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Enfermería Nefrológica

versión On-line ISSN 2255-3517versión impresa ISSN 2254-2884

Enferm Nefrol vol.21 no.1 Madrid ene./mar. 2018

https://dx.doi.org/10.4321/s2254-28842018000100001 

Editorial

“5.560”

Héctor Castiñeira LópezEnfermera Saturada

Cada lunes a mediodía recorro Madrid casi de punta a punta para ir a la radio. De Cuzco a los estudios de Prado del Rey, lo que vienen siendo calculen ustedes unos quince kilómetros, algún transbordo y unos cuarenta minutos en transporte público que a uno le dan para ordenar sus ideas, repasar el guión del programa, observar las venas de algún remangado viajero o revisar los apósitos de úlceras venosas que asoman tímidamente bajo las medias de alguna que otra mujer mayor… manías de enfermeros. Cuarenta minutos dedicados sólo para mi y mis pensamientos. Cuarenta minutos que no interrumpe ningún timbre de hospital, ninguna bomba de perfusión y ningún teléfono avisando de un ingreso. Un momento de paz a pesar de las incomodidades del metro en hora punta.

Pero hace unos días llegó a mis manos una noticia que me hizo cambiar la percepción de esos mis cuarenta minutos. En lo que tardo en ir y volver de la radio sujetándome a la barra de un vagón del metro, una compañera que está haciendo el turno de tarde en cualquiera de los 791 hospitales de este país, se acaba de pinchar con una aguja contaminada. Dos si le sumamos lo que tardo yo en escribir esta editorial y usted en leerla. Quince cada veinticuatro horas. Cuatrocientas sesenta y tres enfermeras al mes. Cinco mil quinientas sesenta compañeras se han pinchado, cortado o salpicado con fluidos biológicos en el año 2015. Y la cifra no para de aumentar desde 2013.

Creo que no me equivoco al afirmar que prácticamente todas las enfermeras, al menos una vez, hemos pasado por ese trance. El del acero contaminado atravesando tu piel. Notas cómo se te acelera el ritmo, la respiración se entrecorta y un sudor frío recorre tu cuerpo mientras te maldices y recuerdas a tu madre diciéndote que por qué no te matriculabas en magisterio. Mentiría (y así sería políticamente correcto) si no dijera que incluso te planteas qué hacer, si notificarlo o no. «Llevo guantes y seguro que algo me ha protegido», piensas. Y dudas, porque dudar es tan humano como el errar, y más cuando te enfrentas a la maquinaria de la ardua burocracia institucional: rellena impresos, visita a Urgencias, a Salud Laboral, más impresos, mil preguntas, vuelva usted mañana porque hoy es domingo y a quién se le ocurre pincharse un domingo, más impresos y más burocracia en la que lo que menos importa es cómo te sientes y qué se puede hacer para que esto no vuelva a suceder.

Claro que, a menudo, la solución pasaría por aplicar mejores y más eficaces medidas de bioseguridad. Bueno, eso y aumentar plantillas para adecuar los ratios y que no tengamos que volar para poder llegar a todo, que al final ya no sabes ni dónde has metido esa aguja traicionera. Se me olvidaba un aspecto importante, y es que en los despachos el riesgo biológico se ve como un espejismo. Desde allí las agujas no se ven, y en algunos casos la última vez que han visto una de cerca fue durante las prácticas de la carrera. Probablemente por eso a ellos no les preocupen mis cinco mil quinientas sesenta compañeras, y si lo hacen, no parecen tener demasiado interés en solucionarlo.

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