La historia de la cultura está llena de ejemplos de personajes que tuvieron una gran influencia y reconocimiento en su época y que fueron prácticamente olvidados pocos años después. Existen múltiples razones que podrían explicar tal situación, pero no hay duda de que los cambios en los gustos del público, las circunstancias históricas o alguna característica personal del autor, que fuera poco estimada en la sociedad posterior, pueden contribuir a tal olvido. En el ámbito literario se producen estas situaciones y no es inusual que escritores de gran éxito pasen a ser prácticamente desconocidos pocas décadas después. En ocasiones, son redescubiertos, aunque también puede ocurrir que su recuerdo quede tan solo como una curiosidad histórica y se olviden sus contribuciones relevantes.
En el presente artículo se comentará el caso de Felipe Trigo (Foto 1), un médico y escritor español que vivió en la Restauración y que conoció gran fama en su época hasta convertirse en uno de los autores que vendieron más obras. Después de su suicidio, un progresivo olvido se cernió sobre su vida y obra hasta ser prácticamente un desconocido durante mucho tiempo.
El contexto histórico de Trigo: La Restauración
La Restauración se inició tras el nombramiento de Alfonso XII como monarca español por el general Arsenio Martínez Campos tras el golpe de estado que suprimió la I República en 18741. Con él, los Borbones recuperaron la corona que habían perdido seis años antes tras la expulsión de Isabel II. Este período nació con el deseo de una estabilidad política y social después de los convulsos años previos en los que se sucedieron los pronunciamientos militares, las guerras carlistas, la caída de la monarquía y la instauración de la república. No existe consenso entre los historiadores para establecer su final2. Para algunos lo hizo con la llegada al trono de Alfonso XIII, para otros con la huelga general de 1917 o con el golpe militar de Primo de Rivera. Finalmente, también se establece su fin con la instauración de la Segunda República. Más allá de estas disquisiciones históricas, quizá el hecho que marcó más la Restauración en muchos aspectos fue la guerra entre España y Estados Unidos en 1898, que finalizó con la pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam. Estos hechos marcaron el inicio de una importante crisis social y política, que acabó con los deseos de estabilidad que pretendían los partidarios de la Restauración borbónica. Fue, asimismo, un período de agitación cultural en el que los intelectuales invocaron la necesidad de una modernización del estado español3. Un grupo de ellos se agruparon en la llamada Generación del 98, término creado por Azorín pero que algunos de sus miembros, como Pío Baroja, rechazaron desde el principio4. Otros escritores e intelectuales no se incluyeron en tal denominación, a pesar de su gran importancia en la dinamización de la vida cultural de la época.
El tiempo siguiente al fin de la guerra de 1898 estuvo marcado esencialmente por la frustración generada por la derrota militar y el sentimiento de necesidad de un cambio profundo en el país, en lo que llegó a llamarse movimiento regeneracionista. Las diferencias sociales, la emergencia de una clase obrera, la situación caciquil del campo y la estafa política de la alternancia de los gobiernos de la primera época de la Restauración crearon un sentimiento de profunda repulsa y una necesidad de modernizar el país. La situación se agravó en el siglo XX. Las campañas militares africanas y el desastre de Annual, las protestas obreras, la huelga revolucionaria de 1917 y, finalmente, la dictadura de Primo de Rivera construyeron un escenario social que poco tuvo de la estabilidad con la que se pretendió dotar a la Restauración. En este escenario de intensa preocupación nacional por las consecuencias de un siglo de aislamiento y de conflictos sociales, iniciado con el reinado de Fernando VII, pero ya anticipado en tiempos de Carlos IV, florece una gran generación de escritores e intelectuales que, de una forma u otra, analizan, critican y proponen soluciones para la sociedad española. Felipe Trigo fue uno de ellos.
Un apunte biográfico
Felipe Trigo Sánchez (1864-1916) nació en Villanueva de la Serena (Badajoz). Se trasladó a Madrid para estudiar medicina y al licenciarse ejerció como médico rural en Trujillanos y Valverde de Mérida.
Después, decidió ingresar en el Cuerpo de Sanidad Militar y participó activamente en la guerra de Filipinas (1897). Fue gravemente herido en una acción de guerra, lo que le llevó a dejar el ejército y volver a España. Volvió a ejercer la medicina en Mérida, pero la abandonó de nuevo para trasladarse a Madrid en 1905 y dedicarse de forma completa al periodismo y la literatura5.
Trigo tuvo un importante éxito de público y sus ventas fueron comparables a las de Benito Pérez Galdós o Pío Baroja5. Su primera novela, Las ingenuas, apareció en 1901 aunque antes había publicado Etiología moral (Psicomecánica), un conjunto de una serie de artículos aparecidos en el periódico El Globo. Tanto el título como el contenido ya muestran la personalidad híbrida de Trigo, como médico y sociólogo, con la traslación del pensamiento médico a la vida social6. Trigo publicó veinticinco libros, entre ellos quince novelas, algunas calificadas como pornográficas por algunos sectores y que, por este motivo, le granjearon una notable animadversión en los ámbitos más conservadores de la época. Esto contrastaba con el planteamiento de Trigo, que afirmaba que sus novelas eran una defensa de la sexualidad de la mujer, lo que hizo que se le considerara como un escritor feminista en otros sectores más progresistas. En realidad, esta postura fue muy característica de Trigo: atacó de forma vehemente la hipocresía y los prejuicios de su tiempo, al mismo tiempo que defendió la liberación de las conductas sexuales, algo mal visto por una parte importante de la sociedad de la época.
Sobre las acusaciones de pornógrafo, baste como ejemplo una frase de Pío Baroja en la que lo calificaba de «judío lúbrico y explotador de la libido»7 (pág. 552). Más conocida es quizá la acusación de Leopoldo Alas, Clarín, que califica a Trigo como «un corruptor de menores y un corruptor del idioma español»8 (pág. IX).
Trigo completó una amplia obra literaria y periodística. Sus dos obras más importantes fueron El médico rural(1912)9 (Foto 2) y Jarrapellejos (1914)10. En el contexto literario-médico también tiene importancia En la carrera (un buen chico estudiante en Madrid) (1906)11, en la que Trigo incluyó referencias autobiográficas de su tiempo como estudiante en la Universidad de Madrid. Su inestabilidad psicológica le llevó al suicidio el 2 de septiembre de 1916, cuando se encontraba en un momento de gran éxito literario12.
Trigo fue uno de los autores más leídos y de los escritores médicos más importantes de su época. A este respecto Galán García13 (pág. 252) defiende que «la huella dejada por estos escritores médicos en la historia de la literatura española es escasa, a excepción de Felipe Trigo y en menor medida Eduardo López Bago y José Zahonero». Trigo fue prácticamente olvidado en las décadas siguientes, hasta su recuperación parcial hacia 1970. En este sentido, la primera reivindicación moderna de la obra de Trigo en relación con la medicina proviene de Luis Sánchez Granjel14, publicada en 1974. A pesar de esto, aunque popular en su tierra natal, es menos conocido fuera de ella. Probablemente, su demonización como escritor pornográfico tras su muerte y en las décadas siguientes llevó a cuasi ignorarlo hasta muchos años después. Un análisis detallado de sus obras y de su importancia literaria puede encontrarse en las diversas publicaciones que le dedicó Sánchez Granjel14 15 16 17-18. Una revisión de su biografía y un análisis detallado de su obra literaria puede consultarse en la tesis de Muelas Herraiz5.
Análisis literario
La obra de Trigo se mueve básicamente en tres ejes: el pensamiento amoroso, el feminismo y el pensamiento político referido a la situación social española.
En este sentido, Martínez San Martín6 comenta:
Más que un político, el autor es un sociólogo preocupado por el hombre en sociedad. En conjunto, la problemática humana destaca sobre la cuestión social, pero él es consciente de que no se puede solucionar la una sin la otra […] La doctrina social de Trigo nos parece un intento de combinar las viejas formas filosóficas del socialismo con las nuevas formas económicas. Si a esto le añadimos una fuerte dosis de individualismo tendremos lo que él mismo llama «socialismo antropológico». […] En el fondo, el autor es un progresista moderado. (pág. 33).
Para muchos críticos, el concepto de libertad amorosa y sus implicaciones sociales sitúan a Trigo en la línea que va de Freud a Wilhem Reich. En 1954, A. T. Watkins publicó un libro en el que analizó el erotismo en las novelas de Felipe Trigo19, que fue traducido en 2005 al castellano. Esta autora reflexiona sobre las posibles influencias que tuvieron otros autores en las novelas de Trigo. En relación con Freud dice: «Él profundizó en el estudio de los conflictos mentales y modeló tipos con neurosis similares a los de los estudios freudianos. Es posible que Trigo estuviera influido por Sigmund Freud» (pág. 17 de la edición original; pág. 24, de la traducción al castellano).
Pero más allá de estos análisis sociológicos, su recuperación le sitúa como una de las grandes figuras de la literatura española de principios del siglo XX. Para Bergamín8: «Por la plasticidad de su lenguaje, como el auditivo de Valle-Inclán y a su lado, el genio novelador de Trigo supera con mucho el de todos los demás novelistas españoles de su época (exceptuando a Galdós)» (pág. XVI).
Existe una inevitable identificación entre Jarrapellejos y El médico rural en la dirección de la crítica social. Calvo20 realizó un análisis detallado de Jarrapellejos, de gran interés para comprender la crítica social de Trigo:
Ya en El médico rural (1912) había recogido algunos arquetipos morales y sociales de la España campesina, con escenas de la típica estratificación sociofamiliar inamovible entre los trabajadores de la tierra, y también alegatos anticaciquiles, pero antes que nada su relato se encontraba allí al servicio de una recreación de testimonio autobiográfico, carácter que ahora ausente depura la historia de componentes personales e internalistas, convirtiéndola en novela de «crítica social». La «cuestión» motivo de crítica es histórico-políticosocial, en tanto que expresiva de la idea de que el ambiente social influye sobre el individuo, en particular la educación. (pág. 52-53).
El médico rural (1912)
Como se ha comentado, junto a Jarrapellejos, es sin duda una de las obras más importantes de Trigo. El protagonista, Esteban Sicilia, se convierte en un alter ego del autor. Esta novela es un importante documento que ilustra la situación social de la Extremadura rural y está plenamente imbuida de la crítica social propia del pensamiento de Trigo21.
La parte más interesante de la novela muestra la actividad de Esteban en un entorno desconocido para él y en el que es un médico primerizo. Se le consulta por una gran multitud de situaciones que en algunos casos serían, en la actualidad, de atención propia de un especialista. Así, trata indigestiones y partos complicados, hemorroides e hidroceles. Su arsenal terapéutico es variado y emplea tratamientos clásicos, como el láudano de Sydenham, y otros de descubrimiento más reciente como el suero antitétanico y el antidiftérico, obtenidos cuando aún Trigo estudiaba en la facultad. En este sentido, la obra constituye un buen escaparate de la situación de la medicina española finisecular, así como de los hábitos de la medicina popular. Una visión más histórica y ensayística de cómo vivían y actuaban los médicos rurales de la época puede revisarse en Zafra et al22.
La novela tiene además gran interés por la importante carga de crítica social y de denuncia de la estructura caciquil y de cómo esta organizaba la sociedad. Puede considerarse hasta cierto punto una secuela de En la carrera11, aunque tiene mucho más interés que ésta, centrada solo en la rebelión de los protagonistas frente a su destino. El médico rural olvida hasta cierto punto los temas personales; aunque las relaciones amorosas tienen también un destacado papel, aportan poco a la trama central de la novela: la actuación de un médico sin experiencia en un entorno hostil del ámbito rural.
El primer destino de Esteban como médico rural es Palomas. La primera consulta que atiende allí es un buen ejemplo de las dudas, las expectativas de los pacientes, la observación de los vecinos ante el médico nuevo y cómo se aprovecha de la experiencia de las comadres9:
Lo malo para Esteban, aun teniendo la fortuna de encontrar hecho el diagnóstico, era que no había estudiado el cólico jamás. Ni sus patologías ni sus maestros habláronle de las enfermedades del estómago, sino a partir de las gastritis […] Y entonces, ¿dónde haber aprendido él a curar la indigestión ni cómo tratar la de este hombre, que retorcíase de dolores igual que una serpiente? […] Veía delante dos urgencias: calmar el dolor y expulsar los nocivos alimentos. Sino que daba la casualidad maldita de que una y otra indicación fuesen decididamente inconciliables: si administrase láudano o morfina, en el aparato digestivo paralizaríanse los planos musculares, reteniendo las materias dañosas por quién supiere cuántas horas y provocando acaso reabsorciones, infecciones: y si, al revés, daba un emético, exacerbaría los espasmos dolorosos, tan tremendos ya, exponiéndose a romper el intestino… De donde inferíase que la probabilidad, bien lamentable, de convertir en mortal un trastorno pasajero por una torpe intervención. (pág. 12-14).
Los familiares le observan atentamente y no es tiempo para la duda, por lo que decide intervenir9:
Púsose a escribir: Ds. Láudano de Sydesham … (sic). Pero se detuvo al oírle a la vieja de las gafas: – Vaya, don Esteban, disimule; le habemos molestado pa una simpleza, porqué usté no diga que se mete una a excusá…; pues claro que aquí no hace farta más que un vomi. – ¿Un qué? – Un vomitivo y un jarrao de agua caliente detrás. (pág. 14).
Sin embargo, la intervención de la anciana le convence de que un emético está aconsejado por lo que añade ipecacuana a la receta. Instruye a los familiares que inicien el tratamiento con ésta y que dejen el láudano por si no mejora. Trigo muestra en este fragmento cómo se empleaban aún remedios que tenían larga vida, algunos de uso inicial en el siglo XVII y que se siguieron empleando, especialmente el primero, durante el siglo XX.
Otro ejemplo de interés médico de la novela es la actuación frente al paludismo, muy frecuente en la España de la época y naturalmente en el pueblo donde ejerce Esteban9 (pág. 26):
Los enfermos de Esteban consistían en tres o cuatro con tercianas (fiebres palúdicas), aparte de un ojo escrofuloso (asociado a tuberculosis) y una vieja que sufría del hígado […] apenas había casa sin dos o tres con fiebre. Se las curaban solos, y antes faltaríale a una familia el pan que un frasco de quinina. (pág. 26).
En este caso, los consejos médicos de cómo seguir el tratamiento eran vanos pues los lugareños conocían como tratarse9: «Esteban entró a visitar a dos palúdicos de aquellos que incluso sabían mejor que él administrarse la quinina» (pág. 49). La quinina, aislada por Pelletier y Caventou casi un siglo antes, era de amplio uso popular en zonas palúdicas, muy frecuentes en las zonas rurales de la época.
Andrés también muestra un buen conocimiento de la terapéutica moderna y así decide utilizar el suero antidiftérico, empleado desde 1892 y descubierto por Behring y Kitasato, cuando su hijo enferma de difteria. También prescribe suero antitetánico, aparecido en 1890, para tratar a un paciente afecto de esta enfermedad9:
Un comprador de granos […] cayó repentinamente enfermo con una terrible enfermedad que le agarrotaba todo el cuerpo en espasmos convulsivos. Las piernas, los brazos, los músculos del pecho y de la cara, contraíansele a cada contacto con calambres espantosos. No podía tragar ni respirar. Si en los trismos se cogía la lengua con los dientes, partíasela y se desangraba. El tétanos, el horrible y espantoso tétanos, en fin. […] Peor al cuarto día, le anunció a la recién llegada esposa la necesidad de que trajeran suero antitetánico […] El enfermo curó. El crédito de Esteban quedó asentado con firmeza inconmovible. (pág. 69).
Más adelante, Esteban se traslada a Castellar y allí constata costumbres más modernas y peculiares de sus habitantes9:
Efectivamente, aquí tenían costumbres de específicos modernos, de cosas nuevas, de alcaloides, de esencias y artimañas para enmascararles a las drogas el sabor. La práctica, o séanse las señoras (que lo sabrían por otros médicos), les enseñaba procedimientos útiles a que no aludían los libros: una buchada de aguardiente fuerte, por ejemplo, encallaba la boca y dejaba tomar sin repugnancia el aceite de ricino. (pág. 97-98).
Es interesante la referencia a los específicos, unos medicamentos que derivaron de las primeras empresas farmacéuticas que se crearon en la segunda mitad del siglo XIX. Los específicos sustituyeron progresivamente a las fórmulas magistrales elaboradas en la rebotica y que podían ofrecer dudas sobre su preparación.
Un segundo aspecto de interés de El médico rural es la defensa de la mujer y la explicación de cómo las convenciones sociales se emplean como un mecanismo en contra de su libertad en la sociedad rural de la época9:
Madrid…, Sevilla…, Londres…, ¡igual que Castellar! Por todas partes el burgués y honradísimo concepto del amor, que habría de servir para tener hijos y guardar encantadamente prisionera a la mujer en una gran despensa, y por todas partes el mismo concepto del trabajo, sin otro fin que la ambición, que la codicia. (pág. 252).
En este sentido, Watkins19 no duda en afirmar que Felipe Trigo se adelantó a su tiempo en muchas de sus teorías: «Todos sus críticos conceden que era sincero en su propósito: mejorar la sociedad futura. Para él, esta debe ser una sociedad feliz, pero esa felicidad no podrá lograrse mientras ciertos elementos de ésta fueran degradados y confusos. Entonces se pronunció por elevar el status de las mujeres e ilustrar a la confundida juventud de la época» (pág. 22, de la edición en castellano).
Y es el propio Trigo quien dice ya en 1907, en El amor en la vida y en los libros23: «Yo veo en el porvenir de la mujer una vida de trabajo completamente igual que la del hombre. Una vida de dignidad y de deberes y derechos absolutamente iguales a los del hombre».
Finalmente, El médico rural muestra el cambio de Esteban tras un tiempo de ejercer la medicina: tras diversas experiencias negativas, pierde en parte los ideales con los que había salido de la facultad. Quizá todo ello no es más que el reflejo de la experiencia del propio autor y del deseo que tuvo Felipe Trigo, al final de su ejercicio de la medicina, de abandonar la práctica médica para dedicarse al periodismo y a la literatura. En este sentido, Esteban muestra así su desencanto9:
En Sevilla, en Madrid, con sus prestigios, y no menos que en la brutal modestia de estos pueblos, adonde él vino con el alma ansiosa de poesía, de sencillez…, los médicos ilustres, los más sabios, salvo algún que otro héroe y mártir de la vida, sepultado a investigar en el pozo de su ciencia, convertían la noble profesión en un mercantilismo inicuo, cuyo afán cifrábase en ver de mañana a noche bien nutridas sus consultas…
¡Ganar!, ¡ganar!, el lema. (p. 252).
El médico rural puede considerarse como un «tratado de las ideas médicas y terapéuticas, así como de la medicina popular, de los albores del siglo XX»22. (pág. 48). No obstante, recoge también la preocupación de Trigo por los aspectos sociales con un especial interés por el mundo rural, en el que está ambientada. Como escribe Muelas Herraiz5:
La novelística de Felipe Trigo hay que entenderla como una completa versión literaria de la crisis que se produce en nuestro país como consecuencia del tránsito de una sociedad eminentemente tradicional a una sociedad que ya vislumbra la modernidad […] Nos encontramos ante un autor profundamente conocedor de la sociedad española de su tiempo y que supo además comunicarles a sus contemporáneos con una fórmula literaria adecuada a su convicción en un tipo de progreso globalizador que ofrecía una coyuntura histórica de una sociedad como la española de principios de siglo, avanzando lenta pero decididamente hacia la modernidad». (p. 196-198).
Conclusiones
El médico rural es una obra de gran interés para conocer cómo ejercían los médicos en los pueblos de la España de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Generalmente, lo hacían en situaciones adversas, sin aprovechar la mayoría de los avances tecnológicos que empezaban a aparecer y con poco más que la anamnesis y la exploración física para llegar al diagnóstico. Aunque, y debido a que, era un ejercicio de gran dureza, no era inusual que los licenciados recientes empezaran su ejercicio profesional trabajando como médicos rurales, lo que aun empeoraba la situación. Esta novela muestra también cómo se empleaban, en ese contexto, los entonces recientes descubrimientos farmacológicos, como los analgésicos o los anestésicos locales, así como la influencia de la medicina popular. Es además una buena fuente para aprender sobre la complejidad de una sociedad rural en la imperaba el caciquismo.
Quizá la mejor manera de acabar este recuerdo de Felipe Trigo son las palabras de Muelas Herraiz5, que recogen de forma sucinta su importancia literaria:
Nos encontramos ante un autor profundamente conocedor de la sociedad española de su tiempo y que supo además comunicarles a sus contemporáneos con una fórmula literaria adecuada su convicción en un tipo de proceso globalizador que ofrecía la coyuntura histórica de una sociedad como la española de principios de siglo, avanzando lenta pero decididamente hacia la modernidad. (p. 198).