Introducción
En el siglo XX se vivieron periodos convulsos en España. Con el objetivo de reforzar la atención sanitaria en tiempos de conflicto y emergencia, Mercedes Milá, prima del Conde de Montseny, José Mª Milá, fundó el cuerpo de Damas Auxiliares de Sanidad Militar. Inspirado en modelos militares como el británico y el estadounidense, este cuerpo no solo suplió la escasez de personal sanitario en momentos críticos, sino que también contribuyó a la profesionalización y el reconocimiento de la Enfermería en el ámbito militar español. Mercedes Milá puso en evidencia la necesidad de contar con más personal para atender a heridos y enfermos, especialmente tras la Guerra Civil española.1
Las Damas debían ser de procedencia noble o militar, trabajar de forma altruista y mostrar una inclinación por las cuestiones sociales y sanitarias.2 La formación, de dos años de duración, era impartida por médicos militares y no solo se centraba en técnicas de cuidado y prácticas formativas, sino también en instrucción militar. Sus funciones abarcaban desde la asistencia sanitaria hasta la participación en maniobras y misiones, además de tareas administrativas y roles de supervisión, como inspectora general, responsable regional o secretaria de inspección, encargadas de la formación y coordinación del personal. Se esperaba de ellas disciplina, organización y la capacidad de integrarse en el sistema militar sin interferir en su funcionamiento.1-3
Este cuerpo marcó un hito en la historia del cuidado sanitario en España, destacando la importancia de la formación y el compromiso humanitario. Además, permitió que muchas mujeres participaran en labores sanitarias y de cuidado en un momento en que las oportunidades laborales para ellas eran muy limitadas.1-5 Su participación fue esencial, no solo para cubrir las necesidades durante los conflictos bélicos, sino también porque representó la irrupción de la mujer en un ámbito dominado hasta entonces por hombres, sentando las bases para su futura integración en el ámbito militar.
El Cuerpo Especial de Damas Auxiliares de Sanidad Militar fue declarado extinto en 2003. A lo largo de sus 62 años de existencia, cerca de 10.000 mujeres obtuvieron el diploma de Damas Auxiliares, alcanzando su máximo auge en 1985, cuando se registraron alrededor de 7.000 integrantes. Una Dama de Sanidad ilustre fue Fabiola de Mora y Aragón, reina de Bélgica, que se formó en las filas de este cuerpo en su juventud.1,4
Mercedes Moll de Miguel es conocida por ser una de las 27 mujeres que participaron en la firma de la Constitución Española, y también fue Dama Auxiliar de Sanidad Militar.6 Mercedes me recibió con gran generosidad en su casa de Granada, donde, una tarde de julio de 2024, conversó abiertamente sobre esta etapa de su vida que, aunque no es tan conocida como su faceta política, dejó una profunda huella en su trayectoria y en su manera de enfrentar las adversidades.
Con el propósito de exponer el rol y el contexto histórico y social de las Damas Auxiliares de Sanidad Militar, se recurrió al método biográfico para recoger el testimonio de Mercedes. A través de una entrevista en profundidad, su relato fue grabado y transcrito, y posteriormente estructurado siguiendo la metodología del Relato Biográfico.7 La versión final del testimonio fue revisada y validada por la propia informante. Del análisis de la entrevista, emergieron cinco categorías temáticas, que abarcan desde el contexto familiar, su experiencia ejerciendo de Dama Auxiliar de Sanidad Militar en Melilla, hasta su incursión en la política durante la transición española. El relato de Mercedes refleja los cambios sociales de España a lo largo del siglo XX. La informante encarna cómo las mujeres comenzaron a ocupar espacios que tradicionalmente les estaban vedados. Además, el aprendizaje de valores como el trabajo en equipo, la predisposición al servicio y la disciplina, pilares fundamentales de la Sanidad Militar, llevó a Mercedes a impulsar cambios sociales, como promover el acceso de las mujeres a la formación o cuestionar estándares familiares profundamente arraigados. Su papel en la política y en asociaciones es también testimonio de su liderazgo y visión.
En definitiva, la trayectoria de Mercedes Moll de Miguel ejemplifica cómo el compromiso con el cuidado y los valores adquiridos en la Sanidad Militar, no solo transformaron su vida personal, sino que también la posicionaron como un referente de cambio social. Su experiencia en este cuerpo fue mucho más que formativa: fue una escuela de liderazgo y humanidad, valores que contribuyeron al fortalecimiento de la sanidad como un ámbito de atención integral y comprometida.
La familia: el refugio en tiempos difíciles. Nací el 4 de febrero de 1940 en el barrio de Chamberí. Antes de la Guerra Civil, mis padres atravesaron momentos muy difíciles debido a la pérdida de tres de mis hermanos mayores, en una época en la que no existían antibióticos ni apenas medicamentos. Más tarde, tuvieron nueve hijos: tres niñas y seis niños.
Yo era la segunda hermana, y detrás de mí venían siete más. Siempre he tenido como referente a mi hermana María del Carmen, una persona extraordinaria. Fue premio de excelencia del bachillerato en el colegio de Sagrado Corazón de Sarriá, además de ser inteligente, bondadosa y humilde. Recuerdo que, cuando la felicitábamos por sus matrículas, ella siempre decía: "Ay, no, si solo ha sido suerte en el examen". Esa modestia la ha caracterizado siempre.
Vengo de familia militar. Mi abuelo Francisco Moll de Alba, combatió en la Guerra de Cuba, lo hirieron y pasó al cuerpo de inválidos con la consideración de coronel. Su hermano Sebastián Moll de Alba, lideró el combate entre Ain-Yir y Zoco Telata de Anyera, fue gravemente herido, pero continuó en batalla. Finalmente murió junto con su hijo, Luis Moll Garriga. Por su heroísmo, se le concedió póstumamente la Cruz Laureada de San Fernando, la más alta distinción militar española. Por parte de mi abuela, su padre Fernando Carbó Díaz era teniente coronel de infantería, condecorado en Filipinas.
Mi padre era militar y falleció siendo coronel de intendencia. En 1944, cuando era más joven, lo destinaron a Barcelona, y allí nos instalamos definitivamente. Fue en esta ciudad donde recibimos nuestra educación. Nosotras estudiamos en el Sagrado Corazón de Sarriá, ya que mi abuela Mercedes, la madre de mi padre, había sido alumna del Sagrado Corazón de Leganitos. Su padre, también militar, llegó a ser ministro de Gracia y Justicia. El Colegio del Sagrado Corazón de Leganitos, estaba situado frente al Palacio Real, donde residían las familias de los militares con altos cargos de responsabilidad.
Me siento muy orgullosa de haber estudiado en el Sagrado Corazón, donde pasé varios años como interna y que, de alguna manera, dejó una profunda huella en mí. Era un colegio muy exigente y austero, a pesar de su carácter elitista, y guardo un gran orgullo por haber vivido esa etapa. Más tarde, decidí llevar también a mis hijas a ese colegio (ver Imagen 1).
Mi madre tuvo doce hijos y recuerdo cuánto influyó en nuestras vidas. Era una mujer tremendamente inteligente. Nació en 1909 y, en su época, logró algo poco común: estudió en el instituto de Ávila, donde completó el bachillerato con matrícula de honor. Su sueño era ir a Madrid para estudiar Medicina, algo que le hacía mucha ilusión y que estaba a su alcance. Sin embargo, al comenzar en relaciones con mi padre, quien era alumno de la Escuela de Intendencia del Ejército en Ávila, aquella posibilidad quedó descartada. En ese tiempo, para mi padre era impensable que su novia se marchara a Madrid, así que mi madre decidió quedarse, se casaron y en 1931 se trasladaron a Barcelona. Al llegar, se encontraron con una intensa agitación política y social tras la proclamación de la Segunda República Española. Años más tarde, entre 1941 y 1943, mi padre se alistó como voluntario en la División Azul, dejando a mi madre en Barcelona. Tras un tiempo destinados en la ciudad condal, finalmente regresaron a Madrid.
Recuerdo una infancia felicísima. Es cierto que, en los primeros años, justo después de la guerra, hubo mucho paludismo. Según se decía, fueron las tropas marroquíes que ayudaron al bando nacional quienes lo trajeron, y una niñera me lo contagió. Eso hizo que tuviera que estar medicada, aunque apenas lo recuerdo. A pesar de ello, fui muy feliz. Con mis hermanos estábamos muy unidos y vivíamos en un barrio precioso, el de la Bonanova en Barcelona. En el colegio me sentía perfectamente adaptada, con unas compañeras estupendas, y guardo recuerdos maravillosos de aquella época. En casa, la convivencia con mis hermanos era fantástica, y mi madre, aunque cariñosísima, era también muy exigente. No nos dejaba pasar ni una, y ahora, con el tiempo, veo que lo hizo muy bien. Con todo lo que me ha tocado vivir, si no hubiera sido tan fuerte como mi madre me enseñó a ser, no sé cómo habría salido adelante. Era fuerte en el sentido de darnos solo lo que realmente necesitábamos, sin concedernos caprichos. Nos mantenía firmes y eso fue esencial.
Mi padre era estupendo, mucho más permisivo. Siempre decía: "Padre concede". Si sabíamos que algo nos iban a negar, acudíamos directamente a él. Mis padres eran encantadores y se querían muchísimo y eso nos hizo tener una vida e infancia muy felices.
Dama de la Sanidad Militar: el descubrimiento del cuidado profesional. Estudié en Barcelona en la Escuela de Magisterio, donde hice la carrera, y luego me especialicé en Pedagogía Terapéutica. Sin embargo, un día, hablando con unas amigas del colegio que me encontré en el club de polo, recuerdo que dijeron: "Vamos a hacer los cursos de Damas Auxiliares de Sanidad Militar". Esto no tenía nada que ver con la universidad, sino con estudiar directamente en el Hospital Militar de Barcelona. Se lo comenté a mi madre, quien, además de conocer a la superiora del Hospital Militar, habló con ella y terminó por convencerme. Esa conversación cambió por completo mi vida. Hay detalles en la vida que parece que no van a mover nada y son capaces de provocar un giro en tu devenir. A raíz de esa decisión, estudié en el hospital militar, conocí al cirujano jefe, César de Requesens Manterola, y, a los dos años, me casé con él (ver Imagen 2).
Entré al hospital con 18 años. Éramos doce o catorce mujeres las que estudiábamos. Los estudios tenían una duración de dos años (ver Imagen 3). Para acceder, no era necesario ser hija de militar, solo te exigían tener el bachillerato y algunos estudios previos. Allí, los especialistas en pediatría y cardiología nos daban las clases teóricas, y las prácticas las hacíamos en las clínicas de cada especialidad. Pasábamos por las distintas áreas haciendo prácticas. No eran estudios reglados ni universitarios, pero sí eran específicos para ser Dama de Sanidad. Recuerdo, en particular, que también nos formamos en Medicina Nuclear, un área en la que Barcelona fue pionera, lo que nos permitió acceder a conocimientos muy avanzados para la época. Este sistema surgió a raíz de la guerra, cuando la Duquesa de la Victoria instauró la Cruz Roja, enviando a las primeras Damas a la guerra de Marruecos. Ellas prestaron un servicio invaluable; eran mujeres de clase adinerada que no trabajaban por dinero, sino por un gran afán de servicio. Lo que se organizó dentro de la Cruz Roja se replicó en los Hospitales Militares, comenzando con el Hospital Gómez Ulla en Madrid y luego en otros destinos. No había muchos, solo en Madrid y Barcelona, que yo recuerde.
Vocación y servicio en un entorno de disciplina. El día a día no era tan distinto al de ahora. Los médicos militares tenían a sus ayudantes residentes, especialistas, ATS, Damas militares y la inestimable ayuda de las Hermanas de la Caridad. Las Damas, por ejemplo, pasábamos sala con los médicos, también estábamos en las distintas especialidades como geriatría, pediatría, medicina interna, cirugía, etc. Antes, todos los que trabajábamos en un hospital militar recibíamos formación tanto médicos como Damas, específicamente para atender a militares y familiares. Por ejemplo, si hay una guerra en Afganistán, son los militares los que van, no un médico normal. Lo que ocurre es que, en el tema de defensa, ha disminuido porque antes, por ejemplo, existía la obligatoriedad del servicio militar, que ya no existe. Cada año, miles de españoles estaban en el regimiento, en instrucción, lo que generaba una gran necesidad. Al eliminarlo, la situación ha cambiado muchísimo. Ahora las guerras se resuelven de otra forma más diplomáticamente. No obstante, siempre hay un contingente militar, porque pasan cosas, pero es distinto, después del franquismo es totalmente diferente.
En los hospitales militares había un nivel de relación y un respeto exquisito; cada uno sabía cuál era su lugar porque todos eran vocacionales. El protagonista era el paciente, y se le ponía alma, vida y corazón, junto con el espíritu militar de disciplina. A nadie se le ocurría moverse de su puesto. Cuando a una persona le dolía algo, daba igual el rango, y eso era muy bonito. El dolor es dolor, y la atención es la misma, sea quien sea. Cuando entra la enfermedad, todos son iguales. Mi marido lo decía: "Es la Providencia quien decide, pero las manos del médico o de los profesionales que estamos ahí son las que hacen que la persona salga adelante o no. Es una responsabilidad".
El médico y el ATS eran por oposición, y tenías que tener disposición de servicio, porque había guerra y te cambiaban de destino. Las religiosas, por su parte, pertenecían a una orden y estaban en todos los servicios; podía haber alguna especialista, como anestesista, pediatra, etc. Yo fui de las últimas generaciones, luego las Damas desaparecieron porque tenían que ser enfermeras y hacer la oposición, así que se eliminó lo de las Damas. Pude ejercer junto a mi marido, que era cirujano militar, cuando, ya casados, nos destinaron a Melilla. Al no estar homologadas como universitarias, solo podíamos desempeñarnos dentro del ámbito militar. Fue una experiencia buenísima, y, sobre todo, el poder trabajar con mi marido mano a mano. Estábamos todo el día juntos, por la mañana y por la tarde en la Seguridad Social, porque también era cirujano en la Obra Sindical del 18 de Julio, además de atender a enfermos particulares. También es cierto que contaba con la posibilidad de un buen servicio doméstico en casa, lo que me permitió disfrutar de esta experiencia, incluso teniendo a los niños pequeños.
Yo tenía vocación de ayuda y de servicio, y siempre me ha gustado servir al otro, especialmente en pediatría. Me quedo con una época en la que fui feliz, me sentí muy realizada y estuve casada con un hombre extraordinario. Viví experiencias que no correspondían ni a mi época ni a mi edad. Mi marido era bastante mayor que yo, tuve un respaldo total y unas vivencias que, si no fuera por su experiencia, no las hubiera vivido. Fue querido por mucha gente, y eso se extendía también hacia mí; me tenían mucho respeto y cariño. Había algo gracioso: mucha gente venía a mí para explicarme su dolencia, porque les "daba fatiga" decírselo a mi marido. Casi yo era la traductora muchas veces, pero lo hacía con mucho gusto.
De mi experiencia en el Hospital Militar de Melilla, recuerdo cuando el gobernador de Nador enfermó de una hernia discal y por medio del Cónsul de España en Nador, Carlos Rober Piquer, que era cuñado de Fraga Iribarne, requirió a mi marido para que lo operaran. Debido a la confrontación de España con el Sáhara hubo que pedir permiso al Ministerio de Asuntos Exteriores para abrir la frontera.
Tuve la suerte de vivir una experiencia extraordinaria. Las esposas de los amigos de mi marido estaban en sus labores, pero no ejercían como yo tuve la oportunidad de hacerlo. Además, esto nos unió mucho a mi marido y a mí. Él murió de un ictus fulminante, a los 48 años. Recuerdo que estábamos en Sevilla, y al día siguiente nos íbamos a un Congreso de Traumatología en Milán; lo teníamos todo preparado, pero Dios dispone las cosas.
Reinvención y liderazgo femenino: la construcción de un lugar propio. Después de la muerte de mi marido, me mudé a Granada porque mi padre ascendió a coronel de Intendencia y tenía intención de venir a ocupar una vacante aquí. Sin embargo, sufrió un accidente y eso no ocurrió, por lo que me quedé sola. Me dieron la concesión de una expendeduría porque era viuda de un militar, lo que me otorgaba una puntuación especial en el concurso. Así, ya no pude moverme, ya que no se permitían traslados, y fue entonces cuando hice toda mi vida en Granada.
Cuando llegué a Granada, me encontré con una ciudad muy marcada por el concepto de "esposas de". No estaba bien visto que una mujer trabajara, pero como me dieron la concesión de la expendeduría, me puse a gestionarla. Por un lado, contraté a dos empleadas, y por otro, me encargué de gestionar las relaciones públicas del negocio y la venta de los efectos timbrados. Para ello, utilicé los contactos que tenía con empresarios y otros colaboradores.
A propuesta del provincial de los jesuitas, padre Matías García, me hice cargo de la Asociación de Viudas de Granada. Me cedieron un local al lado de la iglesia de los jesuitas en Gran Vía, y eso fue providencial. La viuda clásica, que debía estar encerrada en su casa, pasó a participar con entusiasmo en nuestras actividades. Los martes, jueves y sábados organizábamos conferencias, meriendas y, los sábados, celebrábamos la Eucaristía, y luego las que querían nos íbamos a cenar a algún restaurante. Imagínate, señoras que rara vez salían de sus casas, salvo para ir a misa, y de repente decían: "Hoy no voy a cenar". Y claro, los hijos preguntaban: "¿Qué? ¿Y dónde vas?", y ellas respondían: "Voy a cenar con Merche, que vamos a inaugurar el hotel de este y este". Fíjate que los hoteles que se inauguraban nos llamaban para que fuéramos, porque cada una de nosotras llevaba a gente posteriormente, era una estrategia también. Y esto cambió la vida a mucha gente. Organizábamos viajes, fuimos a Marruecos, a París, Roma, en los años 60, donde viajar no era normal. Y ya solas, imagínate. Las conferencias también favorecieron el boca a boca; catedráticos de la Universidad nos recomendaron al conocernos. A nosotras nos ayudó mucho Miguel Guirao. El nivel de expectativas se abrió para muchas personas, y eso fue, para mí, extraordinario.
Tengo también una anécdota, y una de las cosas que más me ha satisfecho poder hacer en la Asociación de Mujeres Empresarias, otras de las asociaciones que fundé, y fue darles la oportunidad a las esposas de los empresarios de liderar el negocio de sus maridos. Observé que había señores que, con todo su esfuerzo, levantaban una empresa, pero como sus esposas no estaban formadas, dejaban la gestión en manos de parientes o hermanos, y la mujer dejaba de formar parte del negocio familiar. Lo planteé en una reunión en la que estaba Carlos Ferrer Salat, el primer presidente de los empresarios a nivel nacional, y tuvimos un encuentro en Loja, si no recuerdo mal. Yo era vicepresidenta de la Federación de Empresarios de aquí, y allí había 300 señores y yo. Me dieron la palabra y les dije que estaba encantada de estar allí representando a las mujeres, pero que debían formar a sus esposas, porque, aunque todos eran amigos míos, yo era viuda desde los 28 años. "Vosotros no os vais a morir, por supuesto, pero si, Dios no lo quiera, alguno fallece y deja la empresa, y como su mujer no sabe gestionarla, puede acabar malvendiéndola, lo cual sería una pena, porque no dejaríais huella. Hay que formarlas para que, junto a vosotros, puedan llevarla". Fue muy gracioso porque el maître, que me conocía, me dijo: "Doña Mercedes, el segundo plato lo han retirado entero". Claro, les había dicho que podían morir y que su empresa podría quedar en nada si no había quien la heredara.
Gracias a Dios, eso ya no existe, porque desde el momento en que la mujer pudo estudiar sin problemas y trabajar, las señoras viudas pudieron continuar con su vida perfectamente. Pero, claro, a mí me tocó vivir un momento social en el que había que cambiar la estructura mental y social que se tenía sobre la mujer. Y me alegra que algunas mujeres pudimos hacerlo.
El despertar de una conciencia política. La expendeduría y las asociaciones fueron el punto de partida para que, a mí, que no era granadina, se me conociera. Cuando llegaron las primeras elecciones constituyentes, después de Franco, me buscaron de Unión de Centro Democrático (ver Imagen 4). Me lo ofrecieron reiteradamente y acepté. Estaba en el tercer puesto de la lista. Y allí me sentí muy bien porque las mujeres teníamos voz, y para mí fue muy satisfactorio. Fui vicepresidenta de la Comisión de Justicia y tuve la oportunidad de colaborar, ya que Adolfo Suárez era de Ávila y yo le conocía desde joven, pues mi madre era de allí. Ambos confiamos mucho el uno en el otro. Estuvimos en Venezuela, en Dinamarca… y fue un honor representar a España, ser una de las firmantes de nuestra Constitución y formar parte del cambio político del país.
Siempre digo que, si pensamos que estamos en manos de Dios, la Providencia actúa y nos lleva. Mi vida ha dado unos giros tan inesperados que solo ha podido ser gracias a la Providencia, porque, aunque yo hubiera querido no habría salido así. Una señora con cuatro niños, viuda, en Granada, años 70, donde las mujeres no tenían protagonismo, y que acabó representando a España en distintas partes del mundo. Eso es la Providencia, y tengo la suerte de tener fe. Yo me sigo dejando llevar, y sigue actuando. Hace poco me dieron el premio de la Medalla de Andalucía, y Juan Manuel Moreno me miraba como recordando todo, porque lo conocí cuando él era muy joven y comenzó en la política (ver Imagen 5). He podido hacer lo que he hecho, y otras personas vierten su vida y su esfuerzo en otras cosas. A mí me dio por pensar en el desamparo de las mujeres, y sobre todo en las viudas. Pues vamos a empoderarlas, que es lo que dicen ahora, aunque no me gusta mucho esa palabra, porque creo que las mujeres tenemos más poder que nadie, porque somos el corazón de la familia. Solo hay que fijarse en esas madres, ¿no? Son el núcleo de la familia, y son ellas las que hacen y educan a los hijos. Solo hay que fijarse.