“Y nada quise más que tus cuidados”
Luis García Montero, Un año y tres meses (2022)
E1 pasado 24 de enero presentó Luis García Montero, en Cádiz, su poemario Un año y tres meses, acompañado por la escritora jerezana Josefa Parra y el escritor y periodista algecireño Juan José Téllez, en una sala llena de emociones en la que en todo momento estuvo presente la memoria de Almudena Grandes, a la que está dedicado el libro de principio a fin [Figuras 1 y 2]. Un libro, pienso, que a pesar del merecido éxito que está teniendo, al poeta nunca le habría gustado escribirlo; un libro que seguro desearía arrojar al fuego a cambio de seguir celebrando la vida junto a Almudena Grandes en la Arcadia de los veranos sureños, recuerdo ahora su bello poema Memoria de la felicidad (Playa de Rota) (García, 2011 y 2018).

Fotografía de F. Herrera (2023).
Figura 2. Luis García Montero en la presentación, en Cádiz, de Un año y tres meses.
Un año y tres meses es un libro de dolor y duelo, pero sobre todo de amor y vida, que enlaza con aquel otro que en 1998 le dedicó a Almudena Grandes, Completamente viernes; un libro éste de inauguración del amor en que el poeta escribió que la ausencia es una forma del invierno (García, 2018):
con ese mismo invierno de cuando tú me faltas,
con esa misma nieve que ha dejado en blanco,
pues todo se me olvida
si tengo que aprender a recordarte.
El poeta, en la presentación, habló de la dificultad de escribir un libro como Un año y tres meses, sin incurrir en lo cursi y en lo patético, en el que aflore la poesía al dialogar con el vacío y contar la experiencia de la enfermedad y de la muerte, desde la fecha del diagnóstico (septiembre de 2020) a la del fallecimiento de Almudena (noviembre de 2021). Un tiempo marcado por la pandemia y por la disciplina de la resistencia, de la lucha contra la enfermedad para que el futuro siga estando en su sitio. En Completamente viernes el poeta escribió aquello de “nunca sé despedirme de ti” (García, 2018); ahora, en este otro libro, no se trata de cartografiar la despedida como un geógrafo, sino de celebrar lo que han vivido juntos y de proclamar también que “la muerte es miserable, miserable, /la muerte es miserable” (García, 2022a). Ángel González, amigo de ambos escritores, solía decir que “hay que saber perder para no darse por vencido” (García, 2022b); todo esto lo expresa García Montero, refiriéndose a la obra y a la enfermedad de Almudena, en el poema La resistencia:
Una hermosa palabra
que tantas veces llega hasta nosotros
en manos de la historia.
Es la razón del viento
en casi todas tus novelas.
Recientemente el poeta ha escrito que la capacidad de resistencia tiene que ver menos con el optimismo que con la melancolía:
Por eso conviene recordar que la melancolía más profunda no responde al pasado, sino al futuro, o de manera más precisa, a un pasado que contaba con un futuro en su sitio. El futuro que se queda sin lugar es más melancólico que la memoria del tiempo perdido (García, 2022b).
Observé, durante la presentación del libro, que las palabras que con más frecuencia brotaban de los labios de García Montero eran 'cuidar', 'cuidados', 'cuidarse', 'cuidarnos'; estas palabras señalaban que la convivencia con la enfermedad es un “espacio de cuidados” donde debe habitar 'la calma'. Espacio en que se cuida al enfermo, pero donde el enfermo cuida también a las personas que quiere; en una entrevista realizada por Juan Cruz al poeta, éste señaló con precisión una de las formas de cuidar el enfermo a los demás: “A veces el optimismo es una máscara para ocultar el miedo o la preocupación que puede hacerle daño al otro” (Cruz, 2022).
Sobre 'la calma' cabría apuntar que no siempre los enfermos y los familiares la consiguen durante el proceso largo de una enfermedad, sino que a menudo arden las ramas secas de la vida azuzadas por el fuego de la crispación en las familias. No siempre el amor es una luz negociada o paseos crepusculares “para que no te dañe el sol”. La calma, esa calma que cada vez tenemos menos en la vida, en nuestras vidas. Calma para “la resistencia física y mental que exigía la quimio”, “o de la Navidad sin cabellera”, o “cuando el amor pasó por el quirófano”. La calma ante las duchas difíciles, “los duros transbordos para llegar al baño” o los cuidados paliativos (García, 2022a).
La calma, también, cuando se constata que existe la verdad en las ficciones, cuando vigilan los maniquíes,
con su sombra de ojos
y sus pelucas educadas (…).
Cabellos en el viento de la vida,
tristezas rubias, pelirrojas, negras,
ordenadas por la quimioterapia.
Eres tú, le comento, y me sonríe.
Ninguno de los dos, ninguno, nunca,
habíamos sentido de este modo
que existe la verdad en las ficciones.
Nunca tuvieron las miradas
tanto amor a la vida.
En la tarde gaditana de enero, ante una sala expectante y escuchante, brotaron con serenidad de los labios del poeta los versos de un poema titulado Los cuidados; en ese poema toma un verso de Góngora, citado por Jaime Gil de Biedma en De Senectute: “Y nada temí más que mis cuidados” (Cruz, 2022); al final del poema ese verso aparece luminosamente transformado:
Mirar con otros ojos
las tallas de las camisetas.
Escuchar con oídos diferentes
los rumores del baño.
Soportar las llamadas ajenas, los avisos,
por no dejar el móvil en silencio.
Vivir el suelo, vigilar un orden
que evite las caídas y los sustos.
Pensar en la comida
sin ganas de comer,
masticar la palabra nutrición,
el miedo a la diarrea,
los horizontes de la hemoglobina.
La ropa sucia deja de oler mal
porque ya se ha mezclado
con todo lo que somos y sentimos.
Son cosas de la vida,
suburbios del presente, domicilios de amor
que se habitan lo mismo que un recuerdo.
Y nada quise más que tus cuidados.
Los cuidados, la calma, el dolor y el duelo, que se manifiestan en varios versos, y especialmente en el poema Asuntos familiares (García, 2022a):
El juicio final para nosotros
es saber si es peor
la suerte del que muere o del que permanece
aquí sin más sentido que la nada.
Uno de los dos muertos debe seguir de pie.
Te beso mientras pasan en calma los silencios.
Nunca había previsto que me tocase a mí
cerrar la puerta, apagar la luz
cuando el reloj se agote,
cuando desaparezcan los aviones,
los barcos o los trenes
y este viajero amigo y desdichado
se quede sin oficio de viajar.
Me asusta su monólogo,
el eco despiadado de mi sombra.
“El eco despiadado de mi sombra”. Este verso ha traído a mi mente el libro de Marie de Hennezel, La muerte íntima, especialmente este párrafo: “Uno nunca sale indemne de un viaje al corazón del sufrimiento” (Hennezel, 1996). Y también esta rotunda reflexión de Simone de Beauvoir en Una muerte muy dulce:
Pero no. No se muere de haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de algo. Saber que mi madre por su edad estaba condenada a un fin próximo no atenuó la horrible sorpresa: tenía un sarcoma. Un cáncer, una embolia, una congestión pulmonar: es algo tan brutal e imprevisto como un motor que se detiene en el aire. Mi madre alentaba al optimismo cuando impedida y moribunda ella afirmaba el precio infinito de cada instante; asimismo, su vano encarnizamiento desgarraba el velo tranquilizador de la superficialidad cotidiana. No existe muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia cuestiona al mundo. Todos los hombres son mortales; pero para todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta, es una violencia indebida (Beauvoir, 1979).
En el poema Últimos pasos, Luis García Montero, parece darle la razón a Beauvoir cuando afirma que “la muerte es miserable” (García, 2022a):
No me atrevo a decir que esto no es un poema,
pero la muerte ahora, lo confieso
y digo la verdad,
no es un asunto literario.
Me rodea lo mismo que un desorden,
lo mismo que la sombra que me sigue
por esta calle solitaria,
la calle que soy yo,
lo confieso y lo digo de verdad.
Leyendo este libro pienso que el poeta ha reflexionado mucho en su obra sobre el “yo biográfico” y el “yo literario” que se comparte con los demás; en mi caso, el poeta ha conseguido que habiten mis emociones en sus poemas, sobre todo cuando llevo a la conciencia la luz de los que me han cuidado de verdad en mis caídas en la vida o en mis enfermedades. No se olvide que Luis García Montero, como estudioso de la literatura, ha escrito en su libro Poesía, cuartel de invierno que
la poesía representa hoy el refugio intelectual de la conciencia de los individuos (…). La conciencia poética supone diálogo con el otro y con lo otro, reconocimiento personal en las otras voces y en la distancia que debemos asumir ante nuestra propia voz (García, 2002).
Un año y tres meses es un libro 'completamente viernes' para siempre. A pesar de que el poeta está “pisando soledades y recuerdos”, que sabe y asume que “el mundo es un hotel/sin libro de reclamaciones” y que la muerte es miserable, en cambio tiene presente los versos de Joan Margarit, sobre su último año de vida, escritos en Animal de bosque, libro dedicado a Mariona Ribalta, “la Raquel de toda mi obra” (Margarit, 2021):
También en este último: cuando, debilitado
por una quimio que no me ha podido
curar este linfoma, te he tenido a mi lado
con la misma sonrisa, y ayudándome
a componer estos poemas.
Te los ofrezco hoy, acabado este año
que para mí ya está entre los que fueron
los más felices de mi vida.
Luis García Montero termina el libro con unos versos que sintonizan con los de Joan Margarit, enfermedades paralelas las de Joan y Almudena:
comprendí la factura de querer
de un modo tan completamente viernes.
Comprendí el argumento de esta historia
en la noche estrellada,
una historia de amor,
este año y tres meses,
estos días finales que ya son,
ahora, recordados,
los más felices de mi vida.
En esa tarde de enero, al finalizar la presentación del libro, mientras hacía fotografías observé a algunas personas con los ojos húmedos, probablemente porque también habían perdido su Arcadia feliz y habitaban en el “yo literario” del poeta, en sus poemas de vida, amor, enfermedad y muerte [Figura 3]. Pensé en la vulnerabilidad, en la interdependencia y en la afirmación de algunos filósofos de que los cuidados deben ser un derecho fundamental, pero también un deber personal (Camps, 2021), así como que tenemos el deber de cuidar a los que cuidan, a aquellos que aplaudimos durante la pandemia y ahora se les niega el pan y la sal. Me acordé también de los voluntariosos cultivadores de la sociopoética y de la poesía de los cuidados (Siles, 2014 y 2020); sin duda, ellos encontrarán en este libro, que acrisola la experiencia personal de Luis García Montero y Almudena Grandes, un territorio poblado de vivencias y sentimientos que puede servir en las aulas universitarias, en los hospitales, en los centros de salud y en las casas para humanizar aún más los cuidados y la asistencia a los enfermos.

Fotografía de F. Herrera (2023)
Figura 3. Luis García Montero en la presentación, en Cádiz, de Un año y tres meses.
Quizás todo lo expresado, cabe en el verso que encabeza estas anotaciones: