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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versión On-line ISSN 2340-2733versión impresa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.43 no.143 Madrid ene./jun. 2023  Epub 31-Jul-2023

https://dx.doi.org/10.4321/s0211-57352023000100014 

Crítica de Libros

Psicopatología refundada

Psychopathology Refounded

Sergi Solé-Plans1 

1Psiquiatra. Centro de Salud Mental de Montjuïc, Barcelona, España

Rejón Altable, Carlos. 2021. Uno y distinto. Estudios sobre locura e individuación. Barcelona: Herder, ISBN: 978-8425447631. 416 páginasp.

Buenos clínicos hay. Muchos. Qué duda cabe. Tienen algunos además el talento y la gentileza de exponer —en ocasiones con claridad y estilo, no pocas con sobrada erudición— el buen hacer que practican, para aprendizaje de todos. Asunto algo distinto es cuando hay que adentrarse en el proceso reflexivo que atiende los supuestos de dicha práctica. Cuando se trata de justificar (si de ejercicio crítico se trata y no solo doctrinal) los conceptos que cimientan las respectivas propuestas para la comprensión y tratamiento del padecer, aquí el psíquico.

Venía siendo usual en estos empeños apelar, con insobornable afán humanizador, a la subjetividad como fundamento de una comprensión no cosificadora del malestar. Parece hoy, disuelta en la colectividad, haber perdido protagonismo, pero mientras lo tuvo su hipóstasis permitió escuchar al doliente de un modo en verdad inaccesible a quienes pretendían (y siguen pretendiendo) una explicación atomizada del sufrimiento mental. Hay que reconocer también, sin embargo, que la subjetividad invocada casi nunca alcanzó otra dignidad conceptual que la de mera positividad alternativa a la biológica, y eso cuando no era definida por su sola oposición. Donde había objeto se escribía sujeto y —conceptualmente, insistimos— poco más. De este modo y durante tanto tiempo nos vimos saltar, ufanos y perezosos, de un positivismo a otro sin más impulso que nuestra intención mejor.

Uno y distinto

Es aquí donde la obra de Carlos Rejón ocupa un desacostumbrado lugar en la literatura psiquiátrica española y, nos atrevemos a decir, occidental entera. Junto a Pablo Ramos (a quien al final del libro dedica el autor un bello y sentido agradecimiento) viene, prácticamente en solitario, apurando el rigor de lo que una mirada más allá de la deducción causal implica. Si de subjetividad se trata, si de subjetividad de veras, este libro de Carlos Rejón, Uno y distinto, resulta de imprescindible lectura.

Carlos Rejón se ha tomado siempre la subjetividad en serio, en hondo. Uno y distinto es fruto de muchos años pensando la entraña de lo subjetivo. Nos presenta aquí el resultado en una prosa mayúscula, rebosante de fuerza poética. El libro ha sido magníficamente editado por Herder. El cuidado tipográfico (no les confunda la portada, hallarán dentro la buena compañía de una infalible Garamond) y filológico dedicado a la obra es exquisito, y si algo puede echarse en falta no es más que un índice de nombres y materias para mejor aprovechamiento de la abrumadora cantidad de saber que la obra encierra. Pero el detalladísimo recuento de hechos, datos y agudas observaciones que ofrece es mucho más que un culto anecdotario. El texto recorre la historia interna de la medicina, de la literatura, de la filosofía, y a su través propone una idea de subjetividad perfectamente articulada. Articulada pero no —precisamente— clausurada: “La vida es materia incompleta; la subjetividad y la conciencia, vida incompleta”, leemos (p. 376). Uno y distinto nos presenta una subjetividad incompleta, abierta, así viva. No pesada positividad, no cosa hecha ni persona derecha, sino grácil devenir. La articulación se debe, claro, a la apertura y al juego.

Que la subjetividad no es compacta, que desde Aristóteles hasta Kant se caracteriza por una diferencia, por un desacuerdo de uno consigo mismo, es tesis que atraviesa Uno y distinto. También que es en ese espacio subjetivo, en ese hueco entre el yo y un algo mío que no soy yo pero me afecta, donde el pathos mental gime: “La incoincidencia de uno consigo es condición de enfermedad psiquiátrica” (p. 252). Llamemos por ahora ‘inconsciente' a ese fundamento ajeno mío (vid., p. 247), a eso que me alienta al tiempo que me aflige. Matizaremos luego.

Lógica médica

Abren y cierran el texto sendos pares de páginas sobre lógica médica que ponen en condensado antecedente y recuerdo a quien desconociera la trayectoria previa del autor. Su convicción de partida —cuya exposición más completa podía hallarse en su anterior libro, Concepción de la psicopatología como lógica1— era que la psicopatología, el lenguaje que dice el sufrimiento mental, no podía seguir los patrones de la semiología médica moderna, la de Bichat o Laënnec. La psicopatología no debía seguir —aunque no ha dejado de hacerlo— el fácil camino del signo que remite a lesión. Líquido en la pleura explicaría un sonido mate a la percusión torácica indirecta, como bilirrubina elevada en sangre explicaría coloración amarillenta de la piel. Pero dopamina no explica delirio, sesgo cognitivo no explica delirio, trauma no explica delirio. Nada positivo explica delirio (por ejemplo, aunque paradigmático). Ninguna positividad da cuenta de la semiología psiquiátrica: “La enfermedad mental no es asunto de una sustancia cerebral o psíquica desarreglada” (p. 303). Queda dicho.

En esta esforzada elaboración de una psicopatología alternativa a la semiología natural sigue el autor una tradición que se remonta —por citar solo a tres clásicos de la psiquiatría— a Jaspers, Binswanger o Minkowski. Nos referimos, claro, a esa escuela del pensamiento europeo continental del siglo xx que ha sido difusamente llamada fenomenológica. En ella, aunque refundada y bien, se sitúa este libro. Pero Uno y distinto va mucho más atrás. Por lo menos… veintiocho siglos. Y más lejos. Hasta Troya, hasta la acrópolis de Atenas luego. Uno y distinto sale al encuentro de daímones.

Lo daimónico

La idea de un algo ajeno que interpela al individuo desde fuera sin dejar de formar parte de sí es asunto que no debe de sonar extraño a quien conozca la historia de la psiquiatría. En 1826 dedicó el alienista francés Louis Francisque Lélut su ya popular monografía al daímon de Sócrates. El filósofo griego describía este daímon como un consejero disuasorio que tomaba forma de voz (Platón, Apol., 31d), pero esto —advierte Rejón (§1.2.2)— no debe llevarnos a identificaciones precipitadas. Este daimonion o signo sobrehumano tiene un alcance mucho mayor que el de la voz alucinada. Con nada menos que rango de título se refiere Uno y distinto al famoso daímon antiguo, que custodia la clave de la locura en toda época, también la nuestra. La ajenidad en mí, lo inconsciente si quieren, vertebra la concepción de la locura desde antiguo, aunque su imagen haya ido cambiando a lo largo de la historia. Uno y distinto recorrerá la práctica totalidad de propuestas que la medicina del alma ha ofrecido a través de los siglos para hacer inteligible esta dimensión mediadora entre lo ajeno mío y yo: desde los humores hipocráticos hasta la moderna interioridad, pasando por la melancolía renacentista: “En la fisiología de la bilis negra cuaja la experiencia del exceso interior” (p. 240). El trayecto recalará en Genius y daímon (§1.2) para pasar de daímon a phýsis (§1.2.3). El cuidado de sí de la Antigüedad se verá desplegado en la melancolía renacentisa (§§3.1-3.2). Genius volverá como hombre interior (§3.6, p. 277) en el tránsito a una modernidad por la que desfilarán los espíritus animales de Willis, la simpatía de Jackson (§4.3), el éter de Kant (§4.3), el fluido magnético de Mesmer (§4.4), el inconsciente (§4.4.4, desde mucho antes de Freud) o el endón de Tellenbach (§4.5). Todas ellas formas de “la tensión entre lo personal y lo impersonal propio” (§1.2.2, pp. 56-57), entre yo y aquello mío que no soy yo; avatares (más o menos torpes, más o menos logrados, vid. p. 229) de ese precario equilibrio que permite la individuación al tiempo que posibilita la enfermedad, pues no es esta otra cosa: “Los síntomas psiquiátricos son casos de individuación” (p. 14). Vimos antes que la psicopatología pedía un fundamento impersonal, vemos ahora cómo implica también el proceso por el que lo impersonal se individualiza. El padecer psíquico es la tensión de una subjetividad que, como proceso individuante, va y viene y tira y afloja y anuda y a veces aprieta y entonces duele.

El inconsciente fenomenológico

Hasta la fenomenología: “Aun para Husserl, el muy sobrio, daímon gobierna” (p. 163). La experiencia de sabernos desbordados la plasma Rejón, en su glosa del Husserl tardío, en la bella figura de un “ángel anónimo de lo pre-egoico” (p. 164). Antes de mí, un ángel. Esto es, la ineludible constatación de que algo (aunque im-palpable) nos antecede (a nosotros, a la especie, a la conciencia, al ego trascendental y al tiempo) y excede siempre y nos reclama. Antes que la intención del yo está la pasión nuestra, de todos y de ninguno. Potencia, estructura, esquema. Afección, sedimento, hábito que ordena la acción mía en “una suerte de actividad abriente” (p. 386). Porque la restricción, y esta es otra tesis importante del trabajo, abre. Pero cualquiera que sea el nombre que demos a esta dimensión que al tiempo nos limita y nos libera y que indefectiblemente nos pre-cede (¿pre-egoica, pre-consciente?) lo fundamental aquí es recordar que no es sustancia. El inconsciente fenomenológico (vid., v.g., pp. 185-6) no es una instancia, como tampoco eran verdaderas sustancias el fluido magnético ni el agua nerviosa ni los espíritus animales. Precisamente eso querían captar tales imágenes, la de algo que está pero no pesa ni ocupa espacio ni se toca ni se ve, algo que es pura condición (anticipo, estructura, hueco). El inconsciente no es un acontecimiento pasado mío disponible aunque temporalmente indispuesto (hasta su eventual rescate analítico, por ejemplo). No. Esto es lo trascendental: la inconsciencia es una capacidad, no una instancia. No un lugar, no un topos. Capacidad, cavidad, hueco o hendidura que conforma el espacio de la enfermedad mental (§3.2.2). Una “nada parlanchina” (p. 408) por la que se cuela también la posibilidad de sanar: “Sostener abierto ese instante fecundo es, posiblemente, el nombre secreto del trabajo en terapia” (p. 178). Hueco y tensión, por ahí la cura.

Estos diálogos con el Husserl tardío y una fenomenología refundada (Marc Richir es interlocutor privilegiado, entre tantos, de Rejón) nos sitúan en el campo fenomenológico: un mundo entendido como hervidero de singularidades que sin principio ni término van cuajando y diluyéndose: “El campo fenomenológico no crece como el campo lógico por combinación de átomos cerrados” (p. 197). Lo que hay que captar en él entonces, si no sigue lógica ni permite reposo, es el movimiento: la “tensión histórica interna al campo fenomenológico entre aparecer salvaje y anticipación habitual” (p. 178). Es este el proceso en que se libra la individuación y se arriesga el trastorno, en la negociación incesante entre lo indómito y lo instituido. Pero no nos atasquemos ahora aquí. Es complejo y en absoluto baldía la extensión que el libro debe dedicarle (muy especialmente en sus partes segunda y quinta). Lo fundamental de esta fenomenología refundada que Rejón acerca a la psicopatología es que nos ofrece la subjetividad en marcha, no como asunto resuelto en un derecho y un revés al que solo hay que dar la vuelta si se tuerce. La subjetividad de Rejón es proceso, es temporal porque es ahuecada: por ello viva, por ello pasible, por ello tratable.

Esta psicopatología de la “movilidad del sujeto” (p. 382) rinde al cabo algunas efectuaciones. Vemos cómo lo impropio atrapa al sujeto en la melancolía o lo empuja, en el furor, más allá de sí (p. 232); cómo el yo pierde distancia frente a un mundo que deviene sola e indiscutida realidad en el delirio (p. 252); cómo la incompletud y fragilidad de su encarnación caracterizan, respectivamente, las pugnas corporales de melancólicos y esquizofrénicos (p. 407). Pero erraríamos si aquí nos fijamos y detenemos. Esta psicopatología refundada atiende por encima de todo a un movimiento, a un acontecer de la subjetividad que no permite congelarla en instantáneas ni dar con su recoveco último. La ocupa un caminar sin reposo ni fin: una marcha imparable traza la altísima cumbre de la psicopatología que aquí Rejón presenta. Legere aude.

Bibliografía

1. Rejón Altable C. Concepción de la psicopatología como lógica. Madrid: UAM, 2012. [ Links ]

Correspondencia: ssole@pereclaver.org

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