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Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría

versão On-line ISSN 2340-2733versão impressa ISSN 0211-5735

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. vol.31 no.2 Madrid Abr./Jun. 2011

https://dx.doi.org/10.4321/S0211-57352011000200002 

ORIGINALES Y REVISIONES

 

Aproximación al "esquema L" de Lacan y sus implicaciones en la clínica (parte II)

What the "schema L" consists of? (Part II)

 

 

José Manuel García Arroyoa, María Luisa Domínguez Lópezb

aMédico Psiquiatra. Profesor Asociado. Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Sevilla.,
bPsicólogo Clínico. Centro de Salud Mental de La Palma del Condado (Huelva).

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMEN

En la segunda parte del trabajo intentamos presentar el funcionamiento global del "esquema L" y demostrar su utilidad práctica en el tratamiento analítico. En este sentido, en las relaciones sociales es el "yo" el que tiene todo el protagonismo, mientras el "sujeto" queda excluido de las mismas; de ahí que estos contactos cotidianos se muestren como la incomunicación más radical, aunque parezca lo contrario. El tratamiento que realizamos, por contra, debe escapar a esos parámetros, pues durante el mismo se procura que el "imaginario" facilite progresivamente la manifestación del "sujeto del inconsciente" en toda su dimensión, traspasando las constantes y molestas interferencias yoicas.
Este procedimiento, si se realiza adecuadamente como Lacan nos enseña, permite que la "palabra plena" fluya entre paciente y analista, de modo tal que el contacto que se produzca sea de "sujeto" a "sujeto", mientras que en las relaciones sociales las conexiones se formulan en términos de "ego" y "alter ego". Para lograrlo, quién se coloque al lado del paciente debe saber que ha de ocupar el lugar de la alteridad radical, del "Otro", y no del "otro" especular.

Palabras clave: Esquema L. Yo. Otro. Sujeto. Imaginario. Intersubjetividad.


ABSTRACT

In the second part of this work we try to present the global function of the "schema L" and also to show its application in the psychoanalytical work. In this sense, it's in social relationships where the ego gets the leading role as the subject remains excluded from them, resulting in a lack of communication.
The treatment we provide must scape from those parameters trying the imaginary to facilitate the unconscious subject display going through ego's interferences.
To carry out this procedure properly according to Lacan's teaching lets the "true word" flows between the patient and the analyst as a "subject" to "subject" meeting, contrary to what occurs in social relations in which the connection goes from "ego" to "alter ego".
To get this purpose, the analyst must take the place of a radical "Other" and not the specular "other".

Key words: Schema L. Ego. Other. Subject. Imaginary. Intersubjectivity.


 

1. Introducción

La primera parte de nuestro recorrido se ha centrado en presentar el "esquema L" que Lacan muestra en el seminario que impartió a mediados de los años 50 (1). Este se hallaba dedicado casi por completo a esclarecer la posición del "yo", en una línea freudiana correcta, más allá de todas las divergencias que se produjeron tras la aparición de la "segunda tópica", que algunos interpretaron como una vuelta al "sistema de la conciencia". Nada más lejos de las pretensiones de Freud, como quedó demostrado en todos los escritos de la década de los 20, sincrónicos o sucesivos a "El yo y el ello" (2, 3).

En este sendero, el autor de los Seminarios se esfuerza en el difícil cometido de recordarnos el verdadero lugar del "yo" que, más que un aliado, es un obstáculo en cualquier pretensión de conocimiento. De ahí que el esquema al que hacemos mención sea un instrumento valioso en la intelección de este importante problema pues, como hemos visto, el ego se inscribe en el "eje imaginario". Esto viene a indicarnos que se halla poseído por imágenes, las cuáles muestran un extraordinario poder, tanto como para ser creídas a pie juntillas. La vida social, tal como la concebimos, muestra su tinte de engaño al presentarse cada uno ante los demás de la mejor forma posible, ocultando todo aquello que desgarraría la concepción propia que se quiere dar y recibir. Como ahora tendremos ocasión de demostrar, el "eje imaginario" supone además un impedimento en la práctica analítica y que exige al médico un trabajo extra. Siguiendo estas mismas directrices, el "sujeto" queda más allá de todo el entramado formado por las imágenes, que cautivan hasta al más osado.

Además, la utilización de diagramas representa por parte del gran psicoanalista francés un esfuerzo en aportar rigor a la teoría psicoanalítica la cuál resulta, para muchos, oscura en sus orígenes y desarrollo y sometida a componentes mágicos o de superstición. Ninguna de estas posturas resulta próxima al moderno psicoanálisis, al que Lacan se siente obligado a devolverle su dignidad, tras los muchos devaneos producidos en su seno por autores que perdieron el sentido de su iniciador. En fin, el "esquema L" intenta separar radicalmente el "yo" del "sujeto", los cuáles jamás pueden prestarse a confusión para alguien que pretenda poner de manifiesto los efectos del inconsciente. Se expresan también, con cierta claridad, las relaciones entre ambos componentes de la estructura mental.

Hasta ahora hemos presentado los diferentes componentes del tetrádico "esquema L" y se ha hablado de las conexiones internas más elementales que se producen entre ellos ("yo-otro" y "sujeto-Otro"). Ahora es el momento de dar una esclarecedora vuelta más, en un doble sentido: a) adentrarnos en el funcionamiento global de dichos componentes, hasta contemplar los deslizamientos de sus vectores e, incluso, establecer circuitos dentro del mismo y b) intentar aclarar la propuesta analítica con una base firme en las afirmaciones anteriores, demostrándose aquí que la elaboración lacaniana no es una mera filosofía o una disertación teórica sobre el ego y sus interacciones, sino que nos hallamos ante un mapa que aporta directrices en el proceso de la cura.

 

2. Relaciones fundamentales en el "Esquema L".

Sobre una base previa en la que conocemos ya los elementos constituyentes del gráfico lacaniano que nos ocupa, estamos en disposición de determinar las relaciones fundamentales que se producen en el mismo (ver figura 1):

 

 

2.1. Las interferencias continuas del "eje imaginario". En principio hemos de decir que nos hallamos ante dos ejes que se entrecruzan: el "imaginario" (vector aa') y el "simbólico" (vector AS), entre los que se producen constantes interferencias. De hecho, la finalidad primordial de este diagrama consiste en mostrar que la relación simbólica se halla siempre bloqueada por el "eje imaginario" que, como ya sabemos, se encuentra formado por el "yo" y su imagen especular.

En efecto, el "yo" propone un discurso de apariencias que enmascara la verdad del "sujeto" y de su deseo, conduciéndolo a una alienación fundamental. De esta suerte, no es posible sustraerse a esa captura imaginaria y ahí es donde tiene lugar el desconocimiento más absoluto.

Este funcionamiento, que la clínica pone de manifiesto en incontables ocasiones, es comparado por Lacan con una válvula trioda, un artefacto electrónico que fue inventado en 1.907 por Lee de Forest. A este físico se le ocurrió introducir un filamento en la válvula dioda, de manera tal que ésta pasaba a componerse de: los polos positivo (ánodo) y negativo (cátodo) y un tercer elemento en forma de rejilla que podía positivizarse, permitiendo entonces el paso de los electrones, o negativizarse, deteniendo ese transcurso. La rejilla es la que facilita o detiene el flujo, del mismo modo que lo imaginario interrumpe o corta los movimientos dentro del circuito (ver figura 2).

 

 

Como consecuencia de lo anterior, al tener que atravesar el "muro del lenguaje", el mensaje del "Otro" llega al sujeto de una forma interrumpida. Quiere decir que, los frotamientos imaginarios obstaculizan el fluir de los pensamientos inconscientes provocando la aparición de: cortocircuitos de la palabra, relaciones privilegiadas, relaciones prohibidas, vocablos que no se pueden pronunciar, otros que se repiten de modo continuo y que impiden la aparición de los nuevos, etc (nota 1). Ciertos retoños de palabras que traspasan el imaginario, son productos de lo que Freud llamó el "retorno de lo reprimido", compañero inseparable de la "represión", y que muestra cómo algo puede pasar desde (A) hasta (S), al tiempo que resulta vetado su tránsito.

Nota 1

Un caso puede servir de muestra: se trata de un paciente de 42 años que, desde que se quedó en paro y le sucedieron determinados hechos desagradables relacionados con un negocio que montó, presenta un cuadro de vértigo timopático que le ha llevado a la consulta de innumerables especialistas, siendo derivado finalmente al psiquiatra. Su discurso, durante un buen número de sesiones, ha consistido en hablar solo de los vértigos. Esta repetición constante impide el afloramiento de los elementos simbólicos (significantes) que organizan el síntoma. El cambio, tras ciertas intervenciones tácticas, produce la expresión de los miedos y temores que le atenazan. Ahí es donde se ha dado el bloqueo procedente del imaginario que no le permitía pronunciar la palabra "miedo", ya que una persona como él, tan "apuesta", "emprendedora" y "decidida", no podía jamás tener miedo a nada. El "miedo", según afirma, es algo propio de cobardes.

A veces, este fluir puede producirse masivamente en los llamados "fenómenos de despersonalización", donde quién lo padece no se siente el que es habitualmente, como un paciente nuestro que expresaba gráficamente: "me toco varias veces para saber si soy yo"; este extremo se debe a la masiva afluencia de mensajes que rompen (temporalmente) la supuesta "unidad" imaginaria (nota 2).

Nota 2

El "yo" funciona en el registro de la "unidad" y la "síntesis", que son necesarios para su subsistencia como organización psíquica. Pues bien, cuando se producen afluencias del "eje simbólico" se pone de manifiesto una quiebra temporal de la ansiada "unidad", estos sucesos psíquicos son vividos por el paciente como "vivencias de despersonalización". Los matices que presenta pueden ser variopintos, pero casi siempre tienen la característica de notarse "raro" o sentirse "otro".

2.2. La coagulación del sujeto en una imagen. Los múltiples representantes en los que el sujeto se pierde tienden a condensarse en una representación imaginaria que será, en adelante, la única que el sujeto podrá darse de sí mismo, la única a través de la cuál podrá captarse.

Esta objetivación imaginaria del sujeto con respecto a sí mismo es el "yo" y decir que "el yo se cree yo" es mostrar la exactitud de esta captación a la que el ser hablante se encuentra cada vez más atado. Por consiguiente, el ego es la forma en la que el sujeto se representa a sí mismo coagulado en una representación-imagen directriz que le atrapa y de la cuál no puede zafarse. Afirmamos entonces que el sujeto queda alienado en el ego, se ve forzosamente en el "yo" y cree de modo firme que el "yo" es él. En consecuencia, cuando habla no sabe lo que dice. La relación que el sujeto mantiene consigo mismo se halla siempre mediatizada por la línea de ficción (a-a'), donde queda eclipsado. El lenguaje facilita este efecto pues, al poner al "yo" como sujeto de la oración, se crea la ilusión de que el "yo" es el "sujeto" y que toma sus decisiones voluntariamente. Cuando el paciente que presentamos antes afirma "yo soy un buen estudiante", esa forma de expresarse con el "yo" como sujeto oracional, le crea la ficción de que la decisión de ser buen estudiante parte enteramente de él, olvidando (o dejando fuera del discurso) la determinación sobre sí del mensaje del Otro ("Tú eres el inteligente de la familia", "Tú iras a la Universidad", etc).

Al tomarse el "yo" por el "sujeto", este último aparece excluido en mayor o menor grado; a este fenómeno Lacan lo denomina "forclusión del sujeto". Esto es llevado a un extremo en los discursos racionales, lógicos, matemáticos o científicos (4) (nota 3).

Nota 3

Cuando Lacan se refiere a los discursos científicos habla del "sujeto del conocimiento". Se trata de aquel que legisla por medio de la industria racional sobre la verdad de las cosas o incluso del propio sujeto. Al asumir la producción de esos enunciados como verdaderos el "sujeto del conocimiento" es elevado a la categoría de "sujeto epistemológico". Este último decreta por sí mismo y para sí mismo lo que es propio del saber verdadero y sus herramientas garantizan el despliegue de un conocimiento positivo. Hallamos aquí la más perfecta de las realizaciones imaginarias del "yo" y un discurso completamente sometido a cierto "ideal", que busca el "saber absoluto" sobre el que se sostiene el racionalismo de la ciencia que es, justamente, donde el sujeto se halla más amordazado.

El "sujeto" se percibe a sí mismo bajo la forma de "yo", que constituye su identidad según venimos admitiendo, pero añadimos algo nuevo ahora: la relación del "sujeto" con su "yo" va a depender necesariamente del "otro" especular e, inversamente, la relación que mantiene con el "otro" siempre depende del "yo". Esto puede verse en la figura 1, en el vector (Sa').

2.3. La incomunicación sustancial del hombre. Cuando un sujeto (S) trata de comunicarse con otro sujeto (A), nunca alcanza a su destinatario en su autenticidad y siempre encuentra en su camino, desde el primer momento, al pequeño otro (S-> a'), que lo remite al momento a su propio "yo" (a'-> a) de acuerdo con el eje de construcciones imaginarias de los ego y los alter-ego (ver figura 1). El intento de comunicarse directamente con el gran "Otro" es imposible y solo se consigue hacerlo con un pequeño "otro", lo que quiere decir que en la comunicación el sujeto queda prisionero de la ficción en la que lo introdujo su propia alienación subjetiva.

En las relaciones convencionales el sujeto está separado de los verdaderos Otros por el "muro del lenguaje" y así, intentando apuntar a sujetos verdaderos ha de conformarse con sombras. Análogamente, si alguien encarna un "Otro" no alcanzará jamás al "sujeto", que queda excluido como hemos visto de las relaciones comunes, conectando básicamente con el "yo" (vector Sa). No obstante, como ya indicamos previamente, es el "Otro" quién otorga al sujeto su lugar en la dialéctica intersubjetiva, aunque no lo alcance en la comunicación.

Todo ello imposibilita absolutamente una auténtica relación de sujeto-sujeto, transformándose los contactos sociales en puras mascaradas.

2.4. El sujeto y su deseo. Si dividimos el "esquema L" según una línea vertical se obtienen dos partes: 1) la del lado izquierdo que es la del sujeto, que contiene a su vez al "sujeto del inconsciente" (S) y al "yo" (a) y b) la del lado derecho, el campo del otro, que agrupa al "otro" como semejante (a') y al "Otro" como "alteridad radical" (A).

La separación lacaniana expuesta pulveriza la "teoría de las relaciones objetales", tan ajenas al pensamiento freudiano, puesto que cada uno de los lados de la división es doble (yo/sujeto y otro/Otro), mientras que en aquella teoría hay solo dos partes: el "sujeto" y el "objeto". Aquí no se trata de algo simplemente dual pues, como indica Lacan, no puede haber análisis auténtico si se confunden extremos tan heterogéneos (nota 4).

Nota 4

Si no se tiene en cuenta esta separación fácilmente se puede caer en interpretaciones erróneas de carácter imaginario. Este es el caso de una paciente nuestra que contó a su terapeuta anterior la siguiente historia: "Estaba en la Feria de Sevilla con mi marido y este se encontró a unas compañeras de trabajo en la caseta. De repente él me dijo: 'ya puedes coger un taxi e irte para casa, que yo me quedo con estas niñas'. En ese momento, como si fuera una orden me fuí en taxi para casa, aunque no dormí en toda la noche". Este hecho tan singular fue interpretado como: "Vd. es masoquista, por eso aguanta todo lo que le echen". Esta interpretación resulta ser absolutamente imaginaria y tuvo el efecto fulminante de que la paciente abandonara para siempre la consulta con una sonrisa amable.

Cuando vino a consultarnos, la mujer contó el mismo hecho preguntando por qué lo hizo. En este momento, se la estimuló para que ella misma obtuviera una respuesta; de este modo, tras un "no sé, no tengo ni idea" seguido de muchas otras palabras, añadió de pronto: "Mi marido fue el único hombre que se enfrentó a mi padre, y a un hombre así se le puede permitir cualquier cosa". Entonces se le contestó a la paciente: "Ahí tiene la respuesta que buscaba". Se quedó entonces muy asombrada de haber pronunciado la respuesta a una pregunta que la mantuvo en vilo varias semanas, sin que su voluntad interviniera en ello.

Hallamos aquí una interpretación simbólica, que permite diferenciar la que aporta un "otro" de la que surge desde un "Otro".

Se observa que desde el sujeto (S) solamente sale una flecha (Sa'), que ahora puede entenderse como el vector del deseo. Sale de (S) porque el deseo torna activo al hombre; "está en la fuente de toda animación", dice Lacan. Es la dimensión freudiana del deseo, que hace de (a') su destinatario y lo convierte en "objeto" (nota 5). Se observa que nos hallamos aquí ante una articulación entre lo "simbólico" y lo "imaginario".

Nota 5

El problema del "objeto de deseo" será encarado y resuelto por Lacan algún tiempo más tarde, cuando elabora la noción de "objeto a". Este, entendido como "causa del deseo", ya no pertenece al "registro imaginario", sino al "real". Tales cambios empiezan a producirse en el siguiente gráfico lacaniano, llamado "esquema R".

Vemos aquí a (a') no ya como la imagen del "otro" imaginario, sino como "objeto de deseo" (5). Se le contempla como "objeto libidinal", entendiendo la libido como imaginaria (nota 6). Por consiguiente, en el esquema propuesto (a') tiene dos valores: el "otro" de la dialéctica imaginaria y el "objeto de deseo", que en este seminario es teorizado como imaginario.

Nota 6

Al respecto dice Lacan en este Segundo Seminario: "Libido y yo están del mismo lado. El narcisismo es libidinal".

2.5. El Otro no-determinado. Se observa que desde (A) solo salen vectores y no llega ninguno, lo que nos indica que es un lugar determinante y no determinado. Uno de estos vectores camina desde (A) hasta (a) (vector Aa) que expresa cómo lo simbólico determina a lo imaginario. Esto se demuestra observando cómo es posible operar, en el trabajo analítico, sobre lo imaginario desde lo simbólico, precisamente por ser este último determinante.

Añádase, que el mensaje que parte de (A) no es captado por (S), a pesar de hallarse allí, sino que lo recibe el "yo" (a), dado que la linea queda cortada (por a-a') y no le queda más remedio que seguir otro camino: (Aa).

La dirección que sigue el vector (A -> S) indica que si bien entre ambos términos hay una relación de interdependencia, no implica reversibilidad. Esto se debe a que es siempre el "Otro" quién determina al "sujeto" y no a la inversa, de ahí la orientación del vector. Ya dijimos algo al respecto (véase primera parte), cuando indicábamos que el lenguaje siempre preexiste al sujeto y proviene del "Otro", determinando al primero de ellos.

Aquí Lacan diferencia otra forma de deseo, el "deseo hegeliano", que podríamos denominar "hegeliano-lacaniano", y que se inscribe en el vector (A -> S). Se trata del deseo como "deseo del Otro" y es lo que hemos expresado así: "Tú serás quien vaya a la universidad". El enunciado es tomado al pie de la letra por su receptor, pero al hacerlo cambia el sujeto oracional, de manera tal que se convierte en este otro: "Yo quiero ir a la universidad". Eso provoca que el "yo" se crea en todo momento el dueño de su destino, tratándose de una de las mayores ilusiones que dominan a las personas.

2.6. El "yo" como absolutamente determinado. Obsérvese como al término (a) solo llegan flechas y ninguna sale. Expresa la condición de determinado que tiene el "yo", quedando afectado en sus actuaciones tanto por el "otro" como por el "Otro". Esto contradice, una vez más, las ideas de Hartmann (4) acerca del ego "autónomo" o "independiente" pues, como vemos, dicha organización se encuentra completamente influenciada por los múltiples componentes del esquema.

Lo expuesto puede verse con gran claridad en el caso de una paciente fóbica, quien (¡con 32 años!) mantiene actualmente su primera relación pareja y, a pesar de ello, no se lo cuenta a nadie "por el qué dirán", pues él forma parte de su grupo de amigos. Evidentemente, la imagen que se pueda producir sobre ella está en juego, dando cuenta de la negativa a realizar dicha comunicación.

 

3. Puntualizaciones sobre el tratamiento psicoanalítico.

El "esquema L" representa una especie de soporte para el analista en sus actuaciones, pues muestra qué hacer y por dónde conducir las demanda del paciente e incluso propone un lugar para el analista. Vemos en este último apartado cuáles son las directrices que se pueden sacar:

3.1. Traspasar el "muro del lenguaje". Lacan afirma que el trabajo analítico debe apuntar a alcanzar un "habla verdadera" que una al sujeto con otro sujeto, lo que implica ubicarse al otro lado del "muro del lenguaje", saltándose el "habla vacía".

Salir de la cháchara común, y por consiguiente progresar, implica que durante todo el proceso de análisis el "yo" del analista debe permanecer "fuera de la sesión", para no ser espejo del paciente. Esta afirmación da una respuesta clara y contundente a eso que muchos analizantes cuestionan en sus sesiones: "lo que hago aquí puedo hacerlo con un amigo o con cualquiera de mi familia". Lacan demuestra que no tiene nada que ver, dado que las relaciones a las que el consultante alude tienen el sello imaginario, pues implican siempre un: "porque te quiero, te digo lo que quieres escuchar" o "te doy el consejo de turno para que actúes como yo hago". La respuesta ante los cuestionamientos del paciente está clara: el análisis se convierte en una actuación que lleva a lograr una mayor objetividad con el mismo pues conduce a la posibilidad, inédita en las relaciones corrientes, de moverse en el terreno de lo "simbólico", más allá de toda la tontez en la que se asientan los contactos ordinarios.

De ahí que el trabajo consista en hacer tomar conciencia al consultante de sus relaciones, no con el conjunto de los "yoes" que lo rodean, sino con todos esos Otros que son sus verdaderos garantes y que no han sido reconocidos por él. Se trata, además, de que el sujeto descubra progresivamente a qué Otro se dirige en realidad cuando habla en las sesiones, asumiendo las relaciones de transferencia en el lugar en que están realmente.

3.2. El origen imaginario de las resistencias. Entendemos por "resistencia" aquello que detiene o se opone al trabajo analítico. Freud indicaba que toda resistencia procede de la organización yoica.

La resistencia se encuentra sustentada en el posible paso o no, de lo que tiene que transmitirse como tal en el trabajo de las sesiones. En este contexto, el "yo" cumple la función de obstáculo, interposición o filtro del discurso inconsciente, pues al incorporarse al circuito imaginario condiciona las interrupciones del "discurso fundamental".

Ahora bien, si la resistencia se encuentra en la relación imaginaria, también ahí puede hallarse implicado el analista. Efectivamente, esto se debe a que si el último mencionado aplica una fuerza, el paciente responderá resistiéndose. Tal evento ocurre, pongamos por caso, cada vez que se sacan temas que no está dispuesto a tratar, lo que expresa con toda claridad que no se puede avanzar más deprisa; el paciente está en el punto en el que está y ante eso no tenemos nada que decir (nota 7). En síntesis, diremos que el analista produce resistencia cuando no comprende lo que tiene delante.

Nota 7

Precisamente por eso, Lacan afirma que: "la única resistencia verdadera en el análisis es la resistencia del analista".

Pensar la resistencia como algo que hay que liquidar, en el sentido annafreudiano (7) es completamente absurdo; de lo que se trata, más bien, es de enseñar al sujeto a nombrar, reconocer o articular su propio deseo, que insiste y que está más allá de las resistencias. Al hacerlo así y conseguirlo, se crea una nueva presencia en el mundo, pues queda nombrado algo que antes no tenía tal dimensión.

3.3. El analista en el lugar del Otro. Para saber dónde se tiene que situar el analista es preciso no confundir "otro" con "Otro", pues aquel debe estar siempre en el lugar del "Otro". Con esto se indica que debe escapar de los contactos convencionales en los que se sostienen las relaciones incondicionales de amigo, hijo, hermano, esposo, etc. Dicho de otra forma: si lo determinante es el "Otro" y lo determinado es el "yo" (ver figura 1), entonces el tratamiento psicoanalítico debe proceder sobre y desde (A), para así influir en (S).

Tener en cuenta este asunto tan importante, implica no entrar en competición (imaginaria) con el paciente; en este sentido, no tenemos que convencerlo de nada, ni discutir con él, ni llevarlo a ningún terreno, simplemente dar la respuesta adecuada en el momento en que se precisa. Tampoco debe establecerse ninguna alianza o pacto con el "yo", como indicaron los teóricos de la Ego Psychology (6, 8), pues ello implicaría el desconocimiento más absoluto.

3.4. La transferencia. Este fenómeno en el que se funda todo el edificio teórico-técnico del psicoanálisis se produce entre el "Otro" y el "yo" (vector Aa). Sucede así porque quién recibe el mensaje procedente del analista, investido como "Otro", es en principio el "yo" dado que subsiste el bloqueo entre (A) y (S).

En el momento en que tienda a disminuir la resistencia de la función imaginaria del "yo", el (A) y este último pueden en cierto modo concordar, es decir, comunicarse en grado suficiente para que entre ambos se establezca cierto isocronismo, cierta positivación simultánea de la lámpara trioda. En este caso, se permite el paso de la "palabra fundamental" de (A) a (S) hasta ese momento censurada. Entonces, el sujeto por intermedio del análisis, descubre su verdad consistente en la significación que cobran en su destino particular esos datos de partida que le son propios. Dicha significación es función de ciertas palabras que son y no son suyas, pues las recibe totalmente hechas (del "Otro").

Se demuestra así lo delicado que es el tratamiento psicoanalítico pues, en sus comienzos es el "yo" quién recibe la palabra del analista, lo que implica extremar los cuidados en las intervenciones (nota 8). Hay que considerar, además, que el "yo" del paciente puede intentar buscar un aliado en el "yo" del analista, con tal de que la palabra no pase, y así logre hacerse más fuerte y docto, lo que implica tener en cuenta las muchas trampas imaginarias que se puedan dar.

Nota 8

Esta es la original versión lacaniana del psicoanálisis como "paranoia dirigida".

3.4. Finalidad del tratamiento. En la terapia no se trata de que el "yo" triunfe y se haga el dueño, pues entonces se fabrican auténticos narcisistas y se transige con las ideas del "yo fuerte" de la Ego Psychology y otras ortopedias psicológicas normativas y educativas (5). El "yo" debe dejar paso progresivamente al "sujeto" o, dicho de otra forma, lo imaginario debe dejar lugar al sujeto en la autenticidad de su deseo, cuya verdad se encuentra demasiado comprometida a causa de la alienación (nota 9).

Nota 9

Un caso puede reflejar claramente este asunto. Recibimos en cierta ocasión a un matrimonio, en el que el marido se quejaba de que su mujer había hecho un "tratamiento para la autoestima" y que, a partir de entonces "se había vuelto tonta e imbécil". Esto se debía a que, si bien antes tenía la "autoestima baja" y era comprensible por quiénes la rodeaban, ahora "se cree la mejor del mundo y todo el día está hablando de lo bien que hace todas las cosas y de lo estupenda que es ella" y que "ahora nadie la aguanta, ni sus hijas, ni su propia familia".

Se trata de una terapia en la que la mujer, enfrentada a un espejo, tiene que halagarse y decirse todas las cosas buenas que posee. Estamos ante un proceder que ha fomentado su "ego", lo cuál no es una verdadera cura y a la vista está la queja de toda su familia. A lo largo de las sesiones, la propia paciente pudo concluir que no era bueno ni tener la "autoestima alta" (léase: "yo fuerte") ni tampoco "baja" ("yo débil") y pudo así ir descubriendo progresivamente, aquellos elementos que la tenían prisionera en la imagen.

Por eso, tras el análisis, el ego no se volatiliza sino que se produce cierto grado de armonización para permitir que la palabra fluya en el esquema. Se tiende a suprimir la distancia entre (S) y (a), de modo tal que el "yo" aprenda paulatinamente a ponerse en concordancia con el "discurso fundamental".

 

4. Conclusiones.

Lacan comienza a utilizar gráficos en su enseñanza con el propósito de exponer ante su audiencia elementos claves y, a la vez, problemáticos de la teoría psicoanalítica. El carácter conflictivo de tales conceptos se debía, específicamente, a las erróneas lecturas que hicieron los "postfreudianos" de los textos originales e intentaron aproximar esta disciplina a la Psicología General, centrada en la conciencia. Se olvidaba así todo el espíritu innovador contenido en el legado freudiano, de ahí que Lacan plantee la necesidad de un "retorno a Freud" (9).

El "esquema L", al que su inventor gusta llamar "nuestro cuadrado mágico", es uno de estos gráficos con el que pretende fijar algunas ideas fundamentales, deshaciendo los muchos equívocos existentes por aquel entonces. Para tal menester, usa ciertos símbolos que parecen conformar una especie de álgebra, a los que denomina "matemas".

El esquema que estudiamos muestra cómo la experiencia humana en general, y la psicoanalítica en particular, son imposibles de pensar si no es en el contexto de la intersubjetividad y en una relación particular con el lenguaje. Ambos componentes se hallan asociados aquí de forma original y, una intelección correcta de esa articulación, resuelve muchos interrogantes sobre aspectos diversos del tratamiento con nuestros pacientes, como son: resistencia, transferencia, interpretación, lugar del analista, etc.

Un nodo del "esquema L" es el representado por el "yo", pues en la época del Segundo Seminario esta instancia tenía un estatuto controvertido debido a las importantes disidencias que se produjeron (9). Lacan se empeña en otorgarle una posición correcta, pues dependiendo de la idea que se tenga de esta instancia se trabajará en un sentido u otro diferente (10). Consiste el "yo" en el lugar en el que el sujeto adquiere una representación de sí mismo como "unidad" y sin fisuras. Asumir la mejor representación propia posible es un mecanismo consustancial a la arquitectura y funcionamiento de la subjetividad, que culmina en una pretensión narcisista casi imposible y asociada al campo del "ideal". Ahora bien, que así sea no significa que la acción analítica tenga que restaurarlo en la unidad a la que tiende, ahora "fracturada" por el síntoma (nota 10). De hecho, Freud trataba por todos los medios de dirigir la atención del clínico hacia otro lado, concretamente en dirección al "inconsciente", una acción elogiosa que suponía una verdadera revolución en el conocimiento de la vida mental. El "yo" se organiza y mediatiza en la relación con el semejante y ambos conforman el "eje imaginario", tratándose del espacio de las ilusiones y los señuelos más poderosos. En contraste con éste e ignorado por el "yo", se muestra con gran claridad el "eje simbólico" formado por el "sujeto" y el "Otro", que es el portador de la "palabra fundamental". Es evidente que esta última se halla en declive debido al poderoso influjo de las imágenes, que dominan la vida del ser humano, al que intentan elevar a su grado superlativo y a las que, por idénticas razones, no se quiere renunciar. Podemos ver el mundo actual completamente sumido en este diálogo imaginario del que no hay salida ni final y que se presenta como repetitivo, estereotipado, que eleva la banalidad a su máximo esplendor y al que un artista de la talla de Andy Warhol, con su Pop Art, intentó desarticular en forma burlesca.

Nota 10

El síntoma como tal rompe la "unidad" del "yo", pues se manifiesta como aquello que molesta y altera la representación propia. De ahí que el paciente tienda a dar muchas explicaciones sobre el mismo que no lo comprometan personalmente (p. ej. "se debe a la genética", "es por una alteración de mi cuerpo", "mi cerebro está mal", etc). Al mismo tiempo, el síntoma hiere narcisisticamente a su portador, pues lo conduce a una situación de debilidad, por eso precisamente, quiénes acuden a nosotros piden con insistencia que le quitemos el síntoma sin el menor esfuerzo por parte de ellos.

Más allá del "yo" se encuentra un "sujeto", desconocido por el primero y que recibe las palabras fundantes de un "Otro", las cuáles le hacen ser lo que es. En efecto, el "sujeto" se constituye sobre la base de los mensajes del "Otro", de ahí que la palabra escape al control consciente. Lacan nos presenta la palabra inscrita en la intersubjetividad, lo que hace que el inconsciente adquiera una dimensión transindividual inédita hasta ese preciso instante del seminario, que debió dejar sin aliento a más de uno.

Ha quedado expuesto que el "eje imaginario" actúa interponiéndose entre los mensajes del "Otro" y el "sujeto", dándose una curiosa paradoja resuelta de manera brillante, pues es el propio lenguaje el que produce esta separación ("muro del lenguaje"), al tiempo que es constituyente del sujeto. Los caprichos imaginarios hacen que el mensaje del "Otro" lleguen de forma interrumpida, o incluso distorsionada, provocando frecuentes cortocircuitos en su propio fluir. Añádase que el lenguaje, con sus modos de expresarse y sus trampas, facilita el engaño del "sujeto" de creerse un "yo", que puede llegar hasta pensarse como el autor pleno de los destinos de su propia vida; una ilusión en la que cayeron personajes de la talla de Loewenstein, Kris, Hartmann y otros allegados intelectualmente.

No es difícil percatarse de que la incomunicación es lo habitual y que la interacción "sujeto-sujeto" no puede realizarse como cabría esperar ya que, cuando un "sujeto" intenta comunicarse con otro, encuentra en su camino al "alter-ego" que remite necesariamente al propio "ego". El "esquema L" expone que este último es el componente más determinado del sistema, lo que contrasta vivamente con las posiciones teóricas annafreudianas (7) y de la Ego Psychology (6, 8), aunque él mismo se cree determinante; he ahí el más prodigioso de los autoengaños.

Quién ejecute y promueva el trabajo analítico debe tener muy claras las cosas, sobre todo que no debe colocarse en el plano imaginario, respondiendo en la misma sintonía en la que emite el consultante. Por contra, ha de salirse de la tontez cotidiana, para buscar los más poderosos efectos sobre el sujeto. Este procedimiento diferencia claramente lo que se efectúa en las sesiones de lo que el paciente puede hacer cuando se desahoga con los más cercanos. En este orden, las resistencias las ponemos del lado del imaginario y también se hallan encastradas en la intersubjetividad, en la que el analista no debe entrar; he ahí el gran peligro que corre, pues si no tiene en cuenta las indicaciones lacanianas fácilmente puede caer en: intentar ir más aprisa de lo que se puede, tratar de convencer al que tiene delante, imponer sus propias ideas, etc. Una vez más encontramos al "yo" como una roca en el camino del avance.

El analista debe ubicarse en el lugar del "Otro" para así lograr zafarse de toda la imaginería yoica y de las relaciones cotidianas, pero sus mensajes van a chocar de lleno con la pétrea organización del ego, de carácter inamovible. Un trabajo necesario de realizar que tiene por delante consiste en intentar lograr una "positivización" de las funciones yoicas, de modo tal que estas permitan el fluir de la palabra y que ésta pueda llegar al "sujeto", entrando entonces en una experiencia novedosa, capaz de "refrescar" con nuevas ideas un aparato mental ya viejo.

Se observa que la postura del psicoanálisis choca frontalmente con los presupuestos de la sociedad actual, en la que "todo vale" y la gente cree ser "plenamente conscientes" de lo que hacen. Pero, recogemos en nuestras consultas el efecto deletéreo de estas ideas: mientras más son asumidos estos postulados, más mediatizado se está por los mensajes procedentes de anuncios y medios de comunicación alienándose, finalmente, en el consumo y actividades parecidas, sin apenas pensar en lo que se hace. Desbancar al "yo" de su propia morada y descentrar la experiencia, se transforman en una poderosa afrenta para quiénes creen decidir "todo" por sí mismos y ser "totalmente libres" en sus actuaciones o pensamientos.

Tras lo expuesto, tiene poco sentido hablar del "yo fuerte" como sinónimo de "yo normal" o "adaptado", frente al "yo débil", "enfermo" o "desadaptado", porque si pensamos así rápidamente se concluye que nuestra función consistiría en fortalecerlo para que la gente se adapte mejor y sea feliz. Hemos visto que el "yo" es el lugar de la ilusoriedad, cuya tendencia es hacia el desconocimiento más absoluto; de ahí que quiénes trabajamos en el fascinante campo del análisis prefiramos el "yo débil" al "fuerte" pues este último, tal como señaló Lacan, tiene una estructura paranoica, debido a la inercia tan enorme que posee a cualquier movilización y por la alta tasa de certeza que tiene sobre irrealidades, funcionando casi como un delirio.

Pese a las dificultades existentes, quien trabaje con pacientes en esta línea no debe desfallecer en su empeño, y ha de buscar sutilmente el modo de abrir el camino al conocimiento, saliendo de aquello que Leonardo da Vinci sabiamente señalaba: "El hombre es capaz de un gran discurso cuya mayor parte es vacío y falso".

 

Bibliografía

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(2) Freud S. El yo y el ello; en Obras completas (vol. 3). Madrid: Biblioteca Nueva, 1.981.         [ Links ]

(3) Freud S. Más allá del principio del placer, en Obras completas (vol. 3). Madrid: Biblioteca Nueva, 1.981        [ Links ]

(4) Lacan J. Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Escritos (vol. 1). Madrid: Siglo XXI, 1.977.         [ Links ]

(5) Eidelsztein A. Modelos, esquemas y grafos en la enseñanza de Lacan. Buenos Aires: Manantial, 1.992.         [ Links ]

(6) Hartmann H. Ensayos sobre la psicología del yo. México: FCE, 1.969.         [ Links ]

(7) Freud A. El yo y los mecanismos de defensa. Barcelona: Planeta-Agostini, 1.984.         [ Links ]

(8) Hartmann H. La psicología del yo y el problema de la adaptación. Buenos Aires: Paidós, 1.987.         [ Links ]

(9) García Arroyo J. M. Consecuentes de la obra de Freud. Anales de Psiquiatría 2.005, 21 (2), 73-81.         [ Links ]

(10) García Arroyo J. M.; Domínguez López M. L. El concepto del "yo" en el corpus freudolacaniano y sus consecuencias en la práctica clínica y psicoterapéutica. Anales de Psiquiatría 2.008, 24 (3).         [ Links ]

 

 

Dirección para correspondencia:
José Manuel García Arroyo (jmgarroyo@us.es)

Recibido: 13/02/2010;
Aceptado: 15/07/2010

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