmas" (Beltrán Moya, 2006).

Otra área de investigación dentro de este apartado que se presenta cómo susceptible de abordar desde una mirada antropológica es la que hace referencia a la etnomedicina, etnoenfermería, etnofarmacología, es decir, verdaderas disciplinas utilizadas por algunas culturas como alternativas al sistema biomédico hegemónico.

Cuando en los años ochenta del siglo XX autores como Kleinman asientan la idea de que el sistema biomédico constituye una etnomedicina más, un conjunto de creencias y prácticas, entre otras posibles, que un colectivo humano elabora sobre los procesos de salud y enfermedad, se abre un amplio abanico de posibilidades para la Antropología de la Salud (Kleinman, 1980).

Hablamos de un campo que no es nuevo dentro de la etnografía y antropología. En 1993 el profesor Comelles destacaba cómo adentrarse en él representó para el médico luchar con alternativas sólidamente asentadas, puesto que eran fundamentales para la reproducción social. Exigió de ellos un profundo conocimiento empírico del papel que jugaban las prácticas terapéuticas y entidades morbosas delimitadas culturalmente, puesto que en ellas debía articularse la práctica (Comelles y Martínez Hernáez, 1993).

Los antropólogos que se han interesado en los aspectos culturales de la salud y la enfermedad han recalcado que los valores, creencias y prácticas acerca de la salud y la enfermedad de todas las sociedades humanas, son expresión, y parte, de la cultura de esa sociedad y no pueden ser estudiadas aisladas de la cultura. En este sentido, no es de extrañar que, por ejemplo, en una cultura donde la religión es predominante en la organización social, los procesos de salud y enfermedad sean explicados, vividos y enfrentados utilizando el marco de sus creencias religiosas. Cuando se incorporan dimensiones sociales en el abordaje antropológico de la salud/enfermedad, se señala que además del estudio de la cultura, es necesario estudiar la organización social de la salud y la enfermedad en esa sociedad, es decir, su sistema de atención de salud (Helman, 1994). Esther Jean y Flavio Braune sustentan la premisa de que los valores, conocimientos y comportamientos culturales ligados a la salud forman un sistema sociocultural integrado, total y lógico. Por lo tanto, las cuestiones relativas a la salud y a la enfermedad, no pueden ser analizadas de forma aislada de las demás dimensiones de la vida social mediada y compenetrada por la cultura que confiere sentido a estas experiencias (Jean Langdon y Braune Wilk, 2010). Algunos antropólogos, como el doctor Martínez Hernáez resaltan la importancia de profundizar desde una mirada antropológica en éste campo, más aún, habla de las razones que llevaron al fracaso de las primeras campañas internacionales de salud pública puestas en marcha en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo que se debieron a razones tan evidentes como la falta de sensibilidad ante las concepciones culturales y las prácticas médicas de las sociedades autóctonas, y por ello aconseja el acercamiento a la realidad local por parte de los profesionales de la salud para poder desarrollar con más acierto sus programas de promoción y educación para la salud. Es más, éstos profesionales deben tener un adiestramiento antropológico para evitar que se levanten barreras de resistencia que obstruyan o retarden el éxito de los programas (Martínez Hernáez, 2008). Sin embargo, podríamos añadir algo más, es decir, lectura de etnografías recientes como la de Mijares Palacios, nos reafirman en la necesidad de incorporar antropólogos a los equipos multidisciplinares que diseñan y ponen en práctica estas campañas (Mijares Palacios, 2018).

Otra área de aproximación desde la antropología en nuestro tiempo puede ser el análisis del sistema biomédico imperante en Occidente como sistema sociocultural, de tal manera que permita la investigación de sus presupuestos, teorías, rutinas de intervención, etc., desde el análisis simbólico y cognitivo. Es posible realizar trabajo etnográfico e investigación aplicada en los servicios e instituciones de asistencia, de tal manera que sea posible la presentación de conclusiones que conduzcan a la transformación y mejora de los mismos.

Erick Landeros-Olvera afirma que comprender los fenómenos de salud que no se pueden explicar mediante el lenguaje matemático como las creencias y valores de las personas dentro de su medio ambiente, especialmente si están enfermos, representan vacíos de conocimiento que requieren ser explorados desde el paradigma de la etnografía. Hacerlo puede contribuir enormemente a la satisfacción del usuario y a proponer nuevas estrategias de atención a la salud, y no sólo la cobertura basada en una lista de asistencia a una charla tradicional comunitaria, la perspectiva biomédica debe complementarse (Landeros-Olvera et al, 2010).

Es en éste campo donde desde el principio Menéndez se mostró tremendamente crítico, con la teoría y la práctica biomédica que denominó modelo hegemónico, fundamentalmente con la reducción biologicista de su mirada (Menéndez, 1978).

Dentro de éste apartado podemos introducir otra área de investigación que enlazaría con la primera y es la que llevaría a cabo la convergencia entre Antropología y Epidemiología. Ya hemos apuntado más arriba cómo no es posible diseñar programas preventivos sin conocer aquellos aspectos culturales que favorecen o dificultan su aceptación. En éste sentido, Marcial Gondar se preocupa por contribuir a mejorar la eficacia de la atención sanitaria biomédica poniendo de relieve la importancia de tener en cuenta la dimensión cultural de la enfermedad y, más en concreto, de utilizar el factor cultural y lingüístico de un pueblo como herramienta de curación, tomando como referente empírico la cultura campesina gallega (Gondar Portasany, 2013). De la misma manera las condiciones de vida determinadas según estructura social deben ser tenidas en cuenta también en su relación con la salud, es necesario conocer los factores patógenos existentes en algunos colectivos y que pueden tener relación con su posición social dentro de esa escala, así como aquellas variables con influencia morbosa sobre la salud que impiden alcanzar niveles óptimos en ésta, bienestar y felicidad. En el análisis de las prioridades que pudieran detectarse desde la salud pública y que se presentan como áreas de afrontamiento deben tener un papel importante las ciencias sociales, y dentro de éstas la antropología, ésta nos aportará instrumentos valiosos de búsqueda de significados, símbolos, etc., que a su vez clarificarán reglas, normas, ideas, creencias y cuantos elementos culturales rigen los comportamientos sociales. Elementos indispensables para modificar de manera socialmente y asumible las conductas implicadas.

Para poder entender mejor la importancia de la antropología en la medicina ahora se habla de Antropología Médica, que aborda los fenómenos relacionados con la salud y la enfermedad. A través de la antropología, la cual tiene un carácter global y comparativo, nos podemos percatar de que el estudio de la salud y la enfermedad, necesita tener en cuenta no sólo factores biológicos sino también sociales, culturales, económicos, psicológicos, entre otros. Además, los médicos y antropólogos combinan los enfoques biológicos y genéticos con datos culturales y sociales para estudiar diferentes enfermedades. El conocimiento del profesional que ha adoptado la antropología es de fundamental importancia para la medicina ya que el paciente no se ve como un objeto de estudio, sino que el enfermo es comprendido, respetado y apreciado como se merece todo ser humano. Por lo tanto, el médico antropólogo debe tener verdadera vocación por la medicina; una bien lograda formación científica; sensibilidad para atender al hombre enfermo, comprender el sentido de sus palabras y silencios, sus gestos y reticencias; condiciones de humanidad; reconocimiento de la persona, de la dignidad humana y de la libertad; y formación cultural general. El profesional de la salud debe identificarse de tal modo con el paciente, entendiendo que él como persona también está comprometido en la tarea médica, desde que, como persona, él también va a necesitar atención médica en algún momento de su vida (España Arita y Aguilar Guevara, 2004).

En el terreno de la enfermería como ciencia que estudia y trabaja con el binomio salud-enfermedad, y que tiene que ver con el ser humano, el cual se nos presenta en diferentes razas, culturas, clases socioeconómicas o preferencias sexuales, el profesional debe proporcionar a estas personas unos cuidados de calidad, lo cual no ocurrirá a menos que las experiencias vitales de los pacientes, así como sus propias interacciones con el ambiente que les rodea, estén cubiertas, sean entendidas, analizadas y articuladas (Lillo Crespo et al, 2004). Estos autores concluyen que: El desarrollo de los modelos de Competencia Cultural aplicada a la investigación en cuidados de enfermería supone un tema que urge trabajar a corto y largo plazo. Debemos entender que los investigadores dentro del terreno de los cuidados no pueden librarse de su propia cultura ni llegar a ser al cien por cien neutrales, ya que son ellos mismos los que establecen una relación constante con el paciente-cliente que sobrepasa todas las barreras de la objetividad. A su vez, los mismos investigadores son también miembros de varias subculturas dentro de las comunidades humanas a las que pertenecen. Hasta el momento los modelos de investigación no se preocupaban particularmente de resultar atractivos ante la creciente diversidad cultural, ni siquiera se fomentaba su desarrollo. De hecho, la base de conocimientos acerca de la diversidad en el cuidado de la salud es limitada.

Áreas de investigación en torno al complejo salud / enfermedad / cuidado en las enfermedades del pasado

"El estudio de las enfermedades en las sociedades del pasado, además de su interés intrínseco, suministra claves que permiten entender mejor las reacciones sociales frente a la enfermedad e iluminan la búsqueda de respuestas" (Arrizabalaga Valbuena, 1992). Con estas palabras de Arrizabalaga se quiere hacer constar lo que ha sido una constante a la hora de elaborar éste apartado.

La historia de la enfermedad, en particular, la de aquellas que por diferentes razones (demográficas, económicas, políticas, religiosas, psicológicas) han incidido de modo notable en colectividades concretas —las llamadas enfermedades sociales—, constituye un área de estudio al que actualmente consagran sus esfuerzos numerosos investigadores. De ésta manera los estudios históricos sobre la enfermedad han experimentado una renovación temática, conceptual y metodológica. Destaca, en primer lugar, la atención que se viene prestando al estudio de otras enfermedades (epidémicas, endémicas, degenerativas, carenciales, laborales…), y no solo a las grandes epidemias.

Por otra parte, las orientaciones al estudio histórico de la enfermedad han recibido la incorporación de nuevas aportaciones provenientes de otras ciencias sociales, particularmente la antropología, la sociología, la teoría política, la economía y la demografía, que permiten superar las orientaciones histórico-médicas tradicionales.

El estudio de aspectos como la pobreza, las condiciones higiénico-sanitarias de las viviendas, las instituciones hospitalarias, etc., ha estimulado a los historiadores la necesidad de investigar acerca de los aspectos sanitarios, al considerar las conexiones entre la historia de la sanidad y la historia social.

Con un objetivo específico, que proponga un contenido más etnográfico e historiográfico y que tenga que ver con la comprensión de las funciones sociales que la ciencia ha desempeñado en las relaciones del complejo salud- enfermedad-sociedad, se hace necesaria también esa convergencia apuntada más arriba entre Epidemiología y Antropología. Aunque la epidemiología, como ciencia heredada del positivismo decimonónico occidental puede enseñarnos la naturaleza biológica de toda enfermedad, para los historiadores el estudio sobre la incidencia de los episodios epidémicos del pasado pasa por su contextualización histórica.

Es posible también plantear investigaciones históricas desde la perspectiva holística, con análisis globales de la sociedad, y dentro de la división artificial de la Antropología Médica expuesta por De Miguel, quien habla de una epidemiología y estudios ecológicos, un análisis de las actitudes de la población sobre la sanidad y los sistemas sanitarios, y una etnomedicina o "medicina popular" (Kenny y De Miguel, 1980).

La cultura sanitaria, entendida como el conjunto de ideas, valores y creencias que subyacen y dan coherencia al comportamiento sanitario de un grupo social, vemos cómo en su abordaje histórico puede y debe tener un enfoque interdisciplinario, y dentro de éste las aportaciones metodológicas de antropología de la salud y la enfermedad se presentan necesarias para conocer el significado que la enfermedad adquirió en un determinado contexto histórico.

El análisis de la alteridad tanto espacial, temporal y cultural, debe hacer percibir "su particular existencia" y comprender en definitiva que hubo otras formas de organizar la vida, y dentro de ésta otras formas de curar y cuidar a los enfermos.

Desentrañar la madeja que encierra las actitudes, comportamientos, percepciones, construcciones sociales, ideas, opiniones, etc., nos adentra en el mundo de las mentalidades, terreno en el que vienen trabajando desde hace tiempo en el seno de la Nouvelle Historie autores como Georges Duby o Jacques Le Goff. Su objetivo es reconstruir el "imaginario colectivo" y entendiendo por tal cómo hombres y mujeres de una determinada época interpretan su propio mundo.

La historia de las mentalidades desde su inicio poco a poco ha ido ganando batalla tras batalla y dando cuenta cada vez mayor, de tal manera que hoy día su campo de investigación abarca temas, fuentes y campos de conocimiento surgidos de disciplinas como la Antropología, Arqueología, Historia del Arte, Literatura, o la Historia Cultural. Para Michel Vovelle, su análisis constituye la clave de la historia social, entendido como "el estudio de las mentalidades y de la relación dialéctica entre las condiciones objetivas de la vida de los hombres y la manera en que la cuentan y aún en que la viven" (Vovelle, 1985).

Mellafe Rojas define la historia de las mentalidades simplemente como la historia del acto de pensar, siempre que entendamos por pensar la manera que el ego tiene de percibir, crear y reaccionar frente al mundo circundante (Mellafe Rojas, 2004). Josefina Goberna destaca cómo las enfermedades tienen sus propios ritmos que se van modificando a lo largo de los siglos; cada sociedad construye su forma de pensar y sentir las enfermedades. La interdependencia entre las condiciones biológicas y sociales de la vida civilizada, ha ocasionado que cada momento histórico viva de forma distinta la enfermedad (Goberna Tricas, 2004).

El estudio de las mentalidades en las catástrofes colectivas como pueden ser las grandes pandemias se presenta como campo de trabajo complejo, al comprobar cómo en él interactúan factores condicionantes de todo tipo y por el hecho de poderse analizar desde puntos de vista muy dispares.

Molina del Villar en su estudio concluye que el estudio de las epidemias desde el enfoque de la historia social, demográfica y cultural ha permitido explorar distintas fuentes documentales en archivos eclesiásticos y civiles. Y que esta perspectiva de análisis abre una gama de temas de gran interés: población, ecología, economía, política, reacciones sociales, mentalidades. Adentrarse en las epidemias permite vincular el pasado con el presente. Los virus, las bacterias y otros tipos de microorganismos son inseparables de la historia evolutiva del hombre. El éxito reproductivo y la sobrevivencia de estos seres vivos en la historia natural se traducen en la derrota y muerte de otros; en el caso de los humanos, víctimas de la enfermedad que puede disminuir su capacidad y, en el peor de los casos, la muerte. En este sentido, las epidemias y otros tipos de padecimientos producen diversas reacciones sociales: miedo a morir. Para explorar los múltiples efectos que provocan las epidemias se requiere dialogar con otras áreas del conocimiento: la biología, la medicina, la zoología y la ecología. Muchas enfermedades, como el tifo, la peste, el ébola, la influenza, el sida, la fiebre amarilla y el paludismo son zoonosis, es decir se originan en animales y de estos huéspedes pasan al hombre. La alteración del ambiente, la deforestación y el calentamiento, han dado origen a enfermedades (paludismo, fiebre amarilla) (Molina del Villar, 2018).

Amores Bonilla al adentrarse en la historia de las mentalidades como método de análisis histórico, destaca que un planteamiento necesario a la hora de desarrollar esta metodología historiográfica podría ser la microhistoria (Amores Bonilla, 2012). En el recorrido de lo local a lo general es de utilidad analizar y describir las percepciones y descripciones realizadas por testigos directos, en el caso de la enfermedades, los médicos que convivieron y trataron en su día una enfermedad concreta, su percepción subjetiva, opiniones a favor o en contra de la posible contagiosidad, teorías a las que se pudieran ellos adscribir para explicar las causas, consejos, medidas preventivas, cuidados, métodos curativos aplicados y todo cuanto pudiera haber quedado recogido en sus diarios y monografías, se presentan en definitiva como fuentes a las que siempre es necesario acudir y analizar, además si éstas tuvieron su traducción en las decisiones que las autoridades (locales, nacionales o internacionales) tomaran en materia de salud pública. En mi tesis doctoral (Leno González, 2015), este acercamiento desde la microhistoria antropológica quedó plasmado en un apartado en el que hablan largo y tendido a los médicos, auténticos testigos directos de los acontecimientos.

En 1985 Ackerknecht advertía que la visión de la enfermedad como construcción social, se configura a partir de modelos simbólicos y cognitivos que un determinado grupo social dispone y utiliza para aprehenderla. La mirada antropológica y por tanto tratar antropológicamente la enfermedad ha supuesto en la historia de la medicina precisamente relativizar este saber, percibiendo las conexiones entre los paradigmas y axiomas sobre los cuales se asienta el valor, las representaciones e intereses sociales más amplios. Enfermedad y medicina son funciones de la cultura, evidentemente sobre una base biológica, pero no basta con que uno tenga una infección o esté enfermo, es necesario que la sociedad lo sancione como tal (Ackerknecht, 1985).

Años más tarde Martínez Hernáez hablaba de esa incorporación de lo científico y lo biomédico al repertorio que abarca la mirada antropológica, entendiéndola cómo una respuesta culturalista y relativista que amortigua la ofensiva de teorías biológicas en la exploración de terrenos como la subjetividad y la cultura con una duda introducida por la puerta trasera. Una duda que vendría a recordar que la biomedicina y la ciencia son también productos de la vida social y la imaginación cultural (Martínez Hernáez, 2008).

El etnógrafo y su trabajo de acercamiento al estudio de las enfermedades del pasado

En esa aproximación a las enfermedades del pasado, la antropología permite también realizar trabajo etnográfico histórico, es decir, es posible realizar un acercamiento mediante esta herramienta a un objeto de estudio, a priori extraño por su distancia temporal, pero también cultural y social. Siendo ésta una de las características más notables de la disciplina, ese contacto con la nueva realidad, como cualquier etnógrafo o antropólogo debe realizarse mediante la convivencia con el grupo de actores que se pretende investigar, pudiendo ser estos médicos, cuidadores, autoridades con decisiones en materia de salud pública, ya sean civiles, eclesiásticas, militares, etc. Porque cualquier enfermedad (epidémica o no), sólo adquiere sentido e importancia en ese contexto humano, y es aquí donde muestra las formas en que se infiltra en la vida de sus gentes, las reacciones psicológicas, sociales y culturales que provoca, y que da expresión a los valores y creencias en estos campos. La propia etimología de la palabra griega epidemos (sobre el pueblo) confirma plenamente esta idea.

La etnografía surge como una alternativa metódica al interior del proceso tradicional de investigación, su aportación ha demostrado ser valiosa por la relación entre el investigador y el participante, insertos en el medio cultural donde se desarrollan los fenómenos de salud. Esta relación entre los actores hace de la etnografía un método que denota la igualdad como seres humanos. Buscando la comprensión más que la explicación estadística, los participantes no son reducidos a variables, no se manipulan, no es de carácter intervencionista; el etnógrafo prefiere las descripciones en el lenguaje natural, justo en el medio donde tienen lugar los hechos. Pero claro, convivencia con los actores sí, pero a día de hoy no disponemos de una máquina del tiempo que nos sitúe en un tiempo pasado, ni por supuesto conocemos a nadie que viviera en el siglo XIX (pongamos por caso). Por lo que cobra una relevancia especial la elección de las fuentes documentales (actas de reuniones, monografías médicas, etc.), elementos que permiten realizar "etnografía histórica" al presentar la mayoría de las veces un escenario teatralizado, directo, una representación de un aquí y un ahora específico.

La transformación de ese producto histórico en hecho etnográfico fue una tarea compleja, requirió de observación, construcción, interpretación, diálogo y comprensión dialéctica entre espacio-tiempo, información-dato, observación-teoría, elementos necesarios para explicar de manera lo más creativa posible la perspectiva microsocial de los actores involucrados ante un problema de salud específico, en este caso una nueva y desconocida enfermedad.

Este método de acercamiento permite escuchar voces diferentes, apreciar dudas y vacilaciones, alcanzar en definitiva un acompañamiento insonoro del discurso, aunque nos prive de ese "puesto de honor" del que disfruta todo etnógrafo, es decir, el poder ser partícipe activo en "in situ" de la escena que pretende investigar. Este hándicap puede llevar al lector a pensar que por ello no es lícito hablar de etnografía histórica, o no es posible acercarse mediante la etnografía a acontecimientos del pasado. En este sentido es necesario exponer distintos lineamientos:

Estarían por un lado antropólogos que defienden la posibilidad de aplicar, aunque sea de una manera parcial, la metodología etnográfica en contextos históricos. En un cierto enfrentamiento con los historiadores, aquellos no dudan en reconocer que el trabajo de escudriñar archivos no es monopolio de éstos, y que es posible promover un enfoque del material archivado que no sería "extractivo" sino "etnográfico". Esta mirada intenta recuperar algunas voces habitualmente difíciles de oír, y que a priori se considera que "escapan a los archivos". Aun reconociendo la posibilidad de trabajar con la dimensión temporal dentro y desde una perspectiva antropológica, es obligado asumir que el campo de la etnografía histórica sigue muy inestable, a no ser que se convierta ésta en etnohistoria o que las fuentes documentales se analicen desde el punto de vista y la mirada etnológica.

Para resolver dilemas de este tipo no hay nada como acudir a profesionales en la materia. El Dr. Fernández de Rota, antropólogo que profundizó en el campo de la etnografía y antropología histórica, explicó cómo se aceptan sin problema alguno, aquellos trabajos en los que se trata de contextualizar al máximo y dar un relieve lo más cercano posible a los personajes y grupos.

Dentro de los antropólogos que defienden esta posibilidad se encuentra Carmelo Lisón, éste defiende que es posible escudriñar aspectos del pasado con lupa antropológica, que historia y antropología se superponen, que ambas disciplinas estudian al "otro", distante en espacio o en tiempo, siempre diferente y difícil de entender, alteridad, diferencia y distancia, voces extrañas, discursos mentales ajenos que se dan y producen al otro lado de nuestra frontera por lo que es necesario traducirlos. Antropología e Historia tienen que hacer hablar a los silencios de los documentos, reconstruirlos, rellenar huecos, tolerar cierta incertidumbre, ser un tanto generoso con los datos (Lisón Tolosana, 1996).

Hacer hablar sí, pero más importante aún será quizás el saber formular preguntas inteligentes. Las fuentes se nos presentan como un conjunto de textos que pueden reflejar no sólo las diferentes voces que hablan en ellas sino también la cultura de una época, y en el caso del binomio salud-enfermedad la cultura sanitaria. La antropóloga Beatríz Moncó escribe al respecto que: "los textos nos están hablando de unos actores socio-culturales, de sus instituciones, de sus construcciones mentales, de sus creencias, símbolos y realidades, y de cómo éstas se configuran para alertarnos sobre problemas existenciales, de pasiones humanas, de imbricaciones y usos del poder y la autoridad" (Moncó, 2000). Moncó no borra las líneas que separan Antropología e Historia, sino que muestra dónde y cómo se cruzan en unas fronteras mucho más porosas de lo que a simple vista parecen. Ambas disciplinas se asemejan, ayudan, en ocasiones se entrecruzan, pero también ambas se distinguen. La mayor diferencia viene (como se apunta más arriba) por lo más característico del trabajo etnográfico, es decir, la experiencia de la palabra directa, la convivencia con el actor social, el estar "allí". Pero si tenemos en cuenta que el etnógrafo tiene luego que traducir a texto lo vivido y experimentado, sería lícito admitir que una etnografía histórica pueda partir de textos escritos por otros que recogieron el momento. Que, al penetrar en el texto, el etnógrafo puede observar cómo revela significado, intención, valor y generalidad. Que seguramente también los textos hablen y que hay que saber escucharlos, preguntarles y desmenuzarlos. Que también ofrecen silencios, huecos y algunas veces datos falsos por error o intención, elementos que lejos de ser escollos, se deben presentar como faros que guíen nuestra investigación, que exigen a su vez la búsqueda de nuevos datos, pero el resultado final de este quehacer interpretativo de continua devolución del texto al contexto para su exégesis debe permitir exponer aquello que la salud y la enfermedad significa para los propios autores.

Si llegado aquí el lector sigue con dudas razonables, naturalmente se debe a que nos cuesta entender cómo es posible transportarse de esta manera a un tiempo histórico-pretérito. Por esto es difícil utilizar el término etnografía histórica. Aceptando una frontera porosa entre etnógrafo e historiador el investigador puede pasar poco a poco de lo uno y convertirse en lo otro, es decir, en un microhistoriador.

Quizás por esto sea más lícito hablar de estudio Etnográfico Histórico. En suma: sobre fuentes historiográficas, documentales proyectar la sensibilidad antropológica.

Conclusiones

A lo largo de estas líneas he tratado de descubrir, por medio de un proceso de lectura y reflexión de lo leído, diferentes líneas de aproximación desde la antropología al estudio de las enfermedades y sus cuidados en las sociedades del presente y del pasado. Con ello puedo decir que he conseguido extraer las siguientes conclusiones:

Es posible sustentar la premisa de que la cultura sanitaria entendida como el conjunto de valores, conocimientos, creencias y comportamientos ligados a la salud, forman un sistema sociocultural integrado, total y lógico. Por ello como elementos de la vida social deben ser analizados de forma teórica, pero también práctica, en su conjunto y no de manera aislada.

Ante la enfermedad permite desvelar el orden social, diferencias y diversidad cultural, actitudes, comportamientos, estrategias de afrontamiento, rutinas de intervención, valores, creencias, etc. Todas ellas parcelas susceptibles de aproximación desde la Antropología.

Desde la antropología y más concretamente la etnografía como herramienta de acercamiento también es posible demostrar que la enfermedad en un determinado espacio y tiempo tiene su propia intrahistoria y a la vez forma parte de la historia social, con su implicación y su repercusión en la vida cotidiana, en las decisiones de las autoridades y en las principales transformaciones de la sociedad, cuyo origen reside en las percepciones, conocimientos, valoraciones y conductas seguidas; es decir, la cultura sanitaria, a través de la cual se puede conocer el significado que la enfermedad adquiere en un determinado contexto cultural e histórico y los usos sociales a que se presta.

A través del acercamiento antropológico es posible indagar en los factores sociales y culturales implicados en el desarrollo de la enfermedad, con su historia natural, su evolución, pronóstico, etc. Permite una aportación local al estudio de un fenómeno histórico-cultural más general.

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Recibido: 17 de Enero de 2021; Aprobado: 29 de Mayo de 2021

Correspondencia: dleno@unex.es

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