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Temperamentvm

On-line version ISSN 1699-6011

Temperamentvm vol.18  Granada  2022  Epub Apr 17, 2023

https://dx.doi.org/10.58807/tmptvm20224917 

PAISAJES Y PAISANAJES DEL ENFERMERO JUAN DE DIOS

La Oropesa que apacentó la personalidad de un renovador

Oropesa, the city that shepherded the personality of a renovator

Manuel Amezcua1 

1Cátedra Internacional Index ICS. UCAM-Fundación Index. Granada, España

Resumen

Juan Ciudad, futuro San Juan de Dios, llegó niño a la villa de Oropesa, en la provincia de Toledo, para ser criado por una familia dedicada a la ganadería, ejerciendo por ello como pastor. Cuando se hizo mayor se alistó como soldado en las compañías del Conde de Oropesa que desplazó a Fuenterrabía y a Viena en apoyo al emperador Carlos. Tras un periplo de aventuras y andanzas volvería a su ciudad de la infancia para mostrarse como enfermero al servicio de los más necesitados de la villa y su comarca. Las épocas que Juan de Dios residió en Oropesa cobran especial importancia en su biografía, en tanto nos muestran la evolución que se fue operando en su personalidad y que en parte explican la dedicación a su obra de reforma hospitalaria. Con este trabajo se pretende revisar la presencia histórica de Juan de Dios en la ciudad toledana de Oropesa como lugar de residencia de su juventud y la influencia que esta tuvo en la configuración de su personalidad.

Palabras clave: Historia de la Enfermería; Fundadores hospitalarios; Historia de los hospitales; Patrimonio histórico

Abstract

Juan Ciudad, the future Saint John of God, arrived as a child in the town of Oropesa, in the province of Toledo, to be raised by a family dedicated to livestock, thus working as a shepherd. When he grew older, he enlisted as a soldier in the companies of the Count of Gold-pesa who went to Hondarribia and Vienna in support of Emperor Charles. After a journey of adventures and wanderings, he would return to his childhood city to show himself as a nurse at the service of the most needy in the town and his region. The times that Juan de Dios resided in Oropesa take on special importance in his biography, as they show us the evolution that took place in his personality and that partly explain his dedication to his hospital reform work. This work aims to review the historical presence of Juan de Dios in the Toledo city of Oropesa as the place of residence of his youth and the influence it had on the configuration of his personality.

Keywords: History of Nursing; Hospital founders; History of hospitals; Historical heritage

Del Alentejo al Arañuelo, en un viaje lleno de incógnitas que ha dejado una estela legendaria, campo abonado para la especulación y no pocos sesudos enfrentamientos entre los biógrafos de Juan de Dios. O de Juan Ciudad, que todavía quedaban algunos años para que adoptase el alias con el que pasaría a la historia. Cuando en los primeros años del siglo XVI, el menino entra de la mano de cierto clérigo en Oropesa, la ciudad toledana no tenía aún el esplendor que hoy le caracteriza, pues la mayor parte de los principales edificios aún no habían sido construidos. Aun así, lo primero que el infante vería sería la ostentosa torre del homenaje de su bien abastecido castillo, baluarte del condado de Oropesa, un paisaje de calles intrincadas que seguro que al pequeño portugués le recordaría el pueblo que hacía unas semanas había abandonado tal vez para no volver1.

Entre las especulaciones, que si el clérigo lo abandonó a su suerte a las puertas de la iglesia, que si el viaje estaba en relación con su condición de hijo de conversos, que si no se asentó Oropesa, sino en la vecina Torralba2. Da igual, lo único cierto es que fue en la ciudad castellana donde esta alma de Dios forjó la personalidad que tanto le caracterizó, con una profunda espiritualidad y una conciencia de compromiso con los sectores más desfavorecidos de la sociedad de su tiempo. Podríamos decir que Juan Ciudad entró en Oropesa como un pequeño desvalido y salió de ella como un decidido protector de las gentes desamparadas. Un ilustre oropesano de la siguiente centuria, el Licenciado Francisco de Cepeda, escribía que “Juan de Dios vino a la villa de Oropesa, de donde salió y corrió varias fortunas hasta que Dios le levantó para gigante de la caridad”2.

La Oropesa de hoy continúa teniendo la conciencia de que hace muchos años hubo un humilde vecino que realizó una gran obra para la humanidad, y por ello no será difícil rastrear su espíritu entre sus sinuosas callejuelas. Yo lo hice hace unos años, cuando transitando por las planicies del campo del Arañuelo, al borde mismo de la carretera de Extremadura, se me mostró la espigada silueta del castillo del señorío de Oropesa como un viejo guerrero dispuesto para la guarda y defensa de las villas que hacen parte de la Campana de Oropesa.

El viajero queda sobrecogido por la majestuosidad del conjunto monumental de la villa castellana. Las iglesias y palacios que en tiempos de mayor prosperidad se establecieron en la villa salpican hoy un caserío que aún conserva las trazas de lo que fue en el pasado, una villa esplendorosa que dio notables vástagos, entre los que destacan eminentes eclesiásticos y gobernantes, nobles y guerreros, beatos y hasta infantas legendarias y fantasmas famosos. Callejeando, nos encontraremos a algunos de estos personajes, hieráticos, esculpidos en broce, haciendo contraste con las piedras doradas de sus conventos y casonas. Qué paz y sosiego desprende la ciudad que en otro tiempo sirviera de aguerrida avanzadilla en las campañas de defensa del imperio, las que tampoco quiso perderse el joven Juan Ciudad.

En una de sus callejuelas encontramos la oficina de turismo, que ocupa un venerable edificio histórico, el Hospital de San Juan Bautista. Se dice que fue erigido en el siglo XV por Doña María Figueroa, madre de Francisco Álvarez de Toledo, el conde amigo del emperador Carlos. Aunque el mayor impulso del instituto le fue dado por su nieto don Francisco de Toledo, que llegó a ser virrey del Perú y que en su testamento dejó mandas para la consolidación de un hospital que atendiese a los enfermos de Oropesa y su comarca3. Por eso la fachada del inmueble muestra una azulejería con la imagen del benefactor. Se sabe que para este hospital limosneó Juan de Dios ya consagrado a la hospitalidad y que más adelante fue entregado su gobierno a los hermanos que continuaron su obra, así que algo quedó en la institución del carisma del maestro de la caridad.

En la actualidad, el interior del edifico del viejo hospital ha sido tan reformado que cuesta trabajo identificar la función que desempeñó durante siglos, y sin embargo aún conserva como reliquia algunos curiosos grafitis pintados en los muros que realizaron sus antiguos moradores. Al actual hospitalero, o sea, al técnico de turismo, se le iluminó el semblante cuando mostré mi interés por la huella de Juan de Dios en Oropesa. La gente suele preguntar por sus afamados condes o por la legendaria Gumersinda, la princesa que liberó su secuestro pagando su peso en oro, dando lugar así al topónimo de la villa: Oro pesa. Pero preguntar por un santo es otra cosa. Además, daba la coincidencia que el diligente funcionario había estudiado su bachillerato en una escolanía granadina, con lo que conocía bien el significado que el fundador hospitalario tenía para la ciudad de los cármenes.

Lo siguiente, andar los pasos de Juan de Dios en Oropesa con un guía entregado a la pasión de mostrar algunos de los orgullos locales. Comenzando por el Convento del Recuerdo, de las religiosas Oblatas, un edificio del siglo XVI donde según la tradición vivió el pequeño Juan Ciudad. Dicen las primeras crónicas que el pequeño fue acogido por un señor al que llamaban el Mayoral, no se sabe muy bien si porque así se apellidaba o si era en razón del oficio que desempeñaba2. Toma fuerza la segunda hipótesis, suponiendo que el padre de acogida trabajaba para una familia de hidalgos de la vecina Torralba apellidada Herruz. Como también el hecho de que su llegada a esta villa estuviese en relación con los viajes de ida y vuelta de conversos entre Évora y Oropesa en respuesta a edictos persecutorios4. Si así fuera, explicaría la inclinación que Juan de Dios mostró hacia las minorías étnicas.

La casa atribuida a la primera residencia de Juan Ciudad, tiene más aspecto de ermita que de morada y en ella se muestran elementos que le vinculan directamente, como un pozo o una moreda que supuestamente plantó en su patio4. A su frente se abre un callejón que la vecindad ha titulado de San Juan de Dios y que es de paso obligado para acercarse a las atarazanas del castillo, desde donde se aprecia una vista inigualable de la planicie de Oropesa con el telón de fondo de la Sierra de Gredos y los Montes de Toledo.

En realidad, fue en estos campos de pastoreo donde parece haber discurrido la infancia del joven portugués, primero como mozo o zagal y luego como pastor titular4. Caminos solitarios en horizontes infinitos, noches estrelladas muy a propósito para la meditación y el ensueño espiritual, algo de lo que Juan de Dios hizo gala en su etapa de fundador hospitalario. Ya lejos de su infancia, desde su última ciudad de acogida, Juan de Dios no olvidaría a su primera familia benefactora, enviándole medallas y rosarios o cuentas de perdón, como entonces se llamaban.

Ante nosotros se levanta la inmensa fábrica del palacio condal, hoy convertido en parador nacional de turismo, que está pegado a las torres del castillo viejo, constituyendo el complejo monumental más importante de la ciudad. Los condes de Oropesa desempeñaron un papel transcendental en el mantenimiento de la monarquía y la salvaguarda del imperio, coincidiendo con los tiempos en que Juan Ciudad habitó en Oropesa. En esta residencia condal pernoctó en anciano emperador Carlos de camino a su última residencia en Yuste5.

Los Herruz, que estaban al servicio del conde, ya se habían establecido en Oropesa, y con ellos su criado Juan Ciudad. Dice su primer biógrafo que fue en las caballerizas de este palacio donde Juan tomó conciencia primera de la injusticia ante la desigualdad humana. Cuidando los caballos del conde, que veía bien cebados y ricamente guarnecidos, se preguntaba con dolor, cómo era posible que en cambio los pobres de la villa estuvieran flacos, desnudos y maltratados4. Un interrogante para el que ya estaba barruntando una respuesta práctica y contundente.

Fue desde este lugar desde donde, alcanzando la treintena, salió Juan para dos campañas bélicas como criado de su señor o soldado en la compañía que el conde de Oropesa desplazó, primero para liberar a Fuenterrabía del francés, y unos años después para defender Viena del acoso del turco. Estos episodios marcarán la finalización de la estancia de juventud de Juan Ciudad en Oropesa.

En la plaza de armas de la fortaleza hoy no resuenan el relinchar de los caballos ni las voces de los caballeros entrenando sus armaduras. Solo los reflejos metálicos de los domesticados vehículos de los turistas ocupan ordenadamente la explanada porticada, testigo de tantos avatares a lo largo de la historia. Así que nosotros retornamos a la villa para continuar transitando por sus calles blasonadas y sus plazas conventuales. Aquí el arruinado colegio de los jesuitas, donde aún se adivina la oquedad donde dicen que estuvo colocada una cabeza de Jesús esculpida por Juan Ciudad y que desapareció hace tiempo4. Aquí la populosa plaza del Navarro, dominada por la esbelta torre del reloj de la villa en estilo neomudéjar, bajo del cual transitan las personas y coches que entran y salen de la ciudad. Las casas consistoriales y la biblioteca se engarzan con establecimientos para solazar las hambres de los viajeros y la ocasión de llevarse algún recuerdo de las cerámicas rojas del lugar.

Cuando casi un siglo después de su muerte, los seguidores de Juan de Dios armaron su proceso de beatificación, recurrieron como testigos a no pocos vecinos de Oropesa, que por sí mismos o por el testimonio de otros aportaron suculentas noticias sobre los avatares de aquel pequeño portugués que se hizo grande en los campos de la comarca4,5. La mayoría de los testimonios se refieren a la segunda estancia del personaje en la ciudad, ya como enfermero de los pobres. Cosa que pudo ocurrir tras haber realizado su estancia iniciática en el relativamente cercano monasterio de Guadalupe.

Esta vez no se estableció con ninguna familia, sino que se asentó en el Hospital de San Juan Bautista, desde donde intensificó su campaña limosnera y de socorro por toda la comarca. Estimulando las conciencias con su consabido lema “haced el bien para vosotros mismos”, todo lo que recogía en dineros o en alimentos lo retornaba al hospital, o socorría a los presos de la cárcel o lo repartía entre la gente más necesitada de la villa4.

Si durante su periodo de juventud, las noticias sobre su persona son vagas e incluso contradictorias, las voces de sus convecinos nos muestran nítidamente la impronta que Juan de Espera en Dios, como él mismo se nombraba, dejó en la sobria ciudad castellana para todas las siempres. Tanto es así que la octogenaria viuda Ana Miranda, que le conoció bien, nos ha dejado una precisa y valiosa descripción física de su persona: un hombre alto, las cejas pelilargas, bien barbado, ni gordo ni delgado, de buen cuerpo, el cual era tenido por hombre ejemplar.

El Juan de Dios de los gestos edificantes6 se mostraba con toda plenitud entre un vecindario que no dejaba de sorprenderse de los procedimientos asistenciales que utilizaba para sanar los cuerpos y confortar los espíritus. Varios testigos, cuentan el lance que ocurrió a una mujer herida por haberlo interpretado como hecho milagroso, propio de alguien que ha sido tocado por la mano de Dios. Ana de la Torre era la hermana de un espadero que vivía en la calle del Matadero Viejo y llevaba largo tiempo aquejada de unas llagas en una pierna que le producían fuertes dolores. En sus visitas, Juan de Dios, además de confortarla en su pesadumbre, procuraba limpiarle bien las llagas, pero no lo hacía con medicinas sino lamiéndolas con su lengua, a la vez que extraía la podre chupando con su boca las heridas. El caso es que con tales procedimientos la enferma empezó a sentirse mejor hasta que finalmente sanó4,5. ¿Extraña que muchos vecinos comenzaran a mirarle como un hombre santo?

Cuando medio siglo más tarde Oropesa festejaba la llegada de los continuadores de la obra de Juan de Dios para refundar en la villa un hospital, en la plática del capellán de la iglesia de San Bernardo de los jesuitas estimulaba la conciencia de su feligresía por el privilegio de haberle tenido entre sus vecinos: “Sois un pueblo feliz y venturoso por haber criado en esta villa de Oropesa al Hermano Juan de Dios, fundador de los dichos hermanos”4.

Abandonaba mi fugaz viaje a la Oropesa juandediana con la conciencia tranquila. Lo que luego hizo Granada no había sido una cuestión de suerte, de caer en el sitio adecuado en el momento propicio. A tenor de la estela que el personaje dejaba donde asentaba vecindad, había que buscar la clave de su éxito en una personalidad inigualable, en una conciencia atormentada por la injusticia con los más desfavorecidos que trocó en una energía fuera de lo común. En un misticismo utilitario y comprometido que supo transmitir a sus hermanos hospitalarios.

Y fue así como los campos y villas de la hidalga Oropesa vieron forjarse la personalidad de uno de los reformadores más importantes del siglo de Oro. Allí llegó como infante desarraigado, sobreviviendo al desvalimiento y el desafecto. Allí aprendió desde muy niño a ganarse el sustento a costa del esfuerzo y el trabajo. De allí salió para explorar en las milicias otras formas de ser joven. Y, tras un largo periplo y aventuras, a Oropesa regresó para mostrarse como un elegido.

En sus calles medievales, los oropesanos y oropesanas evocan a un santo varón que aún tiene la capacidad de mover las conciencias ajenas.

Bibliografía

1. Amezcua, Manuel. En Montemor-o-Novo, cuna del fundador de la enfermería moderna. Temperamentvm. 2019; 15: e42023. Disponible en: http://ciberindex.com/c/t/e42023. [ Links ]

2. García Sánchez, Julián. San Juan de Dios en el señorío de Oropesa. Beresit: Revista Interdisciplinar científico-humana, 1992; 4: 93-113. Disponible en: http://www.cofradiainternacionaldeinvestigadores.com/wp-content/uploads/2014/06/Cap-7-4.pdf. [ Links ]

3. Gómez Jara, Jesús; Maquedano Carrasco, Bienvenido. El Hospital de San Juan Bautista de Oropesa (Toledo). Toledo: Diputación Provincial de Toledo, 2002. [ Links ]

4. Reviriego Alía, Miguel Angel. San Juan de Dios en Oropesa. Diputación de Toledo, Ayuntamiento de Oropesa, 2003. [ Links ]

5. Gutiérrez, José Manuel. Rincones perdidos de Oropesa. Toledo: el autor, 2015. [ Links ]

6. Amezcua, Manuel. Misticismo y melancolía. Reforma de los cuidados de salud mental en la España Moderna. Rev Rol Enferm 2004; 27(12):40-48. [ Links ]

Nota:Todas las fotografías incluidas en este artículo pertenecen a su autor.

Recibido: 18 de Abril de 2022; Aprobado: 10 de Mayo de 2022

Correspondencia: secretaria@ciberindex.com

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