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Sanidad Militar

versión impresa ISSN 1887-8571

Sanid. Mil. vol.79 no.1 Madrid ene./mar. 2023  Epub 13-Nov-2023

https://dx.doi.org/10.4321/s1887-85712023000100002 

Carta al Director

A propósito de los trabajos de la Dra. García Silgo sobre la simulación de enfermedad en general y particularmente en los ejércitos

Regarding the work of Dr. García Silgo on the simulation of illness in general and particularly in the Armies

A Esteban-Hernández1

Sr. Director:

Empezaré por expresar mi sorpresa, grata, que incluye la felicitación al leer los trabajos1-3 de la doctora en Psicología Dña. Mónica García Silgo, donde rara vez en la Revista Sanidad Militar se ha tratado un tema que, con mayor o menor relieve siempre ha estado presente en la opinión, incluso pública, por motivos diversos. Y si digo rara vez, que la autora me corrija si no estoy en lo cierto, lo hago basándome en mi fidelidad como lector asiduo y no raro colaborador durante mis largos años de servicio activo y retiro, ya que nunca he visto nada sobre el tema que ahora nos ocupa. Y que viene de lejos en la historia, no solo profana sino sagrada -como bien señala la autora- al recordar, sin nombrarlo, al rey David, antes de ser ungido como tal por quien podía hacerlo y que en una fase de sus disensiones con su antecesor y suegro, Saúl, se fingió loco (Samuel I, 21,14).

Como en mi caso, los médicos habíamos llegado a la Academia de Sanidad Militar en el año 1955 con la carrera recién terminada y sin apenas estrenarnos en la práctica, o con algún trabajo ocasional en otros casos, pero con el espíritu hipocrático de enfrentarnos a la enfermedad, diagnosticarla y curar al paciente, o cuando esto no fuera posible, consolarle y aliviarle. Y allí, junto a otras materias propias de la medicina militar, aparecía una figura para nosotros inédita, la enfermedad simulada; es decir, el enfermo comediante o fingido con el propósito de obtener un beneficio de su estratagema. El libro de cabecera para iniciarse en la nueva disciplina era el titulado con ese nombre: La enfermedad simulada4 del Prof. Juan Antonio Vallejo Nágera, basado en la experiencia adquirida en las campañas de Marruecos y, ulteriormente, en la inspección de campos de prisioneros en Alemania durante la primera guerra mundial y cuyo subtítulo rezaba: «Una excelente guía para el médico, el maestro, el sociólogo, el industrial, el artesano, el sacerdote, el militar, el asegurador y el juez». En su libro el autor habla de «los artificios de que se vale la malicia humana para imitar la enfermedad» y de «nuestro modesto propósito se cumple con levantar el velo que encubre ciertas pantomimas concupiscentes». Leyendo estos términos de «malicia humana» y de «pantomimas concupiscentes», uno tendería a pensar que la simulación de la enfermedad es algo terriblemente dañino y perturbador del orden social, y que el simulador es un delincuente. La nueva disciplina académica, por lo pronto, introduce en la conciencia del médico la duda de si lo que el paciente refiere es verdad, o un embeleco, y que resolverá fácilmente si no se deja influir por el fantasma de la simulación y si examina correctamente al presunto enfermo, admitiendo que no es sencillo inventar una enfermedad y sí exagerar pequeñas molestias, dando por hecho que el único que puede fingir un padecimiento es el médico que conoce los síntomas.

Antes de pasar adelante en nuestra reflexión, señalaré que si bien aquí nos referimos a los ejércitos, excluyendo al personal militar profesional en el que es casi inconcebible que se dé la simulación, pues al elegir la profesión el militar acepta cualquier riesgo relacionado con ella. E igualmente, el estado de guerra, del que disponemos de algunas referencias de la Guerra Civil española4, y donde el simulador obedecería a un instinto primario que es salvar la propia vida, y donde habría que valorar la justicia o no del conflicto bélico y de la autoridad que lo promueve.

Por tanto, nos referimos aquí a lo que conocemos como nuestros reclutas y soldados y al periodo de tiempo que va de nuestro ingreso en Sanidad Militar, en 1955, hasta el día de hoy. Por aquellas calendas el servicio militar era obligatorio y de todos es conocido que concitaba el rechazo de la inmensa mayoría, casi diríamos de la totalidad de los mozos.

No hay duda de que la conscripción y el reclutamiento introducían un hiato en el proyecto vital del joven en un momento en que terminaba estudios, buscaba empleo o se iniciaba en una profesión que podría ser determinante para el resto de su existencia. En esta coyuntura no es extraño que la primera reacción fuera la objeción que adoptaba toda clase de vías. Las familias recurrían a amistades, influencias y regalos creyendo que así podrían librar al niño de aquel incordio. Esto se apreciaba en algunas regiones donde eran más proclives a buscar y conseguir el éxito en sus designios. Luego, la objeción, se orientaba hacia la alegación ante los tribunales médicos y allí se aportaban todo tipo de secuelas, cicatrices, defectos o enfermedades, antes de recurrir a la insumisión exponiéndose deliberadamente a penas de prisión buscando la renta propagandística.

Así las cosas, no sería extraño que alguien buscara en la simulación un último intento de eludir el cumplimiento ya real y activo del servicio. Y esta solución, ¿era algo frecuente o más bien raro o incluso excepcional?

En algunos compañeros caló tan hondamente la doctrina de la pantomima, que salían de la Academia convertidos en verdaderos cruzados contra la simulación a la que veían por todas partes y así se fraguó, no sé cómo, el siguiente apotegma, desde luego apócrifo y extraño al profesorado, más bien fruto de la petulancia de los que creen que se las saben todas y que difundido por transmisión oral sentenciaba: «todo recluta o soldado que se apunta a reconocimiento es un simulador mientras no se demuestre lo contrario». Y otro axioma, tan falso como el anterior: «los pies planos no existen» con lo que todo el que acuda al médico aquejando algo relacionado con este importante territorio anatómico deberá ser sin más desatendido. Junto con estos sofismas se recomendaban una serie de fórmulas o métodos para escarmentar a los simuladores recalcitrantes, que no me decido a describir por su rigor, y que comparadas con las bofetadas de Patton en Sicilia serían tortas y pan pintado.

Para ir resumiendo, ¿cuál es la experiencia de quien escribe estas líneas en el asunto que comentamos? Pues lamento defraudar a alguien, pero en toda mi vida de médico militar no me he topado con ningún simulador. No niego que otros compañeros piensen lo contrario y que, en mi caso, la explicación sea que mi actividad se ha desarrollado casi exclusivamente a la luz de la lámpara de un quirófano donde el camelo no tiene cabida y sólo la cruda verdad tiene su asiento. No obstante, mi primer destino-voluntario, fue el Grupo de Regulares n.º 5 y allí, en Segangan, Zoco el Jemis en Beni-Bu-Ifrur (Melilla), ejercí la medicina cuartelera de botiquín durante meses asistiendo en mis ratos libres al hospital militar, el cual conocía de una estancia anterior como práctica final de la milicia universitaria y, no tardando, uno de los cirujanos me reclamó como ayudante de manos, y de allí al «Gómez Ulla».

En suma, ¿en tiempo de paz un recluta o soldado normal iba a inventarse una enfermedad?, cosa difícil si se simula un proceso orgánico o quizá más simple si se trata de procesos psicopatológicos, ¿solamente para eludir una guardia, un desfile o una marcha que, al fin, es una especie de excursión? Otra cosa sería, repetimos, si se tratase de librarse de una guerra donde todo soldado es un candidato a morir.

En El Aaiún, donde pasé más de dos años como jefe de un Equipo Quirúrgico Avanzado, era como estar en un gran cuartel donde gente civil, vestida de paisano, algo extraño que de vez en cuando uno se tropezaba por la calle mientras predominaban uniformes de colores varios, y el hospital civil, de simpática y exótica fisonomía donde actuábamos que, con la iglesia, eran lo único que se salvaba de la uniformidad.

El hospital, o si se quiere el Equipo Quirúrgico, era el tribunal supremo donde se debían aclarar todas las incógnitas diagnósticas o terapéuticas que se planteaban a los servicios médicos de las unidades. Y es lo que ocurrió con un caso que tengo registrado en mis cuadernos de notas de aquel tiempo, registro innecesario pues es imposible desterrarlo de mi memoria.

«Se escribe 12 de mayo de 1961. En un campamento de reclutas, durante los ejercicios de gimnasia los muchachos, a la carrera, debían dar una vuelta de campana apoyando la cabeza en el suelo y continuar marchando, uso que como diversión o juego es habitual en todos los adolescentes. Pues bien, entre aquellos reclutas había uno que era incapaz de dar la tal voltereta. El cabo lo separó del grupo y lo puso a contemplar la actuación de los compañeros. El muchacho estaba obsesionado con superar aquella prueba, lo intentó repetidas veces sin éxito hasta que un día, por fin, lo consiguió quedando tendido de espaldas al otro lado, pero quieto, alegando que no podía moverse. Todos los presentes interpretaron aquello como un truco o tongo, la típica simulación, hasta se habló de histeria y como no lograran que se moviese lo llevaron a la enfermería esperando que luego cambiase de parecer y recobrase la movilidad y la sensatez. Pasadas varias horas, el chico seguía sin moverse y decidieron llevarlo al hospital, eso sí, con la presunción diagnóstica de parálisis histérica. Ya en el hospital, nada más retirar la ropa que cubría el cuerpo del muchacho, nos sorprendió y dejó helados el enorme priapismo que presentaba y que era signo infalible de daño neurológico. La exploración confirmó la parálisis fláccida de los miembros inferiores, mientras que los superiores conservaban algo de movilidad a nivel del hombro, anestesia hasta la parte superior del tórax, retención de orina y de heces. La radiografía reveló una fractura-luxación de la 5.ª vértebra cervical. El diagnóstico era pues, sección medular a nivel cervical. Solicitamos del Gobierno del territorio la evacuación urgente del lesionado, por vía aérea, al Servicio de Neurocirugía del Hospital Militar Central «Gómez Ulla» para ser tratado como parapléjico allí o en algún centro especializado. Eso era todo y lo único que podíamos hacer».

La frase Alle Neurotiker sind Simulanten, sie simulieren, ohne es zu wissen, und das ist ihre Krankheit5 (todos los neuróticos son simuladores, simulan sin saberlo y esa es su enfermedad)5 la pronunció Freud, en 1920, en el curso de una investigación parlamentaria contra Julius Wagner-Jauregg y otros cinco psiquiatras acusados de haber tratado durante la primera guerra mundial de forma inhumana a los llamados neuróticos de guerra. Freud dijo también que aquellos médicos, en vez de ayudar a sus pacientes, se habían comportado con ellos como ametralladoras en retaguardia.

BIBLIOGRAFÍA

1. García-Silgo, M. Retomando un clásico. Sanid. Mil. 2019; 75(3):129-130. [ Links ]

2. García-Silgo, M. ¿Es la simulación de trastorno mental en militares un diagnóstico estereotipado? Sanid. Mil. 2019; 75(3):143-151. [ Links ]

3. García-Silgo, M. Detección de simulación de trastorno mental mediante el MMPI-2-RF, el PAI y el SIMS: Estudio de análogos en una muestra militar. Sanid. Mil. 2019; 75(4):203-213. [ Links ]

4. Vallejo-Nágera, J. A. La Simulación de Enfermedad. Editorial Salvat. Barcelona: 1951. [ Links ]

5. Eissler, K. R. Freud sur le front des névroses de guerre, Presses Universitaires de France; 1992:49. [ Links ]

Dirección para correspondencia: Agustín Esteban Hernández, email: agustinesteban.correo@gmail.com

1

Coronel médico (retirado).

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