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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.43 no.144 Madrid jul./dic. 2023  Epub 15-Ene-2024

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-57352023000200009 

Dossier (Coordinado por Francisco del Río Noriega, José Mª Valls Blanco y Mariano Hernández Monsalve)

Carlos Castilla del Pino: resistir, explorar, comunicar…

Carlos Castilla del Pino: resisting, exploring, communicating…

Jorge L Tizón (orcid: 0000-0002-5528-2581)1 

1Doctor en Medicina, psiquiatra y psicoanalista (SEP-IPA). Profesor del Institut Universitari de Salut Mental de la Universitat Ramon Llull (Barcelona).

Resumen:

A partir de una experiencia en común, se intenta resaltar alguna característica personal descollante de Carlos Castilla del Pino que le permitió resistir la atonía socio-cultural y profesional del franquismo y desarrollar, a pesar de todo, una vida profesional y teórica relevante. Tuvo que resistir esa atonía y amordazamiento de la larga noche de piedra y argamasa del franquismo en una ciudad de provincias duramente represaliada durante la guerra y posguerra civil española, dominada por tanto durante decenios por el fascismo institucional e ideológico. A pesar de ello, Carlos Castilla logró desarrollar una obra teórica (en especial en psicopatología, antropología e ideología) sumamente avanzada, coherente y arriesgada, para cuya compresión propongo un marco pragmático. El lema republicano, resistir es vencer, podría ser un buen resumen de su vida profesional y teórica, aunque es más dudoso que tal afirmación pueda tener el mismo valor para su vida personal.

Palabras clave: psicopatología; psiquiatría; biologismo; resistencia; sentimientos; emociones; historia

Abstract:

Based on a common experience, we try to highlight some outstanding personal characteristic of Carlos Castilla del Pino that allowed him to resist the socio-cultural and professional lethargy of Francoism and develop, despite everything, a relevant professional and theoretical life. To do so, he had to resist that lethargy and gagging of the long night of stone and mortar of Francoism and, on top of that, in a provincial city harshly retaliated during and after the Spanish civil war; therefore dominated for decades by institutional and ideological fascism. Despite this, Castilla del Pino managed to develop a highly advanced, coherent and risky theoretical work, especially in psychopathology, anthropology and ideology, for whose understanding I propose a pragmatic framework. The Republican motto, “to resist is to win”, could be a good summary of his professional and theoretical life, although it is more doubtful that such statement can have the same value for his personal life.

Key words: psychopathology; psychiatry; biologism; resistance; feelings; emotions; history

Una actitud vital

Permítanme ustedes recordar desde una publicación previa (1) uno de mis primeros encuentros con Carlos Castilla del Pino allá en los años sesenta, con el franquismo aún en todo su apogeo. Es una escena que trascurre en la Plaza Mayor de Salamanca. A través de su perspectiva, fundamentalmente literaria, espero poderles poner en contacto con alguno de los temas de los cuales les hablaré a continuación:

Una tarde de primavera avanzada en la turbulenta segunda mitad de los sesenta… Un sol duro, trasparente y punzante, reverbera sobre el granito blanco de la calzada, aunque suaviza sus contrastes sobre la piedra de Villamayor de las fachadas, enjutas, sillerías, gárgolas… Como si en ella, en su amarillenta argamasa de siglos, los rayos no tuvieran más remedio que dulcificarse, lentificarse… Borbones, Austrias, militares, juristas, héroes y villanos nos contemplan desde medallones…

Las terrazas están llenas a rebosar. En las del lado soleado de la Plaza Mayor de Salamanca domina una churrigueresca mezcla de sudor y humedad, pieles brillantes, olores entremezclados… Si atendemos al olfato, tal vez pudiera diferenciarse dentro de la invisible neblina olfativa la pugna entre los efluvios “extranjeros” de vermut y refrescos y otros más obscuros, cargados, casi atrabiliarios: los primeros provienen de las terrazas de la Plaza, llenas a rebosar con su “combinado especial” de “señoritos”, ganaderos, tratantes, comerciantes, funcionarios y estudiantes. Por debajo, subterráneamente, los efluvios mucho más rancios, espesos y castellanos del farinato frito, los callos, los riñones y la geta, que suben en vaharadas desde abajo, desde los mesones y tabernas de la plaza del mercado. Sus húmedas cocinas probablemente rebosarán vapores, humos y hervores en esta hora de la tarde, ya pasada la siesta y a una o dos horas de que comience el tapeo de la noche…

Nuestra soleada terraza está llena a rebosar… Creo que incluso nos ha costado encontrar sitio libre. Pero el nombre de los dos “intelectuales” que nos acompañan, uno de ellos Carlos Castilla, ha abierto plaza… Hasta en una Plaza donde sentar plaza es más que difícil, como bien supo y sufrió Unamuno antes y al comienzo de nuestra guerra (in)civil. Carlos Castilla es uno de esos dos intelectuales. Los tres o cuatro acompañantes, cuya identidad ahora no recuerdo y no sé si sería capaz de recordar, somos estudiantes de diversas facultades. Nos hemos puesto de acuerdo “para traerlo a Salamanca”. No ha sido fácil, como siempre: no hemos conseguido ninguna ayuda de los claustros y, probablemente, han tenido que pagar las Asociaciones de Estudiantes (legales), tal vez el Sindicato Democrático (ilegal) y algún que otro grupo político (archi-ilegal) que no quiere ni puede capitalizar su generosa dádiva.

La conversación trascurre entre sudores y cerveza, con más de una ojeada atenta de los estudiantes y no-estudiantes que abarrotan las mesas contiguas y con más de una ostentación de los de la propia mesa “luciendo trofeo”. Recuerdo aún que se estaba hablando de arte: en concreto, de escultura y pintura. De cómo podía manifestarse “el compromiso”1 a partir de tales artes… Me temo incluso que nuestras aportaciones, al menos las de los que participábamos como huéspedes, eran más bien típicas y tópicas, posiblemente de las que hoy sentiríamos rebosantes de dogmatismos varios… Pero, después de los apuros para lograr celebrar el acto “cultural” de la mañana, todos estábamos ufanos, dicharacheros, comunicativos, más seguros de nosotros mismos y de nuestras ideas…

La conversación se desenvuelve en volutas, meandros, silencios rápidamente interrumpidos, lucha de protagonismos, todo ello a menudo lentificado por aquellos efluvios provenientes de las “partes innobles” de la ciudad (¡qué buenos estarán los callos o riñones esta noche, con su sabia y sabrosa combinación de proteínas, generosos ácidos grasos polisaturados, potenciadoras sales, pimentón…!). Se suda parloteando y se habla sudando, a pesar de que todavía no ha comenzado el verano…

En un determinado momento alguien, torciendo la boca y el torso, como en un apunte de bajorrelieve egipcio, murmura: ¡Esos de la mesa de allí son “los sociales”2! Quien más y quien menos se asusta un poco primero… Pero después, ninguno puede evitar una mirada de reojo: hay una manifestación prevista en los días próximos y, en consecuencia, cierto “movimiento nocturno de la be-pe-ese”3 en la ciudad, visitando y registrando pensiones y pisos. El acto cultural ha estado pensado para abonar argumentos, sí, pero también para caldear el ambiente. Entre la curiosidad y el temor, nos gana el temor: la mayor parte de las miradas son de reojo, fugaces, huidizas… Pero cuando estamos pensando en cómo cambiar de tema, Carlos se vuelve y encara la mesa señalada. Se pone serio, un poco solemne y, además, realiza con la mano y el torso un saludo. ¡Un saludo!

Lástima que el granito sobre el que están nuestras sillas no se convirtiera en ese momento en un helado de vainilla de la heladería de “Los Italianos”, tan próxima4: una masa blanda, suave, en la cual pudiéramos hundirnos rápidamente, facilitando nuestra inmersión el calor y la untuosidad de las grasas amarilleadas por la vainilla.

Todos nos asustamos… Menos Carlos, que parece disfrutar un poco con nuestro susto… En la otra mesa, dos hombres de edad media, trajeados, se ponen mortalmente serios. Todavía recuerdo la cara de ira contenida de uno de ellos, el más atlético de los dos. Y a estas alturas de la vida y de la historia, aún puedo recordar su rostro fruncido por una violenta mueca que inmediatamente se trasforma en una seriedad hostil. Todos sentimos más calor, mucho calor… Y hoy día, recordando el suceso, aún puedo imaginar con gran facilidad nuestro corazón bombeando ruidosamente, rebotando y repicando contra el granito de toda la plaza… Todos, ¿menos Carlos? Se ha formado una escena dominada por dos puntos centrales, emocionales, aunque no físicos: Carlos, medio serio y medio divertido, y la mueca de hostilidad contenida del funcionario descubierto y delatado en público (1).

Como todo el mundo sabe, durante años Carlos Castilla del Pino fue una viva muestra (y bien viva) de que era posible resistir a la atonía intelectual y cultural del franquismo, tanto en sus años duros, “de hierro”, como en sus años de crisis y decadencia; que era posible resistir ya no solo a nivel de oposición directamente política, sino también en el campo de la cultura, la ciencia y, en general, en el terreno intelectual; que no siempre era necesario plegarse, renunciar a la capacidad de pensar “con el propio cerebro”, como entonces se decía, remedando tal vez a Vladímir Ilích Uliánov (o tal vez al biologismo, ya entonces imperante incluso en los centros culturales del contrapoder). Pero el objetivo en situaciones así, y el logro en el caso de Carlos Castilla, consistió no solo en resistir, sino en resistir comunicando. Quien conoció personalmente a Carlos y todo lector asiduo de sus obras forzosamente sabe de su gusto por el lenguaje, el hablar, comunicar, polemizar, discutir… A Castilla le gustó siempre hablar, y durante años fue para mí una de las características distintivas de Carlos ese placer en el ejercicio del habla con sus semejantes, de la comunicación, del lenguaje. Por eso su forma de resistir en la larga noche de piedra y argamasa del franquismo no podía por menos que estar marcada por esta inclinación…, como le dije con ocasión de su ochenta cumpleaños, por su necesidad de “resistir comunicando” (1).

Una inteligencia despierta y crítica cercada por el totalitarismo

A menudo he pensado qué debió suponer para Carlos Castilla, después de su formación en Madrid y de sus primeros desengaños profesionales, quedar “encerrado” en Córdoba. Inténtenlo pensar, intenten colocarse en su lugar. No me refiero a la ciudad actual y (algunas) de sus gentes, que pronto, en parte gracias al mismo Carlos, aprendí a querer y valorar, sino al clima sociocultural e intelectual de encerramiento, de “¡Santiago y cierra, España!”, del más estricto franquismo. Manuel Vázquez Montalbán (3) o González Duro (4), entre otros muchos, han publicado ensayos en los que ponían en relación aspectos esenciales de la vida cotidiana en la España de los sesenta y la realidad de un fascismo “sentimental” menos notable a nivel institucional que a nivel ideológico y cultural: los componentes socioculturales, psicosociales, cognitivos y psicodinámicos que, junto con los estrictamente políticos, conforman, desde mi punto de vista, la ideología fascista (5) seguían estando plenamente vigentes en la sociedad cordobesa de los años cincuenta y sesenta, como en gran parte de la península. Y eso significa, a nivel sociocultural, tradicionalismo cultural católico. Significa nacionalismo y xenofobia, patrioterismo, rechazo activo de la Modernidad y las innovaciones socioculturales, lucha contra el pensamiento y la intelectualidad críticos, irracionalismo de la acción y exaltación de la acción violenta en contra del pacifismo, el diálogo, la dialéctica… Aún están muy cerca los años de la dialéctica de los puños y de las pistolas (5).

Córdoba era una sociedad provinciana y timorata, lo cual significa innumerables fobias: a lo nuevo, a las diferencias, a los pobres, a los represaliados, a los comunistas, a los masones… Dominada por micro y macrodelirios apoyados a menudo en la introyección acrítica de todo tipo de “traumas de diseño” e historias míticas diseñadas (como las de las derrotas infringidas por los moros traicioneros, la pérfida Albión, los científicos marranos y judíos…). Y, al tiempo, todo ello aliñado y cocinado por la importancia concedida a la propaganda y a la educación … fascistas (basadas en el orden, la jerarquía y la disciplina).

Una sociedad y una cultura impregnadas aún por la pervivencia de varios supremacismos (antifeminista, racista, de la “gente de bien”) y por el elitismo patriarcal y misógino, el cultivo del héroe (guerrero) y el heroísmo belicista. Eso significa desprecio del pacifismo, del “héroe científico” y, más aún, del humano cuidador (la vida del fascismo es una vida para la lucha, más allá de la lucha por la vida y mucho más allá de la vida para el gozo). Significa autoridades elegidas por las vías corporativas (la familia, el municipio y el sindicato “vertical”) y dominadas, tanto en la cúspide como en sus números, por venalidades, corrupciones e ideología fascista.

A nivel psicosocial y grupal, el clima franquista significa una fuerte tendencia al aislamiento y lo esquizoparanoide, que ni siquiera la sociabilidad andaluza lograba contrarrestar. Significaba y significa fenómenos como la difusión de la responsabilidad en el grupo, la justificación por la obediencia debida y la pertenencia al grupo (la obediencia al paradigma de Milgram y al “síndrome de la manada”), fenómenos estudiados años más tarde por la psicología social, pero omnipresentes en las clases medias y altas de la sociedad andaluza y española de aquellos días, como muy bien han descrito el propio Castilla (6), Luis Martín-Santos (7) o, más recientemente, Almudena Grandes (8,9). El resultado es una auténtica colecta de dificultades para lograr una identidad autónoma, tanto personal como profesional, y más si se parte de posiciones críticas. La construcción del self en tal contexto sociocultural tiende a ser sustituida por el imperio social de racionalizaciones pseudodelirantes o auténticamente delirantes, lo que lleva en las castas superiores al imperio del narcisismo urfascista… y en las clases subalternas al fascismo de hígado y riñones al jerez, callos a la madrileña y bocadillo de calamares (personificados y estereotipados por el personaje “Torrente” de Santiago Segura).

A nivel cognitivo y teórico, eso supone un apoyo a las tecnologías maquinizadas, lo que de momento, al menos hasta el desarrollo del Digital Phenotyping (10,11), significa un desdén y una marginación de ciencias y técnicas “demasiado poco maquinizadas”, como tal vez son aún la psicopatología y la psiquiatría y, desde luego, lo eran durante el siglo pasado. Otra característica cognitiva del fascismo nuclear, el culto a la omnipotencia, se halla directamente reñida con la racionalidad científica y tecnológica (5): no hay que olvidar que la tentación al irracionalismo de la “ciencia franquista”, como muy bien han mostrado González Duro y otros (4), facilitó todo tipo de escapismos teóricos: por ejemplo, ciertas fenomenologías y existencialismos, cuando no construcciones microdelirantes “fundamentadas” en supremacismos españolistas, anticomunistas y del pueblo “ario”, o “desarrollos teóricos” basados en el racismo, la mentira y el fascismo (5) como núcleos culturales. Con el agravante de que si esa dotación domina a nivel cultural supone un auténtico valladar contra cualquier tipo de práctica psicológica liberadora. Y ello significa, tanto en la carrera científica como en la administración, la priorización de la ambigüedad, el oportunismo, la justificación de la lenidad e incluso de la venalidad (siempre que favorezca al poder)… Y, encima, con el cierre categorial que suponía el encadenamiento mediante una educación preuniversitaria y universitaria basadas en la veneración de los líderes o maestros y, en general, la educación y el aprendizaje basados en la sumisión, la obediencia y el castigo (el “orden, jerarquía, disciplina” de la educación fascista).

La sociedad cordobesa de entonces no era ya así, pero así se vivía, incluso en el tardofranquismo: profundamente escindida entre unas clases medias y directivas sustentadoras de ese poder y una amplia mayoría de personas calladas y atemorizadas, muchas de ellas represaliadas directamente o a través de familiares y convecinos con motivo de la Guerra Civil (la represión en la provincia de Córdoba solo durante los tres años de la Guerra Civil supuso un mínimo de 2000 fusilados por parte de los republicanos y las milicias y un mínimo de 12.000 fusilados por parte de los franquistas, cuyas represalias perduraron después más de dos decenios).

Para un miembro de las clases medias con un puesto en la administración no era fácil hacerse con otras relaciones, no porque no existiera otra parte (disociada) de la ciudad y otros sujetos, sino por todas esas dificultades sociales y relacionales que he intentado recordar. Intenten imaginar entonces lo que supone para una inteligencia cultivada y abierta pensar en pasar el resto de sus días en la estrecha cortedad de mañanas, tardes y semanas de repetición, atonía, cañas y tapas, salmorejos, rabo de toro, paella de campiña y migas… Son sucedáneos de diversión y de “buenos momentos” que no podían ni de lejos contrarrestar la repetida fantasía de una vida ya gastada y con las puertas del embalse cerradas y bien cerradas, un temor que el propio Carlos Castilla explica una y otra vez en el segundo volumen de su autobiografía (12).

Una formación científica, filosófica y literaria muy por encima de la media encerrada de por vida en esos techos y paredes de cristal…, que siempre podían transformarse en “barrotes de hierro”. Son necesarias características personales muy peculiares para sobrevivir, para sacar la cabeza y respirar ante tamaña atonía adormecedora o asfixiante. Se necesita mucha fe en sí mismo, en el propio futuro, y una tozudez y una capacidad organizativa muy fuera de lo normal. Y Carlos, como acabo de ilustrarles con un hecho vivido con él, las poseía: su tesonería, su arrojo y una cierta actitud provocadora le impidieron adocenarse en los dulces efluvios de la “tranquila vida de provincias”. Y por eso, ya desde Madrid y en sus choques con el poder “central” (y bien centralizado), Carlos Castilla había intentado ser capaz de defender algo nuevo, diferente, y de impulsar diversas líneas de búsqueda críticas y divergentes con respecto a la atonía y la uniformidad científicas imperantes. Pero en la atonía y el cierre ideológico de esa Córdoba, mucho más lejana y sola5 (13) para Carlos y los pocos disidentes que se atrevían a plasmarlo en acciones en aquella época, el futuro no pintaba fácil.

¿Y cuáles podían ser los fustes de su postura oposicionista y creativa? A nivel teórico, personalmente encuentro al menos tres bases para ella: por un lado, su formación humanística, “orteguiana” y filosófica, añadida a la formación médica más sólida que entonces se podía lograr en España; en segundo lugar, su relación con el materialismo histórico marxiano y la dialéctica marxiana; en tercer lugar, lo que denota su gran capacidad de intuición y para orientarse en el mundo cultural, sus aproximaciones al psicoanálisis, en parte por compañeros y amigos como José Rallo y Juan Rof Carballo, y en parte por sus lecturas.

Combinando esos mimbres con recios ejes (formación previa, capacidad de trabajo, prudencia en unos momentos y oposición abierta y casi provocativa en otros), Carlos pudo construir una cesta, un entramado teórico y actitudinal exportable más allá de Córdoba y su campiña. Como superviviente empeñado en no dejarse arrebatar su vida, y, menos aún, su vida soñada y deseada, totalmente diseñada en su fantasía incluso con matices y detalles puntillosos, Carlos supo sacar los recursos (intelectuales y actitudinales) suficientes como para que su palabra, su discurso, fuera lo suficientemente diferente del biologismo fenomenológico y tomista imperante; como para que valiera la pena escucharlo; como para que valiera la pena reflexionar sobre él y difundirlo. Su Vieja y nueva psiquiatría (14) es una buena muestra de ello. Y no digamos su estudio sobre la depresión (15).

Permítanme expresar nuevamente aquí la admiración que me sigue produciendo ese bagaje orteguiano que creo que jugó un papel descollante en los primeros pasos originales de Carlos y en su gusto por el lenguaje y la exactitud en el lenguaje, su gusto por la palabra, la discusión, la polémica… Como psiquiatra, Carlos Castilla no podía decantarse por una perspectiva psiquiátrica en la cual el acto del habla, el lenguaje, fuera despreciado en función de la intelección de las zonas cerebrales que actúan en la conducta y en el lenguaje, o en función de la conexión entre ellas. A pesar de su importante formación neurológica, Carlos volvió a tener la suficiente perspectiva y la suficiente coherencia como para percibir que el psicoanálisis era la única teoría que en el ámbito psicológico y psiquiátrico de aquellos años tenía en cuenta la significación de la conducta, concediendo importancia crucial a la comunicación, a las relaciones, a las emociones, los valores y al contexto social del individuo. En consecuencia, Castilla del Pino recogió y reinterpretó el bagaje psicoanalítico que pudo integrar en aquellos años duros para más tarde colocarse en un lugar y con un marco de referencia científico personales y particulares: el de la hermenéutica del lenguaje aplicada a la psicopatología, una perspectiva de la psicopatología y la psiquiatría a través del estudio del habla de los participantes en la relación asistencial.

Ahí se basa, por ejemplo, el doble reproche que parece realizar Carlos Castilla. Por un lado, a los filósofos, por no haber prestado al delirio, a la delusión y a los deliremas la atención que merecen para la intelección de la relación del ser humano con la realidad, es decir, para dilucidar aspectos sumamente significativos de la condición humana. Por otro, a los psiquiatras, porque, más pendientes del delirio “como excrecencia” o, a lo sumo, como “síntoma”, olvidan la realidad de que al delirio se llega, que es una construcción del sujeto. Como se llega a la depresión, a cuyo estudio desde esa perspectiva del sujeto y de la comunicación en un contexto social había dedicado Carlos páginas avanzadas y esclarecedoras (15).

De ahí la coherencia teórica y epistemológica y el enraizamiento con lo social de sus posiciones psico(pato)lógicas y psiquiátricas desde esa época. Para que puedan percibirse en su justo valor, recojamos unas líneas suyas escritas hace cuarenta y cinco años, y precisamente como prólogo de un libro sobre epistemología de la psicopatología (16,17):

“Una vez más, el psiquiatra de hoy se ha dejado coger en la trampa de la aparente base argumental que la terapéutica farmacológica ofrece al modelo fisicalista6, y se convierte en un empirista, usuario del modelo mecanicista más rudimentario. La falta de conciencia respecto del nivel epistemológico en que se sitúa el sujeto le lleva a ignorar lo que hoy es, o debiera ser, sabido de todos: la significación psicológica de la administración de un fármaco…” (16).

“La psiquiatría y la psicopatología no han sido capaces de poder desarrollar el corpus que las identifique como un saber científico. Conceptos tales como el de lo psíquico, el de normal-anormal, el de enfermedad (mental), los de acto de conducta y sujeto, las relaciones somatopsíquicas, la naturaleza de las proposiciones psico(pato)lógicas, etc. no han podido ser establecidas, precisamente por la errónea conceptualización de qué cosa es la psico(apto)logía y cuál el nivel de realidad en que se sitúa (…) (16).

Dos vías cerradas son (…) “homologar la enfermedad psíquica a la enfermedad cerebral, por una parte; y, por otra (…), homologar el fenómeno psico(pato)lógico, -es decir, psicofisiológico y psicopatológico- al fenómeno neurológico. (…) De ser conseguido esto, psiquiatras y médicos hablaríamos idéntico lenguaje” (16).

Hoy, cuando ya hemos celebrado el centenario del nacimiento de Carlos Castilla, tal vez estamos más cerca de lo que todos hubiéramos pensado para la consecución de ese objetivo de que psiquiatras y médicos hablen el mismo lenguaje…. Que todo indica que está pasando a ser el lenguaje biocomercial y empirista en el que progresivamente van coincidiendo medicina neoliberal y psiquiatría neoliberal (18), aun a riesgo de la desaparición de la psiquiatría tal como hoy la conocemos y, desde luego, a riesgo de la desaparición de sus fundamentos psico(pato)lógicos, como Carlos Castilla los designaría.

Es un resultado del predominio abrumador de la psiquiatría “biocomercial”, que entre nosotros intenta disimular con vendas y argumentos empobrecidos y raídos su momificación como una “psiquiatría para pobres”. Como acabo de citar, Carlos supo intuir el devenir entre neurología organicista, psiquiatría organicista, psiquiatría biologista y psiquiatría biocomercial. Por eso llamaba al conjunto de ese devenir “psiquiatría anencefálica” -no en el sentido de prescindir el cerebro, sino en el sentido de prescindir del pensamiento-. Empero, tengo mis dudas acerca de si en aquellos años podíamos suponer hasta qué extremo podría llegar esa deriva teórica y epistemológica. ¿Nos imaginábamos que podría llegarse a la situación dominante hoy día en la cual se enseña intencional o casi intencionalmente a prescindir tanto del sujeto, de la personalidad, de la identidad del consultante como de su contexto social, vecinal, ecológico… e incluso emocional? Es el triunfo del biologismo más burdo, epistemológicamente empirista y reduccionista, teóricamente organicista (que no biológico), defendido mediante taparrabos ad hoc cientificistas o fenomenológicos -planos, nunca estructurales (19)-, y que lleva a prácticas monoterapéuticas, antidemocráticas y clasistas (18,20).

Por fin, psiquiatras y médicos hablan a menudo el mismo lenguaje… en el que todo lo psicológico, en particular lo emocional y lo socio-contextual, ha sido expulsado. Y con una pragmática, desde luego, muy diferente que en tiempos de Castilla: al tiempo que se prometía y se sigue difundiendo la idea de una asistencia psiquiátrica comunitaria y para todos, llevamos más de quince años de reducción de personal, presupuestos y formación para eso que se vende como realidad y como panacea. Con la consecuencia de una “sobrefrecuentación” y, desde luego, de un sobrediagnóstico y sobretratamiento “debidamente unidimensionalizado” de supuestos diagnósticos tales como “depresión”, “TDAH”, “TEA”, últimamente incluso del suicidio y las autoagresiones. Todo ello coexiste con una floración metastásica de diagnósticos “blandos”, propios de la psiquiatría y la psicopatología “neoliberal” (18,21), tales como el bullying, el TEPT, las adicciones conductuales, los trastornos alimentarios, la disregulacion emocional y un largo etcétera a menudo plagado de síndromes, epónimos y síntomas confusionales en abierto desprecio de la semiología clásica y, por supuesto, de la teoría de la comunicación en contextos psico(pato)lógicos. Esa ideología pandiagnóstica se desarrolla en paralelo con una “psicología positiva” que a menudo, inmersa de lleno en el más rancio núcleo “neo-liberal” solipsista, promete la solución de autoayuda para cualquiera de los problemas cotidianos o relacionales.

Paradójicamente, todo ello nos ha llevado a una psicopatología y una psiquiatría mucho menos científica pero muy “comercial” y exportable. Mucho menos comunicable en el sentido del conocimiento científico -definido como el conocimiento comunicable, verificable-falsable, apofántico y no contradictorio con las ciencias conexas (17,18)-, pero muy útil y práctica para el adoctrinamiento, pues le basta con una sola línea teórica: calificar como “enfermedad” cualquier nuevo fenómeno disfuncional. Sin embargo, su pragmática, por otra parte, resulta cada vez más ineficaz e ineficiente, como desarrollan incluso investigadores de orientación biologista como Thomas Insel y el NIMH (11). Un auténtico derroche económico y asistencial para tiempos de crisis y penuria: tratamientos unidimensionales costosísimos, con precios impuestos para los negocios privados sobre el sistema público y, además, con tendencia a “universalizarse”, pues, al tiempo que se promete una asistencia universal (universalmente sesgada), se usan masivamente maravillosas panaceas farmacológicas, auténticos “bálsamos de fierabrás” que, por curarlo, lo curan todo: hasta los malestares y sufrimientos impuestos por un sistema social en crisis. Y para vender esa mezcolanza de mercado, bálsamos curalotodo y pobreza teórica y de medios, un elemento fundamental, además de la colaboración de los medios de desinformación oligopolizados por la industria, consiste en un lenguaje médico y psiquiátrico “vencido y desarmado” por el biologismo tanto en psiquiatría como, en general, en medicina y tecnologías sanitarias.

Ese era el muro teórico y asistencial que tenía ante sí Carlos Castilla cuando se dirigió a Córdoba, “Córdoba, lejana y sola”. Solo que en su forma más primigenia y ruda, aún por pulir y vestir con los abalorios argumentativos proporcionados por la industria farmacológica y las cátedras universitarias unos años después. Dejo para otros momentos y otras voces de este homenaje la valoración de lo que él y su grupo de colaboradores pudo hacer tanto a nivel teórico como a nivel asistencial a partir del Dispensario de Neuropsiquiatría de Córdoba, cuya plaza ganó por oposición en 1949. Continuó en el cargo hasta su jubilación en 1987, durante 38 años. Buen ejemplo de sus capacidades es el hecho de que, a partir de un equipo mínimo de dos personas del Dispensario de Neuropsiquiatría de Córdoba, Carlos y sus colaboradores/as pudieron desarrollar equipos con más de cien personas entre contratadas, becarias, doctorandas y asistentes voluntarias.

Eran otros tiempos, tiempos de crecimiento y de otras posibilidades. Entre otras, de explotar los descosidos y agujeros del sistema7, algo en lo que Carlos acabó convirtiéndose también en maestro de aprendices. Pero esos agujeros y descosidos muestran asimismo hasta qué punto la imposición neoliberal en economía y asistencia es mucho más poderosa, censuradora y castradora hoy que ayer. ¡Como para no valorar la importancia del contexto psicosocial en la asistencia!

Pero en ambos casos, en ambos equipos (y en otros muchos que espontáneamente iban fructificando en la península y que, más tarde, fueron coordinándose incipientemente a través de la AEN), las bases teóricas era similares: 1) la perspectiva psicosocial y antropológica abanderada por Carlos (al que invitamos al equipo en varias ocasiones y, en particular, con ocasión del décimo aniversario del mismo); 2) complementada con planteamientos comunitarios o comunitaristas creados en equipos propios y foráneos; y, desde luego, 3) elementos del psicoanálisis y de lo que después íbamos a llamar la psico(pato)logía basada en la relación (21-26).

Si hay algo que detestaba Carlos Castilla era la impostura. Frente a ella, he sido testigo -y no solo como lector de su obra- de su decidida apuesta moral y sentimental en contra, que marcó su vida. Aunque tuvo que escindir y disociar mucho, tal vez demasiado, para mantener esa actitud honesta y valiente y esa capacidad de trabajo con el fin de forjar una identidad profesional propia, pues se apoyaba también en un cierto aislamiento voluntario. Escindir y disociar mucho y en muchos ámbitos, pero sobre todo en el afectivo, y ello le pasó una cruenta factura, imposible de elaborar emocionalmente.

Explorando un futuro

Perdonarán mi atrevimiento, no teniendo formación como historiador, pero en la obra de Carlos Castilla del Pino me parece poder intuir los apartados de una biografía y una bibliografía desarrollada “entre la espada y la pared”. En este caso más bien habría que decir “entre la pluma y la pared” -y, más tarde, “entre la máquina (de escribir) y la pared”-.

Sin afanes historiográficos, desde luego, utilizo para mis revisiones de la obra de Carlos Castilla la agrupación, harto discutible pero que me resulta útil, que aparece en la Tabla 1.

Tabla 1. Una propuesta de agrupación de la obra teórica de Carlos Castilla 

I Sobre psiquiatría y psico(pato)logía Vieja y nueva Psiquiatría, Un estudio sobre la depresión, Patografías, Introducción al masoquismo, Introducción a la psiquiatría (2 vol.), Estudios de psico(pato)logía sexual, Teoría de la alucinación, Cuarenta años de psiquiatría, Celos, locura, muerte, El delirio, un error necesario, Aspectos cognitivos de la esquizofrenia…
II Enfoques socioculturales y antropológicos Sexualidad y represión, El Humanismo imposible, La alienación de la mujer, Cuatro ensayos sobre la mujer.
La culpa, Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación, Fundamentos de antropología dialéctica, Psicoanálisis y marxismo, Temas: Hombre, cultura, sociedad, La incomunicación, Teoría de la intimidad, Arquitectura de la vida humana…
Celos, locura, muerte, compilaciones sobre La mentira, El personaje, La intimidad, El silencio, La obscenidad, La envidia, La extravagancia, La sospecha, El odio…
III La epistemología siempre en la base Naturaleza del saber, La incomunicación, Introducción a la hermenéutica del lenguaje, Criterios de objetivación en Psicopatología…
IV El intento comunicacional en el camino de una teoría de las emociones La incomunicación, Introducción a la hermenéutica del lenguaje, El delirio, un error necesario…
Teoría de los sentimientos, Conductas y actitudes.
V Literatura Una alacena tapiada, El discurso de Onofre, Cordura y locura en Cervantes, Pretérito imperfecto, La casa del olivo, Aflorismos.

Para confeccionar esta aproximación me he basado fundamentalmente en sus libros publicados, aunque creo que capítulos de libros y artículos científicos y filosóficos encajan de forma adecuada en los mismos apartados… Algunos de los libros están repetidos para hacer hincapié en que podían significar aportaciones relevantes de Castilla del Pino en más de un apartado.

Para confeccionar esta aproximación me he basado fundamentalmente en sus libros publicados, aunque creo que capítulos de libros y artículos científicos y filosóficos encajan de forma adecuada en los mismos apartados… Algunos de los libros están repetidos para hacer hincapié en que podían significar aportaciones relevantes de Castilla del Pino en más de un apartado.

Comentar cada uno de los apartados y contenidos de esa tabla podría suponer, a su vez, todo un interesante tratado, que podría ser ayudado por el excelente trabajo de selección y edición de Julio José Segarra Valls (27), que demostró con su dedicación al mismo su admiración y respeto por el maestro.

En el apartado estrictamente psiquiátrico (si es que eso podía existir en cualquier página de Carlos Castilla), habría que insistir en cuántas de sus intuiciones, aseveraciones y estudios psiquiátricos siguen siendo de gran actualidad. Y no es solo una “frase hecha”, repetida en todos los homenajes: les propongo vivirla, experimentarla con solo comenzar a leer su Introducción a la psiquiatría (28), pero, sobre todo, con sus estudios sobre la culpa, la depresión, los celos, el delirio, la psicosexualidad en psico(pato)logía… Leer unas líneas de alguno de dichos trabajos les mostrará a ustedes cómo siguen siendo sugestivos y necesarios muchos de sus enfoques, y cómo podrían ser de útiles en particular para el aprendizaje de los psiquiatras y psicólogos actuales.

Los escritos y trabajos que he reunido bajo el epígrafe de “Enfoques socioculturales y antropológicos” son, probablemente, aquellos en los que Carlos Castilla se mostró más activo e insustituible para su tiempo. Teniendo en cuenta lo efímero que suelen resultar los artículos y estudios antropológicos y políticos, quisiera destacar que, gracias a la agudeza del lenguaje con el que estaban escritos y a la profundidad crítica que los alimentaba, resultan todavía una buena fuente de reflexión y para orientar el pensamiento (si es que interesa pensar, claro). Desde luego, en la atonía del franquismo e incluso en la revuelta vida cultural del tardofranquismo, supusieron un salvavidas teórico y una brújula indispensable para muchos intelectuales y profesionales de las ciencias “psi” e incluso de la medicina.

Los escritos y la preocupación por la epistemología y la filosofía de la ciencia de Carlos Castilla, para algunos de los que nos interesábamos por ese ámbito de nuestros saberes (mejor habría que decir, de nuestros desconocimientos), significaron asimismo durante decenios un faro en medio de la niebla y las tinieblas teóricas en las que navegaban nuestros aprendizajes de las ciencias médicas y psicológicas. Habrían de pasar bastantes años para que se desarrollaran entre nosotros ensayos en esa línea, casi siempre despreciados por la así llamada “literatura científica” dominante y por la simplificación teórica y política que ha supuesto la medicina basada en la evidencia (MBE) o la atención basada en pruebas (ABP) (25-30). Y aun así, los apuntes de Carlos sobre la epistemología de la psico(pato)logía y la psiquiatría creo que podrían continuar dándonos pistas para orientarnos en el difícil camino o situación actual, donde a la rudeza e ineficiencia de la psiquiatría biocomercial a menudo suele oponerse tan solo un confuso maremágnum de relativismo ético, cultural, teórico y científico, aderezado de panglosismo y nihilismo epistemológico. Y no nos pseudotranquilicemos pensando que ese relativismo ético, cultural, teórico y técnico procede tan solo de nuestras privatizadas o anquilosadas universidades. También proviene de los centros pensantes de buena parte de la izquierda alternativa, con sus frecuentes correlatos de verbalismo y desprecio por los valores de claridad conceptual y lingüística, del rigor teórico y de la actualización epistemológica.

No diré nada sobre el apartado que he calificado como “literatura”, tanto por falta de espacio y tiempo para hacerlo como porque en este recordatorio de Carlos Castilla del Pino estoy seguro de que será tratado con mucha mayor conocimiento y maestría por varios de los participantes. También porque querría decir unas palabras sobre las aportaciones de Carlos Castilla del Pino que he agrupado bajo el epígrafe tentativo de “El intento comunicacional en el camino de una teoría de las emociones”. Lo he hecho así para señalar, por un lado, la originalidad de la vía que emprendió en el camino de una hermenéutica del lenguaje útil para la psicopatología y la psiquiatría, una vía teórica y filosóficamente sumamente original, pero de gran dificultad teórica… y pragmática. Difícilmente podría generalizarse a la mayoría de los profesionales “psi” de los últimos decenios. Entre otras cosas, por los altos estándares de exactitud, sistematización y capacidad teórica que implicaba, difícilmente mantenibles en la didáctica de la profesión en las contrahechas universidades y servicios asistenciales públicos, incluso en los catalogados como “Unidades Docentes”. Aunque, probablemente, con la extensión de las nuevas tecnologías de información y comunicación (TICs) y el Digital Phenotyping en los ámbitos de la salud mental, parte de tal complejidad quedará simplificada por la Inteligencia Artificial, que ya ha entrado con gran brío en la psicoterapia y la asistencia psiquiátrica (10,11).

El propio Carlos y sus colaboradores intuimos pronto el exceso de dificultades que esa vía podría suponer, precisamente por su adelanto de decenios. Por ello, el propio Castilla fue redireccionando esa perspectiva, abriendo con ello una vía no solo útil a nivel psicopatológico y psiquiátrico, sino también antropológico, psicosocial y filosófico: me refiero al descubrimiento y estudio de las emociones y sentimientos como bases para un nuevo modelo de psico(pato)logía con aspiraciones integradoras de lo biológico-cerebral, lo psicoanalítico, lo psicológico cognitivo-emocional, lo psicosocial y lo estrictamente social y político. Se trata de una perspectiva en la que, como ustedes saben, he vuelto a coincidir con el último Castilla, al desarrollar nuestro modelo de integración biopsicocial y de puente entre la psico(pato)logía psicoanalítica, la neurobiología de las emociones y las aportaciones y estudios psicosociales: la “psico(pato)logía basada en la relación” (21).

Pero veámoslo nuevamente con palabras del propio Carlos Castilla; en Conductas y actitudes (31) nos dirá que:

Los temas que abordo en este volumen no se agotan con una mirada psico(pato) lógica. La razón de ello es que se trata de formas de conductas tipificadas, de modelos de conducta” (31, p. 7).

Son en cierto sentido esquemas, objetos mentales del sujeto que los construye” [lo que nosotros diríamos estructuras de y para la relación, interna y externa] (31, p. 7).

Si partimos de la consideración de las actitudes como formas anticipadas de conducta frente a las conductas efectivas y visibles, se puede afirmar que las actitudes presiden y preceden el designio de una conducta porque en realidad impregnan las conductas que cada uno realiza” (31, p. 8).

Cada conducta viene modulada por las actitudes predominantes en el sujeto de la conducta. Las actitudes son un complejo cognitivo-emocional” (31, p. 8), algo que, veinte años después, llamaremos organización psico(pato)lógica de y para la relación (21).

Son estructuras de comportamiento que se forman a partir de la relación sujeto-objeto” (observemos que Carlos Castilla seguía utilizando algunos conceptos y perspectivas psicoanalíticas). “La adaptación exige del sujeto versatilidad” (en el uso de esos modelos u organizaciones relacionales, diríamos nosotros (21).

Como puede observarse, Carlos Castilla del Pino estaba ya desarrollando una perspectiva relacional de la psicopatología, basada en la integración cognitivo-emocional y biopsicosocial, una perspectiva que, con múltiples variantes, se está imponiendo en la psicopatología contemporánea, y que intento resumir en la Tabla 2 con especial atención a nuestros medios panhispánicos.

Tabla 2. Otras perspectivas de la Psico(pato)logía Basada en la Relación 

1) De base relacional-contextual

❒. Diversas perspectivas psicoanalíticas que tienen en cuenta el entramado biopsicosocial y relacional, además del intrapsíquico:

-. Winnicott, Liberman, McKinnon, Cooper, Steiner, Emde, Stern, Golse, Horowitz, Talarn, la “escuela psicopatológica del Pisuerga” (Colina, Álvarez y otros) o nuestros propios equipos e investigaciones (al menos, desde 1978 y 1982) (23,24).

-. perspectivas psicoanalítico-relacionales (Ávila, Coderch, Daurella, Rodríguez Sutil, Stolorow…),

❒. Psicopatología Basada en la Relación (21)

❒. Perspectivas basadas en la “mentalización” (Fonagy, Bateman, Bebington, AMBIT…),

❒. Perspectivas basadas en la neurobiología de las relaciones objeto (Kernberg, Schore, Bucci, Pankseep y Bevin…),

❒. Las perspectivas sistémicas y las “estratégicas”, como Watzlawick o Nardone, etc.

❒. Perspectivas “narrativistas relacionales”, como Fernández-Liria (26) y otros investigadores y autores.

2) Desde el paradigma cognitivo-conductual

❒. Por ejemplo, los enfoques de Millon, Davis y Ellis (32).

❒. Diversas perspectivas de la “cognición social” (Freeman, Garety, Ames, Combs…).

❒. Fenomenología estructural: Minkowski, Parnas, Sass, Stanghellini, Marino Pérez (fenomenología contextual radical) (19).

❒. las actualizaciones de diversos modelos y terapias de base empírica, como, por ejemplo, la Terapia Racional Emotiva (32).

3) Desde otros paradigmas

❒. Numerosos puntos de contacto también con la psicopatología fenomenológica y cognitivo-conductual contextualizada a lo comunicacional y lo social

❒. Tipo Bentall, Millon, Davis, Ellis

❒. narrativista-fenomenológica-cognitiva tipo Geekie y Read,

❒. terapia cognitivo-dialéctica.

❒. Marco PTM/PAS (Power-Threat-Meaning/Poder-Amenaza-Significado)

❒. Paradigma del exposoma: Guloksuz (33), Van Os (34)

4) Desde una psicopatología biológica más allá del DSM-5
Th. Insel (11)
Desde una perspectiva biológica estricta, dando mayor importancia:

A la integración cerebral

A la integración mental, con sus bases psicobiológicas

A la integración del mamífero humano en la cultura y a la influencia cerebral de los factores de riesgo socio-culturales

Conclusiones para un homenaje

Resumiendo, desde un punto de vista profesional y científico-técnico, ¿qué nos puede trasmitir y nos ha trasmitido Carlos Castilla del Pino? Según mi conocimiento de sus obras y su práctica, destacaría su intuición avizorada contra el biologismo y la medicalización desaforada, pero sin desdeñar la importancia de la objetivación en psicopatología y psiquiatría. En su fundamentación se halla su capacidad de integrar, para un momento histórico y científico determinado, los componentes biológicos con los psicológicos y los sociales. Nos ha trasmitido asimismo su valoración del lenguaje, tanto en su sentido y aportaciones psico(pato)lógicas como en el uso de un lenguaje enriquecido y culto, no de un castanglés arrodillado o de lenguajes con enanismo patológico como el de gran parte de la literatura “científico-médica”. En similar sentido, nos ha llamado la atención sobre el enriquecimiento de las perspectivas científicas cuando son ilustradas por la cultura en general y por lo sociocultural, lo psicosocial y lo político en particular. Aunque el desarrollo de las teorías y prácticas comunitarias desde entonces haya sido muy amplio y probablemente ha desbordado ya su marco de referencia (5).

A un nivel más personal, para una vida teórica e incluso para la vida, nos ha trasmitido el valor de la coherencia ética, filosófica y teórico-conceptual, pero sin desdeñar la ideología y una activa implicación sociocultural. Nos ayudó a una o dos generaciones de profesionales de la “salud mental y sus trastornos” con su capacidad de alerta y transmisión de valores, formas de pensar, conocimientos y datos foráneos en momentos de grave incomunicación y desinformación como los del tardofranquismo y la transición. También contribuyó a ponernos alerta acerca de la importancia de la relación con los movimientos sociales hasta para la organización de unos enfoques y unas teorías científicas.

A esas dos o tres generaciones de profesionales creo que nos ayudó su selección de determinadas actitudes en vez de otras: en particular, la actitud de búsqueda abierta, de indagación, de contradicción; la actitud de resistencia, incluso con cierta pose obstinada y provocativa… En definitiva, nos ayudó a todos con varias de sus firmes creencias, manifestadas también en los duros momentos que le tocó padecer (que fueron muchos y desde la infancia temprana). Por ejemplo, con la firme creencia de que, como decía el lema republicano del Presidente Negrín (pero también de Eleuterio Sánchez, alias “El Lute”), “resistir es vencer”. Y gracias a ella, nos orientó hacia una forma diferente de enfocar la profesión y, tal vez, de estar en el mundo. Parafraseando al Bertolt Brecht de un verso que se colgaba una y otra vez en los locales de las asociaciones democráticas de estudiantes de aquellas épocas:

En los tiempos oscuros,

¿se teorizará también?

También se teorizará

sobre los tiempos obscuros.

La validez contemporánea de sus capacidades y aportaciones se puede comprobar bien sencillamente: es posible seguir leyendo gran parte de sus obras obteniendo momentos de aprovechamiento para la conceptualización y para la práctica, incluso actuales. Proporcionan ocasiones de reflexión y replanteamiento para el lector contemporáneo, como he tenido ocasión de experimentar preparando esta modesta disertación. De su obra, los aspectos ideológicos envejecerán. Los aspectos científicos envejecerán también, aunque hoy mantienen una notable actualidad: pero el conocimiento científico por definición es pasajero, transitivo, llamado a la superación… Lo que me ha llamado la atención en mi relectura de estos últimos días es que son los aspectos más directamente antropológicos y filosóficos de sus aproximaciones los que menos han envejecido, los que siguen siendo creativos y germinadores. Y, desde luego, sus capacidades para afrontar el riesgo de la verdad, o al menos, de lo verosímil, y no de la mentira declarada.

¿Qué diría Carlos ante el acuerdo implícito para impedir el desarrollo de la atención comunitaria a la salud mental en favor de una psiquiatría neoliberal y una “psiquiatría para pobres” (18)? ¿Ante el desmantelamiento programado de la Atención Primaria de Salud y de la atención sanitaria por acatar el Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP) (35, 18)? ¿Qué postura mantendría entre el ecopacifismo y la OTAN? ¿Ante la pervivencia del patriarcalismo falocrático y machista? ¿Y ante la limitación de la democracia real que suponen medios de información y justicia oligopolizados? ¿O ante las políticas migratorias de la vieja y envejecida Europa?… (5).

La actitud de Carlos Castilla que les recordaba al principio me lleva a intuir hacia dónde se decantaría en esos conflictos y otros muchos. Lo (casi) seguro es que se decantaría abiertamente. Una actitud y una costumbre, la suya, que tanto valor poseen en una situación como la nuestra actual: es mi mejor recuerdo y homenaje para Carlos. Y es una actitud, casi una pasión, en la que ambos coincidimos porque, al fin y al cabo, como diríamos acompañando a Félix Grande en su Blanco Spirituals (36).

Escribo (…) porque estoy muy en deuda

(…) con seres que me dieron o me dan, con gentes que pasan,

con años que trascurren camino de los siglos,

con un sueño de amistad popular que cruza solitario

como un viejo vehículo del mar por el mar de la historia.

1Término que pocos recordarán con toda la aureola mítica que lo envolvía, y que prácticamente ha desaparecido de nuestro castanglés cotidiano, como casi el de “intelectuales”, al menos en su connotación sesentaiochesca. ¿Qué fue de los intelectuales?, se preguntará Traverso unos años después (2).

2Funcionarios o miembros de la “Brigada Político-Social”, la policía política del franquismo.

3BPS: Brigada Político-Social

4Una famosa heladería de Salamanca, que estuvo decenios abierta a menos de cien metros de la Plaza Mayor.

5El poema de Federico García Lorca incluye la siguiente estrofa: Por el llano, por el viento,/jaca negra, luna roja./La muerte me está mirando/desde las torres de Córdoba.

6Hoy diríamos “biologista”.

7En nuestro caso, al no podernos quedar en Córdoba por la inexistencia de plazas remuneradas en el Dispensario y tras ganar diversas becas y ayudas, algunos tuvimos que procurarnos el sustento primero en dos “hospitales psiquiátricos”. Cuando el contrato no fue renovado y pasamos a engrosar las “listas negras”, a algunos no les quedó más remedio que la emigración. Otros decidimos quedarnos en aquel país del cual Salvador Espriu tenía escrito que “estimo a més amb un /desesperat dolor/aquesta meva pobra,/bruta, trista, dissortada patria”. Logramos mantenernos opositando y ganando plazas en la asistencia pública. Primero, una plaza de “médico de cabecera” del Instituto Nacional de Previsión y después, precisamente, otra plaza de Neuropsiquiatría, en mi caso en Barcelona. A lo largo de los años, un equipo de dos personas pudo desarrollarse hasta las dimensiones de la Unidad de Salud Mental de La Verneda, la Pau y la Mina, que llegó a incluir 46 profesionales distribuidos en dos equipos de salud mental de adultos, dos equipos de salud mental infanto-juvenil, un equipo de atención a pacientes con adicciones, un equipo de trastornos mentales severos, un equipo de investigación y una unidad funcional de atención a la primera infancia.

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Bibliografía

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17 Tizón JL. Introducción a la epistemología de la psicopatología y la psiquiatría. Barcelona: Ariel, 1978. [ Links ]

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Recibido: 10 de Junio de 2023; Aprobado: 28 de Agosto de 2023

Correspondencia: jtizong@gmail.com

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